La pedagogía de Francisco Ferrer, de José Antich

 

Aunque hemos incluido otros textos sobre la figura de Francisco Ferrer Guardia, reproducimos ahora una conferencia de José Antich dedicada exclusivamente a glosar su ideario y su tarea pedagógica, que fue editada por las Publicaciones de la Escuela Moderna. Del interés de la charla baste decir que en su número del 30 de junio de 1915 el periódico anarquista Tierra y Libertad reseñaba así la publicación de este folleto: “Nuestros sinceros plácemes al doctor Antich por su acierto en la elección del tema de su conferencia y por el arrojo que supone desarrollarla en el Ateneo de Madrid, desafiando un ambiente de ignorancia y preocupaciones que da la tónica de esta menguada y partidista mentalidad española”.


INTRODUCCIÓN

Voy a tratar de Francisco Ferrer como pedagogo. Creo que ha transcurrido ya el tiempo suficiente desde su muerte para poderlo hacer con serena reflexión.

Se ha hablado mucho de él, pero especialmente en lo que se refiere a la revolución de julio y a su trágica muerte. En lo que respecta a ciencia, casi todos los que del él se ocupan demuestran desconocerlo por completo. Los enemigos le tratan despectivamente, y los afines, en su mayoría, no parecen tampoco conceder gran importancia a sus talentos, aunque le prodiguen muchas alabanzas en otros sentidos. Pues bien, yo voy a demostrar lo erróneo de su criterio. Voy a probar que Ferrer era un pedagogo; que era un vidente y una voluntad en una sola persona.

Es inútil cerrar los ojos a la evidencia; pasará la agitación que produjo su muerte y quedará lo eterno, que es la labor positiva de los hombres. Quedará la visión pedagógica que supo condensar en sus notables trabajos literarios, y el esfuerzo de voluntad que realizó para llevar sus ideas a la práctica, intentando la renovación de la escuela.

Ferrer era un sabio, en la más amplia y exigente expresión de la palabra. Vio claramente los defectos de la enseñanza y precisó los medios de corregirlos. Vio que mientras subsista el carácter de la escuela actual no será posible formar hombres relativamente perfectos, y descubrió las bases en qué ha de fundarse la escuela nueva; por eso afirmo que era un sabio.

La inmensa mayoría de los que pasan por sabios no lo son. Unos saben solamente lo que dicen los libros que han leído, pero lo saben de memoria; otros construyen fárragos de palabras incomprensibles en cuyo fondo no hay nada más que vacua y grandilocuente obscuridad con apariencia de sabiduría, pero ninguno de ellos es capaz de hacer avanzar la ciencia de su tiempos en la más mínima proporción.

Debe llamarse sabio al que descubre una verdad y acierta a sacar de ella consecuencias provechosas para el mundo. Ferrer fue un sabio porque descubrió que la maldad de los hombres actuales era hija de la educación que habían recibido. La sociedad manda a sus hijos a la escuela para educarlos, pero el resultado que consigue es su adaptación al medio de esclavitud social en que vivimos. La escuela educa a los niños para que, al ser hombres, sufran con resignación los errores, los prejuicios y las tiranías en que se funda el dinamismo de la humanidad.

De esta manera el progreso es imposible. Lo que se logra es el mantenimiento del statu quo; lo que se logra es la eternización de una vida humana que está más cerca de la del hombre primitivo de las cavernas que de la de un ser perfecto, absolutamente redimido.

Ferrer estudió los defectos de esta educación nociva, y nos dio un plan pedagógico completo para transformarla. Ferrer fue un sabio: esta es la corona que hay que añadir a las de apóstol y de mártir que ceñían su frente. Su obra triunfará, como triunfan todas las obras buenas, y la humanidad del porvenir será deudora de la causa principal de su progreso.

TRANSFORMACIÓN Y RENOVACIÓN DE LA ESCUELA

La vida de Francisco Ferrer se caracteriza por la acción; una acción constante y férrea, realizada por un ser de una voluntad potente. Fue tan fecundo en hechos como sobrio en escritos; pero no tanto que no dejara varias exposiciones gráficas de sus ideas. EN el trabajo titulado “La renovación de la escuela”, publicado en el número 1 del Boletín de la Escuela Moderna (Barcelona, 1 de mayo de 1908), es donde están integralmente sintetizados los principios fundamentales de su credo.

Este artículo, como todos los demás que citaré, está reproducido en la obra La Escuela Moderna, publicada por la Casa editorial del mismo nombre, bajo la dirección de D. Lorenzo Portet.

La forma literaria que en él usa Ferrer es breve, robusta y transparente. Casi nunca rebasa la esfera de la sencillez; pero en los instantes en que evoca la silueta del hombre del porvenir, que ha de ser hijo de la moderna ciencia pedagógica, alcanza una intensidad patética rayana en lo sublime. Esta es la obra que en primer término he escogido para apoyar mis afirmaciones. Transcribiré sus principales párrafos, y basado en el texto, explicaré la opinión que me merezca.

Lo primero que ocupa la atención de Ferrer es la elección del procedimiento que ha de seguirse para lograr la escuela perfecta. ¿Debe transformarse la actual? ¿Debe crearse una nueva escuela? A este respecto se expresa de este modo:

“Dos medios de acción se ofrecen a los que quieren renovar la educación de la infancia: trabajar para la transformación de la escuela por el estudio del niño, a fin de probar científicamente que la organización actual de la enseñanza es defectuosa y adoptar mejoras progresivas; o fundar escuelas nuevas en que se apliquen directamente principios encaminados al ideal que se forman de la sociedad y de los hombres los que reprueban los convencionalismos, las crueldades, los artificios y las mentiras que sirven de base a la sociedad moderna.

