El pensamiento político de Hildegart Rodríguez: entre socialismo y revolución

María Losada Urigüen (comunicación del Congreso “Mujeres, libres y libertarias”, celebrado en Madrid en 2005)

 

   En la memoria colectiva en torno a Hildegart Rodríguez –pseudónimo de Carmen Rodríguez Carballeira- apenas quedan algunos destellos, en general bastante condicionados por la versión cinematográfica de su vida y de su trágica muerte, Mi Hija Hildegart, del director Fernando Fernán Gómez, a partir de la novela de Eduardo de Guzmán Aurora de Sangre. La mayoría de los estudios acerca de su obra se refieren de forma exclusiva a su trabajo como propagandista en el campo de la reforma sexual. La ausencia de investigaciones dirigidas al análisis de su pensamiento político no será cubierta al completo con este artículo. Pretendemos, no obstante, hacer una primera aproximación al tema abordándolo desde sus últimos años de vida, en el momento en que la decepción con el régimen republicano y el Partido Socialista quedaron más patentes en sus escritos. Consideramos de especial interés sus artículos publicados en La Tierra1, por dos cuestiones: la primera, porque constituyen un importante testimonio de las pugnas internas del Partido Socialista a causa de la bicefalia en su dirección y el debate acerca del colaboracionismo con los partidos burgueses. Las columnas de El Socialista quedarían definitivamente cerradas para ella a causa de su crítica a la actitud de los líderes socialistas y las reformas republicanas. La segunda, porque recogen lo más esencial de su pensamiento junto con ¿Se equivocó Marx? ¿Fracasa el socialismo?, libro con el que presentaría su baja de las organizaciones socialistas.

Hildegart Rodríguez, nacida en Madrid en diciembre de 1914 como culminación del expreso deseo de su madre –Aurora Rodríguez Carballeira- de crear un ser capaz de liderar una transformación radical de la sociedad a partir de la actividad política, pero sobre todo a partir de la formación de las masas en torno a la sexualidad y la paternidad consciente2.

La Tierra

La proclamación de la II República abrió el prisma político e incrementó las expectativas de transformación social y económica del país. El cambio de régimen, sostenido por buena parte de la población, auguraba mejoras y avances en muchos ámbitos. La reforma agraria, la reforma militar o la ley de Congregaciones prometían ser para algunos colectivos el comienzo de la obra revolucionaria de unas Cortes con una participación socialista de peso. El clima de libertad y modernización que vivía el país, junto con las relaciones que durante años habían forjado los dirigentes de los diversos partidos republicanos y los sindicatos en los momentos de conspiración contra la monarquía facilitaron la convivencia de los distintos sectores políticos en los comienzos del nuevo régimen3. Pero la sistemática frustración de las expectativas revolucionarias que diversos sectores habían puesto en él, enrareció las relaciones entre estos grupos hasta casi hacerlas imposibles.

El descontento por la tardanza o la parcialidad de las reformas del primer bienio republicano era generalizado en algunos ambientes, de los que participaba la misma Hildegart. Esta protesta sería encauzada por la extrema izquierda republicana y sobre todo por la CNT, elevando sus protestas desde las minorías parlamentarias o movilizándolas desde la prensa o en huelgas generales e insurrecciones. La idea de que los mismos trabajadores que entonces se quejaban de la política republicana habían sido quienes habrían propiciado la llegada de la República estaba muy extendida entre las bases de la extrema izquierda. En realidad, formaba parte fundamental de su propaganda. Este argumento legitimaba moralmente su pugna contra los gobiernos republicanos, ya que según ellos la radical transformación social en España vendría a cargo de los “verdaderos republicanos”. Esta posición se plasmaba en la trayectoria militante republicana de algunos de sus dirigentes como Eduardo Barriobero que compartía la afiliación republicana con la sindical en la CNT.

El periódico madrileño La Tierra actuaba en aquellos primeros años republicanos como portavoz y articulador de las ansias revolucionarias de estos sectores4. El entorno de La Tierra estaba formado por grupos políticos que habían heredado una concepción instrumental de la República según la cual ésta, al emanar del pueblo, debería concederle los cambios revolucionarios que demandaba5. Dentro de este ámbito, el periódico contaba con firmas de diversas sensibilidades: Ramón Franco, Salvador Sediles, Eduardo Barriobero, Rodrigo Soriano, José Antonio Balbontín o Eduardo de Guzmán, entre otros. Como vemos confluían en él sectores del republicanismo de extrema izquierda heterodoxa y anarcosindicalistas.

La Tierra apoyaba e impulsaba a estos partidos y difundía sus críticas al gobierno que comenzaron a agravarse a principios de 1932 al constituirse la Alianza de Izquierdas. El periódico pretendía dar cohesión a estos colectivos partiendo de dos puntos: su crítica al gobierno republicano y su visión revolucionaria de la sociedad española. Para ello tomó como referente a los mártires de la insurrección de Jaca en diciembre de 1930 y apoyó desde su redacción los distintos movimientos revolucionarios iniciados por la CNT durante su posterior período insurreccional. Un apoyo que se sumaba a la visión de muchos de estos políticos ultrarrepublicanos que, como Eduardo Barriobero, coincidían en calificar al régimen de República “obsesionada por el orden público”6, fomentando las críticas a la Guardia Civil. La Tierra consideraba como referente revolucionario indiscutible la Confederación Nacional del Trabajo. Según los análisis de su director, Salvador Cánovas Cervantes, la ideología libertaria, era plenamente “racial”. Del mismo modo que la CNT, a la que el “genio ibérico” predisponía y convertía en la única capaz de lograr la “revolución española”. En ese sentido, el periódico apostaba por una vía de encuentro entre los sectores de extrema izquierda republicana y los anarcosindicalistas, con su apoyo –contrario a la ortodoxia ácrata- constante a estas candidaturas como medio para alcanzar las finalidades libertarias7.

La Tierra se presenta como un elemento más en la búsqueda de la revolución, entendiendo ésta como un hecho inminente. Uno de sus objetivos principales era denunciar a aquellos grupos políticos o gobernantes republicanos que tuvieran un comportamiento contrario a su idea de revolución. Lo harían con diversas campañas dirigidas durante los primeros años contra la coalición republicano-socialista. Esta crítica, compartida por Hildegart, se entiende leyendo los artículos anteriores a las elecciones del 12 de abril de 1931, en los que se trataba de explicar que la República no traería una revolución social al país sino tan sólo un cambio político8, llegando incluso a defender la acción violenta como medio para alcanzar la doble revolución.

La primacía de la facción faísta dentro de la Confederación dificultó la adhesión de las bases sociales anarquistas a estos partidos del entorno de La Tierra unidos en 1932 en la Alianza de Izquierdas. La Alianza, visto el fracaso en las elecciones regionales catalanas en noviembre del mismo año, terminaría por desaparecer.

