El ateísmo contra el pensamiento religioso.
La desacralización como libertad de indagación
El ateísmo contra el pensamiento religioso.
La desacralización como libertad de indagación
El debate sobre la naturaleza y designios de la divinidad, a lo largo de la historia, ha supuesto entregas tremendamente entusiastas. Fernando Savater ha considerado tres actitudes básicas sobre esta cuestión: en primer lugar, la de quienes han considerado como inverosímil, inconsistente o falsa de cualquier modo la creencia en uno o varios dioses; en segundo lugar, la que precisamente considera que la fe en Dios consiste en creer en un ser invisible con rasgos incomparables a cuanto conocemos o podemos comprender; en último lugar, están aquellos que aceptan la divinidad como el esbozo todavía impregnado de mitología de un concepto supremo que sirve para pensar el conjunto de la realidad (1). No hace falta decir que no puede haber una división estricta entre cada una de estas tres posiciones, se dan influencias mutuas y subdivisiones en un debate que ha durado toda la historia de la humanidad. El primero de los órdenes mencionados pertenece, obviamente, a los ateos; hay que remontarse a Jenófanes de Colofón (siglo V a.n.e.) para encontrar la reflexión de que los dioses se parecen sospechosamente a los humanos que los veneran, mientras que cuatro siglos después Lucrecio establecerá que fue el temor (a lo desconocido, a lo arbitrario, a la muerte) el que generó toda la caterva de dioses. Repasaremos en primer lugar, aceptando la complejidad de una cuestión que con seguridad excede este espacio, una pequeña historia del pensamiento ateo.
Aunque el término "ateísmo" no aparecería hasta finales del siglo XVI (2), lo que se entiende como tal es muy anterior. Se considera habitualmente que en la Edad Media no existía ateísmo, al ser el cristianismo lo más importante para las sociedades y para los individuos. Aunque consideremos tal cosa como cierta, no es tan fácil realizar una separación tan tajante entre la época medieval y la Antigüedad, ya que hay que recordar que los antiguos griegos y romanos plagaron sus sociedades de templos, en sus monedas representaron a sus dioses, el calendario estaba marcado por las festividades religiosas y los grandes cambios en la vida de las personas se encontraban debidamente ritualizados (3). De manera estricta, el ateísmo solo era proclamado por algunos individuos excepcionales, los cuales proponían nuevas teorías sobre el origen de los dioses. En cualquier caso, se trataba de un ateísmo que ahora consideraríamos "débil", es decir, algo que podemos identificar con un mero descreimiento. Puede decirse que a lo largo de la historia de la humanidad, siempre han existido escépticos y no creyentes, pero la forma en que expresaron sus ideas dependía de las circunstancias históricas, existiendo periodos más favorables que otros. El epicúreo Filodemo distinguía tres tipos de ateísmo en la Antigüedad: los que dicen que es imposible saber si existen los dioses o qué aspecto tienen; los que manifiestan abiertamente que los dioses no existen, y los que lo reconocen de manera implícita (4). Hay que aclarar que es una clasificación que alude únicamente a las ideas, por lo que tal vez sería necesario un análisis más profundo.
Hay quien sitúa la aparición del ateísmo en Grecia en el siglo V a.n.e. Es posible que Protágoras (480-410 a.n.e.) tenga el honor de ser considerado el primer ateo, tal y como se manifiesta en el siguiente texto:
De los dioses no sabré decir si los hay o no los hay, pues son muchas las cosas que prohíben el saberlo, ya la oscuridad del asunto, ya la
brevedad de la vida humana (5).
Puede interpretarse por este texto que Protágoras hacía gala de un ateísmo débil, más cercano al agnosticismo. Aunque no se conoce demasiado sobre la vida de este filósofo, y diversas leyendas han circulado en torno a las acusaciones de ateísmo, sí se sabe que Protágoras era un sofista, un intelectual crítico propio de una determinada época, que fue acusado de impiedad por la obra Acerca de los dioses a la que corresponde el anterior párrafo. Otros filósofos cuestionaron algunos conceptos de los dioses e introdujeron ideas nuevas, aunque sin cuestionar radicalmente la idea de la divinidad. La cosa cambiaría con Anaxágoras (499-428 a.n.e.), el cual dijo, según la obra de Diógenes Laercio, que "el sol era una masa de metal al rojo vivo"; se trataba de una idea auténticamente revolucionaria, en una época en la que se consideraba que el sol era el dios Helios. Esta vinculación entre ciertos filósofos que especulan con la naturaleza y la descreencia en dioses aparece reflejada en diversas obras, como en la Apología de Platón, en la que se pone en boca de Sócrates esa misma relación. Otro sofista, Pródico de Queos (465-395 a.n.e.), nos regaló otro texto revolucionario:
Los dioses en los que cree el populacho no existen ni tienen conocimiento. Pero los hombres primitivos [deificaron por admiración] los
frutos de la tierra y prácticamente todo lo que mejoraba su existencia (6).
Hay estudios de su obra que afirman que Pródico propuso la teoría de que el politeísmo había surgido en dos fases: en una primera, los hombres primitivos empezaron a llamar "dios" a aquellos elementos de la naturaleza de los que más dependía su vida, como el sol, la luna, los ríos y los frutos; después, se empezó también a deificar a los seres humanos que habían sido grandes benefactores al inventar métodos para la mejora en el procesamiento de los frutos de la tierra. Según este autor, puede situarse el origen de la religión en los tiempos en que surgió la agricultura (7).
Hay otros dos intelectuales del siglo V a.n.e. que hicieron propuestas ateas, son Eurípides y Critias. Como en otros casos, el ateísmo de Eurípides solo se infiere de autores y escritos posteriores. Es el caso del Belerofonte, una tragedia descubierta en época cristiana, que podría haberse estrenado en torno al año 430 a.n.e., reza al principio:
¿Acaso alguien dice que es cierto que los dioses están en los cielos? No hay dioses, no los hay siempre que los hombres renuncien a seguir
como tontos razonamientos anticuados. Comprobadlo vosotros mismos, no os fiéis de mis palabras. Yo afirmo que en las tiranías mueren
muchos hombres y otros pierden sus posesiones, y que los tiranos rompen sus juramentos para saquear ciudades y, aun haciéndolo, viven
más prósperos que aquellos que son pacíficos y honran a los dioses todos los días. También sé de ciudades pequeñas que rinden culto a los
dioses de otras, más poderosas, que las han invadido con sus ejércitos. Creo que si hubiera un hombre perezoso que rezara a los dioses y no
se ganara el sustento con sus manos se [en este punto existe una laguna en el texto] fortalecerían tanto la religión como la mala fortuna (8).