El primer medio responde a una concepción evolutiva que defenderán los hombres de ciencia y que, según ellos, es la única capaz de lograr el fin.

En teoría tienen razón, y así estamos dispuestos a reconocerlo. Es evidente que las demostraciones de la psicología y de la fisiología deben producir importantes cambios en los métodos de educación; es evidente que los profesores, en perfectas condiciones para comprender al niño, podrán y sabrán conformar su enseñanza con las leyes naturales. Hasta concedo que esta evolución se realizará en el sentido de la libertad, porque estoy convencido de que la violencia es la razón de la ignorancia, y que el educador verdaderamente digno de ese nombre los obtendrá todo de la espontaneidad, porque conocerá los deseos del niño y sabrá secundar su desarrollo dándole la más amplia satisfacción posible. Pero, en la realidad, no creo que los que luchan por la emancipación humana puedan esperar mucho de ese medio”.

Eso dice Ferrer, y se expresa así por temor a las dificultades que han de surgir al proponerse depurar los vicios de que adolece la escuela actual. Hay un sin fin de intereses creados que sería necesario lesionar. Al sentirse heridos se defenderían con fiereza. Si desde un principio no se rompía con ellos entorpecerían enormemente la labor. Es necesario no darles beligerancia; es preciso no tratar con ellos, para no verse obligado a sostener una lucha en la que habría de conquistarse terreno palmo a palmo, y para eso se impone crear la escuela nueva.

La escuela es le medio de que dispone una civilización determinada para eternizarse. Imponiendo sus principios a los niños, consigue vivir perpetuamente rejuvenecida. Variará algo en la misma forma, pero su entraña será siempre la misma si logra infiltrarse en los corazones juveniles. Pues bien; si la escuela moderna ha de ser un germen de liberación, si ha de ser el medio de crear ciudadanos robustos, inteligentes y libres, capaces de destruir todo lo que pugne con su manera de ser, es natural que la escuela antigua le ponga el veto. No lo hace ella, lo hace la misma civilización temerosa de su muerte. Por eso Ferrer no cree posible la realización de su obra más que prescindiendo de todo lo viejo y montando el edificio de nueva planta.

LOS GOBIERNOS Y LA ESCUELA

Estudia luego Ferrer la influencia y la acción que ejercen los gobiernos sobre las escuelas.

Sobre este particular dice lo siguiente:

“Pasó el tiempo en que los gobiernos se oponían a la difusión de la instrucción. Esa táctica les era antes posible porque la vida económica de las naciones permitía la ignorancia popular, esa ignorancia que facilitaba la dominación. Pero las circunstancias han cambiado; los progresos de la ciencia y los multiplicados descubrimientos han revolucionado las condiciones del trabajo y de la producción; ya no es posible que el pueblo permanezca ignorante; se le necesita instruido para que la situación económica de una país se conserve y progrese contra la concurrencia universal. Así reconocido, los gobierno han querido una organización cada vez más completa de la escuela, no porque esperen por la educación la renovación de la sociedad, sino porque necesitan individuos, obreros, instrumentos de trabajo más perfeccionados para que fructifiquen las empresas industriales y los capitales a ellas dedicados.

Los elementos directores han previsto los peligros que para ellos trae consigo el desarrollo intelectual de los pueblos y han cambiado de medios de dominación, adaptándose a las nuevas condiciones de vida. Con el fin de conservar las creencias antiguas en las que se basaba la disciplina social, han querido dar a las modernas concepciones científicas una significación que no pudiera perjudicar a las instituciones establecidas, y esto es lo que les ha inducido a apoderarse de la escuela. Los gobernantes, que antes dejaban a los curas el cuidado de la educación del pueblo, porque su enseñanza, al servicio de la autoridad, les era entonces útil, han tomado en todos los países la dirección de la organización escolar.

El peligro, para ellos, consistía en la excitación de la inteligencia humana ante el nuevo espectáculo de la vida; consistía en que en el fondo de las conciencias surgiera una voluntad de emancipación. Locura hubiera sido luchar contra las fuerzas en evolución; era preciso encauzarlas, y para ello, lejos de obstinarse en antiguos procedimientos gubernamentales, adoptaron otros nuevos de evidente eficacia. Fundaron escuelas, trabajaron por esparcir la instrucción a manos llenas y, si en un principio hubo entre ellos quienes resistieron a este impulso, todos comprendieron pronto que era preferible ceder y que la mejor táctica consistía en asegurar por nuevos medios la defensa de los intereses y de los principios. Viérose, pues, producirse luchas terribles por la conquista de la escuela; en todos los países se continúan esas luchas con encarnizamiento; aquí triunfa la sociedad burguesa y republicana, allá vence el clericalismo. Todos los partidos conocen la importancia del objetivo y no retroceden ante ningún sacrificio para asegurar la victoria”.

Lo que dice Ferrer es la expresión de la verdad.

Nadie defiende ya la incultura; todo el mundo pide la exterminación del analfabetismo; pero lo que en realidad se propone cada cual es aumentar el número de adeptos poniendo la enseñanza al servicio de los dogmas de su credo. Si un gobierno es católico quiere la enseñanza católica, si es republicano la quiere republicana, y lo mismo hace si es socialista u otra cosa; la cuestión es imponer por la fuerza sus doctrinas a todos los niños de la nación.

Y no son solamente los gobiernos los que hacen esto; esto lo hacen todas las fuerzas que tienen un interés creado. Lo hacen las diversas religiones y los diversos partidos políticos que viven en un Estado.

La escuela debería ser una fuerza renovadora y ellos la utilizan como energía conservadora.

