Creacionismo, diseño inteligente y patrañas religiosas

 

Este artículo surge como consecuencia del debate mantenido a lo largo de dos semanas en un foro de Internet entre un grupo de creacionistas por un lado, y diversas personas contrarias a esta interpretación religiosa, quienes abordaron la cuestión desde las ciencias naturales y la filosofía. Los textos entre comillas son las argumentaciones presentadas por los creacionistas en esta discusión.


¿Qué tiene que ver la ciencia con los dioses? En principio no comparten nada en común pues una habla de hechos contrastables, conclusiones empíricas, y los otros hablan de dogmas, de fe; es como si se quisiera aplicar el método científico para demostrar la existencia del ratoncitos Pérez, cosa que por su propia lógica es totalmente irracional. Y sin embargo, en los últimos tiempos, los cristianos creyentes han desempolvado del baúl del olvido, la vieja corriente que planteaba que el universo era muy perfecto como para haber surgido sin un agente que dictara su evolución, que fuera guiando sus pasos. Esta corriente de pensamiento no es nueva, incluso no es ni original, pues ya desde el final del Imperio romano Agustín de Hipona desarrolló esta idea por medio de la retórica y la filosofía, testigo que recogerán a lo largo de la Edad Media teólogos como Tomás de Aquino o John Ray en el siglo XVII, con su libro La sabiduría de Dios manifiesta en las obras de la Creación (1691). Todas estas aproximaciones teológicas, sentarán las bases para que a principios del siglo XIX, el clérigo William Paley abordara el origen de la vida, no desde la filosofía como hasta ese momento, sino buscando pruebas de la intervención divina en el mundo de la ciencias naturales, publicando lo que se puede considerar como la verdadera biblia del moderno Diseño Inteligente, Teología natural, o evidencias de la existencia y atributos de la divinidad (1802). Como se puede apreciar, esta corriente de pensamiento es tan antigua como la misma historia de la religión cristiana; entonces, ¿por qué a finales del siglo XX resurge con una fuerza inaudita al debate científico y religioso? Para poder contestar a esta cuestión, hecho que nos permitirá comprender perfectamente el verdadero objetivo de este Diseño Inteligente, hay que tener en cuenta que esta corriente teológica, que no de otra cosa se trata, surge en los Estados Unidos en 1987, justamente como consecuencia de una serie de sentencias judiciales que prohibían la enseñanza del creacionismo como explicación del origen de la vida en el planeta Tierra pues atentaba directamente al principio constitucional de la clara separación entre Estado y Religión. Ante este hecho, el ala más reaccionaria del cristianismo, representada por los seguidores del Pentecostalismo y el Advenimiento del Séptimo Día, que habían dado lugar a distintas corrientes dentro del creacionismo como puede ser el Creacionismo de la Tierra Plana (cuenta con más de 3.500 seguidores y defiende que la Tierra es plana y ocupa el centro del universo), o el Creacionismo de la Tierra Reciente (considera que realmente la Tierra se ha creado hace unos 6.000 años y que lo narrado por la Biblia es la única verdad, incluido el diluvio y la creación del ser humano y la vida en el planeta), modifican su discurso creacionista para utilizar un lenguaje científico que les pudiera abrir de nuevo las puertas de los colegios y continuar haciendo se proselitismo entre los escolares. Esta corriente, autodenominada como Diseño Inteligente, cuyo principal representante en la actualidad es Michael Behe, se caracterizará por el empleo de un lenguaje eufemístico basado en las ciencias naturales y el desarrollo de todo un cuerpo retórico basado en pruebas parciales y descontextualizadas de la propia ciencia, todo ello para justificar que la vida no surgió de manera natural sino que fue creada por un “ente” superior.