Parece un pensamiento habitual de Eurípides, el hecho de que los descreídos prosperan, mientras los píos sufren. Puede deducirse de su texto que los dioses no tienen poder alguno y la religión es una mera fantasía. Citemos ahora la obra Sobre la piedad, de Critias, también de gran importancia para la historia del ateísmo:
Hubo un tiempo en el que los seres humanos vivían una vida animal y desordenada y se imponían por la fuerza porque ni se premiaba a los
virtuosos ni se castigaba a los malvados. Creo que, en un momento dado, decidieron darse leyes para castigar a los pendencieros, que reinara
la Justicia (Diké) [laguna] y se pudieran mantener al desorden y la violencia (Hybris) bajo control. Sólo castigaban a los que cometían actos
prohibidos. Pero, como las leyes sólo castigaban los actos violentos cometidos en público, los siguieron cometiendo en secreto. Creo que
entonces, un hombre ingenioso inventó el temor a los dioses, para que los malvados no dijeran ni hicieran nada malo ni siquiera a
escondidas. Ése fue el origen de la Divinidad: se creía que había una Deidad (daimôn) inmortal que veía y oía en su mente y cuya naturaleza
Divina le permitía pensar en todo y ser consciente de todo. Oiría todo lo que dijeran los mortales y vería todo lo que hicieran. No se podría
ocultar que tramaban asuntos oscuros aunque se hiciera en silencio. Porque los dioses [laguna] tienen conocimiento. Formuló la parte clave
de sus enseñanzas en estas palabras y ocultó la verdad inventando otra falsa. Afirmó que los dioses vivían allí donde más asustaría a los
humanos que vivieran: en lo alto. Porque sabía muy bien que los miedos que asaltaban a los mortales cuando llevaban sus vidas miserables
siempre procedían del cielo al que temían en medio de los truenos y relámpagos y reverenciaban cuando se mostraba estrellado, bellísimo,
decorado brillantemente. El cielo se convirtió en el Templo del Tiempo, la morada del sabio Arquitecto. Se transforma en una masa brillante
cuando luce el sol y el líquido elemento cae sobre la tierra. [Cuatro líneas interpoladas.] Creo, por lo tanto, que alguien convenció a los seres
humanos para que creyeran en la existencia de una raza de dioses (9).
Se considera este pasaje como el primero en el que se propone la teoría de que la religión y los dioses se inventaron para que los seres humanos se portaran bien. Aunque Demócrito ya dijo que los instauradores de la religión se aprovecharon del temor que inspiraban los fenómenos naturales en los hombres, y Pródico ya había elaborado su teoría de las dos etapas, este texto parece ir más lejos que cualquier otro que se haya conservado.
Aunque no es tan conocido por esta cuestión, muchos consideraban que el mismo Sócrates defendía posturas cercanas a aquellos que ponían en tela de juicio las creencias tradicionales en dioses. Una década después de su muerte, en la obra de Platón puede encontrarse la palabra atheos, referida a aquellos intelectuales que negaban la existencia de cualquier tipo de deidad. Es el clima intelectual de finales del siglo V a.n.e., en el que filósofos y poetas fueron aumentando sus críticas a los dioses, erosionando así las creencias tradicionales e introduciendo la libertad de pensamiento. No obstante, hay que insistir en la excepcionalidad que suponía un autor verdaderamente ateo, seguramente debido tanto a la persistente fuerza de la tradición, como al nuevo teísmo platónico.
La filosofía Charvaka
Como solemos reducir el repaso de los conceptos filosóficos únicamente a Occidente, haremos un pequeño inciso en esta introducción a la historia del ateísmo para mostrar una corriente india que bien puede equipararse al ateísmo. Es el caso de la filosofía Charvaka (en otras obras, puede encontrarse como Lokayata o Carvaka), que desafió en el siglo VI a.n.e. a una dominante interpretación religiosa de la vida y que contará con seguidores durante, al menos, un milenio. Los postulados de esta filosofía pueden resumirse en los siguientes puntos: 1.- la literatura sagrada debe rechazarse como falsa; 2.- no existe ninguna deidad o algo sobrenatural; 3.- No existe ningún alma inmortal, y nada existe tras la muerte el cuerpo; 4.- el Karma es inoperante y una ilusión; 5.- todo se deriva de elementos materiales; 6.- los elementos materiales poseen una fuerza inmanente; 7.- la inteligencia se deriva de estos elementos; 8.- sólo la percepción directa produce conocimiento verdadero; 9.- los preceptos religiosos y la clase sacerdotal son inútiles; 10.- el objetivo de la vida es obtener la máxima cantidad de placer (10).
Según estos principios, podemos comprobar que se trata de una filosofía materialista (o naturalista) equivalente al ateísmo occidental. A nivel epistemológico, la filosofía Charvaka se sustenta en lo empírico: "sólo existe lo perceptible"; esta percepción puede ser de dos tipos: externa, cuando se produce a través de los cinco sentidos, o interna, cuando es resultado del sentido interno o mente. Aunque, al igual que otra tradiciones filosóficas, la filosofía Charvaka mantuvo principios que hoy se consideran científicamente obsoletos, algunos otros son de una innegable modernidad: rechazar que el mundo es algo creado y dirigido por un ente sobrenatural, considerar que la conciencia surge de procesos fisiológicos, y finalmente desaparecerá con el cuerpo, o mantener que el alma no es más que otro nombre para el cuerpo diferenciable solo por la inteligencia (11).
A nivel social, el Charvaka denunció el fraude del pensamiento religioso y del clero siglos antes de que se hiciera en la modernidad occidental. En cuestiones éticas, podemos derivar de esta filosofía un cierto hedonismo contrario al ascetismo religioso, que trata de evitar todo sufrimiento y apuesta por desarrollar la vida al máximo con todos los medios que se tenga al alcance, actitud que identifica con la de una persona sabia. La búsqueda del placer y el rechazo de la renuncia y del misticismo son patentes en la respuesta que se atribuye a un maestro Charvaka dirigida a su discípulo, cuando éste se pregunta por qué hay personas que se mortifican y se entregan al ascetismo religioso:
¿Pero pueden la mendicidad, el ayuno, la penitencia, la exposición al sol ardiente que depaupera el cuerpo, compararse con los
arrebatadores abrazos de las mujeres de ojos grandes, cuyos prominentes pechos son apretados por nuestros abrazos? (12)
Los seguidores de la filosofía Charvaka se extinguieron, sin que se conozca el motivo con exactitud, aunque hay que comprender la constante denuncia que sufrieron por otras corrientes debido a su firme oposición a la autoridad religiosa y a su innegociable ateísmo.
La culminación del ateísmo en la modernidad
Puede decirse que la muerte de Sócrates en Occidente marca una era, y debido a ello los filósofos se muestran más cautos al exponer una idea. Durante el periodo helenístico, puede hablarse de dos evoluciones paralelas. Aunque Epicuro no era ateo, algunos autores posteriores le acusaron de ello debido a que consideraron que de su física se derivaba que los dioses no eran necesarios. Otro filósofo acusado de ateísmo fue Clitómaco, académico escéptico, debido a las ideas expresadas en su tratado Sobre el ateísmo. La teoría de Pródico sobre el origen de los dioses tiene cierto éxito, y a ella aluden numerosos poetas e historiadores. Aunque la lista de ateos fue cada vez más extensa, la historia no menciona de manera explícita a ateos practicantes (13). En los dos primeros siglos de la era cristiana, ateísmo es simplemente una etiqueta que colgar despectivamente al adversario. Las acusaciones de ateísmo eran algo que parecía darse por doquier hasta bien entrado el siglo IV, y los cristianos no se quedaron atrás en este sentido. Si puede entenderse que el nacimiento del concepto ateo dio lugar al progreso, con la llegada de la libertad intelectual, al mismo tiempo nacieron clichés para meter a todos los adversarios en el mismo saco y justificar así las creencias propias (14).
Merece la pena mencionar a un autor como David Hume, el cual no hizo nunca profesión de ateísmo, tal vez por temor a las consecuencias de la época, pero que en su Historia natural de la religión intenta, antes que otros autores en la modernidad, una antropología de la cuestión religiosa, ofreciendo causas social y psicológicamente plausibles para el paganismo y el monoteísmo y apartando las justificaciones sobrenaturales oficiales. Es en otra obra, Diálogos sobre la religión natural, donde Hume refuta, tanto al teísmo como al deísmo, demostrando que no hay razones para creer que el universo es una especie de reloj que necesite de un relojero, el cual según la analogía religiosa habría sido fabricante y garante de su funcionamiento (15).