Nadie presta su concurso a una escuela que se proponga forma hombres; en cambio, todo el mundo protege a las que intentan formar católicos, patriotas o socialistas, según sean sus opiniones.

En España no se observa aún, como en Francia y otras naciones, ese imperio del gobierno sobre la escuela. En nuestro país todavía se halla la escuela oficial bajo la férula de la Iglesia. Legalmente aún está prohibida cualquier enseñanza contraria al dogma, y por eso vemos intervenir algunas veces a los obispos en las universidades; pero, en cambio, abundan en el campo particular las escuelas sectarias de uno u otro bando político o religioso. Y así sucederá mientras la instrucción y la educación no lleguen a emanciparse de toda tutela.

LO QUE ES LA ESCUELA ACTUAL

Se ocupa después Ferrer de lo que es la escuela actual y escribe lo siguiente:

“La escuela sujeta a los niños física, intelectual y moralmente para dirigir el desarrollo de sus facultades en el sentido que se desea, y les priva del contacto de la naturaleza para modelarlos a su manera. Educar equivales actualmente a domar, adiestrar, domesticar. Para realizar esta educación se han inspirado en los principios de disciplina y autoridad que guiaron a los organizadores sociales de todos los tiempos, y no han tenido más que una idea muy clara y una voluntad, a saber: que los niños se habitúen a obedecer, a creer y a pensar según los dogmas sociales que nos rigen. Esto sentado, la instrucción no puede ser más que lo que es hoy. No se trata de secundar el desarrollo espontáneo de las facultades del niño, de dejarle buscar libremente la satisfacción de sus necesidades físicas, intelectuales y morales; se trata de imponerle pensamientos hechos; de impedirle para siempre pensar de otra manera que la necesaria para la conservación de las instituciones de esta sociedad; de hacer de él, en suma, un individuo estrictamente adaptado al mecanismo social. No se extrañe, pues, que semejante educación no tenga influencia alguna sobre la emancipación humana”.

Realmente esto que dice Ferrer es el fondo de la escuela actual como ha sido el fondo de las escuelas de todas las épocas. Lo repito una vez más: la escuela no ha sido nunca renovadora, sino conservadora. Esta afirmación es incontestable en lo que se refiere a la ética, pero también lo ha sido en lo que se refiere a la ética, pero también lo ha sido hasta nuestros días en lo que respecta a la ciencia pura y a sus aplicaciones. Todos los grandes propulsores del progreso de la humanidad, todos los hombres de genio que han intentado romper los moldes viejos de la ciencia, han tenido que luchar desesperadamente contra lo que podríamos llamar escuelas de su tiempo, formadas por las juntas de sabios, universidades, etc.

No hay descubrimiento científico que no haya ocasionado amarguras sin fin, si es que no ha llegado a costarle la vida al sabio que lo alcanzó. Es verdad que en nuestros días ya no pasa esto; los sabios pueden decirlo todo si saben guardar las formas. Las formas son los dogmas religiosos sobre los cuales está grabado el noli me tangere. Pero en la esfera ético-religiosa ya no se goza de libertad; la moral social y la religión se eternizan en la sociedad imponiéndose en los cerebros de los niños. Y esto es el pecado más grave que pueda cometerse contra la misma religión, como voy a demostrar en el acto. Religión, esencialmente, es lo mismo que ciencia: es el conocimiento de la vida en su origen, en su modo de ser y en su finalidad.

No habiendo pronunciado aún la ciencia su última palabra sobre este punto, la religión revelada se ha adelantado a satisfacer la curiosidad humana, explicando la creación del mundo como origen de la vida, la noción biológica dual de materia y espíritu como modo de ser orgánico, y en los premios y castigos eternos como finalidad.

Claro está que cada religión ha explicado estos puntos a su manera, y todas ellas han dado a la explicación el carácter de revelación divina. Hasta aquí no habría nada malo en esto, porque no puede privarse que la fantasía ocupe los espacios de que la ciencia aún no se ha adueñado. Lo sensible es que el mito invada la escuela; lo censurable es que los dogmas se instilen en el cerebro del niño, imposibilitándole de libertarse del error para siempre. El cerebro del niño es una tabla de cera blanda en la cual queda grabado todo lo que se escribe. Cuando la cera se endurece por virtud de los años, queda estereotipado lo que en ella se trazó, y es muy difícil entonces substituir el error por la verdad. Los principios religiosos que se inculcan al niño perduran en su alma eternamente. Esto lo saben muy bien las sectas religiosas y por esta razón quieren apoderarse de la escuela. ¿Cuál es la consecuencia? La eternización del error. Si se dejara al niño en libertad de pensar lo que quisiera, si no se le amoldara el cerebro con un prejuicio, quizás con la experiencia de la vida y los conocimientos adquiridos por medio del estudio, podría llegar un día a estar en condiciones de hacer avanzar algo a la humanidad en el camino del descubrimiento del misterio de la vida. Llegaría el niño a la juventud, experimentaría el ansia natural de saber, sentiría el deseo de averiguar lo que aún permanece oculto en la naturaleza, y amparado en la ciencia, tal vez llegaría a revelarnos un nuevo valor de la realidad hasta entonces desconocido, tal vez conseguiría descorrer un pliegue de ese velo tupido que oculta a la mirada humana la imagen seductora de la diosa Maya. Pero habiendo esculpido en su cerebro los dogmas religiosos es imposible. ¿Cómo puede sentir sed de saber si ya se lo dan todo explicado en sus más mínimos detalles? ¿Qué ha de aprender que ya no sepa, si conoce hasta la arcilla que usó Jehová para formar al hombre? Y todo eso ¿para qué? Para venir al cabo de cien o de mil años otra secta religiosa a destruir todo lo que la anterior edificó, a sentar nuevos principios, a promulgar nuevos dogmas, a impedir, en fin, que la verdad sea un día u otro descubierta por el único camino que a ella puede conducirnos: el camino de la ciencia.

