Doce pruebas de la inexistencia de Dios

 

Prólogo de Antonio López Campillo

Este Cuaderno de Educación Social, publicado en 1936 por las ediciones de Tierra y Libertad de Barcelona, es una buena muestra de la clara orientación materialista y racionalista de los anarquistas españoles de esa época. La educación y formación racional y razonable de los afiliados y simpatizantes era, sin duda, una de las tareas principales de la CNT y las organizaciones próximas en sus Ateneos. y se puede decir, sin temor a equivocamos, que fue, en buena parte, esa educación la que permitió la revolución anarquista de 1936. La colectivización que se inició a principios de la Guerra Civil implicaba una fuerte dósis de audacia y de reflexión racional, y había sido precedida por un largo camino de formación ideológica, en la que el ateísmo jugó un papel de primer orden.
La autonomía significa dotarse de reglas y leyes propias, y eso estaba implícito en el lema: «Ni Dios, ni Amo». El orden de este enunciado es claro y muy significativo; Dios en primer lugar, el amo en el segundo. La lucha ideológica contra los dioses precede, necesariamente, a la de los amos, lo que es natural: los amos son sólo diosecillos. El principio de la autoridad, la Autoridad Suprema, el gran símbolo de la autoridad es el concepto de Dios. No hay que olvidar que Él es el Centralizador de Valores y que si Él existe no hay verdadera autonomia.
En el medio anarquista el ateísmo constituía un elemento fundamental de la visión del mundo. De ahí que en ese medio proliferasen los libros y folletos contra la religión.
El ateísmo, que no aceptaba la idea de Dios, era común a anarquistas, socialistas y comunistas. La diferencia entre los primeros y los otros dos residía en su relación con el amo. Los socialistas de los primeros tiempos eran ateos. Su doctrina, muy meditada, llevaba implícita, como a regañadientes, una cierta aceptación del amo. Con el tiempo y la llegada de los comunistas al poder, el concepto de amo, algo enmascarado, eso sí, se hizo explícito. En este proceso al amo se le denominó Gran Jefe, Jefe Genial. Decía el poeta francés Aragon en un poema de 1953:
« Oh Gran Stalin, oh jefe de pueblos,
Tú que haces nacer al hombre,
Tú que fecundas la tierra...
etc... etc"
El Gran Jefe tiene, según Aragon y los responsables de
Les Lettres Françaises, revista donde se publicó este poema, buena parte de los atributos clásicos de Dios. Lo que demuestra históricamente que no basta con decir no a Dios. Hay, por precaución, que decir también no a los Amos terrenales (económicos o ideológicos). Tenía razón Hegel cuando afirmaba que es el esclavo quien con su miedo confiere poder al amo.
El ateísmo de «Ni Dios, Ni Amo» implica el deseo de autonomía, lo que exige un racionalismo a ultranza. Resulta que estar solo, sin un Dios o un Amo que nos guíe, requiere una reflexión continua. Además, el pensar adecuadamente, en consonancia con la realidad, exige un gran esfuerzo mental y moral. Decía La Boétie que el ser humano tiene una tendencia al sometimiento, a servir a alguien, ya que al someterse se relaja y deja de seguir pensando. Con el vacío mental se llega fácilmente y con alegría a la Servidumbre Voluntaria. La otra tendencia, la de la libertad, es más ardua y fatigosa, más apremiante.
En los últimos decenios se ha producido un declive ideológico muy acusado. La mayoría de los movimientos políticos está renunciando a sus doctrinas e ideas. Lo más acentuado en este proceso es la disminución creciente de la importancia de la moral, en todas sus formas. y no sólo en el orden político, sino también en el religioso. Cabe la posibilidad de que sólo sea un reflejo de los cambios que tienen lugar en la sociedad, fruto, entre otros factores, de los avances en el saber del mundo, de las grandes modificaciones en las ciencias y de sus repercusiones técnicas. Cambios técnico-sociales, que en el vivir cotidiano ponen en evidencia el carácter inoperante de la mayor parte de las doctrinas ideológicas al uso (más valdría decir en camino de desuso).
En este declinar ideológico general los
anarcos, por el momento, han resistido mejor que los otros movimientos sociales. Sin duda por ser el anarquismo más una moral que una doctrina. Pero tampoco escapan a esa decadencia universal. Como se pone de manifiesto en el caso del ateísmo, que hoy no les ocupa demasiado tiempo. Los pocos textos que se editan sobre este tema suelen proceder de medios no anarquistas.
