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Sobre el Ecofascismo

El 5 de septiembre sale a la venta el ensayo Ecofascismo: Una introducción, de Carlos Taibo (Catarata, 2022). En él, Taibo (politólogo y autor de Rusia frente a Ucrania, Ante el Colapso, Anarquistas de Ultramar, Walter Benjamin: La vida que se cierra, Colapso, etc.) explica que el ecofascismo es una apuesta en virtud de la cual algunos de los estamentos dirigentes del globo –conscientes de los efectos del cambio climático, del agotamiento de las materias primas energéticas y del asentamiento de un sinfín de crisis paralelas– habrían puesto manos a la tarea de preservar para una minoría selecta recursos visiblemente escasos. Y a la de marginar, en la versión más suave, y exterminar, en la más dura, a lo que se entiende que serían poblaciones sobrantes en un planeta que habría roto visiblemente sus límites. En esa perspectiva, el ecofascismo no sería un proyecto negacionista vinculado con marginales circuitos de la extrema derecha, sino que surgiría, antes bien, en el seno de los principales poderes políticos y económicos. Aunque tendría como núcleo principal a las elites occidentales, a ellas podrían sumarse otras radicadas en espacios geográficos diversos. El ecofascismo hundiría sus raíces, por lo demás, en muchas de las manifestaciones del colonialismo y el imperialismo de siempre, que en adelante tanto podrían apostar por el exterminio, ya sugerido, de quienes se estima que sobran como servirse de poblaciones enteras en un régimen de explotación que recordaría a la esclavitud de hace bien poco. En más de un sentido el ecofascismo sería, en fin, una forma de colapso. 

A modo de adelanto editorial, publicamos a continuación un pasaje del libro que nos ha cedido generosamente el autor.

El camino que nos conduce desde la normalidad hasta colapsos y ecofascismos no empezó ayer. Algunos de los hitos que lo han jalonado han sido los atentados del 11 de septiembre de 2001, con la parafernalia antiterrorista acompañante; la crisis de 2007-2008, con la eclosión del capitalismo financiero y bancocrático, y la pandemia registrada a partir de 2020, con la entronización de otro capitalismo, como es el del comercio digital y el de las grandes farmacéuticas. Por añadidura, en los últimos tiempos se han ido acumulando noticias que parecen emplazarnos en una suerte de antesala del colapso. Recordaré que en estas horas se hacen valer cortocircuitos en muchos de los flujos industriales, comerciales y financieros, se revelan problemas de suministro de materias primas energéticas y han subido espectacularmente los costos de movimiento de las mercancías. El ciclo se cierra con las secuelas, impredecibles, de la guerra ucraniana. Por detrás es fácil apreciar una aceleración muy notable de muchos procesos y, con ella, una creciente dificultad a la hora de encararlos, con la intuición, en la trastienda, de que acaso no estamos en la antesala del colapso, sino en el colapso mismo.

Las cosas así, lo menos que puede decirse es que en muchos de los estamentos de poder del planeta ha ganado terreno la idea de que el cambio climático y el agotamiento de las materias primas energéticas son realidades muy graves que afectan a la lógica entera del sistema y reclaman respuestas. Una de ellas, que no tiene un peso marginal, es el ecofascismo. La propuesta correspondiente obedece, en una de sus dimensiones fundamentales, al designio de recuperar un dominio pleno e incontestado en provecho del capital, en general, y, en su caso, de unos capitales sobre otros. En ese terreno, el ecofascismo parece llamado a ratificar muchas de las reglas del imperialismo de siempre, en el buen entendido de que ahora el designio en cuestión exhibe, junto con otras, una importantísima matriz ecológica. En ese marco los habitantes de los países ricos -y las elites de muchos lugares que no responden a esta descripción- están poco dispuestos a renunciar a niveles de consumo y de status social, y en modo alguno se muestran solidarios con los integrantes de las generaciones venideras, con muchos de los pobladores del Sur del planeta y con los miembros de las demás especies con las que sobre el papel compartimos este último. Una fórmula que retrata lo anterior de manera gráfica es la que recuerda que los turistas ejemplifican la «buena globalización”, en tanto los refugiados representan el lado amenazador de aquella. 