Dios, el innombrable

Un buen seguidor del Diseño Inteligente no empleará en ningún momento el término de dios, hablando solo de un diseñador inteligente. Este eufemismo les permite nadar y guardar la ropa pues en cualquier momento pueden defender su argumentación señalando que ellos no hablan de dios sino de una fuerza externa que maneja los destinos de la vida en el planeta y que esa fuerza puede ser estudiada y explicada por medio del método científico, lo que supone abandonar el campo filosófico, terreno en donde se había desarrollado tradicionalmente el combate entre creyentes y no creyentes, para buscar el amparo de las ciencias naturales. Sin embargo, su sofisma parte de un dogma como es la propia existencia de esa fuerza externa, solo demostrable mediante un juego filosófico retórico y, por lo tanto, indemostrable por medio de pruebas empíricas. Obviamente, ellos parten de posiciones cristianas y las conclusiones de su discurso son claras: la defensa a ultranza de la existencia de dios, pero como pretenden convertir sus tesis en doctrina científica, nunca abordan lo que quieren decir con esa expresión de diseñador inteligente.

“¿Pregunta usted quién es el diseñador? Pues las evidencias científicas que poseemos hoy solamente nos sirven para indicar que posee inteligencia, es decir capacidad de concepción de sistemas complejos. No podemos saber más de Él porque la ciencia tiene sus límites. Usted me acusa a mí de no tener las respuestas que la ciencia no tiene. Y yo le respondo orgulloso que no tengo las respuestas que la ciencia no tiene”.

No deja de ser sarcástico que se utilice la ciencia como escudo para no posicionarse al respecto, sobre todo cuando, sin haber definido su existencia, sin haber podido demostrar mediante el método científico la existencia de este ser superior, ya le otorgan explícitamente la cualidad de inteligente, característica a la que hay que añadir, implícitamente, la de omnisciencia (lo sabe todo, hasta el punto de intervenir para corregir la evolución que él mismo ha creado), atemporalidad (ese supuesto ente ha existido siempre y existirá siempre, modificando a su antojo la vida), omnipotencia (todo lo puede ya que él es el creador de todo), y digo implícitamente pues nunca van a reconocer estas cualidades divinas de ese ser ya que ello supone afirmar que ese supuesto diseñador inteligente no es otra cosa que un dios, el dios cristiano de toda la vida. En su continuo juego de malabarismos, cuando se pone sobre la mesa la imposibilidad de que ese ente esté al margen de las leyes naturales, como buenos teólogos disfrazados de científicos, toman la senda más rápida, como es afirmar que ese ente está al margen de las leyes naturales pues es anterior a las mismas, es más, es el generador justamente de esas leyes y principios que rigen nuestras pobres vidas mundanas, leyes de las cuales está exento de cumplir tal ser superior.

“¿Está Dios sujeto a las leyes? Pues no, cualquiera que fuera la causa de originó el universo, incluso en el caso de que no fuera un dios, tal causa no está sujeta a las leyes naturales que gobiernan el universo desde su inicio (…) Porque las leyes naturales necesitan una causa para existir y esa causa es necesariamente sobrenatural. La naturaleza no puede haber sido originada por causas naturales porque no hay causas naturales en ausencia de naturaleza”.

Aquí reside la trampa. No hace falta demostrar científicamente la existencia de esa fuerza, ente o dios primigenio, solo deducir su existencia a partir de la huella que ha dejado en la vida, pruebas que son interpretadas para que se ajusten a ese ser que han ideado que, como afirman, está por encima de las leyes naturales. Un claro ejemplo de argumentación circular, y todo ello para evitar de cualquier manera decir que están hablando de un dios. Aunque los creacionistas tienen una clara predilección por el uso del lenguaje cientificista, no aplican nunca el propio método científico pues no buscan estudiar y demostrar la cuestión central de su supuesto campo de estudio, esto es, el origen de ese ser, de esa fuerza todopoderosa y omnisciente. Sin embargo, ese no es el caso, remitiendo en todo momento a vagas expresiones en el sentido de que su existencia es impepinable y no necesita de demostración, o las más de las veces, simple y llanamente ignorar la cuestión.