Por eso decía que el inculcar los dogmas religiosos en la mente de los niños, es el pecado más grave que puede cometerse contra la misma religión; no contra una religión determinada, sino contra la esencia de la religión, y esto se hace en las escuelas. Por eso dice Ferrer que educar, según el modo de ser de la escuela actual, es “imponerle al niño pensamientos hechos, e impedirle para siempre pensar de otra manera que la necesaria para la conservación de las instituciones de esta sociedad; hacer de él, en suma, un individuo estrictamente adaptado al mecanismo social”.

VALOR DE LA EDUCACIÓN

a) Escuela mixta

El centro en donde Ferrer desarrolla sus principios pedagógicos es la escuela mixta, lo mismo en lo que se refiere a los sexos que a las clases sociales. Respecto del primer punto, escribe Ferrer en el 1º y 2º número del Boletín de la Escuela Moderna (1ª época, 30 de octubre de 1901) en un artículo titulado “Necesidad de la enseñanza mixta”: “La enseñanza mixta penetra por todos los pueblos cultos. En muchos, hace tiempo que se recogen sus óptimos resultados”.

El propósito de esta enseñanza es que los niños de ambos sexos tengan idéntica educación; que por semejante manera desenvuelvan la inteligencia, purifiquen el corazón y templen sus voluntades; que la humanidad femenina y masculina se compenetren desde la infancia, llegando a ser la mujer, no de hombre, sino en realidad de verdad, la compañera del hombre.

La humanidad mejoraría con más aceleración, seguiría con paso más firme y constante el movimiento ascensor del progreso y centuplicaría su bienestar, poniendo a contribución del fuerte impulsivo sentimiento de la mujer, entonces será un hecho evidente en los pueblos civilizados el matriarcado moral”.

En cuanto a la segunda cuestión, dice Ferrer en el artículo “Coeducación de las clases sociales”: “Lo mismo que de la educación en común de ambos sexos, pienso de las diferentes clases sociales. Hubiera podido fundar una escuela gratuita; pero una escuela para niños pobres no hubiera podido ser una escuela racional, porque si no se les enseñase la credulidad y la sumisión como en las escuelas antiguas, hubiéraseles inclinado forzosamente a la rebeldía, hubieran surgido espontáneamente sentimientos de odio. Porque el dilema es irreductible; no hay término medio para la escuela exclusiva de la clase desheredada: o el acatamiento por el error y la ignorancia sistemáticamente sostenidos por una falsa enseñanza, o el odio a los que les subyugan y explotan. Los oprimidos, los expoliados, los explotados han de ser rebeldes, porque han de recabar sus derechos hasta lograr su completa y perfecta participación en el patrimonio universal. Pero la Escuela Moderna obra sobre los niños, a quienes por la educación y la instrucción prepara a ser hombres y no anticipa amores ni odios, adhesiones ni rebeldías, que son deberes y sentimientos propios de los adultos; en otros términos, no quiere coger el fruto antes de haberle producido por el cultivo, ni quiere despertar una responsabilidad sin haber dotado a la conciencia de las condiciones que han de constituir su fundamento. Aprendan los niños a ser hombres, y cuando lo sean declárense en buen hora en rebeldía”.

Y respecto a los niños ricos, dice Ferrer lo siguiente:

“Una escuela para niños ricos no hay que esforzarse mucho para demostrar que por su exclusivismo no puede ser racional. La fuerza misma de las cosas la inclinaría a enseñar la conservación del privilegio y el aprovechamiento de sus ventajas. La coeducación de pobres y ricos, que pone en contacto unos con otros en la inocente igualdad de la infancia, por medio de la sistemática igualdad de la escuela racional, esa es la escuela buena, necesaria y reparadora.

Por eso estableció prácticamente Ferrer la diversidad de cuotas, desde la gratuita hasta la del niño de alto nivel, con arreglo a la posición de cada niño, para que cupieran todos en su centro de enseñanza.

b) Carácter de la enseñanza

En el mismo Boletín tantas veces citado define y precisa Ferrer el carácter que ha de tener la enseñanza. Ha de concebirse absolutamente libre de epítetos y calificativos, emancipada de toda tutela, no creada para servir ningún interés, sino para que todos le sirvan.

Para Ferrer la enseñanza es una: enseñanza natural. Explica claramente sus ideas respecto de este punto en el artículo “La escuela laica” cuyos principales párrafos vamos a reproducir.

“La idea enseñanza no debiera ir seguida de ningún calificativo; responde únicamente a la necesidad y al deber que siente la generación que vive en la plenitud de sus facultades de preparar a la generación naciente, entregándole el patrimonio de la sabiduría humana.

Esto, que es perfectamente racional, se practicará ampliamente en épocas posteriores, que gozarán la dicha de haberse desembarazado de supersticiones y privilegios.

Hallándonos aun en camino de ese ideal, nos vemos frente a frente de la enseñanza religiosa y de la enseñanza política, y a estas es necesario oponer la racional y científica.

Como tipo de la enseñanza religiosa existe la que se da en las congregaciones monásticas de todos los países, consistente en la menos cantidad posible de conocimientos útiles y la mayor de doctrina cristiana e historia sagrada.