Parece obligado subrayar, por otra parte, que el ecofascismo nace de la condición de un capitalismo incipiente. Si durante décadas la corriente dominante en el capitalismo realmente existente ha sido aberrantemente cortoplacista, y a poco más aspiraba que a multiplicar de forma espectacular los beneficios en un período muy breve, sin ningún proyecto mayor de futuro, hoy se perciben con claridad los rasgos de un capitalismo nuevo que, consciente de lo que en el terreno ecológico se nos echa encima, sí tiene un proyecto de futuro. Cierto es que ese proyecto exhibe al tiempo un carácter criminal tanto en lo que hace a los objetivos –marginación y exterminio- como en lo que respecta a las herramientas. Al fin y al cabo el sustantivo que se incorpora al término ecofascismo se justifica en buena medida de resultas de la mentada naturaleza criminal del proyecto en cuestión, que invita a concluir que tal proyecto no constituye una respuesta ante el colapso, sino, antes bien, una forma singular de este último. Una de las señales de la fortaleza del proceso que me ocupa es un progresivo engrosamiento de las funciones represivas propias de la institución Estado, que como siempre se halla al servicio de las clases dominantes. Otra asume la forma de un renacimiento de organizaciones como la OTAN, que anuncia un horizonte planetario de militarización, crecimiento en el gasto en defensa, negocios para la industria de armamentos, autoritarismo, represión de las disidencias, injerencias e intervenciones. Aunque en semejante escenario parece haberse instalado la conclusión de que, para hacer frente a la crisis ecológica en sus múltiples manifestaciones, es preciso aceptar el asentamiento de fórmulas autoritarias del más diverso cariz, no queda más remedio que afirmar con rotundidad que esas fórmulas se encaminan a ratificar una estrategia de dominación más allá de la ecología y sus reglas, con franco ahondamiento de la crisis social, de las separaciones y de la represión.

Conviene, aun así, que nos alejemos de aquellas visiones que entienden que la suerte está echada y que el resultado de la partida no puede ser otro que la entronización, con unos perfiles u otros, del proyecto ecofascista. Hay quien piensa que el gran capital, las corporaciones, las bolsas, los gobiernos que los amparan y los aparatos represivos y mediáticos de los que se han dotado están en el origen de todas las tensiones que se registran en el planeta. Si el argumento tiene, ciertamente, su fundamento, no nos obliga, sin embargo, a tirar la toalla. Por lo pronto, esas instancias no son tan inteligentes y capaces como pudiera parecer. Aunque son impecables los análisis de Naomi Klein en lo que respecta a la capacidad que el capital muestra en lo que atañe a utilizar en provecho propio las catástrofes naturales, en la gestión correspondiente en modo alguno faltan las disfunciones y los errores. Esto aparte, las instancias que ahora me interesan a menudo compiten descarnadamente entre sí, circunstancia que abre hendiduras, de nuevo, en el edificio de su poder. Aunque hoy todas ellas están marcadas indeleblemente por la lógica del capital, las pulsiones imperiales revelan también elementos de diferencia y de competición que dibujan un panorama cualquier cosa menos plácido. Para cerrar el círculo, en fin, el colapso parece inequívocamente llamado a cruzarse de por medio y a debilitar de forma sensible la capacidad de poderes tradicionales que dependen en demasía de energías y tecnologías que van a escasear. Así las cosas, está servida la conclusión que señala que un sistema incapaz de evitar su colapso a duras penas puede presentar esta circunstancia como una virtud, por mucho que se apreste a sacar partido de la situación en cuestión. 

Más allá de lo anterior, la crisis sin fondo del capital tiene que ser aprovechada por resistencias que cabe esperar que sean muy distintas de las que en tantos lugares cobraron cuerpo en el siglo XX. Aunque es posible que esas resistencias hayan de aguardar al poscolapso para plasmarse en plenitud, lo suyo es que prestemos oídos a su condición presente. Su apuesta debe asentarse, antes que nada, en un rechazo, desde la democracia directa y la autogestión, de los procedimientos autoritarios inherentes al ecofascismo. Ese rechazo se desplegará desde lo que en unos escenarios serán espacios autogestionados de nueva creación y en otros comunidades  ancestrales, de tal suerte que se reunirán –ojalá- pulsiones anticapitalistas y flujos precapitalistas. En muchos casos esas realidades lo que procurarán será preservar y recuperar, antes que introducir algo nuevo. Hablo de instancias que remiten inmediatamente al concepto de comunidad. Aclararé, en fin, que no defiendo los espacios autónomos y las comunidades primitivas sin más: postulo su coordinación y su voluntad de sublevación.