“Usted me pregunta ‘¿Y quién creó al creador?’ ¿Quiere realmente saberlo? Me parece que no. Usted no cree que exista un creador-del-creador y yo tampoco creo que exista ningún creador-del-creador. ¿Por qué entonces me pregunta usted acerca de alguien en el que ninguno de los dos creemos? Mire, se lo digo de otra forma. Usted no cree en las hadas y yo tampoco. ¿No le parecería absurdo que usted me preguntara sobre el color de las alas de las hadas en las que ni usted ni yo creemos? Bueno pues lo mismo pasa con el creador-del-creador. (…) ¿Pregunta usted de dónde proviene Dios? Yo le responderé de dónde salió Dios si usted me responde a esto: ¿Cómo es que un ateo que cree que no existe cierta Persona quiere saber de dónde salió esa Persona inexistente? Una entidad inexistente no puede provenir de nada”.

Como entre los practicantes de la religión judía, para los creacionistas modernos, dios es el innombrable, no porque sea pecado, sino porque eso supone derribar el escudo tras el cual se esconde el verdadero objetivo de toda su argumentación, que no es otra cosa que fortalecer, por medio de una neolengua, la religión. Y ahí entra en juego otra característica de los neocreacionistas y defensores del diseño inteligente: el carácter ecuménico de su postura. Al no hablar de un dios en concreto, este posicionamiento es válido tanto para un musulmán, un judío, un budista, un animista o raeliano, por solo citar algunas de las múltiples creencias que pululan por el mundo. La ciencia es universal y ellos pretenden, con su cruzada, crear una argumentación a favor de la divinidad de aplicación universal, aunque los principales defensores de estos planteamientos son todos cristianos y tienen en mente al dios cristiano.

“Puesto que me pide que le explique lo que creo intentaré hacerlo de forma breve pero completa: Yo creo en la teoría del Diseño Inteligente, esta teoría dice que ciertas características del mundo natural indican un origen inteligente.”

Sin embargo, cuando se rasca un poco la superficie aséptica y científica en la cual parecen querer llevar el debate, y se cuestiona el núcleo central de su pensamiento, esto es, la existencia de ese ente superior, rápidamente saltan las costuras de la contención y del supuesto cientificismo que defienden:

“El método científico no se aplica a la naturaleza de Dios porque Dios no es observable físicamente. Sin embargo el método científico sí se aplica a las obras de Dios, es decir el universo. La ciencia es el estudio de la obra de Dios y por eso revela la existencia de Dios. ¿De dónde vino Dios? Pues de ninguna parte. Es como si me pregunta ¿con quién está casado el soltero? (…) La huellas que la ciencia desvela indican un diseñador inteligente. Muchos de los que vemos estas huellas razonamos que ese diseñador es el Dios de la Biblia. Pero no es la ciencia la que muestra la existencia de Dios sino la razón basada en los descubrimientos científicos”.

¿Puede ser más explícita esta declaración de principios y del fin último del denominado como Diseño Inteligente?


La evolución, una compañera de viaje

Los creacionistas están utilizando la propia teoría de la evolución como palanca para demostrar que la vida ha sido creada y guiada por una fuerza externa a la naturaleza. Esta situación, que solo puede ser calificada como una paradoja, no supone ninguna contradicción para un defensor del diseñador inteligente pues plantea que una vez creada la vida, esta fue evolucionando a su libre albedrío hasta el momento en que este agente exterior decide intervenir para modificar tal línea de ADN, cambiar algún órgano específico o eliminar tal especie. Y aquí entra en liza una de sus argumentaciones predilectas como es que la edad de la Tierra no es lo suficientemente longeva como para dar lugar a la gran variedad de especies y su complejidad, y que por tanto, la evolución no ha podido hacer su trabajo de manera independiente, necesitando necesariamente la intervención de un agente externo, justamente ese ente que ha creado la vida, el universo y todo lo demás. En este caso no se refieren a la corriente teológica de la creación del Planeta hace 6.000 años, sino que aceptan que la Tierra tiene aproximadamente 5.000 millones de años, pero que ese tiempo no es suficiente para explicar esta diversidad de la vida.

