El imaginario revolucionario. Una aproximación a las propuestas de Eduardo Colombo

 
Introducimos en el siguiente texto al pensamiento de Eduardo Colombo, importante autor anarquista en la actualidad, cuya obra realiza una aproximación a las fundamentales ideas de imaginario social y espacio público; frente a la apatía política y la desesperanza social de gran parte de la sociedad, se impone la necesidad de extender un imaginario colectivo revolucionario que reproduzca los rasgos de una sociedad verdaderamente libre.


Recordaremos en primer lugar el concepto de "bloque imaginario" o "imaginario social", cuando se alude al funcionamiento de la sociedad sobre la base de una serie de ideas y valores que se organizan como una especie de "campo de fuerza" que atrae y orienta los diversos contenidos de todo un universo de representaciones (expresado en instituciones, ideologías, mitos o formas sociales); cuando se consolida ese universo, supone una evidente limitación para el pensamiento y la acción. El imaginario social, no obstante, posee también una carga creadora basada en la realidad que vive el ser humano, no en fantasías o ilusiones. El bloque imaginario triunfante después de la caída del bloque soviético se basó primordialmente en que las únicas posibilidades reales eran ya la democracia representativa, el liberalismo y la economía de libre mercado.

Eduardo Colombo considera que existe en la sociedad un imaginario revolucionario (es decir, verdaderamente progresista), aunque no de una mera unívoca, al igual que también se producen los imaginarios conservador y reformista. Resulta francamente difícil tener una opinión sobre el comportamiento humano, y sobre las instituciones y la historia, desde un punto de vista independiente de nuestros propios valores, deseos y prejuicios; no obstante, es el peso de los argumentos, un juicio sólido y el conocimiento lo que nos permite acercarnos a una comprensión razonable del mundo en que vivimos. Así, no hay posición más sumisa, ni mayor obstáculo al "libre examen", que la que se pliega al pensamiento establecido y a los consecuentes paradigmas sociales y políticos; insistiremos una vez más, al igual que hace Colombo, que el ejercicio de la razón es tributario de un pensamiento verdaderamente crítico.


Colombo insiste en la capacidad simbólico-instituyente de los seres humanos, lo que llamamos el "imaginario social"; cuando esta potestad queda acaparado por una minoría, o a veces también por una mayoría, que es la que impone la ley al conjunto de la sociedad es cuando nace el Estado (el poder político); a la posición anarquista de Colombo le es indiferente si el origen y justificación de dicho poder son religiosos, naturalistas o democráticos (en su vertiente representativa). Los movimientos anarquistas se esforzaron por transferir al colectivo social esa capacidad de decisión, combatiendo así el poder colectivo concentrado en pocas manos; solo los explotados y oprimidos, por su propia condición social, podía ser la fuente de una transformación revolucionaria. No resulta muy sensato que los ricos y poderosos renuncien a sus riqueza y al poder; volvemos de nuevo al concepto de "imaginario social", por lo que los valores y aspiraciones de una sociedad jerárquica (son los de dominadores y sometidos) son los que ese encarnan en la instituciones y, a pesar de ello y aunque sea de forma extraordinaria, se siguen produciendo sublevaciones (producto del imaginario revolucionario).

Es el imaginario revisionista, concretado en el pensamiento neoliberal, el que niega toda tentación revolucionaria equiparándola inmediatamente con el totalitarismo. Colombo nos recuerda que las revoluciones no son solo hechos históricos, sino momentos necesarios en la vía para un cambio radical en la sociedad jerárquica; por supuesto, es una visión netamente anarquista, pero de una profundidad revolucionaria incuestionable. No es casualidad que el anarquismo resulte despreciado y vilipendiado por el revisionismo histórico, sea conservador, reformista o cuestionablemente revolucionario (por autoritario). Solo el anarquismo resulta verdaderamente transformador, ya que el lenguaje del poder es siempre el del estatismo y la sujeción; sea la Iglesia o el Estado, en cualquiera de sus formas, los que ejercen el poder siempre existen límites de todo tipo para el ser humano (el cuerpo, la moral, la democracia…). Colombo considera, al igual que Landauer, que existen dos formas en que la historia interviene en las pasiones humanas: una es la historia que se enseña en la escuela (los detritus del pasado) y otra es la fuerza que nos propulsa concretada en nuestros deseos y pasiones. Insistamos en el imaginario revolucionario anarquista, obviado también a nivel histórico por la visión simple y maniquea del revisionismo neoliberal, con el modelo político de la democracia representativa, que considera que "toda revolución está preñada de jacobinismo, leninismo y totalitarismo".


Tal y como lo ve Colombo, el anarquismo jamás idealizó al pueblo, ni tuvo una visión romántica del proletariado; muy al contrario, solo es posible ver que la mayor parte de las personas tienen una visión de la vida sencilla y, en gran medida, conservadora. El imaginario social predominante asegura la institucionalización autoritaria garantizando la obediencia y la sumisión. No obstante, el imaginario revolucionario produce "momentos fuertes" en la historia en los cuales se produce una nueva institucionalización de lo social y la acción humana desplaza los límites de lo posible; a pesar de ello, esos momentos revolucionarios acaban instaurando un nuevo orden en el que se aplastan los movimientos marginales y asegurando una nueva domesticación. A pesar de que los trabajadores se acabaron integrando en la sociedad moderna de forma mayoritaria en el nuevo imaginario (división entre sociedad y Estado, igualdad solo formal ante la ley, democracia representativa, sacralización de la propiedad privada…), no se logra acabar del todo con los deseos sociopolíticos de la plebe (igualdad de hecho, democracia directa, delegación con mandato controlable y revocable…). El anarquismo, nacido en el siglo XIX, combatió siempre toda explotación y dominación, incluida el imaginario social que incluye las formas propias de la democracia representativa; el imaginario revolucionario anarquista, que debe formar parte siempre de los movimientos libertarios, está formando por una libertad construida con la base de la igualdad, el rechazo a dominar o a ser dominado, la desaparición del Estado y de la propiedad privada, el antiparlamentario, la acción directa y la lucha de clases. Son las señas de identidad ácratas que Colombo considera inexcusablemente recuperables, ya que el poderoso imaginario neoliberal puede haber influido también sobre los movimientos revolucionarios. El imaginario social que ha caracterizado el proyecto de la modernidad, como todo paradigma histórico, es susceptible de ser vulnerado y volver a confiar en las ideas como motor para la acción revolucionaria.