Hay quien vincula estrechamente el ateísmo con la época moderna. El escritor Gavin Hyman realiza la siguiente descripción de la modernidad: "El deseo de lograr un dominio total de la naturaleza por medios racionales y/o científicos". Sería éste un deseo que va cobrando fuerza a partir del siglo XVI y no pierde fuste hasta mediados del siglo XX, cuando nacen los primeros síntomas de desconfianza hacia la modernidad. El ateísmo moderno puede verse como una reacción al teísmo, con las diferentes lecturas que tiene también este término. Es decir, es posible que pueda hablarse también de un teísmo moderno, surgido del Renacimiento, opuesto a su vez al teísmo medieval. Indudablemente, en los inicios de la modernidad, los franceses e ingleses empezaron a tener dudas, aunque el término "ateísmo" se utilizaba en realidad para denunciar un abuso. Es a mediados del siglo XVIII, cuando se asocia la palabra a una declaración de principios y algunos intelectuales parisinos se reconocen abiertamente ateos. Hay quien señala a Diderot como el primer ateo, al considerar él mismo que había llevado la física de Descartes y la mecánica universal de Newton hasta sus últimas consecuencias. Es el ateísmo de Diderot consecuencia de una integridad intelectual y de una constante búsqueda de la verdad. No obstante, el término siguió teniendo connotaciones negativas hasta bien entrado el siglo XIX, vinculándose con la inmoralidad y la ilegalidad. Es por eso que ciertos autores describen su condición como laica, para no suscitar sospechas. Por ejemplo, Thomas Huxley asociaba el ateísmo con cierto dogmatismo al negar metafísicamente, y sin prueba alguna, a Dios. Así, Huxley empleó el término "agnóstico" para definir la "ignorancia metafísica". Nace así, entre los intelectuales, la rivalidad de posturas entre ateos y agnósticos (16). Por otra parte, el ateísmo tiene ya una connotación revolucionaria socialista, gracias a autores como Marx y Bakunin. En el caso del alemán, el ateísmo no es necesariamente una condición previa de la revolución, sino una consecuencia de una nueva estructura socioeconómica. Es la herencia "hegeliana" para la izquierda, siendo otro destacado pensador Feuerbach, feroz crítico del teísmo cristiano. Consideraba que Dios no era más que un conjunto incoherente de atributos personales, activos y antropomórficos, por un lado, y una realidad impersonal, imperfecta e inmutable, por otro; la religión se convertiría, para este autor, finalmente en antropología. Si Marx lo suele reducir todo a las condiciones económicas, y el teísmo sería entonces una consecuencia de ello, para Feuerbach, y para su heredero el anarquista Bakunin, se trata sencillamente de un reflejo humano (17). Textos de Feuerbach como el siguiente demuestran la importancia de este autor para la historia del ateísmo:
Quien no sabe decir de mí sino que soy ateo, no sabe nada de mí. La cuestión de si Dios existe o no, la contraposición de teísmo y ateísmo
pertenece a los siglos XVII y XVIII, pero no al XIX. Yo niego a Dios. Esto quiere decir en mi caso: yo niego la negación del hombre. En
vez de una posición ilusoria, fantástica, celestial del hombre, que en la vida real se convierte necesariamente en negación del hombre, yo
propugno la posición sensible, real y, por tanto, necesariamente política y social del hombre. La cuestión sobre el ser o no ser de Dios es en
mi caso únicamente la cuestión sobre el ser o no ser del hombre (18).
Para Feuerbach, la creencia en Dios es el conjunto insatisfecho de los deseos humanos, ya que se proyecta hacia el mundo ultraterreno todo lo que se apetece y no se alcanza en este mundo; a la vez, la creencia sirve de consuelo para los sufrimientos de los seres humanos y se brinda una coartada para no mejorar la situación terrenal (19). Bakunin, en la misma línea, considerará que el hombre había atribuido a Dios todas las cualidades, potencias y virtudes que debía acabar descubriendo en sí mismo. El punto de vista antiautoritario queda patente en el filósofo ruso cuando define a la divinidad, que aparece según la imaginación religiosa como el gran señor y el gran maestro, como una mera abstracción sin contenido real que, sin embargo, acababa arrebatando al mundo terrenal sus riquezas y fuerzas naturales para transferirlas al mundo celestial (20). Ateísmo empezó a ir unido a todo afán socialmente transformador, mientras que el cristianismo se convirtió en símbolo del statu quo. Por otro lado, y de forma paralela a esta visión revolucionaria, se consolidó cierto ateísmo intelectual y "respetable" (21).
Sin embargo, merece la pena destacar a dos autores con mucho en común, con los que podemos considerar que el ateísmo adquiere un nuevo horizonte llamado nihilismo. Max Stirner no se conformará con acabar con Dios, quiere hacerlo con cualquier "idea eterna": el Hombre de Feuerbach, el Espíritu de Hegel o su concreción histórica y política en el Estado. Para Stirner, Dios es una enajenación del yo, y todas sus formas y todos sus profetas no son más que distintas formas para negarlo. Este yo de Stirner nada tiene que ver con ningún Absoluto, y el alemán se esforzará en particularizarlo y darle forma real. Incluso, Stirner considerará el ateísmo como otra forma de devoción, ya que sustituyen una deidad por el culto a otras abstracciones como el Estado o el Hombre (22). Muy al contrario, Nietzsche sí acepta el ateísmo como "constructivo y radical", al igual que asume todas las consecuencias del nihilismo y la rebeldía. Albert Camus considerará el pensamiento de Nietzsche como un espíritu libre que pretende destruir todos los valores fundados en ilusiones, el hombre acabará liberándose de Dios y de las ideas morales que han llevado a la resignación y al conformismo (23). El ateísmo, desde esta perspectiva, es una salida al nihilismo, ya que se derriba a Dios y a cualquier otro ídolo para fundar una nueva ética y valores inéditos (24).
A lo largo del siglo XX, las cosas cambiarían acercándose a lo que vaticinaron autores tan distintos como Nietzsche y John Henry Newman, los cuales pensaban que la indiferencia religiosa dejaría de ser un fenómeno aislado y una cuestión privada, por lo que los intelectuales ateos ejercerían su influencia sobre la sociedad. Puede decirse que en los años 60 del siglo XX empieza a consolidarse este ateísmo de masas. Habría que observar a la modernidad, no como algo estático, sino como un proceso y una sensibilidad en permanente evolución. Desde este punto de vista, sí es posible considerar al ateísmo como el punto culminante de la modernidad (25).
El ateísmo en el pensamiento antiautoritario
Por su importancia, y aunque apuntado en el epígrafe anterior, haremos un repaso ahora de la visión de Dios y de la religión en el pensamiento ateo íntimamente vinculado con el antiautoritarismo. Michel Onfray (26) considera que la historia del ateísmo moderno empieza verdaderamente con la peculiar figura de Jean Meslier (1664-1729). Al poco de su fallecimiento, y después de una vida dedicada al sacerdocio, se encontró un manuscrito impresionante en el que Meslier mostraba un materialismo ateo y una crítica feroz a la moral cristiana, y religiosa en general, que le acaba conduciendo a la cuestión social y política. Hay que recordar que esta obra de Meslier, llamada Memoria contra la religión, sería difundida por Voltaire, aunque desprendida de sus elementos más filosóficos y sociopolíticos, permaneciendo únicamente la visión más anticlerical. No sería hasta finales del siglo XIX que vería la luz la versión completa de una obra radical, tremendamente devastadora respecto a la religión y cualquier creencia sobrenatural, en la que Meslier asocia el ateísmo con una república libre e igualitaria (27).