“Sí. Los creacionistas creemos en la evolución. ¿Eso le extraña? ¿Qué se piensa usted que es el creacionismo?”

Esto da lugar a una situación, cuanto menos, contradictoria, pues aunque parecen utilizar la teoría de la evolución, en todo momento están empeñados en demostrar que tal teoría es falsa pues no explica en sí la transformación de la vida. De ahí que se empeñen, con Michael Behe a la cabeza, en buscar esa prueba irrefutable de la existencia de ese diseñador inteligente por medio de lo que acuñó ya Paley a principios del siglo XIX, el principio de irreductible complejidad, que manifiesta que en la naturaleza existen elementos de extrema complejidad que no pudieron surgir con la evolución lenta y acumulada de pequeños cambios de sus partes pues de manera independiente no tienen estos componentes ninguna utilidad y, por lo tanto, se infiere que un ente diseñó tal elemento. Para demostrar la existencia de esta irreductible complejidad, los creacionistas emplearán como punta de lanza tres elementos, como son el ojo, el proceso de coagulación sanguínea y la existencia del flagelo bacteriano. Veamos cada uno de los casos planteados.

El ojo, sobre todo el ojo humano, tiene un largo recorrido como argumento a favor de la existencia de dios pues ya William Paley se había extasiado ante la complejidad de su diseño. Michael Behe, en su primera formulación del Diseño Inteligente, retomará este ejemplo, aunque con el paso de los años, ha dejado de emplearse, al menos en los foros y debates en donde haya presencia de médicos y biólogos pues la ciencia ha demostrado claramente los errores existentes en este supuesto “diseño” exprofeso, consecuencia estos errores del efecto acumulativo de la evolución, o la existencia en la naturaleza de otros órganos visuales mucho más complejos y desarrollados que el del ser humano, como ocurre con el de los cefalópodos. Sin embargo, por su carácter efectista, no dudan en sacarlo a la palestra en cualquier momento en que consideren que el público no está capacitado para rebatir esta supuesta perfección reflejo de la mano de dios en su creación.

“Parece que usted es de los que todavía cree que el ojo es producto de la evolución. Yo le propongo que examinemos las evidencias científicas y que sacamos conclusiones a partir de ellas. ¿Cuándo aparecen por primera vez los ojos en la historia de la vida? Pues aparecen en el Cámbrico. ¿Son ojos sencillos o complejos? No son nada sencillos, los trilobites muestran ojos compuestos, una visión que se ejecuta en base a un complejo sistema. ¿Existen en los estratos inferiores al Cámbrico una sucesión de especies que partiendo de un individuo sin ojos evolucionan éstos de forma gradual? No. Los primeros ojos del registro fósil son ojos completamente ojos. ¿En qué hecho se basa usted para afirmar que los ojos de los trilobites evolucionaron a partir de individuos que carecían de ellos?”

La coagulación de la sangre durante mucho tiempo intrigó a la comunidad científica por la complejidad de su funcionamiento y el número de procesos biológicos que interviene en la misma. Este hecho, esta complejidad, fue esgrimida por los creacionistas como claro ejemplo de complejidad irreductible, de tal manera que la coagulación no podía existir sin que todos estos procesos se crearan a la vez. Aquí surge otra de las características del Diseño Inteligente como es que siempre recurre a argumentación de la ignorancia, esto es, como el mundo científico no ha logrado explicar tal proceso pues desconoce sus partes o cómo surgió, entonces este hecho es interpretado por medio de la intervención divina. Dicho de manera coloquial, es como si nos encontramos un billete de 500 euros en la calle y, como no sabemos cómo y por qué está ahí, decimos que ha sido puesto por dios. Sin embargo, al igual que ocurriera con el ojo humano, la investigación científica, paso a paso, ha demostrado cómo se produce este proceso natural y cómo las partes que intervienen en el mismo han ido evolucionando con el tiempo, sin que ninguna dependa de la otra en su surgimiento. En este caso, es muy interesante este argumento creacionista pues en 2005, cuando la Corte Federal de Pennsylvania juzgó la demanda de un grupo de padres contra la decisión de la Junta Escolar de Dover de incluir, en igualdad de condiciones, la explicación del Diseño Inteligente como contrapunto de la evolución, durante la vista oral, Michael Behe actuó de perito de la defensa utilizando justamente la coagulación como ejemplo de irreductible complejidad siguiendo la línea argumental que había desarrollado en 1996 en su libro La caja negra de Darwin. Pues bien, en sus conclusiones, el juez del caso John E. Jones, afirmaría:

