El origen de los valores humanos
El origen de los valores humanos
Desechado cualquier tipo de determinismo natural o biológico, y ante la imposibilidad de que la ciencia nos dé todas las respuestas, conviene reflexionar sobre el origen de los valores. Defenderemos en este texto, frente a toda posición absolutista, la fortaleza de una moral fundada en el ámbito humano, propia de los deseos y aspiraciones de las personas, de carácter laico, ajena a lo trascendente e íntimamente vinculada a lo social y político; en definitiva, que favorezca el desarrollo de la humanidad
En nuestra acervo cultural, está profundamente arraigada la idea de que es necesario un garante de lo absoluto para decidir lo que es bueno o malo (de ahí la necesidad para algunas personas de la creencia en un ser supremo). Sin embargo, la historia nos demuestra, por un lado, que los valores son mutables, y por otro, que esta discusión sobre la fuente de los valores es ya muy antigua, no siendo necesario trascender en cualquier caso el ámbito humano. Desde la Antigua Grecia hasta Kant, ha habido ya muchos intentos de derivar la moral de fuentes no absolutistas ni sobrenaturales. La moral kantiana, que se basa en la "obediencia a reglas", no es plenamente identificable con el absolutismo; lo que está detrás de la visión de Kant, más bien, es el deseo de la universalidad de los valores humanos. Es algo que también nos introduce en no pocos problemas, ya que no todo el mundo va a estar de acuerdo con según qué comportamientos (como es el caso de la moral sexual o del aborto); lo que parece claro a estas alturas es que la moral no tiene por qué ser absoluta, y ello a pesar de las continuas acusaciones de una relativismo mal entendido. Los llamados utilitaristas, que consideran la utilidad como principio moral, son objetos de no pocos ataques; y, sin embargo, pueden ser vistos de manera amplia como partidarios de una visión moral "consecuencinalista"; según este punto de vista, muy pragmático, se considera que la moralidad de una acción debe ser juzgada por sus consecuencias.
No todo absolutismo deriva de la religión, pero es francamente difícil defenderlo en otros terrenos. Si acaso, es el nacionalismo en la modernidad el que ha rivalizado con la religión en posturas absolutistas; recordemos de nuevo la frase de Luis Buñuel: "Dios y Patria son un equipo imbatible; baten todos los récords de la opresión y del derramamiento de sangre". Que se hayan realizado tantas barbaridades a lo largo de la historia en su nombre demuestra la irracionalidad de los principios absolutistas, la negación de las consecuencias de esos actos (que da la razón a una moral inmanente y pragmática) e incluso la debilidad de todos esos imperativos categóricos cuando se encuentran fundados en abstracciones. No negamos la complejidad del asunto, y nos adelantamos a las acusaciones de relativismo, pero consideramos que los principios morales se defienden mejor en un plano humano, no desde el absolutismo o la trascendencia.
Por lo tanto, al menos como punto de partida y sin intención de ser categóricos, podemos apostar por una ética utilitaria y consecuencialista, en el sentido de ser una ética laica, estrechamente vinculada a lo social y a lo político, ajena a los trascendente y capaz de favorecer el desarrollo de la humanidad. Los valores humanos no son reducibles a la ciencia, delegando en ella lo que es bueno o malo, ya que ello sería también una forma de objetivismo. Bertrand Russell, aunque mantuvo siempre cierta puerta abierta a la posibilidad del "conocimiento ético", evolucionó hacia posturas que podemos denominar emotivistas; esto es, cuando decimos que algo tiene "valor", que es bueno, estamos dando expresión a nuestras propias emociones y no a un hecho que seguiría siendo cierto cuando nuestros sentimientos personales fueran distintos. Esta postura, obviamente subjetivista, no cae en el relativismo; a pesar de la imposibilidad de presentar un conjunto de proposiciones verdaderas sobre el bien con mayúsculas, existe la permanente aspiración de elevar nuestros deseos al interés de toda la humanidad. De esta manera, los valores están fuertemente relacionados con la política, ya que el individuo puede realizar el intento de que sus deseos se convierten en los de la colectividad si ello supone la mejora para el grupo. Así, al filósofo que expresa los más nobles sentimientos sobre la verdad, la bondad o la belleza no le parece solo estar expresando sus propios deseos, sino también estar señalando el camino para toda la humanidad ; a diferencia del que expresa deseos mezquinos, puede creer que sus deseos tienen un valor también impersonal.
De esta manera, la ética queda vinculada a la política cuando trasciende el ámbito de lo personal y consigue que su valores sean considerados buenos por la sociedad: desde este punto de vista, los valores personales son susceptibles de ser universalizables u objetivables. No obstante, nos movemos en el terreno de los valores subjetivos, ya que es francamente difícil decidir si algo tiene un valor intrínseco o si existe una verdad objetiva. Para los absolutistas, se trata de una conclusión catastrófica, pero intentaremos demostrar lo contrario y fortalecer la posibilidad de transformar la realidad desde un punto de vista ético; apelando a valores objetivos, o no, poco vamos a conseguir para que las personas cambien su ética; en cambio, influyendo en sus deseos sí puede ser posible cambiar su conducta. En otras palabras, sean los valores objetivos o no, podemos hacer mucho más para transformar el mundo influyendo en los deseos de la gente. Russell quiso aclarar, ante las acusaciones de irracionalismo, que un deseo no es en sí mismo racional o irracional; "razón" posee un significado preciso y claro, tiene que ver con la elección de los medios adecuados para lograr un fin que se desea alcanzar, pero no tiene nada que ver con la elección de los fines.
¿Qué podemos decir de la fraternidad, o solidaridad, tan del "deseo" de los anarquistas? Como concepto abstracto, la solidaridad puede presentar no pocas dificultades, pero como expresión de deseo individual se nos aparece como una aspiración libertaria legítimamente universalizable. La moral libertaria no está fundada en nada más allá de lo humano, en ninguna moral absolutista ni aun objetiva, sino en el deseo y las aspiraciones del individuo concreto y en los de las sociedades que ha creado, permanentemente susceptibles de mejora. Apelando a los deseos de los individuos, en los cuales se fundan los valores humanos a nivel personal y colectivo, es posible poner en cuestión los valores tradicionales y construir una nueva realidad en base a la solidaridad, es decir, en el reconocimiento en el otro y en sus propios deseos.
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