Max Stirner, como vimos con anterioridad, realiza una severa crítica a ese ateísmo que pretende sustituir a Dios por una supuesta divinidad inmanente al hombre. Para el filósofo alemán, lo sagrado es algo ajeno al individuo, al yo, y es por eso que resulta inconcebible que la absurda idea divina adopte en nuevas épocas otra más popular y atractiva como puede ser la de humanidad o la de "todos los hombres". Así, Stirner critica la subordinación del individuo concreto a abstracciones que esconden la idea divina y la dependencia de "algo superior"; todo el edificio filosófico estirneriano se esfuerza en demoler cualquier tipo de obsesión idealista, la cual llega a identificarse con una enfermedad mental, y denuncia toda idea inmutable, estrechamente vinculada a lo sacro, que no esté sometida al escalpelo de la crítica. En definitiva, el ateísmo auténtico para Stirner sería negar, no únicamente a Dios, también a cualquier idea sacralizada; ello se hace en nombre de lo que considera la verdadera realidad y el auténtico valor: el individuo. Éste, el yo, el "único", no puede ser esclavizado por ninguna idea abstracta, ya que funda su causa sobre sí mismo. Resulta lógico que Stirner haya sido reivindicado, una y otra vez, y a pesar de las fuertes controversias, por la tradición anarquista; su pensamiento antiautoritario y antiesencialista se muestra contrario a todo idealismo y a toda metafísica, de tal manera que llega a considerar al Estado un sustituto más de Dios, de ese ser supremo o idea inmutable (28).
Un autor como Proudhon, primero en concebir una sociedad anarquista, aporta una visión muy original, incluso de una actualidad innnegable al encuadrar su crítica a la religión dentro de su visión global antiautoritaria en la que se rechaza toda fundamentación absoluta de una idea en beneficio de una concepción pluralista de la sociedad. Más que de ateísmo, hay que hablar de antiteísmo en la obra de Proudhon, como corresponde a una filosofía basada en los conflictos, que pretende combatir todo concepto autoritario. La enajenación del yo, propia del sentimiento religioso, se produce al otorgar un sentido trascendente a la conciencia y convertirla en un ser supremo, exteriorización de una idea anterior a toda inducción del entendimiento, que acaba fundamentando la autoridad (29). Donde Proudhon difiere con la visión humanista de Feuerbach es en no pretender invertir los papeles y que el hombre no ocupe el lugar de Dios. Las rasgos absolutos, de perfección, infinitud o inmutabilidad, no son propios del ser humano, que se caracteriza por ser perfectible, móvil y cambiante. La crítica a Dios y a la religión no se quedan en Proudhon en una simple negación, y hay que recordar una demoledora frase suya: "Dios es el mal" (30). Así es, hay que esforzarse en combatir y superar una creencia solo sustentada en su antigüedad y muy difícil de desterrar. La confianza en el progreso de Proudhon le condujo a pensar que sería la revolución social la que acabará desdeificando el mundo. La libre iniciativa del hombre, la soberanía del pueblo y el derecho al trabajo apartarán lo misterioso e innacesible y propiciarán la conquista de la libertad. Insistiremos en que la visión proudhoniana sobre Dios forma parte de su filosofía antiautoritaria, y su crítica a la religión solo puede verse dentro de la crítica también a los poderes político y económico, como deja ver en su frase: "Para oprimir eficazmente al pueblo, es preciso encadenar a la vez su cuerpo, su voluntad y su razón" (31). A modo de curiosidad, diremos que Proudhon fue objeto de la crítica de Stirner (32), el cual denuncia inmediatamente todo peligro dogmático, debido al siguiente aserto: "Los hombres están destinados a vivir sin religión, pero la moral es eterna y absoluta" (33). Dos autores muy diferentes reivindicados por las ideas antiautoritarias.
Vimos anteriormente que el ateísmo de Bakunin era heredero claramente de Feuerbach. El hombre habría atribuido a Dios, en cuestiones de moralidad, lo que solo tiene un origen social, histórico y evolutivo. Para el filósofo anarquista ruso, la creencia religiosa es una ficción producto de la ignorancia, desarrollada y dogmatizada gracias a teólogos y metafísicos. La critica a Dios y a la religión en Bakunin aparece estrechamente vinculada con su original filosofía materialista y antiautoritaria así como con sus ideas sociales, ya que la relación que establece el hombre con la divinidad solo puede compararse a la que tiene un esclavo con su amo. Del mismo modo, la jerarquización social y política es una consecuencia lógica de esa relación de subordinación a Dios y a una clase privilegiada que hace de intermediaria. La auténtica moralidad, el verdadero amor, solo puede producirse entre iguales. Bakunin dirige sus críticas a los que tal vez son los tres pilares del pensamiento religioso, al menos monoteísta, que son Dios, la inmortalidad del alma y el libre albedrío, por lo que su aportación al ateísmo moderno es incuestionable. Dios, denominado ser supremo, es sin embargo para el ruso una abstracción, un ser inmóvil y vacío. A esa abstracción se condujo el hombre al establecer una diferencia, e incluso conflicto, entre cuerpo y alma. Por supuesto, el alma solo es un producto o expresión del cerebro y de otros factores relaciones con el cuerpo. Bakunin es obviamente monista, niega la posibilidad de una entidad, moral o espiritual, independiente del cuerpo. El hombre religioso, incapaz de comprender esto, acabó atribuyendo también al universo un alma que llamó Dios y acabó adorando su propia creación, producto de su facultad abstractiva. El desarrollo histórico de la teología terminó convirtiendo una ficción en un ser omnipotente y absoluto aparentemente real. En lugar de tratar de desarrollar las cualidades, potencias y virtudes que iba descubriendo en sí mismo, el hombre se las atribuía a Dios. En cuanto al llamado libre albedrío, o voluntad libre, no es para Bakunin más que otra mistificación histórica de origen religioso que habría alcanzado también a lo jurídico. Deducimos tal cosa si comprendemos que existen infinidad de causas precedentes al individuo, el cual es consecuencia de siglos de desarrollo físico y social de su especie, pueblo y familia transmitido mediante herencia y determinante de su naturaleza particular. En definitiva, para el autor de Dios y el Estado, la creencia en la divinidad es la abdicación de la razón humana y de la justicia, la negación de la libertad en un sentido amplio y a todos los niveles, tal y como muestran estas palabras que dan la vuelta a la conocida máxima de Voltaire: "Si Dios existe, el hombre es esclavo; ahora bien, el hombre puede y debe ser libre: por consiguiente, Dios no existe". Toda sumisión del ser humano a una fuerza externa es una pérdida de libertad y de dignidad (34).
Emma Goldman recogerá el legado de Bakunin, en el que las ideas de amor y justicia elevadas al terreno ideal del Más Allá han supuesto su empobrecimiento en el mundo terrenal, señalando al mismo tiempo que la idea de Dios ha ido evolucionando hacia algo más impersonal: "una especie de estimulo espiritualista para satisfacer los caprichos y manías de todo el abanico de flaquezas humanas". La idea de Dios se ha ido adaptando y revitalizando según las necesidades del momento histórico, la posibilidad de que el ser humano sea libre dependerá de su abandono. Si el teísmo es la teoría de la especulación, estática e inamovible, el ateísmo es la ciencia de la demostración, que debe producir una imparable marcha hacia el conocimiento y la vida. La filosofía del ateísmo para Goldman supone un concepto del mundo real, contingente, con sus posibilidades de liberación, crecimiento y perfección, mientras que la religión es uno de los sistemas absolutistas, enemigos de la libertad, creados por el hombre (35).