1 “La virgen roja”9

1.1 Adolescencia en el Partido Socialista y la UGT

En 1928, terminado el bachillerato a los trece años, Hildegart decide comenzar su actividad política. En compañía de uno de sus maestros -Mario Méndez Bejarano, republicano federal histórico- empezó a acudir a los debates de la Academia de Jurisprudencia. Méndez Bejarano intentaba atraerla a las filas federales pero Hildegart, movida por su interés por encontrarse “al lado de mis hermanos los explotados para pelear juntos”, se decantó por el socialismo. Aducía que el comportamiento de los líderes socialistas no le interesaba, pero que en aquel momento de represión en el que la CNT se encontraba prácticamente inactiva con sus sindicatos clausurados y muchos de sus dirigentes en el exilio, sólo podría encontrar a las masas obreras en el seno de la Casa del Pueblo10. Una idea que su madre, Aurora Carballeira, más partidaria de su incorporación al anarquismo, no compartía. A pesar de la influencia casi absoluta que ésta ejercía sobre su hija no la obligó a abandonar el socialismo, sino que esperó a que Hildegart cambiase de parecer por su propia evolución.

Su entrada al socialismo se vio condicionada a su vez por la influencia que en ella ejercían algunos de sus profesores de la universidad (en la que estudiaba Derecho y Medicina) entre los que se encontraban también destacados socialistas, sería el caso de Julián Besteiro. Pero la opinión de Hildegart acerca del Partido Socialista, después de su salida del mismo, está bien definida en una serie de artículos publicados en 1932 en el periódico La Tierra. La publicación de esta serie –Cuatro años de militante socialista- no supuso una gran novedad en el pensamiento expresado ya en ¿Se equivocó Marx?, sin embargo, la gran difusión del periódico extremista hizo más popular su exposición de motivos que el libro de cuatrocientas páginas que había escrito.

La crítica de Hildegart al partido es constante a partir del año 32 y se torna más evidente desde su baja en las organizaciones socialistas y su incorporación a las columnas de La Tierra. Su salida del Partido Socialista fue forzada por el descontento de sus dirigentes con sus ideas avanzadas, pero estaba ya preparada al menos desde un año antes, en 1931, cuando comenzó a plantearse de forma firme que la mejor manera de servir a los intereses de la causa revolucionaria que creía defender era abandonar aquél. Permanecer dentro de las organizaciones socialistas, a la vez que criticar con fuerza las decisiones de sus líderes en los ministerios republicanos era “introducirse jesuíticamente en el seno del socialismo para criticarlo después”.

Sus recuerdos de adolescencia en el socialismo comienzan antes de la República. El 1 de enero de 1929 entró a formar parte de la Juventud Socialista y de la UGT. Su voluntad era fuerte y mostraba un gran interés por participar en los debates internos de las organizaciones socialistas. En septiembre de 1929, en el Congreso de la Federación Nacional de las Juventudes Socialistas fue elegida vicepresidenta de este organismo. Tras su abandono del socialismo recriminaba de ese período a los líderes socialistas –entonces sin excesivo peso en el partido- una excesiva obsesión por demostrar su descontento con el régimen y por ser procesados con la intención de lograr llegada ya la República puestos de dirección en el partido o en el gobierno.

La República fue bien recibida por Hildegart. Sin embargo, la nueva política de partido que observaba en los dirigentes socialistas –aunque en cierta medida, y según su propio argumento, era una continuación de los comportamientos de la Dictadura- y el aislamiento y marginación al que la llevaron sus ideas, demasiado extremistas para el PSOE, terminaron forzando su salida. Pensaba que las Juventudes eran utilizadas por el partido cuando éste las necesitaba como base, mientras que cuando actuaban de forma contraria a sus intereses sus dirigentes las desvinculaban de forma radical. Unido a esto, la disciplina del partido obligó a Hildegart a defender decisiones políticas que no compartía. Con motivo de la aparición de las leyes más esperadas por las bases socialistas - ley de Congregaciones, reforma agraria, política del Ministerio de Trabajo...- emprendió varios viajes por zonas obreras en su labor de propagandista para defender la opinión del partido, siempre con la convicción de que los socialistas aprobarían leyes que ayudasen a avanzar en el camino de la revolución. Su frustración al ver que la línea del partido no coincidía con aquello que ella exponía en sus mítines fue uno de los condicionantes que propició su salida del socialismo.

Su descontento era constantemente manifestado desde periódicos regionales o en las columnas de La Libertad y La Tierra, de la que pasó a ser una firma casi fija. Los periódicos socialistas estaban cerrados a sus artículos mucho antes de que fuese efectiva su baja y, en realidad, el interés del partido por la joven promesa había decaído progresivamente a causa de sus constantes críticas al comportamiento de sus líderes o a las tácticas del partido y a la ausencia de debate interno11. La crítica al socialienchufismo –dentro de una campaña contra la coalición republicano-socialista en La Tierra- adquiere en sus textos una nueva dimensión, ya que conocía los entresijos internos del partido. Sus críticas a la coacción y soborno de delegados en los Congresos, el nepotismo o la difícil relación entre Julián Besteiro y Fernando de los Ríos son comentadas desde el punto de vista del espectador cercano.

Una de las principales razones de su baja en el partido fue la política emprendida por Largo Caballero desde el Ministerio de Trabajo, redactada de modo en que tan sólo resultaba beneficiosa para la UGT mientras que trataba de postergar a la CNT al subordinar sus posibilidades de actuación al abandono de los principios libertarios del sindicato (acción directa). Hildegart advertía que no siempre el Ministerio de Trabajo estaría ocupado por un socialista, de modo que las mismas leyes que ahora se usaban en perjuicio de la CNT podrían terminar haciéndolo contra su rival, la UGT. En su opinión y en contra de las interpretaciones gubernamentales, los sindicalistas habían dado su sangre por la llegada de la República y durante los movimientos insurreccionales de la cuenca del Llobregat y de enero de 1933 su comportamiento iba más orientado a desarrollar un nuevo orden social y económico que a causar daños personales o materiales o atacar a la República. Así pues no comprendía que la República les devolviera sus esfuerzos con cárceles y deportaciones. Y por ello se dirigía en estos términos a los afiliados de la UGT: “Obreros afiliados a la UGT: no podéis actuar en contra de vuestros hermanos de clase porque sois tan explotados como ellos”12. Así, pedía a éstos que manifestasen una protesta clara a la ley para que ésta desapareciera y pudiera desarrollarse el frente sindical unido por el bien de todos los proletarios españoles y de la revolución social.

La política represiva del gobierno republicano no era para Hildegart más que una continuación de la del régimen anterior, pero esta vez con un nuevo cuerpo orden, la Guardia de Asalto. Dedicó varios artículos a la tragedia de Casas Viejas, protestando por la actuación de los cuerpos de seguridad, el gobierno y sobre todo la actuación del Partido Socialista. Estos acontecimientos deberían hacer reflexionar a los cargos socialistas sobre la inutilidad de intentar una política de izquierda en un régimen burgués, sobre todo en uno que mantenía a políticos de la Dictadura. Para comenzar la nueva andadura republicana habría sido preciso terminar primero con aquellas figuras políticas que representaban a la monarquía y la dictadura (el Rey, Martínez Anido…). Hildegart se mantuvo en contra del gobierno durante la crisis del primer bienio, acusando a los principales gobernantes de preocuparse más de la imagen que daban en las Cortes que de los verdaderos problemas del país. La crisis abierta en Casas Viejas propiciaba el clima necesario para que el gobierno abandonase el poder y, precisamente, Hildegart encontraba en la continuidad del gobierno y en la connivencia de los socialistas una persistencia en el error13. Al caer el gobierno republicano el pueblo español haría resurgir la fe republicana. Una fe en la República que creían haber conquistado el 14 de abril. Un concepto de República que los dirigentes de la coalición ni compartían ni terminaban de comprender.