Este vacío de ideas genera un modo de pensar que comienza por desprestigiar la razón, según sus críticos fuente de todos los males y del mal funcionamiento que padece la sociedad actual. Los ejemplos que proporcionan estos nuevos pensadores, que suelen autodenominarse postmodernos, de doctrinas perversas fruto de la razón, la del Siglo de las Luces, son, entre otros menores, el comunismo, el socialismo, el nazismo, el liberalismo. Es decir, todos los movimientos sociales nacidos en la edad de la Razón y posteriores a ella. No tienen en cuenta si estos hijos de la razón se han modificado y alterado al ser puestos en práctica. Atacan los orígenes doctrinales, no las doctrinas, lo que exigiría un análisis serio de los contenidos de éstas y de los efectos demoledores debidos a la puesta en práctica. En el amplio mundo de este pensamiento postmoderno surge una mayoría de teóricos que tienden a buscar a Dios, o al menos a los dioses. Es un modo de intentar encontrar un fundamento a sus posturas (más que posiciones) ideológicas. AI rechazar la razón buscan soluciones en el pensamiento «espiritualista», en posiciones religiosas anteriores, o en el misticismo.
Junto al pensamiento postmoderno destacan hoy las múltiples religiones orientales, más o menos auténticas, que crecen como setas en este nuestro mundo. Los fundamentalismos de todo tipo muestran con claridad el "despiste" ideológico que reina en nuestra sociedad. Cabe constatar que en su momento algunos de los pensadores postmodernos más enjundiosos, entre otros el filósofo francés Foucault, se quedaron admirados ante el ayatollah Jomeini, pues veían en él al revolucionario espiritual, no contaminado por la razón, que podía abrir un camino nuevo en la sociedad actual.
Quizá haya llegado el momento de volver a reflexionar sobre el ateísmo. El cuaderno de Sebastian Faure podría servir en estos tiempos para reiniciar el debate sobre el tema.
Sebastian Faure (1858-1942), fue un anarquista francés de gran importancia. Siendo muy joven ingresó como novicio en un colegio de los jesuitas, centro que abandonó a la muerte de su padre. A partir de ese momento se unió al movimiento anarquista, donde desempeñó un papel fundamental. En 1892 fundó el periódico
L'Agitation y en el año 1895 Le Libertaire, órgano anarquista francés que existe hoy en día. Entre sus obras destacan Autoridad y Libertad (1891) y Filosofía Libertaria (1895).
El folleto que nos ocupa fue escrito probablemente en los primeros años del siglo XX. Resulta curioso que en el tránsito del siglo XIX al XX hay un resurgir de la religiosidad, con sus toques de orientalismo y todo. Es algo que recuerda, salvando las distancias, lo que sucede en nuestros días. Es entonces cuando Sebastian Faure escribe su folleto. Otro elemento que parece justificar su actualidad.
En
Doce Pruebas que Demuestran la No Existencia de Dios, muestra las incoherencias de los razonamientos de los religiosos al intentar justificar racionalmente la existencia de su Dios y de sus propiedades. Tema este último que había sido resuelto con elegancia y lógica por Averroes y Ockham. Es de hecho una crítica interna de los mismos postulados de los religiosos. Crítica que muestra que las razones aducidas de la existencia de Dios se transforman, al analizarlas, en pruebas de su inexistencia.
Con buen sentido, Faure señala que hay dos medios para abordar el problema de la inexistencia de Dios. El primero consistiría en eliminar la hipótesis Dios como origen del Universo, por lo que sabe la ciencia de este asunto. El segundo trataría de demostrar que la argumentación de los creyentes no es coherente. Faure se ocupa del segundo procedimiento, el de la crítica interna, y lo realiza de un modo breve y eficaz. Sobre el primero argumenta que, aun existiendo en su época varias hipótesis ingeniosas aceptables por la razón, no están suficientemente desarrolladas ni poseen el valor de una certeza científica como para poder utilizarlas de un modo adecuado, es decir, constata que a principios del siglo XX pretender explicar científicamente el origen del Cosmos no era posible. Por eso se centra en el segundo medio.
En el ambiente de desideologización general, los creyentes suelen emplear los argumentos clásicos, los que se analizan en este folleto, y al hacerlo lo hacen con ventaja, pues la mayoría de los ciudadanos no han oído hablar de ellos. Curiosamente, este texto de Faure informa puntualmente de los argumentos que esgrimen los creyentes, argumentos que no circulan por las calles, al tiempo que muestra sus debilidades.
Es evidente que Sebastian Faure hizo un trabajo duradero, que en los albores del siglo XXI conserva el valor que tuvo a finales del siglo XIX y principios del XX. Por esa razón deberíamos estarle agradecidos.