No tengo dudas en lo que hace a la naturaleza de la terapia que deben desplegar esas instancias de resistencia. En ella tienen que reunirse la aplicación de frenos de emergencia que permitan salir del imaginario miserable del crecimiento, la apuesta por una redistribución radical de la riqueza y la defensa de formas de organización social y colectiva que dejen atrás el capitalismo. Si se trata de garantizar que la especie humana siga existiendo, importa, y mucho, saber cómo y en qué condiciones. Al respecto debe hacerse valer el recordatorio de que buena parte de la historia de esa especie se ha vinculado con formulas de autogestión y de apoyo mutuo, de tal manera que no hay motivos para concluir que esas reglas han desaparecido para siempre. Es verdad, eso sí, que en el escenario posterior al colapso las tensiones no faltarán. Lo más probable es que adquieran carta de naturaleza, en espacios geográficos a menudo próximos entre sí, realidades muy dispares que en unos casos reflejarán la pervivencia de los poderes tradicionales y en otros el ascendiente de opciones alternativas como las que aquí defiendo, sin cerrar, claro, el paso a otros horizontes, con un corolario insorteable: la diversidad de resistencias, de comunidades y de historias de la que hablo hace difícil creer en la consolidación de algo que huela a una soberanía planetaria. Pero el teatro del poscolapso, que por muchos conceptos será el de una tragedia global, bien puede borrar de un plumazo muchos de los problemas que hoy nos acosan en materia de propiedad privada y de deuda.

Cuenta Horvat que con ocasión de un terremoto que se reveló durante la pandemia, el gobierno croata emitió dos mensajes manifiestamente contradictorios. Por un lado, la población debía abandonar las casas –para hacer frente a las consecuencias previsibles del terremoto- y por el otro tenía que permanecer en ellas –para plantar cara a la pandemia y respetar las medidas de distancia social-. La locura en curso obliga a aseverar que los mismos que han creado los problemas se disponen a salvarse a costa, una vez más, de sus víctimas. En ese atolladero, y tal y como lo recuerda el propio Horvat, “en lugar de ‘regresar a lo normal’, deberíamos encarar lo ‘normal’ como el verdadero problema”.

La imagen de la cabecera ha sido extraída de la web Nortes.me

Todo por hacer

ACRACIA ANARQUISMO NIHILISMO

Drogas

Leo un pequeño artículo de Errico Malatesta, de 1922, sobre la cocaína y de cómo, a pesar de las leyes severas o quizá a causa de ellas, su consumo se extendía cada vez más por Europa y América. Como buen ácrata, el bueno de Errico señalaba que jamás la ley, por bárbara que sea, ha servido para suprimir el vicio o el delito. Por el lado consumidor, cuanto más severa sea la restricción más se incrementará la atracción por el fruto prohibido, así como se producirá cierta fascinación por el riesgo subyacente. Por otro, como factor añadio que hace inútil esperar solución alguna de la prohibición, los negociantes y especuladores de la droga verán su avidez de ganancia incrementarse a medida que crezca la ley. Hace ya un siglo que un anarquista pedía no ilegalizar el uso y comercio de la cocaína y, además, dejar libres la expendedurías en las que dicha droga sea vendida a precio de costo o incluso por debajo de él; paralelamente, se daría toda la información sobre las consecuencias del consumo de la cocaína y no podría haber propaganda en contra al no haber nadie que encuentre ganancia en ello.

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El sagrado derecho a la propiedad. ¿Por qué los oligarcas rusos aún tienen villas en Europa?

A continuación, reproducimos un texto titulado «The Sacred Right of Property: Why do Russian Oligarchs still have Villas en Europe?» escrito por el colectivo anarquista Pramen de Bielorrusia (el cual hemos traducido del inglés) abriendo este interesante debate.

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Crisis energética global, capitalismo y soluciones a la vida básica fuera de esa telaraña

El pasado mes el colectivo comunicativo Cuellilargo editó una serie de vídeos titulados «Petrocalipsis. Crisis energética global y como sí la vamos a solucionar», basados en una síntesis del libro de Antonio Turiel, científico y doctor en Física por la Universidad Autónoma de Madrid. Nosotras nos hemos propuesto realizar un breve resumen de esos vídeos gracias a las notas que el propio colectivo Cuellilargo nos ha compartido. Recomendamos la visualización completa de la serie de vídeos y la profundización en la lectura del ensayo de Antonio Turiel para ampliar toda la información.

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La maleabilidad del ser humano y el statu quo

Cuando hablamos de la «condición humana», y aunque no empleemos ese término, no nos deberíamos referir nunca a unos rasgos inamovibles en el ser humano; al menos de un par de siglos a esta parte, hablar de una naturaleza en el hombre, de unos rasgos inherentes, es algo sometido a una feroz crítica.