1.2 Marxista sin partido, su paso al Partido Federal

A pesar de sus constantes críticas a Marx y al marxismo, Hildegart no dudaba en declararse marxista sin partido. Criticaba las teorías económicas del marxismo y remarcaba el hecho de que las mejores ideas de su pensamiento las había recogido Marx de sus precursores, los socialistas utópicos, sin señalar su autoría. Para Hildegart la revolución española no tendría por qué seguir las doctrinas económicas del marxismo ya que desde su punto de vista ya estaría demostrada su invalidez. El pensamiento de Hildegart se encuentra en un espacio intermedio minoritario y políticamente difícil de definir entre la política de un partido como el PRDF, el socialismo revolucionario y el anarquismo. Compartía el núcleo central del pensamiento anarquista en cuanto a sus estrategias de acción y también a su estrategia política, aunque planteaba algunas dudas tácticas a la formulación del comunismo libertario. Su evolución política, motivada en gran parte por simpatías personales y su necesidad de encontrar un espacio propio en el que poder alcanzar un puesto importante desarrollando su pensamiento con libertad e independencia sin la limitación que imponía la disciplina del partido, la hizo decantarse por el Partido Federal.

Su atracción por el campo libertario se debe a que ella misma fue educada dentro de los principios anarquistas individualistas que su madre profesaba. Aurora Rodríguez Carballeira se mostró algo desilusionada por la incorporación de su hija al socialismo. Su principal objeción fue integrada en realidad por Hildegart hasta el punto de que sería una de las principales causas de su baja: el debate político la desviaba de su trabajo por la transformación radical de la sociedad, no así el trabajo sindical, por lo que Aurora trataba de acercar a su hija a las filas confederales. La estrategia de Hildegart se basaba en varios puntos: la independencia sindical, la libertad para la acción revolucionaria en diversos ámbitos sin subordinar unos a otros (políticos, sindicales, propagandísticos, de formación…) y unidad revolucionaria de los obreros a partir de dos premisas: la acción directa y la unión de los dos principales sindicatos, CNT y UGT, sin importar si para ello era necesario que los obreros afiliados a la UGT cambiasen su carné sindical por el de la CNT. En este sentido, Hildegart se adelanta al debate en torno a la unidad proletaria entre UGT y CNT que se debatió con profusión durante el año 1934 y que fue puesto en práctica en cierto modo con la política de Largo Caballero en la Guerra Civil.

Hildegart se declaraba “marxista sin partido”, no por haberse alejado ella del partido socialista, como tantas veces se había dicho, sino, y según su opinión, porque era éste precisamente el que se habría alejado de sus principios fundacionales, de las bases del pensamiento marxista: lucha de clases y unión de los proletarios de todo el mundo. Precisamente, poco después de su salida del Partido Socialista Hildegart pasó a engrosar las filas del Partido Federal tal y como se había planteado años antes. Lo hizo en su extremo más izquierdista, el de Eduardo Barriobero y Herrán14. Demostraba Barriobero su habilidad para atraer al partido a grandes figuras de la extrema izquierda, en este caso de tintes libertarios. Participó en la Asamblea de unificación de abril de 1933 aunque sin importantes intervenciones; claro que su propia presencia de intelectual, joven y vitalista, fue vista con muy buenos ojos.

No existe una contradicción real entre la creencia en la lucha de clases y la incorporación de Hildegart al Partido Federal. Hildegart –en sintonía con las teorías de la ortodoxia anarquista- concebía la revolución social como una revolución de tendencia interclasista. Por otra parte, su propio vínculo personal con personajes como Eduardo Barriobero –de quien ya hemos señalado que compartía la militancia republicana con la cenetista y que jugaría un papel destacado en el campo libertario durante la Guerra Civil-, el director y los redactores de La Tierra o su propia madre le hacían comprender que el espacio político que defendía era minoritario, precisamente por encontrarse en un peligroso medio camino entre diversas tendencias, pero encontraba fuertes apoyos y promesas para su futuro político en el PRDF. Cualquier tipo de ascenso en el Partido Socialista había quedado descartado hace años.

En su nueva opción encontraba Hildegart la esencia racial del pueblo español. Su entrada en el nuevo partido trajo consigo bastante polémica al ser interpretada como un paso atrás en la evolución de su pensamiento ya que pasaba de un partido obrerista a otro tildado de burgués. Hildegart explicó el proceso que le había llevado al PRDF el 7 de junio de 1933 en un artículo publicado en el periódico La Tierra: “Confesión. Por qué soy federal”. Su argumentación se basaba en que “el partido federal, republicano democrático federal, no es un partido burgués en lo que tiene de exclusividad de una clase. Pero tampoco es, ni puede ser, un partido obrerista en las restantes”. Entroncaba este argumento con otro no menos interesante: la dictadura de cualquiera de las clases suponía la imposición de esta clase y, por lo tanto, resultaba perniciosa para la sociedad.

2 El camino de la revolución: educación revolucionaria y acción directa

Para Hildegart la formación revolucionaria desde los sindicatos y los partidos obreros era condición ineludible para la transformación de la realidad. Sin embargo, las diferentes estrategias para la educación en libertad de los obreros podían llegar a ser divergentes o incluso incompatibles. Al comprender la dificultad de la labor educadora por parte de estas organizaciones, Hildegart dedicó parte de su trabajo a la búsqueda de métodos efectivos y alternativas al modelo del Partido Socialista. A pesar de las críticas del mismo al sistema de formación libertaria Hildegart lo mostraba como uno de sus principales aciertos. Entendía que el Partido Socialista no ejercía de educador de sus bases sociales, bien por una supuesta falta de interés o porque el método elegido terminaba por convertirse en una escuela de políticos para la propia organización. Esto fomentaba que los obreros que pudiesen acceder a esta educación terminasen por abandonar a sus correligionarios al introducirse en un nuevo mundo –el de los intereses de partido- en el que triunfaba más bien la cosmovisión burguesa15. No se encontraba, pues, en sintonía con la estrategia socialista16. Frente a ello ensalzaba el ansia del anarquismo por aprender y por educar a sus seguidores. Aún no compartiendo la ortodoxia ácrata comprendía que la obsesión de los anarquistas por formar a los obreros de un modo efectivo y acorde a sus posibilidades materiales, culturales o estéticas respondía por una parte a su interés propagandístico y por otra a su habilidad para encontrar medios atractivos. Sería el caso, por ejemplo, de La Revista Blanca o La Novela Ideal, publicaciones de la familia Montseny a las que hace elogiosas referencias17.