“El profesor Behe fue preguntado respecto a su declaración de 1996 de que la ciencia nunca encontraría una explicación evolutiva del sistema inmune. Se le presentaron cincuenta y ocho publicaciones a nivel académico, nueve libros, y varios capítulos de libros de texto de inmunología sobre la evolución del sistema inmune; sin embargo, él simplemente insistió en que esto todavía no era suficiente evidencia de la evolución (…) Por tanto hallamos que la declaración del profesor Behe a favor de la complejidad irreducible ha sido refutada en artículos de investigación académica y ha sido rechazada por la comunidad científica en general”.

Ante estos dos fracasos científicos, los creacionistas han centrado su argumentación al campo de la genética y los microorganismos, en donde de nuevo utilizan arteramente los desconocimientos científicos para apuntalar sus interpretaciones, ocupando un lugar preeminente como ejemplo de irreductible complejidad, entre otros por el desacreditado Behe, la existencia del denominado flagelo bacteriano, que no es otra cosa que uno de los muchos sistemas de motilidad de dichos organismos. La argumentación se basa en que es un órgano extremadamente especializado como para haber surgido por efecto de la agregación de la evolución y, por tanto, el supuesto Diseñador Inteligente tuvo que intervenir en su creación. Y de nuevo vemos cómo comienzan a desplegar toda una jerga científica buscando impresionar a los legos en estas cuestiones, con un uso muy interesado de analogías con el mundo macroscópico, no tanto para clarificar conceptos sino para resaltar la complejidad irreductible de tal elemento. Así, vemos circular en sus argumentaciones, expresiones como “nanomaquinaria molecular”, “motor fueraborda”, etc. dando la impresión, con estas analogías, que estamos ante una maquinaria construida por una inteligencia superior.

“Desde 1997 hasta hoy se ha descubierto que la mayoría de los procesos intracelulares se deben a robots en miniatura que la célula fabrica. Un ejemplo concreto es el motor fuera borda que usa la bacteria E. Coli para desplazarse en un medio acuoso. La bacteria construye su motor rotatorio (el mismo motor usado en los Mazda RX) pieza a pieza (más de 2.000 piezas) que luego ensambla una a una siguiendo unos pasos escritos previamente en su ADN. El motor del flagelo bacteriano es un ejemplo de nanomaquinaria molecular”.

“Antes de que existiera el primer motor tuvo que existir la idea, el concepto en la mente de algún ingeniero. Eso es algo en lo que todos estamos de acuerdo. El motor no nació al ensamblar las piezas sino que nació en la mente del ingeniero que lo concibió. De la misma forma el motor bacteriano no nació con la primera bacteria sino que fue concebido previamente. Pero ¿qué mente podría haberlo concebido si en aquel tiempo no había seres humanos? Tuvo que ser una mente no material la que concibió el primer motor de la historia de la Tierra”.