Sébastien Faure publica en 1926 un texto filosófico cuyo título lo expresa todo: Doce pruebas de la inexistencia de Dios. Por la importancia para el ateísmo moderno, nos detendremos en la obra de Faure, el cual establece tres grupos en sus argumentos que aluden a los rasgos atribuibles a la divinidad: Contra el Dios creador, Contra el Dios gobernador o Providencia y Contra el Dios justiciero. En el primer grupo, son seis los argumentos: la razón solo puede rechazar la hipótesis de un ser verdaderamente creador, como recuerda el aforismo ex nihilo nihil fit (de la nada, nada adviene) en contraste con la posterior teología cristiana; incluso aceptando lo anterior, Dios (lo inmaterial, el espíritu puro) no puede haber creado lo material al existir una diferencia cualitativa obvia; del mismo modo, no puede haber una relación causal entre lo perfecto (lo absoluto) y lo imperfecto (lo relativo, lo contingente), por lo que resulta imposible una determinación entre ambos (Dios no existe o no es el creador o no es perfecto); un ser supuestamente eterno, activo y necesario no pudo entonces estar inactivo o ser innecesario, lo que se deduce de un acto de creación que implica un principio u origen (en caso contrario, no hay acto de creación al entender que el universo es también eterno); la idea de inmutabilidad de Dios también se trastoca al comprender que ha sufrido dos cambios: ha deseado realizar una cosa, la creación, y posteriormente la ha ejecutado (el deseo de querer es ya una modificación, como lo es la acción o determinación); se entiende que hay un propósito divino en la creación, mas resulta imposible para el hombre indagar en él, por lo que tal vez dicho propósito no existe (aquí, la apelación al misterio por parte de la religión evitará cualquier complicación) (36).
Son cuatro los argumentos presente en el segundo grupo. El primero de ellos sostiene que no puede creerse en un creador perfecto al no ser compatible con un gobernador de las mismas características, ya que ambos seres se excluyen categóricamente; la creación en origen de un ser genial no puede haber dado lugar a una obra que demanda la mano de un gobernador, ya que su necesidad significa el desconocimiento, la incapacidad y la impotencia del creador. El segundo argumento de esta serie dice que la diversidad de dioses atestigua que no existe ninguno, ya que si existiera un Dios verdadero carecería de omnipotencia o de bondad para revelarse a todos por igual, dos de los atributos que se le atribuyen. El tercer argumento hace mención a la existencia del infierno como prueba de que Dios no es infinitamente justo ni misericordioso, sino un feroz e implacable inquisidor. El cuarto y último argumento de este grupo insiste en el problema del mal, cuya existencia en el mundo demuestra que, o bien Dios no es omnipotente al no poder erradicarlo, o no es infinitamente bueno al no querer erradicarlo.
El último grupo de argumentos, dirigidos contra un Dios justiciero, recuerda que la existencia del hombre está determinada por sus condiciones de vida, las cuales habrían sido establecidas por la divinidad. El hombre es, en definitiva, un esclavo de Dios y dependiente de él, por lo que difícilmente se le puede achacar ninguna responsabilidad. Por lo tanto, no puede existir juicio, castigo ni recompensa, para alguien que no es verdadero responsable. Al erigirse en justiciero, Dios no es más que un usurpador que se apropia de un derecho arbitrario y lo emplea contra toda justicia. Hilvanando con el último argumento de la serie anterior, Faure considera que Dios es responsable de los dos tipos de males; el segundo argumento de esta serie, y último de los doce, considera que Dios viola las reglas fundamentales de la equidad. Para concluir tal cosa, se admite por un instante que el hombre es responsable, pero situando esa responsabilidad dentro de los evidentes límites humanos. El mérito o la culpa que pueda tener el hombre, siempre limitada y contingente, no resulta acorde con la sanción y la recompensa, ya que ambas son eternas (cielo e infierno). En la conclusión a sus argumentos, los cuales son un buen compendio de lo que es la visión antiautoritaria sobre Dios, Faure invista a todo ser humano a que declare la guerra a esa idea sobrenatural y absolutista que le mantiene sumiso (37).
Dentro de este apartado de ateísmo entendido desde una visión antiautoritaria, merece la pena recordar las palabras de Bertrand Russell: "En cuanto abandonamos nuestra propia razón y nos limitamos a confiar en la autoridad, nuestras dificultades no tienen fin" (38). El ateísmo de este autor, aunque desde un punto de vista científico habría que denominarlo agnosticismo (39), asocia la creencia religiosa con cierto engreimiento del ser humano al considerarse el centro del universo. Russell invita a superar todos los mitos creados en torno a la religión iniciando un camino de conocimiento que comienza con admitir los temores propios y reflexionar siempre de manera racional. La religión se muestra inequívocamente asociada al poder a lo largo de la historia, de tal manera que los gobiernos necesitan de una población ignorante que abrace cualquier credo irracional (40).
Ateísmo, moral y conciencia
Iniciaremos a continuación el repaso a una serie de conceptos desde el pensamiento ateo, tradicionalmente acaparados por la religión y todavía fuertemente influenciados en la actualidad, aun aceptando la imposibilidad de lograr una cohesión y uniformidad y atendiendo también a algunos obras de reciente publicación. Para iniciar el análisis de la moral, recordaremos en primer lugar la frase de Albert Einstein: "Si la gente es buena solo porque teme el castigo y espera una recompensa, somos efectivamente un grupo lamentable". Aunque temamos caer en la simplificación, puede que ésta sea una de las claves del pensamiento religioso en lo que atañe a la moral, un comportamiento correcto se realiza para obtener ciertos beneficios (en el caso que nos ocupa, sobrenaturales). Desde este punto de vista, el ser humano necesita la religión, o cree necesitarla, para comportarse correctamente, aunque la vigilancia al respecto suele ser muy terrenal para justificar la existencia del Estado. Richard Dawkins, de forma muy irónica, afirma que se suele decir que la gente necesita religión, cuando en realidad lo que necesita son policías. Por supuesto, en ambos casos se trata de una visión simplista y hay que observar los factores determinantes, todos muy humanos. En lo que estamos de acuerdo es en que una moralidad, en ausencia de vigilancia, es más verdadera que aquella que desaparece al no estar presente el vigilante, sea Dios o el Estado. Aunque siempre hay que echar mano de las estadísticas, no resulta difícil creer que las personas ateas posean una moral más sólida, ya que alguna clase de humanismo habrá reemplazado el más bien frágil credo religioso (41). Aunque es habitual confundirlas, la moral y la ética no tienen el mismo significado. La primera alude a los hábitos y comportamientos de los seres humanos y es posible definirla como el conjunto de normas de conducta que se consideran válidas para gran parte de una población. La ética puede describirse como la reflexión acerca de por qué es válida una moral. La visión atea, o naturalista, suele insistir en que la moral nació con la vida social, cuando los seres humanos buscaron unas normas uniformes para ajustar sus conductas y convertir la convivencia en más o menos previsible. En gran medida, la moralidad es producto de la sociedad y el individuo acaba interiorizando unos determinados valores, diferentes según el contexto social existente, que estimulan su conciencia acerca de lo que es bueno o malo (42). Desde este punto de vista, la moralidad posee una naturaleza muy humana y relativa, ya que según las circunstancias se favorece un comportamiento u otro; muy al contrario, las visiones absolutistas propias de la religión ocasionan muchos más conflictos, ya que las acciones más abyectas suelen justificarse en aras de un ideal trascendente (43).