“En España sólo puede haber y sólo habrá obreros revolucionarios”, en términos tan contundentes definía Hildegart el proletariado español. En el contexto de los primeros años treinta la idea del inminente hundimiento del Capitalismo era más que recurrente en el ámbito de la extrema izquierda. Hildegart no era pues una excepción. No obstante, su pensamiento iba más allá. Alejada del sentimiento de optimismo en la lucha anticapitalista se mostraba recelosa por lo que entendía como medias victorias contra el sistema. De tal modo que sólo una transformación radical de la sociedad –llegada probablemente de manos de la lucha violenta, pero con el fomento por parte de los sindicatos de una educación revolucionaria- podría lograr que a la caída del Capitalismo no siguiese un resurgimiento de un Capitalismo aún más fuerte y voraz que el anterior. Para defender su idea de revolución violenta se apoyaba en fragmentos de textos de Marx y Engels con los que pretendía sentar la tesis de que el marxismo más ortodoxo sería partidario del uso de la violencia. Desde su punto de vista sólo el revisionismo, de la mano de Bernstein, habría dado el paso hacia la democracia abandonando o incluso ocultando las raíces revolucionarias de la doctrina marxista.

Hildegart entendía el revisionismo como un alejamiento de los fines revolucionarios y una apuesta por la concordia de clases, apuesta que la escritora no compartía en absoluto. En su opinión, la lucha de clases era una de las señas de identidad de cualquier ideología marxista, por lo que pretender negar su existencia –algo, por otra parte, imposible a sus ojos por formar parte de la misma Naturaleza18- no sería evolucionar dentro del pensamiento marxista, sino abandonar sus principales premisas. Además, aceptar la lucha de clases, cuya desaparición ligaba a la negación marxista del Estado, haría posible un acercamiento de posturas entre el anarquismo y el socialismo marxista19.

La estructura de los partidos socialistas en el mundo ayudaba o incluso promovía la formación de unas élites políticas que dirigirían la trayectoria del partido, acaparando diversos cargos de importancia y actuando, en su opinión, en contra de sus bases sociales. En España Hildegart identificaba estas bases con los afiliados de la Unión General de Trabajadores y la Juventud Socialista. Por esto mismo trataba de defender -no a partir de su baja en el Partido Socialista y la UGT, sino ya desde sus primeros pasos en la política- la independencia de estos organismos con respecto al Partido Socialista. Abogaba por una postura antidirigista en la UGT y un relevo generacional en el partido protagonizado por las juventudes.

La acción directa era para Hildegart una táctica viable y necesaria en el contexto español del primer bienio republicano. Pero los líderes del Partido Socialista favorecían el participacionismo frente a ésta. Hildegart reconocía en ello la causa de su mal entendimiento en las filas del socialismo. Su apoyo a la acción directa se basaba en la posible confluencia de las grandes centrales sindicales españolas en torno a ella. En sus artículos publicados en La Tierra sobre el XVII Congreso de la UGT la autora se quejaba de la actitud adoptada por el sindicato, contraria al frente único revolucionario. Para refrendar su teoría, en contra de las disposiciones aceptadas en el Congreso, recordaba los anteriores estatutos del sindicato intentando hacer ver que el frente único era uno de los objetivos del mismo, sin el cuál no se entendería su labor revolucionaria. Para ella la vía revolucionaria clásica en el socialismo español habría sido ya abandonada hacía años. En contrapartida, la afluencia de cargos bien remunerados y la aparición del enchufismo –principal cáncer del socialismo español- y el control de las otras organizaciones socialistas habrían llevado a que la UGT en este Congreso terminara dando la espalda a sus afiliados.

Todo ello formaría parte de una estrategia de acción socialista que culminaría con la política de leyes sociales, las cuales define así: “las leyes sociales no son más que las armas que se le dan a la burguesía para asegurar por más tiempo su dominio sobre la clase trabajadora. Podrán valer, además, de medio de que algunos destacados ‘camaradas’ hallen en su aplicación medios de vida cómodos y sin excesivo esfuerzo”20. Así pues, para Hildegart, las reformas sociales no tendrían otra finalidad que perpetuar el Capitalismo y evitar el progreso de la revolución social. Creía que los partidos socialdemócratas actuaban, de forma voluntaria o no, como agentes del mismo orden que supuestamente pretendían destruir hasta terminar por hacer desaparecer los sindicatos como entidades de acción21. Hildegart situaba la acción directa en el extremo opuesto de las leyes sociales.

3 Imperativos revolucionarios del sindicalismo

El ascenso del nacionalsocialismo alemán en 1933 y el miedo a un posible gobierno de Gil Robles acaloraron el debate sobre la unión proletaria y sindical no sólo desde las filas confederales sino desde todos los sectores de izquierda. Pero a pesar de las distintas opciones que propugnaban los diversos grupos obreristas, la Confederación entendía que la Alianza, de darse, debería ser entre la UGT y la CNT. Así, iniciada la nueva estrategia que esgrimía la III Internacional en toda Europa, con una CNT en proceso de reorganización tras el último fracaso insurreccional y un socialismo radicalizado el debate estaba garantizado. Desde Madrid llegaba a finales de 1933 el proyecto de “Los Intransigentes” que recogería con interés el Comité de Relaciones de la Federación Anarquista del Centro. Se mostraba favorable a esta alianza, siempre que tuviera un carácter revolucionario22.

La CNT se había visto obligada a abandonar el camino insurreccional después del desgaste de los tres episodios frustrados los dos años anteriores. La división de la sociedad entre fascistas y partidarios de la revolución social empezaba a plasmarse ya en las relaciones políticas y, por tanto, la necesidad de unirse con los obreros de la UGT pasaba a un primer plano en las discusiones. Una de las primeras veces en enunciarse como estrategia fundamental desde el campo libertario en los años republicanos corresponde a Valeriano Orobón Fernández, quien en enero de 1934 lanzaba desde las columnas del periódico La Tierra, una proclama por la unidad obrera23. Sin embargo, su éxito entre los dirigentes cenetistas fue limitado. Mientras algunos sectores libertarios criticaban la idea de la Alianza Obrera porque la propuesta procedía de sectores contrarios a la CNT (el BOC, la Izquierda Comunista, la Unió Socialista de Catalunya y la Federación Sindicalista Libertaria), algunos –los menos- señalaban que la Alianza debía haber empezado al comenzar la radicalización de los obreros ugetistas, otros simplemente pensaban que la Alianza no era viable en ninguno de los casos.