Como enseñanza política hay la establecida en Francia poco después de la caída del imperio, encaminada a exaltar el patriotismo y a presentar la administración pública actual como instrumento de buen gobierno. Se aplica a la enseñanza la calificación de libre o laica de una manera abusiva y apasionada: así llaman los religiosos las escuelas libres, las que pueden funda contrariando la tendencia verdaderamente libre de la moderna enseñanza.

Del mismo modo se denominan escuelas laicas muchas que, en realidad, tan sólo son políticas o esencialmente patrióticas y antihumanitarias.

La enseñanza racional se eleva dignamente sobre tan mezquinos propósitos.

En primer lugar no ha de parecerse a la enseñanza religiosa, porque la ciencia ha demostrado que la creación es una leyenda y que los dioses son mitos, y por consiguiente es abusar de la ignorancia de los padres y de la credulidad de los niños el perpetuar la creencia en un ser sobrenatural, creador del mundo, y al que puede acudirse con ruegos y plegarias para alcanzar toda clase de favores.

La misión de la enseñanza consiste en demostrar a la infancia, en virtud de un método puramente científico, que cuanto más se conozcan los productos de la naturaleza, sus cualidades y la manera de utilizarlos, más abundarán los materiales alimenticios, industriales, científicos y artísticos útiles, convenientes y necesarios para la vida, y con mayor facilidad y profusión saldrán de nuestras escuelas hombres y mujeres dispuestos a cultivar todos los ramos del saber y de la actividad, guiados por la razón e inspirados por la ciencia y el arte, que embellecerán la vida y justificarán la sociedad.

No perdamos, pues, el tiempo pidiendo a un dios imaginario lo que únicamente puede procurarnos el trabajo humano.

No ha de parecerse tampoco nuestra enseñanza a la política, porque queremos formar individuos en perfecta posesión de todas sus facultades, y no hombres supeditados a otros hombres. Así como las religiones, ensalzando un poder divino, han creado en la tierra un poder positivamente abusivo y han dificultado la emancipación humana, los sistemas políticos la han retardado también acostumbrando a los hombres a esperarlo todo de las voluntades ajenas, de energías de supuesto orden superior de los que por tradición o por industria ejercen la profesión de gobernantes.

Demostrar a los niños que mientras un hombre dependa de otro hombre se cometerán abusos y habrá tiranía y esclavitud, estudiar las causas que mantienen la ignorancia popular, conocer el origen de todas las práctica rutinarias que dan vida al actual régimen insolidario, fijar la reflexión de los alumnos sobre cuanto a la vista se nos presenta, tal ha de ser el programa de las escuelas racionalistas.

No perdamos, pues, el tiempo pidiendo a otros lo que nos corresponde y podemos obtener de nosotros mismos.

Trátase, en suma, de inculcar a los cerebros infantiles la idea de que al ser mayores obtendrán más bienestar en la vida social cuanto más se instruyan, cuanto mayores sean los esfuerzos que ellos mismos hagan para procurárselo; y que más cerca estará el día de la felicidad general cuanto más pronto se hayan desprendido de todas las supersticiones religiosas y similares que hasta ahora han sido la causa de nuestro malestar moral y material”.

c) Escuela racionalista

El sentido que se ha de dar a la frase “enseñanza racionalista” lo explica Ferrer en el Programa publicado en el mismo número 1 del Boletín citado. Los conceptos más fundamentales que en él se expresan son los siguientes:

“La ciencia ya no es patrimonio de un reducido grupo de privilegiados; por todas partes disipa los errores tradicionales y capacita a los hombres para que formen criterio real acerca de los objetos y de las leyes que los regulan, y en los momentos presentes, se constituye en directora única de la vida del hombre, procurando empaparla en un sentimiento universal, humano.

La Escuela Moderna se ha constituido con el propósito de coadyuvar rectamente, sin complacencias con los procedimientos tradicionales, a la enseñanza basada en las ciencias naturales. Siguiendo este camino estamos seguros de formar cerebros vivos capaces de reaccionar. Estamos seguros de que las inteligencias de nuestros educandos, cuando se emancipen de la racional tutela de nuestro Centro, continuarán enemigas mortales de los prejuicios; serán inteligencias sustantivas, capaces de formarse convicciones razonadas, propias, suyas, respecto a todo lo que se objeto del pensamiento.

La educación basada en las ciencias naturales no atrofia la idealidad. Lo que hace la ciencia es sanear su función dándole sentido de realidad. El remate de la energía cerebral del hombre es producir el ideal con el arte y con la filosofía, estas altas generaciones conjeturables. Mas para que lo ideal no degenere en fábula o en vaporosos ensueños, y lo conjeturable no sea edificio que descanse sobre cimientos de arena, es necesario de toda necesidad que tenga por base segura, inconmovible, los conocimientos exactos y positivos de las ciencias naturales.

Además, no se educa integralmente al hombre disciplinando su inteligencia y haciendo caso omiso del corazón y de la voluntad. Hemos de proponernos, como término de nuestra misión pedagógica, que no se den en un solo individuo dualidad de personas: la una, que ve lo verdadero y lo bueno y lo aprueba, y la otra, que sigue lo malo y lo impone. Y ya que tenemos por guía educativa a las ciencias naturales, trataremos de lograr que las representaciones intelectuales que al educando le sugiera la ciencia, las convierta en jugo de sentimiento y las ame con intensidad. Porque el sentimiento, cuando es fuerte, penetra y se difunde por lo más hondo del organismo del hombre, perfilando y colorando el carácter de la persona. Y como la vida práctica, la conducta del hombre, ha de girar dentro del círculo de su carácter, es consiguiente que el joven educado de la indicada manera, cuando se gobierne por cuenta de su peculiar entender, convertirá la ciencia, por conducto del sentimiento, en maestra única y benéfica de su vida”.