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Erich Fromm y la herencia marxista

Fromm es un peculiar sintetizador de la obra de Freud y de Marx, sus análisis son a la vez existenciales, psicológicos y sociales. Una de los factores más presentes en sus obsesiones fue el autoritarismo; recordemos que en su influyente obra, demostró que existen varios mecanismos que inducen al hombre a huir de la libertad. Fromm considera que esa huída, en el ser humano, es una huída de sí mismo y una de las formas que adopta el «instinto de muerte» freudiano. En sus trabajos, en los que se ha querido ver una especie de «psicoanálisis humanístico», se subrayan los aspectos sociales y morales de la práctica del psicoanálisis, en gran medida por considerar que la enfermedad mental presenta características sociales y morales. Dediquemos este texto a recordar la visión de Fromm sobre Marx y sobre la praxis marxista.

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La enajenación en la sociedad capitalista. Una aproximación a las tesis de Erich Fromm

Erich Fromm nace en Fráncfort, en 1900, y estudia en las universidades de Heidelberg, Fráncfort y Múnich. Su doctorado lo realiza en Heidelberg, estudiando psicoanálisis en Múnich y en el Instituto psicoanalítico de Berlín. Durante algún tiempo, profesa en el Instituto psicoanalítico de Fráncfort, del cual fue uno de los fundadores, para trasladarse en 1934 a Estados Unidos e impartir clases en varias universidades (Columbia, Yale, Michigan State University, New York University).

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«Un nuevo mundo», drama social y fábula moral de denuncia

Un nuevo mundo es una película estrenada este mes de mayo de 2022, al menos en la cartelera madrileña; tuvo se estreno internacional, por cierto, también este país, en el Festival de Málaga de hace un par de meses. Con este film, Stéphane Brizé completa su trilogía, que se ha venido en llamar, del trabajo: primero fue La ley del mercado, en 2015, que abordaba el drama del desempleo; luego En guerra, en 2018, cuyo tema central era la lucha sindical, y por último esta “Un nuevo mundo”, donde como veremos a continuación el protagonista es un directivo de una multinacional con problemas de conciencia y con presiones a todos los niveles, también en el ámbito personal.

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Objecion-de-conciencia-Antimilitarismo-Anarquismo-Acracia

Los inacabables conflictos bélicos

«Ni guerra entre pueblos, ni paz entre clases» es la máxima esgrimida, desde algunos movimientos sociales, frente a cualquier conflicto bélico. Bueno, frente a cualquiera tal vez no, ya que en algunos casos se mezclan los conceptos, como es el caso de la Guerra Civil en este bendito país, que muchos califican en realidad de guerra entre clases. Por supuesto, el facherío patrio y lo que no es el facherío se esfuerzan en calificarlo de conflicto fraticida negando la brecha social e insistiendo en esa simpleza reduccionista de las dos Españas. Pero, reflexionemos en el texto de hoy, con indisimulable lucidez y visible agudeza, sobre las guerras, el pacifismo y el antimilitarismo. Particularmente, y dejando de momento mayor profundización en lo moral e ideológico, desde que uno tiene uso de razón ha vinculado el militarismo con el, efectivamente, enfrentamiento cruento entre pueblos; por muchas vueltas, o justificaciones históricas que se le quiera dar, me resultan repulsivamente indiferentes al dolor ajeno los que, abiertamente reaccionarios, lanzan loas a las hazañas bélicas en nombre de la patria en cualquier momento histórico. Léase el concepto de patria, por mucho que se le quiera dar otra acepción más ambigua aludiendo incluso a la fraternidad, como comunidad humana férreamente unida y jerarquizada en torno a un Estado-nación, cuyo brazo armado es precisamente el ejército. De forma quizás menos paradójica de lo que pueda parecer, y al menos en este indescriptible país, este tipo de humanos patriotas, amantes de lo castrense, suelen ser también fervorosamente religiosos; insistamos de nuevo en lo evidente, patriotismo (¿nacionalismo?) y religión, los conceptos que han abierto mayores brechas entre los seres humanos, algunas de las cuales en forma de ríos de sangre. Aclararemos que la fraternidad solo puede tener aspiraciones universales y no solo entre miembros hermanados por el mismo accidente geográfico empujados al enfrentamiento con otros nacidos en tierra extraña.