Es posible que toda nuestra civilización esté impregnada de ese concepto de castigo y recompensa, basado en una concepción inmutable de la naturaleza humana, por lo que examinaremos el ateísmo desde la perspectiva de un horizonte moral todo lo sólido y amplio posible, trataremos de apartar definitivamente la práctica moral de toda afiliación, práctica o creencia religiosa e introduciremos el hecho de que existen factores biológicos y sociales que explican nuestro sentido de lo que es bueno o malo. Un gigante intelectual como Bertrand Russell consideró las dificultades de la consideración religiosa de que la conciencia humana estuviera originada en la divinidad. En primer lugar, parece que la conciencia dicta cosas muy diferentes a cada individuo; en segundo, la psicología ha ido dando respuestas a los distintos sentimientos de cada persona. Son las leyes causales, base del método científico, las que pueden ayudarnos a comprender por qué existe tanta diversidad en lo que motiva a la conciencia. Es precisamente la introspección la que a veces conduce a olvidar el origen de los sentimientos y a convertirlos en misteriosos. Si se quiere liberar a la ética de unas reglas externas, habría que poner en duda la visión religiosa de la conciencia (44). En una línea similar, Carl Sagan consideró que el argumento de la conciencia como demostración de la existencia de Dios no posee demasiado recorrido; hace ya tiempo que los neurobiólogos mostraron una alternativa al explicar que la conciencia es una función que depende del número y la complejidad de las conexiones neuronales del cerebro. Respecto al argumento moral de los religiosos, según el cual si el ser humano es moral es porque Dios existe, Sagan está en la misma línea de Dawkins cuando señala que la selección natural puede explicar muchas cosas sobre nuestro comportamiento; la adquisición de conciencia sobre nuestro entorno hace posible que comprendamos muchas cosas y ver lo que es bueno para nuestra supervivencia (45).
Aunque la ciencia no tenga mucho que decir sobre la ética, sí es capaz de examinar las causas de los deseos y los medios para realizarlos. Al no existir argumentos para probar que determinada cosa tiene un valor intrínseco, habría que aceptar que las diferencias son cuestión de gusto y no existe una verdad objetiva. Este subjetivismo tiene diversas consecuencias, la más evidente es que conceptos religiosos como "pecado" o "virtud" se anulan al solo poder ser algo como bueno o malo según unas circunstancias concretas. Desde un punto de vista biológico, pueden comprenderse los valores también como producto de la evolución, entendidos como lo que resulta agradable o desagradable en función del ambiente. No es posible deducir, desde estas concepciones éticas desprendidas de todo origen sobrenatural, otro concepto clave para el pensamiento religioso: la idea de un propósito, cósmico o divino, en la existencia humana. La objeción de los partidarios de valores objetivos, apoyada en las supuestas consecuencias inmorales derivadas de este aparente relativismo, puede ser refutada apelando al deseo y rechazando la creencia. Efectivamente, los deseos pueden ser personales o impersonales, pero difícilmente podrán ser estimulados por una creencia abstracta en lo que es correcto y sí, por ejemplo, por la educación y el conocimiento. La felicidad general no necesita una sanción por parte de un concepto absoluto del bien, y tampoco se convierte en algo irracional al basarse en deseos individuales. También habría que dudar de la racionalidad o irracionalidad de los deseos, ya que solo se ponen a prueba con la valoración de los demás conduciendo, o no, a la felicidad o a la satisfacción. Los deseos son, tantas veces, grandes y generosos en ciertas personas, apoyados además en las grandes teorías morales, por lo que adquieren una nueva dimensión al tener la ambición de elevarlos a categoría universal (46).
El filósofo John Leslie Mackie considera que el mundo natural explica, gracias a la evolución, la conciencia, la moralidad y el valor como actividades humanas. Este autor clarifica cuáles son las consecuencias morales del ateísmo, ya que tantas personas, creyentes o no, consideran que la religión sigue siendo necesaria para no desembocar en un desastroso nihilismo. Así, Mackie considera cuatro puntos de vista principales sobre la naturaleza y el estatus de la moralidad: el primero observa las reglas y los principios morales desvinculados de cualquier utilidad que pudieran tener, estarían originados en algún tipo de divinidad y sustentados por la promesa de recompensa o la amenaza de castigo en esta vida o en la otra; el segundo, llamado kantiano, racionalista o intuicionista, ve los principios morales como una normativa objetivamente válida, formulada o descubierta por el intelecto humano y dotada de autoridad autónoma al margen de cualquier dios; un tercer punto de vista sostiene igualmente la existencia de principios objetivos válidos, pero considera que son creados y sustentados, del modo que fuere, por la existencia de Dios; finalmente, una cuarta opinión, denominada humeana, sentimentalista, subjetivista o naturalista, piensa que la moralidad es fundamentalmente un producto humano y social y, así, los conceptos, principios y prácticas morales se han desarrollado a lo largo de un proceso de evolución biológica y social. Es esta última perspectiva naturalista la que explicaría la existencia y persistencia de los principios y prácticas morales, debido a que permiten de alguna manera a los seres humanos sobrevivir y alimentarse mejor al limitar la competencia y favorecer la cooperación. Sin caer en respuestas definitivas, Mackie muestra la moralidad con su propio origen causal, parcialmente instintiva, desarrollada a través de la evolución biológica y transmitida de una generación a otra en forma de valores culturales. El enfoque naturalista adquiere una fuerza evidente cuando se observa que no hay un consenso definitivo en la humanidad sobre lo que es vicio o virtud. La perspectiva religiosa se viene abajo notablemente por dos motivos principales: la moralidad sufrirá una debilitación evidente cuando no exista la creencia, y también debido a que se subordinará siempre a otras preocupaciones más trascendentes cuando exista la creencia (como es el caso de la salvación personal) (47).
Richard Dawkins, biólogo considerado neodarwinista, considera que nobles impulsos como la amabilidad, el altruismo o la empatía se originan en el cerebro y se dirigen en primer lugar hacia la familia cercana, pero pueden extenderse como regla general. No profundizaremos aquí en la visión genética de Dawkins, no uniforme en el mundo científico y denunciada en ocasiones como biológicamente determinista, pero insistiremos en este autor por su prestigio y conocido ateísmo combativo. Derivar nuestro sentido de lo correcto o lo incorrecto de nuestro pasado evolutivo, conlleva ciertas dificultades al ser difícil comprender sentimientos como la compasión desde el punto de vista de la selección natural. Sean cuales fueren las reglas de la evolución, altruistas o competitivas, no es posible hablar simplemente de determinismo biológico, ya que se filtran a través de la influencia de lo que llamamos civilización, con sus tradiciones, leyes y costumbres. Como modo de mejorar la conciencia, Dawkins considera que la ciencia y la evolución, incluso con sus lagunas, resultan mucho más adecuadas para mejorarla que el pensamiento religioso y elude la posibilidad de fantasear con nuestros miedos y necesidades. Frente a los que asocian, necesariamente, el sentimiento religioso a la condición humana, ya que parece manifestarse de un modo u otro, habría que insistir en lo saludable de la independencia mental. Una comprensión adecuada del mundo real puede asumir el mismo rol inspirativo que, tradicionalmente y de manera distorsionadora, ha asumido la religión (48).
Desde la Antigua Grecia hasta Kant, hubo ya muchos intentos de derivar la moral de fuentes no religiosas. De hecho, tal como señala Dawkins, los imperativos categóricos de Kant se fundan en el deber, por el bien del deber, apartando a Dios, lo cual ha supuesto que se haya pensado que el filósofo alemán, aunque no pudiera admitirlo en la sociedad de su tiempo, era en realidad ateo (49). La universalidad de los principios morales, que es lo que está también detrás de los imperativos kantianos, es válida en algunos casos, pero plantea problemas en otros, ya que no todo el mundo estará de acuerdo en según qué comportamientos. En el caso de la moral de tipo kantiano, no tiene que ser una visión plenamente identificable con el absolutismo moral, puede hablarse de "deontología" o "ciencia del deber", es decir "obediencia a reglas". Entre las visiones morales modernas, están además los llamados "consecuencialistas", más pragmáticos, según los cuales la moralidad de una acción debe juzgarse por sus consecuencias (los utilitaristas, a menudo mal entendidos también, pueden considerarse como un tipo de consecuencialistas). Como afirma Richard Dawkins, no todo absolutismo deriva de la religión, pero es muy difícil defenderlo en otros campos (50).