d) Respecto a la voluntad del niño

Y ahora vamos a examinar la entraña misma del credo de Ferrer; vamos a transcribir las palabras textuales con que explica lo que a su juicio representa el valor de la educación en la obra ya citada “La Renovación de la Escuela”. Esta es el instante en que Ferrer expresa con más claridad su criterio pedagógico. Es breve, preciso y categórico, y en ocasiones llega a alcanzar la sublime sencillez de las concepciones que han de ser inmortales. He aquí lo que dice:

“Deseo fijar la atención de los que me leen sobre esta idea: todo el valor de la educación reside en el respeto a la voluntad física, intelectual y moral del niño. No es verdadera educación sino la que está exenta de todo dogmatismo, la que deja al propio niño la dirección de su esfuerzo, y no se propone sino secundarle en su manifestación. El falso educador impone, obliga, violenta siempre; el verdadero educador es el que sabe defender al niño contra sus propias ideas y voluntades, apelando a las energías del mismo niño.

Nuestro ideal es el de la ciencia, y a él recurriremos en demanda del poder de educar al niño favoreciendo su desarrollo por la satisfacción de todas sus necesidades a medida que se manifiesten y expansionen.

Estamos persuadidos de que la educación del porvenir será una educación en absoluto espontánea; claro está que no nos es posible realizarla todavía, pero la evolución de los métodos en el sentido de una comprensión más amplia de los fenómenos de la vida, y el hecho de que todo perfeccionamiento significa la supresión de una violencia, nos indica que estamos en terreno verdadero cuando esperamos de la ciencia la liberación del niño.

No tememos decirlo: queremos hombres capaces de evolucionar incesantemente; capaces de destruir, de renovar constantemente los medios y de renovarse ellos mismos; hombres cuya independencia intelectual sea la fuerza suprema, que no se sujeten jamás a nada; dispuestos siempre a aceptar lo mejor, entusiastas por el triunfo de las ideas nuevas y que aspiren a vivir vidas múltiples en una sola vida”.

Esto dice Ferrer y este es, en mi concepto, el ideal de la pedagogía. Así tendríamos hombres capaces de comprender la vida y de gozarla en su máxima intensidad. Pero ¿Cómo podremos poner en práctica esa pedagogía? La idea primordial está expresada claramente, pero de una manera demasiado abstracta; hay que acercarse a la realidad, analizar la posibilidad de respetar cada una de las voluntades física, intelectual y moral del niño, y estudiar los medios de lograrlo. En una palabra: hay que descender al detalle para ver si es posible llevar al terreno de la acción estas generosas iniciativas. Y esto es lo que voy a hacer en este instante.

e) Voluntad física

Hemos de entender por voluntad física el sentido biológico de acción de un organismo, es decir, la tendencia natural de un ser hacia una forma determinada de movimiento. Explicaré la cuestión. Hay organismos que tienen tendencia a actuar en el sentido de la fuerza, otros en el de la agilidad; unos sienten el metro, el ritmo y la cadencia, otros la brusquedad, el desorden, lo inopinado; unos se inclinan a la pasividad, otros al trabajo continuo. Pues bien: el respeto a la voluntad orgánica de cada uno consiste en no educarlos físicamente a todos con igualdad de criterio, sino en adaptarse a la tendencia que individualmente manifiesten.

El ideal del físico-pedagogo no ha de ser formar hombres exactamente iguales, sino en todo lo contrario. La vida no es la uniformidad, sino la variedad. La vida es una escala cromática de infinitos matices; cada hombre es un matiz, y la ciencia del pedagogo debe consistir en hacer brillar este matiz con la más intensa personalidad.

Parece que estas ideas sean contrarias a la educación física integral, pero no es así. Hay que educar integralmente todas las manifestaciones físicas del organismo, pero cuidando en especial de las que se revelen con mayor grado de espontaneidad; esta es la voluntad que debe respetarse.

No siguiendo estos principios puede torcerse y malograrse el sentido de una vida. A un niño inclinado, por ejemplo, a la inacción ¿por qué ha de molestársele con ejercicios violentos?, ¿quién sabe si resultará con el tiempo un espíritu profundamente pensador, y por esta causa tiene esta voluntad física? No hemos de fomentar en tal caso la pereza, pero tampoco nos empeñaremos en lo imposible. Respetaremos su voluntad física invitándole a ejercicios moderados que permitan un ejercicio mental paralelo.

Es posible que en algunas ocasiones la voluntad física del niño le incline en un sentido nocivo. En este caso debe encauzarse, rectificarse, moderarse, pero no amputarse violentamente.

La naturaleza humana es por sí misma dada a los excesos, sobre todo en sus primeras etapas biológicas, sin duda por causa de la intensidad de vida que goza; entonces es cuando debe intervenir el poder pedagógico moderador, pero no sacrificador. A veces es la voluptuosidad la que hace su aparición prematura en el niño. ¿Qué hemos de hacer entonces? ¿Destruirla? Si lo intentamos formaremos un hipócrita. Hemos de enseñar al niño a no mentir, a no ocultarnos nada. Como pedagogos, nuestro deber es transformar, substituir esta inclinación por otra similar no perjudicial; por ejemplo, la afición a las flores, el culto a las formas suntuosas. ¿Quién sabe si el educando es un futuro gran poeta erótico, y nosotros vamos a inutilizarle convirtiéndole en un insincero?

