El aprendizaje de la racionalidad
El aprendizaje de la racionalidad
La lista de reglas empíricas y de prejuicios cognitivos es bastante extensa: interpretamos no pocas veces a partir de la nada (de forma aleatoria), tendemos a buscar pruebas que confirmen lo que ya creemos, descartamos aquellas que no tienden a favorecernos, solemos evaluar las situaciones desde nuestro punto de vista (dejando a un lado a la otra parte), las anécdotas llamativas tienen más peso a veces que las estadísticas, sobrevaloramos nuestros conocimientos, nos creemos con menores prejuicios que los demás...
También existe otro enemigo de la racionalidad en la persona y es lo que se denomina "huecos en el equipamiento mental". Entendemos por ese equipamiento mental el conjunto de las reglas cognitivas, estrategias y sistemas de creencias aprendidas y se incluye en él nuestra comprensión de la probabilidad y la estadística, así como nuestra disposición a considerar hipótesis alternativas cuando tratamos de resolver un problema. Como resulta obvio, puede haber personas cultas e inteligentes que nunca desarrollen el equipamiento mental adecuado; también, ese equipamiento podría estar contaminado por supersticiones que conducen a decisiones abiertamente irracionales.
La ausencia de racionalidad, como es evidente, afecta a decisiones vitales en el día a día y a no poder edificar la vida que nos gustaría. Personas con tendencias impulsivas suelen tener un bajo pensamiento racional y una mala comprensión de la estadística y de la probabilidad, son incapaces de considerar las consecuencias de sus acciones y acaban confiando en supersticiones absurdas. A pesar de que muchas personas realizan acciones que les perjudican a ellos y a los que los rodean, continúan en ese empeño por esa notable falta de racionalidad, sin que tengamos que pensar necesariamente que es falta de inteligencia y es en cambio explicable por razones sicológicas y sociales.
Es posible indagar en la falta de racionalidad de las personas cuando, según la teoría de Keith Stanovich (Universidad de Toronto), se observa a la mente constituida por tres partes: mente autónoma, la cual usa habitualmente los atajos cognitivos problemáticos y funciona de modo rápido, inconsciente y automático; mente algorítmica, que se embarca en el pensamiento lento, trabajoso y lógico, y la mente reflexiva, la cual decide cuando es suficiente con la mente autónoma y cuándo necesita de la algorítmica. Por lo tanto, es la mente reflexiva la que determina la capacidad racional que tenemos; está relacionada con determinados rasgos de la personalidad, según seamos dogmáticos, flexibles, concienzudos o más o menos abiertos de mente (aunque es éste un concepto muy matizable, ya que es empleado habitualmente por "lo alternativo" para atacar al método probadamente científico).
Comprender todos estos prejuicios que tenemos es el primer paso para saber que la racionalidad puede ser aprendida gracias a la práctica del pensamiento crítico y racional. Las trampas de los prejuicios cognitivos pueden ser evitadas, y es posible aprender a desarrollar hipótesis alternativas, si esa práctica acaba conviertiéndose en hábito. A pesar de que las intuiciones pueden ser a veces valiosas, especialmente en el terreno afectivo y social, hay que aprender que en el caso de las matemáticas y de las relaciones causales resultan francamente ineficaces. Los métodos de la ciencia y de la estadística hacen posible cuestionar nuestras carencias cognitivas, debilitar el razonamiento intuitivo y abren la posibilidad de la acción sensata y reflexionada.
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