¿Anarquismo o barbarie? (Antonio López Campillo)

 

El desarrollo económico, técnico y del saber del mundo ha roto, en el mundo en el que vivimos, las morales y las ideologías dejando a los humanos en “pelota” doctrinal. En situaciones de crisis como esta, por comodidad y urgencia, se suele recurrir a doctrinas que están en la buhardilla de los modos de pensar envejecidos. Y por eso aparece hoy en día de nuevo, en los medios intelectuales, la solución nihilista. Que al negar los valores en general parece que explica lo acaecido, cuando en realidad únicamente ofrece un relativismo que llega, al negarse a analizar críticamente el mundo, a una parálisis progresiva de la acción que sobre el mundo podríamos ejercer. El nihilismo actual, heredero del de Nietzsche a través, entre otros, de Foucault, es una vía, la más fácil y casi natural (pues es un dejarse ir) de ocultar la estructura de la sociedad actual y así evitar el tener que proponer una vida nueva que contrarreste eficazmente, término este muy odiado por estos relativistas, los efectos nefastos de esta sociedad.
El nihilismo de hoy está convirtiendo a algunos anarcos en anarco-plañideras, que se limitan a denunciar el mal, ya que esta cuasi-doctrina considera el Poder como algo invencible ante el cual sólo queda el recurso del gemido. El miedo ante ese Poder, que ellos magnifican, les hace olvidar los intereses comunes y “resuelven” sus problemas en oraciones breves y fervorosas, en jaculatorias sollozantes. La anarquía puede quedar reducida a un simple “Muro de las lamentaciones” donde se dan cita, para llorar, los neo-nihilistas de ahora. Todo quedará en gritos y llantos.
El mal, en lugar de localizarlo en el mundo real que nos rodea, se cristaliza en conceptos a los que se concede un estatuto de realidad. Es que este fundir en uno el nombre y la cosa nombrada ha sido una característica del nihilismo desde siempre. Se llega así a un “intelectualismo” que gusta por lo fino que es, ya que con él podemos jugar “in mente” con los conceptos-problemas, sin necesidad de mancharse las manos ni sudar.
Dice Bookchin que su inquietud hoy, no reside en la ausencia de garantías de que aparecerá una sociedad libertaria sino en “si alguna vez de luchará por ella”, en un período tan desesperado y decadente.
El sólo maldecir el mal que se nos hace, sin oponer una resistencia activa, conduce, querámoslo o no, a pedir un “salvador”, alguien que nos “dé la libertad”. Pero lo que los anarquistas querían era, precisamente, la supresión de las donaciones.
Hay que luchar por nosotros, no llorar por nosotros.