En la realidad de la vida no puede suprimirse nada sin substituirlo previamente; hay que amoldarse a lo que existe por sí mismo encauzándolo con atención.

f) Voluntad intelectual

Voluntad intelectual es la tendencia de un ser hacia un orden determinado de estudios. El respeto a esta forma de voluntad consiste simplemente en no violentarla, sino en favorecerla; no obligara al que nació para médico a que sea abogado; no empeñarse en que sea literato el que no guste de las letras. Esto parece una cosa muy sencilla y, sin embargo, en la práctica resulta casi imposible de lograr, gracias a la ceguera mental en que vive nuestra sociedad. La mayor parte de los niños nacen ya con la vocación impuesta por los padres; vienen al mundo destinados a ser tal o cual cosa, sin tener para nada en cuenta sus aptitudes; por eso se ven tantos desgraciados que pasan la existencia de derrota en derrota.

La experiencia nos demuestra todos los días los graves resultados que subsiguen a este inconsciente y tiránico proceder de los padres, pero la enmienda no viene nunca.

La práctica nos dice también que es completamente inútil querer torcer la voluntad intelectual de un hombre; tarde o temprano sigue su camino.

Lo que ocurre es que los desviados de su curso natural por culpa de los padres o por otras causas, han perdido un tiempo precioso, y cuando dan con la verdadera senda ya no están en condiciones de triunfar.

Es preciso respetar la voluntad intelectual de los niños, aunque pensando siempre en la educación integral de sus facultades psíquicas. Repito aquí lo que he dicho al tratar de la educación física: no hay que proponerse la uniformidad, sino la variedad dentro de una unidad superior. Educar todas las expresiones cerebrales, fomentarlas todas, pero haciendo resaltar siempre la predilecta del niño, esta es la que ha de educarse especialmente. Para eso es necesario vigilar sus inclinaciones mentales desde los primeros años.

La sociedad está llena de individuos inútiles; pues bien, si se respetara la voluntad intelectual de los niños no pasaría esto: cada cual ocuparía su puesto en el engranaje social. No hay nadie que no sirva para nada, todos servimos para algo; lo que acontece es que a menudo nos destinan a otro sitio del que nos corresponde y entonces fracasamos. Unos de los principales objetivos de los maestros de primeras letras debería ser el de descubrir las aptitudes de los niños y comunicarlo a los padres. A éstos correspondería actuar con arreglo a los dictados de la ciencia.

g) Voluntad moral

Este es el punto más difícil. ¿Es posible respetar la voluntad moral del niño? Hay niños congénitamente bondadosos; pero no es raro observar en muchos de ellos lo que llamamos malos instintos.

Algunos son propensos a la destrucción y se gozan en mortificar animales y mutilar plantas. Si no intervenimos enérgicamente para modificar su sentido moral, ¿qué generación de hombres vamos a formar? Pues bien: aun en este caso creo yo que hay que aceptar esta teoría, y me fundo en lo siguiente: ¿En virtud de qué principios de ética vamos a impedir que se desarrolle el sentido moral que naturalmente brote del niño? ¿En virtud de la moral cristiana? Esa es la que impera en el mundo y esa es la que domina a la inmensa mayoría de los hombres aunque crean lo contrario.

Y ¿qué ha hecho la moral cristiana en dos mil años de triunfo? Yo no me atrevería a afirmar la superioridad moral del hombre de nuestros días con respecto al de los primeros siglos del cristianismo. La virtualidad de esa religión debió hacerse efectiva toda en los comienzos de su vida; tal vez entonces ejerció su influencia sobre aquella civilización en ruinas que no pudo defenderse contra la sangre joven y ardorosa de las razas del Norte. Pero más tarde perdió su eficacia y vino a ser un obstáculo para el avance humano.

La superioridad intelectual del término medio de los hombres actuales sobre los antiguos es inmensa, pero la moral es muy dudosa. Nos convenceremos de ello si penetramos hasta el fondo del espíritu. Si nos quedamos en la superficie podremos fácilmente equivocarnos, porque el ser humano de nuestros días es muy hábil en disfrazar el sentimiento. Y es que, en realidad de verdad, el hombre progresa muy poco moralmente, y lo que progresa apenas se graba en sus células cerebrales y casi no se transmite a sus sucesores; por eso los niños tienen un nivel moral muy rudimentario.

¿Fundaremos la moral en el altruismo como pretenden los que quieren substituir la religión por la filantropía? Y ¿qué base daremos a este altruismo si no es la religiosa? Todo el edificio montado sobre la religión y el altruismo simple resulta falto de apoyo. Yo creo que la ética social es una gran mentira; creo que el dinamismo del mundo descansa en la hipocresía, y que en el fondo del corazón humano no hay más que egoísmo.

Lo que hace el hombre es enmascarar este egoísmo con un falso ideal cualquiera para justificar las maldades que realiza. Y esto lo creo lo mismo en la esfera individual que en la colectiva, lo mismo en los procedimientos de exterminio que sigue el hombre para apoderarse del dinero o de los medios de hacer dinero de los demás, que en la obra de devastación y de crueldad que realizan las naciones valiéndose de la guerra para apropiarse de las tierras, los bienes o los mercados de que disfrutan otras naciones similares.

Este egoísmo es el que se descubre en el niño y en él me fundo para aplicar en este caso las teorías de Ferrer. ¿Por qué hemos de disimular la realidad? ¿Por qué hemos de falsear lo cierto y los positivo? ¿No vale más descansar en una verdad que en una ficción? Puesto que la expresión natural del niño es el egoísmo, veamos si hay medio de fundar sobre él una moral viable, y, antes de formar una sociedad de hipócritas redomados, ensayemos la constitución de un mundo basado en lo único verdadero que existe en la naturaleza humana. Para eso hace falta estudiar el sentido moral de los niños dejándolo en cierta libertad de expansión. Tal vez así lograríamos descubrir los derroteros que conducen a un estado social relativamente más perfecto que el presente.