Sin embargo, de nuevo los creacionistas se han tenido que enfrentar con toda la comunidad científica que, como en el caso de la coagulación sanguínea, vuelve a demostrar que el flagelo no es un órgano de complejidad irreductible ya que existe un sistema similar, el sistema secretor SSTT, empleado por las bacterias para inyectar las toxinas a través de las paredes celulares. Pues bien, este sistema, más simple, está constituido por proteínas homólogas a la porción basal del flagelo, de tal manera que ya no se cumple el principio básico de que cualquier sistema de complejidad irreducible, a saber, que no puede existir si falta alguna de sus partes. Para solventar este problema, tiran los creacionistas justamente de la teoría de la evolución para explicar que el órgano Tipo III (TTSS) es una degeneración del famoso “motor”, de tal manera que la evolución, según ellos, no puede crear este sistema sino sólo “degenerarlo” (ojo con la carga peyorativa del término, no evoluciona sino que se corrompe) determinando, sin pruebas, una secuencia generativa que va del flagelo al sistema Tipo III (TTSS).

“Pregunta usted ¿qué pasa con el sistema secretorio Tipo III (TTSS) similar a un flagelo? Pues la respuesta es que el sistema SSTT es resultado de un proceso degenerativo, no de un proceso creativo de algo estructuralmente nuevo, hablando cualitativamente, que no existiera ya inicialmente”.

Este nuevo escollo, producto del avance de la ciencia, a su argumento estrella ha llevado a los creacionistas a reaccionar buscando apuntalar su edificio por medio, en este caso, de las matemáticas, proponiendo todo un aparataje de cálculos de probabilidades para demostrar la imposibilidad de que en el tiempo que ha existido la vida en el planeta, pudiera darse la posibilidad de que se generara el flagelo. Seguirán en este punto los trabajos del creacionista William Dembski quien ha llegado a estimar que las probabilidades de creación del flagelo es de 10-1170, una probabilidad imposible, sobre todo si se tiene en cuenta, en comparación, que el número de átomos del universo se ha estimado entre 10-77y 10-80. Sin embargo, estos cálculos no son más que simple ejercicio erudito que deja una profunda impresión en un foro no especializado pero que numerosos matemáticos y biólogos han puesto en solfa. Como demuestra la biología, por ejemplo, la probabilidad de que una bacteria adquiera resistencia al antibiótico estreptomicina es de 4X10-16 (cuatro entre diez mil billones); y sin embargo, cuando ponemos en una cápsula de Petri bacterias en contacto con este antibiótico, a los pocos días tenemos un cultivo de 30 mil millones de bacterias resistentes a la estreptomicina.

“La complejidad irreducible es el criterio que propuso Darwin para falsar su teoría. El reciente descubrimiento de las máquinas moleculares confirma que la evolución de Darwin es falsa. La ciencia nos libera de los dogmas”.

“Darwin dijo que el día que encontráramos un órgano que no puede haber llegado a formarse de forma lenta y gradual podríamos estar seguros de que su teoría es falsa. Ahora la ciencia (no Behe) ha descubierto que el metabolismo celular se lleva a cabo mediante máquinas que no pueden formarse de forma gradual y lenta porque en los estadios iniciales no aportan ninguna ventaja evolutiva al organismo. En definitiva el criterio de falsabilidad indicado por Darwin se ha cumplido. Su teoría es errónea si se la juzga por sus propios criterios”.

Si los creacionistas fueran coherentes con su propio método, la demostración de la falsedad de esos ejemplos de complejidad irreducible, como ocurrió en su momento con la coagulación o el ojo humano, y que en la actualidad está desmontando el argumento del flagelo, tendría que conllevar la conclusión de que el diseño inteligente es falso. Como siempre, cuando se avanza en la investigación y se amplía el conocimiento, se desvelan los supuestos misterios en torno al origen y funcionamiento de los organismos naturales, entrando en descrédito toda esta falsa ciencia que parte del desconocimiento filtrado a través de un dogma de fe como es la existencia de dios y su intervención creadora. Este es el neocreacionismo que en los últimos tiempos está intentando asaltar las escuelas desde las cátedras de algunas universidades, buscando volver a la explicación teológica en vez de racionalista de la vida y su existencia.


Alexis Rodríguez

Publicado en el número 309 del periódico anarquista Tierra y libertad (abril de 2014)