Por lo tanto, hay que comprender la crítica radical que realiza el anarquismo, no solo al poder instituido, también al imaginario que lo sustenta; su reproducción simbólica y la servidumbre que genera por costumbre establecida. El poder político, aunque pretende presentarse como incontestable al ceñirse a un marco preestablecido, es susceptible de todo tipo de análisis y, como es lógico, es solo producto de la contingencia histórica y humana. Insistiremos en que Eduardo Colombo considera que el poder político, al margen de la forma institucional que tome (sea tiranía o sea democracia representativa) es "la consecuencia de la expropiación efectuada por una minoría de la capacidad de autoinstituirse, que es propia del colectivo humano"; a pesar de ello, el expropiador del poder social quiere presentarse como si la sociedad se debiera a su existencia. Colombo denuncia que toda la filosofía política, clásica y moderna, es un esfuerzo para justificar y legitimar el derecho de coerción inherente al poder político. A pesar de ello, junto a ese derecho a la dominación se produce de forma paralela un derecho a la resistencia, el cual parece haberse manifestado siempre enfrentado al primero. Resulta muy reivindicable una espacio político no jerarquizado en el que los seres humanos pueden reconocerse como libres e iguales, "el espacio político de la anarquía". El movimiento anarquista, según Colombo, debe esforzarse en reflexionar sobre las formas institucionales que se producirían en una sociedad libertaria; el anarquismo es  una teoría política, ya que lo que suprime en realidad es la coacción y no la política en sí, y de forma consecuente es también una ética y un ethos (el lugar donde habitaría esa deseable sociedad).


El movimiento anarquista puede orientar una transformación social en sentido libertario gracias a la acción de cada momento del presente; aunque mucha gente, debido a que no perciben cotidianamente la construcción del proceso, tienen la impresión de que se trata de una irrupción brusca, es en realidad producto de trabajo de una difusión de ideas y de formas organizativas de carácter práctico. Colombo insiste, y resulta tremendamente importante comprender esto, en que todos estamos socializados; es decir, vivimos y estamos impregnados de los valores de una sociedad jerárquica. Es por eso que los anarquistas, aunque obviamente rebeldes e insumisos en gran medida, también deben luchar contra un bloque imaginario que tienen interiorizado. Desde ese punto de vista, se comprende que tiene que haber una transformación radical de la sociedad, y consecuentemente de los seres humanos, para vivir en una auténtica comunidad libre. Volvemos a la necesidad de una imaginario revolucionario que transgreda la apatía política y la profunda desesperanza que sufre una gran parte de la sociedad. Las ideas, para ser verdaderamente eficaces, deben estar estrechamente relacionadas con los deseos y emociones de los seres humanos; así, aunque la idea de emancipación social hace tiempo que existe, aparece hoy como utópica en el sentido de estar desligada de la vida colectiva. Colombo recuerda que la ideas deben integrarse en la realidad cotidiana a través de los procesos sociales en que las personas se involucran; mediante la insurrección colectiva, se quiebra el imaginario establecido y la gente, a través de esa fractura, puede apropiarse de las ideas emancipadoras y convertirlas en realidad. El imaginario, como mundo de representaciones y creencias, es colectivo, jamás camina solo; así, existen dos procesos que no son extraños entre sí: por un lado, los movimientos de discusión y difusión ideológica y, por otro, cómo ese trabajo debe estar vinculado a los procesos sociales. Colombo recuerda una fuente de discusión constante en el mundo de la sociología y es cómo pasan las ideas a la realidad social; según este autor, "ese pasaje está en el doble movimiento de elaboración crítica de las ideas y en los movimientos sociales de desobediencia, de protesta y de insurgencia". El imaginario revolucionario pasa, como es obvio, por una dimensión utópica del cambio, ya que de lo contrario seguirán repitiéndose errores; si el imaginario conservador o reformista pasa por poner a alguien de nuevo en el poder, después de un vacío del mismo, hay que hacer comprender a la gente que es un error producto de no haber pensado nada nuevo. Esa incitación a la polémica, a debatir y a pensar cosas nuevas, es con seguridad una de los rasgos del imaginario revolucionario anarquista.

Capi Vidal



Bibliografía:

El imaginario social, Eduardo Colombo (Nordan-Comunidad, Montevideo 2002).

El espacio político de la anarquía, Eduardo Colombo (Nordan-Comunidad, Montevideo, 2000).

El lenguaje libertario, varios textos compilados por Christian Ferrer (Tupac Ediciones, Buenos Aires 2005).

La voluntad del pueblo, Eduardo Colombo (Tupac Ediciones, Buenos Aires 20069.