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Escohotado y los adversarios del comercio

Hace escasos días, falleció el filósofo Antonio Escohotado, un autor que me causa sentimientos (muy) enfrentados. Antes de nada, aclarar que a nivel vital pienso que no podía estar más distante de lo que este hombre le gustaba proclamar sobre él mismo; dicho esto, estaba muy de acuerdo con él en según qué cosas, como su visión sobre lo necesario de la despenalización de las drogas y la necesidad de la máxima información sobre sus efectos para, precisamente, combatir su adicción aceptando que su uso está muy extendido. Y es que una de las obras más reconocidas de Escohotado es, precisamente, Historia general de las drogas; él mismo, presumía de haberlas probado todas y haber anotado todos y cada uno de sus efectos sin ayuda alguna de la comunidad médica, algo que a priori tampoco es que me resulte digno de alabanza. Como dije, por cosas como esta y por muchas otras, un enorme trecho vital me separa de según que actitudes de Escohotado, a pesar de la fascinación que ejercía sobre algunas personas; y, por supuesto, no poseo moralismo alguno sobre la alteración de la conciencia con el uso de ciertas sustancias y, por otra parte, dadas las conciencias que a veces se observan, no diría yo que no será mejor alterarlas por el medio que fuere. Bromas aparte, apuntemos sobre la que consideraba Escohotado, finalmente, la obra de su vida, que no es otra que la voluminosa trilogía de Los enemigos del comercio. De momento, no pondremos la sospecha al comprobar que las alabanzas, algo papanatas, al genio de Escohotado se producen principalmente por personajes «liberales» recalcitrantes y, tal vez, poco críticos y demasiado propensos a barrer para casa.

Antes de nada, hay que partir de que una de las referencias intelectuales del autor que nos trata es, nada menos, que Hegel; la influencia de este filósofo es, obviamente, enorme, aunque tengo la sensación de que no siempre positiva. Es más, es posible que no puedan explicarse los regímenes totalitarios del siglo XX sin el idealismo hegeliano y sus loas al Estado; frente a ello, desde mi nada pobre, ni humilde, y algo prejuiciosa perspectiva, prefiero al bueno de Kant bien filtrado por Bakunin y el anarquismo posterior, donde se prima la ética frente a cualquier concepción política impuesta en esa abstracción llamada «bien común». Otra aseveración de Escohotado es reiterar que él no es «antinada», lo cual me parece una necedad impropia de alguien al que se le presupone cierta altura intelectual. A mí mismo, en no pocas ocasiones, se me he acusado de ser demasiado «anti»; uno piensa que solo alguien manifiestamente plano y acrítico, es decir, alguien que ha dejado de pensar, puede no ser contrario a tantas cosas. Pero, vayamos con las cientos de páginas vertidas en los tres libros de Los enemigos del comercio, que parecen esforzarse en alabar, de modo algo simplista y lineal, al comercio y en defenestrar a sus supuestos refractarios (principalmente, el comunismo de raíz marxista).

Y es que Los enemigos del comercio parece una obra, fundamentalmente, anticomunista y me parece que esto ya traicionaría esa autoimpuesta condición de Escohotado como «no contrario a nada»; está claro que tiene una especial inquina a Marx, intelectual y también personal, y hacia todos aquellos que edificaron sistemas autoritarios en su nombre. Me remito a la entrada anterior, donde mencionaba un supuesto paradigma anticomunista que es posible que sea aplicable a la obra que nos trata: se trata de exagerar los muertos producidos por un lado y obviar los acaecidos por el otro (léase, el capitalismo, aunque Escohotado no lo llame así). Pero, no voy a entrar en una guerra de cifras, algo que por otra parte es aplicable a regímenes autoritarios de todo tipo y, si no, que se lo digan a los defensores, desgraciadamente bastantes en este inefable país, de ese esperpento asesino que fue Franco y la dictadura que encabezó perpetuada en el tiempo. Si estamos de acuerdo con Escohotado en su aversión teórica por todo mesianismo y por todo autoritarismo, conceptos muy vinculados, no podemos estarlo en su lectura simplista de que el liberalismo, léase libertad de comercio a nivel económico y democracia parlamentaria en el campo político, es sinónimo de civilización, progreso y prosperidad. Y no lo podemos estar, aceptando por supuesto lo benévolo de ciertos presupuestos liberales, porque el sufrimiento y los excluidos, en un mundo político y económico que se parece mucho al que apologiza nuestro recién desaparecido autor, siguen siendo demasiados. Y ello a pesar de, o tal vez por, la alabada creación de riqueza, que aseguran acabará algún día con la pobreza. Parafraseando al clásico, no es que seamos enemigos del comercio y la propiedad, es que la propiedad y el comercio nos considera enemigos.

Juan Cáspar