El debate permanecería abierto varias semanas en el periódico, bien desde su Tribuna Libre o desde los artículos que con cierta regularidad publicaban en él varias figuras del anarquismo español. Hildegart, adelantándose a este debate, se presentaba dos años antes totalmente partidaria del frente único, no con los matices del frente que propugnaban los sectores comunistas, sino de un frente único revolucionario protagonizado de forma mayoritaria por la UGT y la CNT y que encarnase la síntesis de las tendencias obreristas respetando su independencia y apoliticismo24. Un frente único de las características de la unidad proletaria que propugnaban algunos cenetistas en respuesta a una propuesta socialista en 1934 y similar al que terminaría por triunfar durante la presidencia de Largo Caballero en 1936. Del mismo modo que se mostraba a favor de utilizar diversos métodos de resistencia como actuación sindical hacia la revolución, abogaba por una lucha en distintos ámbitos: político, sindical, legal o clandestino. Para ello era preciso intensificar la labor revolucionaria sin frenar el arranque de las tendencias obreras, comprendiendo que –desde su punto de vista- se trata de senderos convergentes y complementarios siempre que luchen por la revolución social. Hildegart no subordinaba la importancia de la actuación de los sindicatos a la labor de los líderes políticos que dirigían los partidos y ejercían igualmente su influencia en los sindicatos. Al contrario, nivelaba la importancia de cada uno de los factores dentro cada uno de un ámbito diferenciado: el de los partidos con la acción política en el parlamento y el de los sindicatos con la acción directa en la calle, empresas y centros obreros.

No obstante, defender el frente único sindical no supone directamente defender el frente único político25. Para Hildegart las masas obreras estarían en perfecta relación y podrían dar un paso definitivo a la unión proletaria, pero siempre prescindiendo de sus dirigentes. La armonía entre las diversas asociaciones proletarias no implicaba para ella aceptar la disciplina de partido. Hildegart no entiende las exigencias de partido que “anulan la capacidad de pensar del individuo” obligándole a aceptar cuestiones opuestas a su parecer. Ni socialistas, ni comunistas o anarquistas deberían influir en la trayectoria de las centrales sindicales. Si la independencia sindical fuese una realidad, Hildegart encontraba que llegado el momento, los militantes de los sindicatos estarían preparados para avanzar en el frente único, prescindiendo de los intereses políticos de sus dirigentes o prescindiendo de los mismos dirigentes. Consideraba que el sindicalismo es una vía más de comprensión de la situación social y económica y de su posible mejora por medio de su transformación radical por la revolución social. El sindicalismo sería una herramienta capaz de aunar la acción obrera sin dividirla por ideologías o por familias e intereses políticos o de partido, pero no la única necesaria para la revolución26. También la labor política y la propagandística serían necesarias y válidas para sus fines.

Hildegart defendía el apoliticismo y la independencia de los sindicatos. Pensaba que los dirigentes del partido socialista utilizaban a las bases a su antojo. Así pues, el partido sería quien enfrentase a los obreros de la UGT contra los de la CNT haciendo trabajar a los primeros como esquiroles durante los conflictos abiertos de la Confederación. Por ello, en su crónica del XVII Congreso de la UGT expresaba su repulsa hacia esta conducta y animaba a los afiliados de la UGT a repudiar a sus dirigentes. Criticaba la organización del Partido Socialista español porque consideraba que carecía de debate interno. Hildegart, contraria a los acuerdos alcanzados en el XVII Congreso de la UGT, argumentaba que los delegados asistentes al Congreso votaron en contra de las bases y a favor de los intereses del partido. Desde su punto de vista se terminaba así con la tradición apolítica de la UGT. La estrategia de Hildegart era bien diferente: era partidaria de aceptar el juego parlamentario, de que los partidos de izquierdas participasen en los debates y la labor legislativa y organizadora de las Cortes pero allí terminaba su trabajo en el ámbito ideológico. Consideraba que el partido manejaba a la UGT en favor de intereses políticos, en ocasiones contrarios a los sindicales. Esta dependencia sindical (lo mismo del Partido Socialista, como de los grupos comunistas o la FAI) impedía la consolidación de la unidad obrera en el ámbito sindical. En el contexto de 1933 encontraba la UGT controlada por el partido socialista y la CNT en continuo peligro, ilegalizada o en camino de serlo, y controlada, si no por la FAI sí por el sector conocido como “faísta”27.

Hildegart sólo veía una salida al dirigismo del partido socialista para alcanzar la unidad obrera: proponer a los afiliados de la UGT que se afiliasen en masa a la CNT. No veía en esto una postura contraria al marxismo ni necesariamente partidaria del anarquismo. Lo primero porque la idea de la unidad obrera existe en la misma ideología marxista ya desde el pensamiento de Marx y porque los estatutos de la UGT anteriores a este Congreso la aceptaban como táctica sindical. Con respecto al anarquismo, la CNT no debería ser considerada un sindicato de tendencia anarquista sino de base apolítica. Ésta debería ser la naturaleza de todos los sindicatos. Y precisamente se trataba con esto de terminar con la excesiva influencia ideológica de algunos grupos de afinidad anarquistas en la Confederación.

Hildegart, a su salida del Partido Socialista, no tenía la intención de seguir los pasos de algunos de sus antiguos compañeros de la Juventud Socialista hacia el Partido Comunista, la Izquierda Republicana y Antiimperialista de César Falcón. Tampoco hacia la CNT, a pesar de compartir buena parte del programa libertario. La separaba de ésta su postura partidaria de imponer violentamente la revolución, algo contrario a las teorías más optimistas del comunismo libertario28. Recogía de Laski la idea de que la revolución traería consigo una contrarrevolución, por ello la victoria del proletariado vendría de manos de la revolución violenta, ya que ella justificaba el uso de la fuerza para impedir el avance de la contrarrevolución. La preocupación por la educación de las masas por parte de los sectores libertarios era una de las características más valoradas por Hildegart que consideraba el sindicalismo como un método constructivo de la sociedad revolucionaria, y no de resistencia como había derivado ya el sindicalismo socialista de la UGT en España. “El comunismo libertario es la organización socialista del mañana, en la que coincidirán por igual socialistas utopistas que marxistas, al ofrecerla como objetivo directo de actuación”29.

Como ya hemos señalado, la unidad sindical no excluía como estrategia el parlamentarismo sino que la contemplaba como un elemento complementario. El juego electoral, incluso siendo un arma burguesa, debería ser utilizado con fines revolucionarios pero siempre sin abandonar las otras opciones de lucha. Los únicos en no utilizarla serían los anarquistas puros por considerarla incompatible con la negación del Estado. Hildegart no le encuentra utilidad real pero se muestra respetuosa con el abstencionismo como método de acción. Si bien dentro de la Confederación existía un núcleo anarquista, el sindicalismo no debería considerarse nunca un partido político ya que su respeto a la libertad individual quedaba mejor salvaguardado que en éstos al no tener que someter a sus afiliados a una disciplina de partido. Entonces, para Hildegart, la consigna sindical sería: “deslindar, si es preciso con mano dura y enérgica, la acción sindical de la política, y fundir en una las dos centrales sindicales, en el pacto de unión común de su apoliticismo, y renunciando al intervencionismo político”30. Aunque para ello fuese preciso que los afiliados de la UGT cambiasen su carné por el de la CNT.