Si la moral originada en las religiones es siempre exclusivista y totalizante, exigiendo además obediencia a los creyentes, una moral capaz de mejorar la vida y de facilitar el desarrollo, incluso con aspiración de ser universal, no necesita de orígenes divinos y todo ser humano puede comprenderla en mayor o en menor medida sin acudir a ninguna "verdad revelada". Es más, desde el ateísmo se ha criticado la moral religiosa, siempre absolutista, entendida como una verdad con mayúsculas, cuando en su nombre se han producido los mayores crímenes a lo largo de la historia; el ateo siempre considerará la moral religiosa como sospechosa, ya que detrás se encuentra la imposición y las mayores aberraciones hacia los no creyentes, por lo que acaba convirtiéndose en un instrumento de poder (51). Frente a los que consideran que una moral sin Dios no puede darse, la lógica hace pensar que la humanidad, en los albores de su existencia, empezó a dar contenido a las normas morales y potenció así los instintos constructivos del ser humano; en caso contrario, no habríamos llegado hasta aquí (52). Con el devenir de la historia, la idea de Dios se fue haciendo innecesaria, por lo que una ética puramente humana, basada en la convivencia social, la justicia y la fraternidad, enemiga de todo dogmatismo, puede exigir un mayor compromiso con lo real (53). La creencia religiosa surge de debilidades y angustias humanas, muy comprensibles, pero son infinitamente más aceptables una incredulidad fundada en el esfuerzo por buscar la verdad, sin engaño alguno, y una moral fraterna, sin excusas sobrenaturales ni trascendentes (54). En esta línea, hay que recordar a Bertrand Russell cuando habla igualmente de renunciar al dogmatismo y adoptar la duda racional en todo ámbito humano; desde su punto de vista, ello ayudaría a erradicar los grandes males del mundo, ya que sin posiciones absolutistas resulta francamente difícil no considerar la gran responsabilidad que tenemos con el prójimo (55).
Otro ateo que ha tenido gran popularidad en los últimos años, el recientemente fallecido Christopher Hitchens, considera que el desarrollo del pensamiento ha supuesto que la humanidad se vaya apartando de toda verdad revelada y toda fe dogmática; desde este punto de vista, la razón, la conciencia y la moral solo pueden ser innatas en el ser humano, susceptibles de ser perfeccionadas o deterioradas y no es necesario apoyarse en ninguna explicación espiritual o metafísica (56). Desde su ateísmo combativo, Hitchens presenta varias e importantes objeciones al pensamiento religioso: distorsión cognitiva sobre el conocimiento y la razón, servilismo, solipsismo, represión sexual... recogiendo la herencia de Freud, considera que las creencias de los hombres estás sustentadas en última instancia en ilusiones, respuestas a sus necesidades y deseos más apremiantes (57). Tal vez la ciencia y la razón no resultan suficientes para establecer valores, pero sí son necesarias, por lo que hay que desconfiar de toda aquella doctrina que las reduzca; el intelecto y la moral se potencian gracias al conocimiento y la creatividad humanas, por lo que se identifica aquí ateísmo con una libertad plena para la indagación.
El filósofo André Comte-Sponville, en otra interesante obra sobre el ateísmo de reciente edición (58), nos propone un punto de vista diferente sobre los valores humanos. Su ateísmo lo funda en lo que denomina "fidelidad", usando una palabra con la misma etimología que la palabra "fe", a unos valores judeocristianos de larga tradición; su falta de creencia en Dios no le impide abrazar la moral fundada en la religión y considerar su importancia como elemento de cohesión en la sociedad. El temor de Comte-Sponville está en que la falta de creencia desemboque en el nihilismo, algo que él considera sinónimo de barbarie; su deseo parece ser fiel a dos polos: los valores religiosos tradicionales y el proyecto modernizador de la Ilustración. En este sentido, el filósofo francés se aparta del nuevo ateísmo de Dawkins y Hitchens, y especialmente de la tendencia posmoderna de Michel Onfray, que parte de Nietzsche para considerar que es precisamente el ateísmo el que nos proporciona la salida del nihilismo radicalizando e innovando los postulados de la Ilustración (59). El ateísmo de Onfray apuesta por una razón decididamente antirreligiosa y antimetafísica, que impida a los seres humanos caer en la tranquilidad existencial y el infantilismo mental permanente; el estilo directo e incendiario de este autor le lleva a considerar que el ser humano tiene una inclinación hacia la credulidad y la ceguera, por lo que las dificultades de la vida le empujan a las fábulas y los mitos.
Conclusiones
Hasta hace poco, la religión se ha considerado un proceso casi natural en el pensamiento humano; tal y como escribió Marx, se trata del consuelo de los oprimidos, "el opio del pueblo", expresado en un pasaje muy divulgado, pero tal vez no lo suficientemente entendido. Sin embargo, a pesar de que la falta de certeza, los miedos y las angustias son inherentes al ser humano, esa función de consuelo ejercida por la religión se diferencia del deseo por conocer el mundo propio del saber científico. Frente a las grandes verdades e ideas inmutables propias de las religiones, nada mejor que una forma extrema de pensamiento crítico, el permanente anhelo de hacerse preguntas en aras de mejorar cualquier ámbito humano. Parece claro que, si la religión volvió con inusitada fuerza a finales del siglo XX, a principios del XXI el debate sobre el ateísmo está a la orden del día y resulta más importante que nunca para una sociedad laica y con plena libertad de conciencia. El temor de Comte-Sponville a renunciar a los valores fundados en la religión, que puede verse reflejado en la famosa frase atribuida a Dostoievski "Si Dios no existe, todo está permitido", resulta de lo más cuestionable. Fernando Savater ha recordado que ese famoso aserto, no solo no demuestra la veracidad de creencia alguna, sino que más bien constata una urgencia que debe invitarnos a la duda. Es precisamente el librepensamiento, el apartamiento de las religiones, plagadas de ideas fijas y de creencias sobrenaturales, lo que ha supuesto unas mayores posibilidades para la ética, para mejorar la vida social e individual. En cualquier caso, el ateo siempre reflexionará que lo inexistente no puede morir y una moral sustentada artificiosamente en lo religioso puede perfectamente, no solo sobrevivir sin ese apoyo, sino también validar su adecuación al bienestar de la humanidad y ayudar a la evolución y al desarrollo. Recordemos la visión de Mackie cuando señala que la visión religiosa subordina siempre los asuntos morales, y humanos en general, a cuestiones más trascendentes; en el cristianismo, es el caso de la aceptación de la condición pecaminosa del ser humano para aceptar luego su salvación. Sin ningún ánimo de caer en el maniqueísmo, y aceptando que la ausencia de creencias no es garante a priori de nada, hay que recordar siempre la ambigüedad de la moralidad promovida por la religión y, frente a ella, la existencia de una tradición humanista, preocupada por los problemas sociales, defensora de la honestidad intelectual y de la tolerancia, así como impulsora de la libre investigación. La moralidad, y los asuntos humanos en general, con sus concesiones y con sus ajustes, se entienden mejor desde un enfoque naturalista.