Estos son los motivos que me hacen declarar partidario del sistema pedagógico de Ferrer, sobre todo en lo que respecta a esos tres órdenes de acción que he descrito, para cuya expresión global me parece adecuada la fórmula siguiente: el pedagogo debe respetar la voluntad física, intelectual y moral del niño, secundándola sabiamente y procurando desarrollar su virtualidad en sentido benéfico.

MISIÓN A CUMPLIR

Respecto de este punto dice Ferrer:

“¿Cuál es, pues, el medio que hemos de escoger para contribuir a la renovación de la escuela?

Seguiremos atentamente los trabajos de los sabios que estudian al niño y buscaremos los medios de aplicar sus experiencias a la educación que queremos fundar, en el sentido de una liberación cada vez más compleja del individuo. ¿Cómo conseguiremos nuestro objetivo? Favoreciendo la fundación de escuelas nuevas donde en lo posible se establezca este espíritu de libertad que presentimos ha de dominar toda la obra de la educación del porvenir. Destruiremos todo cuanto en la escuela actual responde a la organización de la violencia, los medios artificiales donde los niños se hallan alejados de la naturaleza y de la vida, la disciplina intelectual y moral de que se sirven para imponerle pensamientos hechos, creencias que depravan y aniquilan las voluntades. Pondremos al niño en el medio natural donde se halle en contacto con todo lo que ama y donde las impresiones vitales reemplazarán a las enojosas lecciones de palabras. Y aunque no hiciéramos más que esto, habríamos ya preparado en gran parte la emancipación del niño.

Tales son nuestros proyectos; no ignoramos lo difícil de su realización, pero queremos comenzarla, persuadidos de que seremos ayudados en nuestra tarea por los que luchan en todas partes para emancipar a los humanos de los dogmas y de los convencionalismos.

Estas son, en síntesis, las ideas de Francisco Ferrer sobre pedagogía. Estoy seguro de que la opinión en que le tienen, desde el punto de vista pedagógico, la mayoría de los que le citan, es hija del apasionamiento y de la falta de estudio directo de sus trabajos. Es verdad que su existencia, en las últimas épocas de acción, estuvo rodeada de circunstancias excepcionales, y esto abona los engendros de la fantasía.

El momento culminante de la vida de un hombre es el de la muerte, cuando en su trance puede conservar toda la energía de la vida. F. Ferrer supo morir heroicamente: por eso sin duda palidecen todos los detalles de su existencia ante esa gran tragedia. Pero acordémonos de que en aquel supremo instante desbordó de su pecho el inmenso amor que sentía hacia la Escuela Moderna que él creara. Iba a morir, pero fiaba en ella la inmortalidad de su espíritu. Por mi parte pongo sobre su tumba una corona. Al estudiar hoy su obra, rindo tributo de admiración al hombre cuya virtud fue la voluntad y cuyo talento fue la clarividencia.

Ferrer no era un intelectual al uso; era un hombre que supo ver cuáles eran los defectos de la enseñanza actual y cuáles los medios de repararlos. Supo descubrir el hierro de la esclavitud que marcaba el cerebro de los niños; supo adivinar el molde que deformaba los cuerpos y las almas de aquellos débiles seres, haciéndoles para siempre prisioneros del pasado. Y quebró aquel hierro y rompió este molde. Cuando nos dijo: respetad la voluntad física, moral e intelectual del niño libertó al hombre.

El día en que triunfen sus ideas ya no crecerá el ser humano entre sombras y grilletes, sino entre sol y luz. Cada generación será dueña de sus destinos, no esclava de lo que hicieron los que dos mil años atrás imperaban en el mundo. ¿Qué nos importará a nosotros que Moisés escribiera el Pentateuco, y con qué derecho han de sujetarnos a la ciencia embrionaria de su tiempo? ¿Qué nos importará a nosotros que la sociedad del bajo imperio romano, decadente, agotada y envilecida, ignorante y egoísta necesitara los ideales cristianos para aspirar u soplo de aire que la salvara de la asfixia? Nosotros vivimos en otra época, tenemos otros ideales y sentimos otras necesidades. No queremos mitos ni ficciones; queremos gozar y conocer la vida; la vida misma, no la fantástica, sino la real, la que se desarrolla en el mundo, la única que objetivamente conocemos.

La vida es buena y queremos gozarla como el niño cuando viene al mundo. El niño sabe más que nosotros lo que anhela el organismo humano; pero en cuanto empieza a vivir, va sufriendo una castración lenta y gradual de todos sus instintos e impulsos naturales. El mundo castra primero su voluntad haciéndole esclavo, después su inteligencia haciéndole dogmático y, por último, su sentimiento excitando su sensiblería y embotando su verdadera sensibilidad.

Esta es la obra de nuestra sociedad, hija de Babilonia y de Jerusalén. Nosotros queremos libertarla libertando al niño. Dirigiremos sus pasos en el sentido que él les imprima, y le daremos todo el caudal de conocimientos que podamos para hacerle más fácil su labor, pero no le desviaremos de su senda.

No nos detendremos ante ningún imposible; no existe el imposible. Lo que existe es el miedo a la renovación de la vida que sienten los hipócritas y los malvados. Miedo a la destrucción de las hipótesis que aprisionan a la ciencia y la detienen en su curso; miedo al desquiciamiento de los principios éticos que mantienen en estado de salvajismo troglodítico a nuestra sociedad; miedo al fracaso de todo el cúmulo de prejuicios, errores y mentiras que integran el cuerpo y el espíritu de la presente organización social.

Hay que matar al miedo para poder vivir. Cuando el hombre sea valiente y sincero reinará la paz en el mundo.

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