Hildegart opinaba que la lucha sindical revolucionaria protagonizada por la CNT –aunque siempre apelando a una CNT sin excesiva influencia faísta- evidenciaba que el sindicato se encontraba más cerca que la UGT de alcanzar la senda de las transformaciones sociales radicales que España necesitaba. Los sindicatos se encargarían de la administración de fábricas y tierras de forma más efectiva que el Estado, siguiendo las doctrinas de Pierre Besnard31. Precisamente de las estrategias de la CNT critica su constante recurso al insurreccionalismo y las huelgas como método revolucionario. Si bien no le parecía un camino erróneo suponía que el trabajo sindical, más lento pero más efectivo, aportaría valores revolucionarios que se implantarían con menor violencia y perdurarían más. Aunque comprendía que la CNT había tenido que actuar en un ambiente poco propicio y con muy poco margen, por lo que no tenía muchas más posibilidades. Para comenzar esta tarea revolucionaria una de las condiciones indispensables sería la aplicación sistemática de la acción directa.

Identificaba estos valores sociales revolucionarios con: el individualismo, la imitación de la naturaleza, la solidaridad –necesaria para la continuidad de la especie-, la negación del Estado y la creencia en la bondad del ser humano. El individuo debería poder preservar su libertad de pensamiento y acción dentro de la comunidad y no rendirse a una disciplina política que lo obligue a comportarse de manera contraria a su pensamiento. El comunismo libertario era, en su opinión, la vía que más respetaba la acción individual dentro de la colectividad. Siempre con la intención de valorar las mejores cualidades de cada individuo para que sean aportadas a la comunidad y enriquezcan la acción conjunta del grupo. Si bien consideraba el patriotismo “un prejuicio burgués” identificaba las características del individualismo como las propias del tipo español que permiten un buen entendimiento del federalismo con el anarquismo español32.

Hildegart otorgaba una vital importancia a la naturaleza como principal modelo para la nueva sociedad33. Entendía la solidaridad más como una necesidad biológica que como un valor social34. La solidaridad garantizaba la acción -bien conjunta, bien individual- en favor de la comunidad. Entendía la negación del Estado como un concepto de origen anarquista, pero suscrito por la doctrina de Marx. Así, la actividad política debería ir siempre encaminada a terminar con el Estado burgués e implantar una nueva sociedad basada en los principios revolucionarios35.

4 Socialdemocracia como adulteración del marxismo

Como ya hemos aclarado, Hildegart explicaba su salida del Partido Socialista no como un cambio de ideología por su parte, sino que el mismo partido sería el que había adulterado con el paso del tiempo la tendencia revolucionaria de los tiempos de Pablo Iglesias. Sería precisamente el colaboracionismo lo que habría precipitado este cambio en el partido, colaboracionismo con la monarquía primero y con la república burguesa más tarde. Lejos de asombrarle esta evolución del socialismo español, la entendía como fiel reflejo de una tendencia mundial por la cual el fin del Capitalismo no sería ya una de las consignas del partido. Identificaba el origen de este cambio con el triunfo de las doctrinas de Lasalle y sus seguidores en Alemania. Para Hildegart el colaboracionismo resultaba contrarrevolucionario y antimarxista por cuanto perseguía la concordia de clases y destruía el espíritu internacionalista supeditándolo a los intereses burgueses nacionales. Desde su punto de vista las teorías socialdemócratas divinizaban el Estado pensando que podría garantizar la convivencia pacífica de las clases y el traspaso de poder del capitalismo al socialismo.

La convivencia de republicanos y socialistas en la coalición del primer bienio republicano le hacía pensar que el partido había dejado de ser revolucionario, lo cual lo acercaba cada día más a la socialdemocracia por el camino de las reformas sociales. Este comportamiento alejaba al proletariado español de la revolución: “No queremos que la sociedad capitalista aburguese a nuestra masa proletaria, imposibilitándola con ello de proseguir su finalidad, eminentemente revolucionaria”36. Para Hildegart este viraje ideológico sólo se podía explicar según los intereses de los dirigentes y no de las bases. De este modo, el crecimiento del partido se desarrollaría así: aprovechando la existencia -consustancial al propio socialismo- de dos tendencias en el seno del partido (una más izquierdista) al aproximarse el ala moderada del partido a la burguesía, elementos extraños al proletariado se acercaban al mismo seducidos por este nuevo clima mientras que el ala izquierda del partido, representada sobre todo por las Juventudes y parte de la UGT, lo abandonaba hacia otras organizaciones revolucionarias (IRA, Partido Comunista, CNT…). El partido socialista se nutriría, pues, de nueva savia burguesa que si bien avanzaba hacia posturas de izquierda guardaba aún temor a una transformación radical de la sociedad. El recorrido que Hildegart auguraba al socialismo era de retroceso en el espectro político hacia el centro o quizás hasta la misma derecha.

Hildegart se acercó al Partido Socialista atraída por el contacto con el obrero revolucionario que creía no poder encontrar en una CNT inoperante en los años de la Dictadura. Tres años más tarde se vio forzada a su salida del mismo decepcionada por el comportamiento de sus líderes y, sobre todo, por el giro reformista que acusaba el socialismo. Encontró entonces su espacio en el sector más izquierdista del Partido Federal, arropada por varias personalidades del partido que ya habían apostado por ella en 1929. Hildegart encontraba a las masas revolucionarias más afines a la CNT que a la UGT y la relación del PRDF con los círculos libertarios era mucho más fluida que la que podía ofrecerle el PSOE. A su vez, las pretensiones políticas de Hildegart como activista y como propagandista de la reforma sexual tenían mayor cabida en el Partido Federal. Su visión contraria a la disciplina del partido y sus constantes discrepancias con los líderes socialistas habían imposibilitado su ascenso en el partido obrero.

El objeto de la lucha de Hildegart era encontrar la síntesis revolucionaria en torno a un frente único CNT-UGT. Esta síntesis adoptaría el espíritu unionista de la I Internacional. Hildegart, a pesar de su claro posicionamiento en torno a los principios libertarios por encima de la ortodoxia marxista, dotaría de este nombre a su proyecto de unidad y su propio pensamiento por varias razones: Con ello pretendía dar coherencia a su trayectoria activista y reafirmar su argumento de la desviación del PSOE hacia posturas más de resistencia que revolucionarias. Por otra parte, conservar el nombre de marxista para referirse a teorías que ella misma no dudaba en calificar de socialistas utópicas (más relacionadas con los postulados libertarios que con los partidos marxistas) facilitaba la adhesión a este frente tanto de aquellos que se considerasen marxistas, como de los libertarios.

Consideramos que la trayectoria política y la difusión del pensamiento de la autora la avalan como una figura de interés dentro del extremismo republicano de los años treinta. A pesar de la limitada trascendencia que tendría esta tendencia minoritaria es importante señalar la originalidad del pensamiento de Hildegart –quien se movía en un amplio espacio entre el socialismo, el anarquismo más ortodoxo y la extrema izquierda republicana tratando de conjugar elementos de todos ellos en una estrategia de unidad revolucionaria- en un momento en el que en España no existía una tendencia de transición entre el socialismo y el anarquismo. Sería precisamente su visión libertaria de la política española la que la llevaría a no jugar un papel más trascendental en el parlamentarismo español. Una vez en el Partido Federal podría haber alcanzado mayor relieve político, pero su asesinato terminó con una de las grandes promesas de la política española.