El fundamentalismo, última salida del pensamiento religioso, advertirá sobre el peligro nihilista que supone el ateísmo; sin embargo, lo que muere son viejos valores, mientras que otros nuevos y posiblemente más fortalecidos pueden germinar. Desde ese punto de vista, estamos de acuerdo con Michel Onfray cuando considera que es el ateísmo el que puede dar solución al nihilismo constituyéndose en garante de esos valores innovados. Siendo cautos con los diversos caminos que adopta el conocimiento y la creencia, ya que el pensamiento religioso perdura incluso en personas cultas y racionalistas, podemos también compartir las ideas del filósofo francés cuando trata de dar un horizonte lo más amplio posible a la razón y cuando afirma que cada ser humano deber llegar a una fase de madurez y ser consciente de sus capacidades intelectuales, críticas y políticas. Es algo que ya estaba en la obra de Kant, pero Onfray precisamente critica al filósofo alemán su protección del mundo religioso poniéndolo a salvo de la razón; a pesar de la radicalización de algunas posturas en el siglo XIX, considera que en el XX se acabaría consolidando esa separación perniciosa entre razón y fe.
En cualquier caso, no hay una opinión uniforme en el universo ateo, como resulta lógico y tremendamente saludable para el pensamiento. Como ya se ha visto, hay quien muestra su fidelidad a ciertos valores religiosos a pesar de su no creencia y, en el otro polo, los hay que consideran el pensamiento religioso como una gran distorsión histórica de la razón y la moral. Quizá podemos simpatizar mayormente con los que observan la moral atea como una evolución, una perfección histórica apoyada en alguna medida en creencias ya superadas. Tal vez se hayan ido apartando los valores religiosos, pero una concepción absoluta sobre lo correcto y lo incorrecto parece impregnar nuestra herencia cultural y acaba justificando el poder de unos seres humanos sobre otros. Esta crítica resulta, lo asumimos, controvertida, ya que adelantamos las acusaciones sobre la defensa de una moral arbitraria y relativa; la verdadera cuestión es que los principios morales parecen defenderse mejor, no desde el absolutismo y la trascendencia, sino desde perspectivas plenamente humanas. Podemos contemplar la historia como una tensión permanente entre fe y razón, según la cual algunas personas tuvieron el suficiente carácter y la valentía para hacer valer sus convicciones personales, a nivel moral o científico, enfrentadas siempre a lo religioso instituido. Es la modernidad la que ha conllevado la secularización del pensamiento, es decir, la posibilidad de desprenderse de lo sagrado para poder seguir avanzando. Tal vez no deba hablarse, necesariamente, de distorsión o fraude histórico en el nacimiento de la religiones, ya que afirmar tal cosa excede la capacidad humana; lo que sí es plausible es que, si el pensamiento religioso pudo hacer en determinado momento de motor histórico, esa desacralización iniciada en la modernidad es igualmente necesaria en aras del progreso. La confianza en los valores ilustrados y en el progreso, tan criticada por aquellos que dan a la modernidad por periclitada, no puede hacernos caer en una nueva fe ciega. Es por eso que el ateísmo debe insertarse en los valores antiautoritarios que, además del religioso, critican el poder político y económico, que no tardan en fundar nuevas abstracciones que someten al ser humano. Los valores vinculados a la religión acaban, más tarde o más temprano, siendo obsoletos al igual que los asociados a otros conceptos que constriñen el pensamiento como es el caso del patriotismo. Recogemos igualmente la herencia de una persona tan brillante como Bertrand Russell también cuando recordaba que los peligros para el librepensamiento no se limitaban al mundo religioso.
José María Fernández Paniagua
Publicado por primera vez en Germinal. Revista de Estudios Libertarios núm.10 (julio-diciembre 2012)
Notas:
1.- Fernando Savater, La vida eterna, Ariel, Barcelona 2007.
2.- José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, Alianza, Madrid 1980.
3.- Michael Albert, Introducción al ateísmo, Akal, Madrid 2010.
4.- Ibídem.
5.- José Ferrater Mora, op. cit.
5.- Michael Albert, op. cit.
7.- Ibídem.
8.- Ibídem.
9.- Ibídem.
10.- Gonzalo Puente Ojea, Ateísmo y religiosidad, Siglo XXI, Madrid 1997.
11.- José Ferrater Mora, op. cit.
12.- Gonzalo Puente Ojea, op. cit.
13.- Michael Albert, op. cit.
14.- Ibídem.
15.- Fernando Savater, op. cit.
16.- Michael Albert, op. cit.
17.- José Ferrater Mora, op. cit.
18.- Ludwig Feuerbach, Escritos en torno a La esencia del cristianismo, Tecnos, Madrid 2007
19.- José Ferrater Mora, op. cit.
20.- Mijaíl Bakunin, Escritos de filosofía política, Altaya, Barcelona 1995.
21.- Michael Albert, op. cit.
22.- Max Stirner, El único y su propiedad, Reconstruir, Buenos Aires 2007.
23.- Albert Camus, El hombre rebelde, Alianza, Madrid 2008.
24.- Michel Onfray, Tratado de ateología, Anagrama, 2006.
25.- Michael Albert, op. cit.
26.- Michel Onfray, op. cit.
27.- Jean Meslier, Memoria contra la religión, Laetoli, Pamplona 2010.
28.- Max Stirner, op. cit.
29.- Pierre-Joseph Proudhon, ¿Qué es la propiedad?, Folio, Barcelona 1999.
30.- Ídem, Sistema de las contradicciones económicas o filosofía de la miseria, Júcar, Madrid 1974.
31.- Ibídem.
32.- Max Stirner, op. cit.
34.- Mijaíl Bakunin, op. cit.
35.- Emma Goldman, "La filosofía del ateísmo", en Chistopher Hitchens (ed.), Dios no existe, Debolsillo, Barcelona 2011.
36.- Sébastien Faure, Doce pruebas de la inexistencia de Dios, Asociación Isaac Puente, Vitoria 2006.
37.- Ibídem.
38.- Bertrand Russell, "Compendio de pacotilla intelectual", en C. Hitchens, op. cit.
39.- Bertrand Russell explicaba que la ciencia nada tiene que decir sobre la existencia de Dios al no ser una hipótesis falsable, es decir, no puede ser confirmada ni rechazada; naturalmente, lo mismo podemos decir sobre cualquier fantasía reproducida o idealizada por el ser humano.
40.- Bertrand Russell, op. cit.
41.- Richard Dawkins, El espejismo de Dios, Espasa, Madrid 2010.
42.- Gabriel García y Joan Carles Marset, Probablemente Dios no existe, deja de preocuparte y disfruta de la vida, Bronce, Barcelona 2009,
43.- Ibídem.
44.- Bertrand Russell, Religión y ciencia, FCE, México 2004.
45.- Carl Sagan, "La hipótesis de Dios", en C. Hitchens, op. cit.
46.- Bertrand Russell, op. cit.
47.- John Leslie Mackie, "Conclusiones e implicaciones" (de El milagro del teísmo: argumentos a favor y en contra de la existencia de Dios), en C. Hitchens, op. cit.
48.- Richard Dawkins, op. cit.
49.- Así lo indica Dawkins en la obra citada, y es una apreciación extendida a otro autores desde la perspectiva atea.
50.- Richard Dawkins, op. cit.
51.- Antonio López Campillo y Juan Ignacio Ferreras, Curso acelerado de ateísmo, Vosa, Madrid 1999.
52.- Ibídem.
53.- Ibídem.
54.- Fernando Savater, op. cit.
55.- Bertrand Russell, Ensayos escépticos, RBA, Barcelona 2011.
56.- Christopher Hitchens, Dios no es bueno, Debolsillo, Barcelona 2009.
57.- Sigmund Freud, Psicología de las masas. Más allá del principio del placer. El porvenir de una ilusión, Alianza, Madrid 2000.
58.- André Comte-Sponville, El alma del ateísmo. Introducción a una espiritualidad sin Dios, Paidós, Barcelona 2008.
59.- Michel Onfray, op. cit.