Esta comunicación fue publicada por primera vez en Germinal. Revista de Estudios Libertarios núm.2 (octubre de 2006)

1.- La participación de Hildegart en La Tierra comenzó el 23 de septiembre de 1932 con un artículo titulado “La marcha interna de un partido ‘obrero’”, primero de la serie “¡Cuatro años de militante socialista!” en la que explicaba su paso por las organizaciones socialistas. Para La Tierra cubrió también el XVII Congreso de la UGT y mostró su adhesión a las principales campañas del periódico, contra el “socialenchufismo” y la coalición republicano-socialista, la continuidad de los métodos represivos en el nuevo régimen, el apoyo al insurreccionalismo cenetista e incluso la reivindicación de las peculiaridades de la raza española. En La Tierra encontraba a su vez la cobertura informativa que no había conseguido en la prensa socialista sobre su actividad como escritora y conferenciante. Su última colaboración con el periódico después de más de 50 artículos sería un importante documento en el que la autora explicaba su marcha al Partido Federal (“Confesión. Por qué soy federal”, 7-VI-33).

2.- A la edad de catorce años comenzó su trayectoria militante en las organizaciones socialistas, en las que alcanzaría puestos de relevancia. Descontenta con la política del partido –se había visto motivada a entrar en él más por cuestiones de afinidad personal y por la dificultad de acción que presentaba el anarquismo aquellos años- terminaría por abandonar el socialismo en 1932 para entrar en el PRDF de la mano de Eduardo Barriobero. Allí podría lograr su tan ansiada acta sin necesidad de abandonar sus raíces ideológicas, más cercanas al anarquismo. Hildegart fue secretaria de la Liga Española para la Reforma Sexual y una prolífica escritora sobre la materia. También cursó estudios de derecho y medicina, alcanzando el título de abogado antes de cumplir los 18 años. Por su trabajo por la reforma sexual se rodeó de amistades de gran relevancia en el panorama cultural internacional. Preocupada por la posibilidad de que algunas de estas amistades pudiesen estar guiadas por servicios secretos extranjeros y por la idea cada vez más evidente de que la vida política consumía las energías de Hildegart para enfocar su trabajo hacia la reforma sexual y la revolución social, Aurora Rodríguez acabó con la vida de su hija la mañana del 10 de junio de 1933. Hecho que sobrecogió a la población española y que trató de explicarse de las maneras más inverosímiles en la prensa de la época. Motivados por la propia Aurora, Eduardo de Guzmán y Ezequiel Endériz emprenderían unos reportajes titulados: “El misterio de la vida y de la muerte de Hildegart”, publicados en 1933 en La Tierra.

3.- Para un análisis de las estrategias insurreccionales en España y las relaciones entre los diversos partidos y asociaciones en la cuestión insurreccional se puede consultar: Enric Ucelay da Cal y Susanna Tavera García: “Una revolución dentro de otra: la lógica insurreccional en la política española, 1924-1934”: Ayer 13 (1994).

4.- La Izquierda Republicana y Antimperialista, parte del Partido Republicano Democrático Federal (el bloque barrioberista) o el Partido Social Ibérico, que sería con el que más afinidad ideológica y práctica guardase La Tierra, constituían los principales grupos minoritarios a los que nos referimos.

5.- “El conjunto de la izquierda española de los años 1930 ha heredado del republicanismo popular una concepción instrumental de la democracia. Ésta es entendida como un sistema político que debe favorecer inevitablemente a las clases desposeídas”, A. Duarte, “La esperanza republicana”, en R. Cruz y M. Pérez Ledesma (eds.), Cultura y movilización en la España contemporánea (Alianza, Madrid 1997) 196.

6.- Este fenómeno es estudiado por Víctor Alba en Los sepultureros de la República (Planeta, Barcelona 1977) 72 y ss.

7.- “¿Qué es el Partido Social Ibérico?”: La Tierra (19-X-1933).

8.- Una visión compartida por sectores cenetistas y que se refleja constantemente en la prensa afín con ejemplos como “República y revolución”: La Tierra (14-IV-33) o “El espíritu ‘revolucionario’ del gobierno Azaña-Prieto”: La Tierra (3-V-33).

9.- En uno de sus mítines de propaganda, Mariano Villaplana le puso el sobrenombre de “La virgen roja” que pronto se popularizó y la acompañó hasta su muerte.

10.- Ezequiel Endériz y Eduardo de Guzmán, “El misterio de la vida y de la muerte de “Hildegart”, “Ya soy fuerte; quiero luchar”: La Tierra (12-8-1933).

11.- “Al iniciar el cuarto año de militante en las filas socialistas me inhibí en absoluto de actuar políticamente. ¡Mi disconformidad con la trayectoria que seguía el partido me impedía ir a un mitin a defenderla!”, “¡Cuatro años de militante socialista! Cómo respondí a unas tentativas de seducción política”: La Tierra (3-X-1932). Igualmente la protesta porque el partido boicoteaba sus conferencias, libros, etc. es una constante en los artículos de este año.

12.- Ibídem.

13.- “Caer por Casas Viejas sería un mal precedente. Caer por esta actitud de las oposiciones, lo mismo. ¿Qué espera entonces el Sr. Azaña? ¿Caer porque se mueran lentamente, uno a uno, los diputados de su mayoría y le imposibiliten de obtener el quórum, para lograr el cual hace unas horas se está trabajando con febril actividad? (…) Pero si cayeran, hoy como mañana como pasado, el Gabinete Azaña-Prieto-Largo pasará a la Historia como el Gabinete de más constancia en el error que jamás registraron nuestros anales políticos”. “Comentarios. Si caigo aquí”: La Tierra (4-V-1933).

14.- En los principios del Partido Federal encontraría “la desaparición de la sociedad de clases, la abolición de los privilegios, la destrucción de los monopolios, el establecimiento de una única clase media en que unos hayan descendido de sus pedestales injustos y otros ascendido de sus enojosas situaciones de antaño”. Para un estudio sobre Eduardo Barriobero y Herrán se puede consultar: Agustín Millares Cantero, Franchy Roca y los federales en el “Bienio Azañista” (Cabildo Insular de Gran Canaria, Las Palmas 1997) o Jesús Ruiz Pérez, “El pensamiento político de Eduardo Barriobero (1875-1939)”: Berceo 144 (2003).

15.- Hildegart proponía escuelas nocturnas, una educación integrada en las actividades del sindicato o la utilización de técnicas innovadoras en la pedagogía como la utilización de medios audiovisuales, más cómodos para los obreros, o las lecturas colectivas, etc.

16.- Manuel Cordero le explicaba las limitaciones del partido de esta manera: “Tenga en cuenta que esto de preparar a los demás es un poco difícil en nuestra organización, que ha de ser el propio individuo quien por su vocación, por su actividad, por sus condiciones y otras condiciones de carácter natural ha de ir adquiriendo la capacidad y el prestigio suficientes para ocupar los cargos con eficacia”, “¡Cuatro años de militante socialista! Empiezo a conocer a los ‘leaders’ del partido”: La Tierra (26-IX-1932).

17.- Hildegart también hizo una incursión en el campo de la literatura proletaria con “Quo vadis, burguesía?” (La novela proletaria, nº 22), una desafortunada novela corta en la que expresa la necesidad de acabar con los políticos revolucionarios que una vez en el poder desarrollan políticas contrarrevolucionarias. La admiración de Hildegart a Federica Montseny se puede explicar a partir de la idea de que ambas comparten unos mismos orígenes: son intelectuales de clase media, educadas por sus padres –su madre, en el caso de Hildegart Rodríguez- en unos principios filoanarquistas muy condicionados por el individualismo y sin tener un contacto real con los obreros (no en su trabajo, sino en mítines, conferencias…).

18.- “[La lucha de clases] es algo tan objetivo y real, independiente de nuestra voluntad. Es algo tan objetivo como el antagonismo entre la electricidad positiva y la negativa, que no depende de que las partículas eléctricas conozcan que son positivas o negativas. Se trata, pues, de la ciega obediencia a una ley natural que es cien veces más fuerte y poderosa que las leyes humanas, aun las más irrebatibles”, Hildegart, ¿Se equivocó Marx? ¿Fracasa el socialismo? (Ediciones Boro, Madrid 1932) 330.

19.- “En  realidad, lo único que se preconizó por el propio Marx -que tomó casi todas sus ideas inteligentes de sus predecesores- fue que el triunfo de la genuina revolución social no era otra cosa que la desaparición de todas las clases sociales y la anulación del Estado, en tanto que éste era simplemente el estado medio de que se valía una clase para oprimir a las restantes. Tesis que en nada se aleja de la anarquista o sindicalista, mantenida hoy por los militantes en estas dos tendencias rebeldes del movimiento obrerista”. “Confesión. Por qué soy federal”: La Tierra (7-VI-1933).

20.- “Ante la reunión de la oficina internacional del trabajo. El ‘alhiguí’ de la legislación social”: La Tierra (20-X-1932).

21.- “El participacionismo no se conforma únicamente con la destrucción de la libertad individual (contrato de trabajo), con la abolición del derecho de huelga, exige, como ‘tercera base de garantía’, la DESAPARICIÓN DEL SINDICATO COMO SOCIEDAD DE RESISTENCIA”. “Ante la reunión de la oficina internacional de trabajo. La traición del control obrero” La Tierra (21-X-1932), en mayúsculas en el original.

22.- Sobre el dictamen de “Los Intransigentes” y sobre la Alianza Obrera, ver José Luis Gutiérrez Molina, La Idea Revolucionaria (Las 7 entidades-Madre Tierra, Madrid 1993).

23.- “Consideraciones sobre la unidad”: La Tierra (30 y 31-I-34). Sobre la postura de Valeriano Orobón Fernández: “Corregir el rumbo”, en Julián Casanova, De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España (1931-1939) (Crítica, Barcelona 1997) 132 y ss. O bien José Luis Gutiérrez Molina, Crisis burguesa y unidad obrera. El sindicalismo en Cádiz durante la Segunda República (Madre Tierra, Madrid 1994).

24.- “Hay que buscar entre todas ellas [tendencias obreras] sus puntos de contacto, rectificar sus errores, afirmar sus posibilidades y realizar una obra sintética”, Hildegart, ¿Se equivocó Marx?…, 12.

25.- Así, la clave de su pensamiento es expresada de este modo: “Unión de todas las tendencias, absoluto alejamiento de la vida política, no intervención por ningún concepto de ningún partido u organización ideológica en los movimientos sindicales, táctica varia, distinta en cada caso y en cada circunstancia; que si a la acción directa, por haber conquistado sus defensores el apoyo de la mayoría, seguía el fracaso, tened por seguro que se recurriría a medios más pacíficos y se escarmentaría con el resultado. Pero, sobre todo, a mi modo de ver, intervencionismo en la lucha política, pero no intervencionismo en la lucha sindical”, Hildegart, op. cit., 230.

26.- “El sindicalismo no es la panacea que todo lo cura; pero por lo mismo que no es rígido, sino flexible; que no impone bárbaramente la ley, muchas veces injusta, de la mayoría, sino las de las minorías sistemáticas y conscientes, es, no un punto de marcha, sino un punto de partida. Siempre, en todo instante, ofrecerá posibilidades de mayor desenvolvimiento, ya que no es doctrina que se encierre y encastille en la frialdad de unos dogmas, sino que, por el contrario, admite ulterior desarrollo y aportaciones, ya individuales, ya colectivas”, Hildegart, op. cit., 292.

27.- “Federación Anarquista Ibérica, nombre temible para los burgueses pacatos, no quiere decir bombas y explosivos, tiros y sangre. El anarquismo es un bello ideal todo libertad; todo antigobierno, antipropiedad, antiEstado, que va en contra de cuantas cadenas atan a la Humanidad; el anarquismo ama y respeta todo lo creado. Hace falta sacar a la luz este aspecto claro y amable del anarquismo para destruir la leyenda forjada alrededor de una de las ideologías más generosas de cuantas han atraído en su torno a núcleos convencidos. Pero la FAI debe ser eso: una organización aparte, y ni ella ni el partido comunista ni el socialista deben ejercer sobre las masas obreras otro control que el de la libre propaganda que permita precisamente que ellas vengan a nutrir sus filas en honor a esa libertad e independencia que con tanto vigor y entusiasmo defienden en todas sus actuaciones”, Hildegart, “Temas sociales del momento. ¿Qué hacer?”: La Tierra (8-XI-32).

28.- Es éste el principal error táctico que encuentra en el comunismo libertario: “Hablar de otros inconvenientes de implantación moral del comunismo libertario, inconvenientes en los que no creemos, no nos parece justo, porque no son, ni más ni menos, que los que pueden impedir el triunfo del socialismo o del comunismo dictatorial”, Hildegart, ¿Se equivocó Marx?…, 151.

29.- Ibídem, 158-159

30.- Hildegart, ¿Se equivocó Marx?…, 212.

31.- Xavier Paniagua recoge y analiza las distintas posturas teóricas del anarquismo español al respecto en La sociedad libertaria. Agrarismo e industrialización en el anarquismo español 1931-1939 (Crítica, Barcelona, 1982.

32.- “El nonato. Doctrina muerta antes de nacer”: La Tierra (25-IV-1933).

33.- “(…) no olvidemos que, si queremos dotar una sociedad de vida, hemos de copiar en todo a la Naturaleza, que, después de muchos ensayos infructuosos, ha llegado a crear seres y organismos que sobreviven a las dificultades que en ella misma aparecen. Frente a los obstáculos de la vida social, la configuración de las obras de la Naturaleza nos proporcionará el medio seguro de triunfar”, Hildegart, ¿Se equivocó Marx?…, 157.

34.-“Sin ella, el ser más adelantado de la tierra sería aún uno de esos grumos que flotan en las aguas y que apenas ni se perciben con la ayuda del microscopio”,  Hildegart, op. cit., 155.

35.- Frente a las teorías marxistas y libertarias acerca de la bondad del hombre, Hildegart señalaba que el hombre, sin tener una naturaleza maligna, se veía forzado a tener comportamientos antisociales por las instituciones creadas por él mismo.

36.- Hildegart, ¿Se equivocó Marx?…, 224.