Embaucados por lo sobrenatural
Embaucados por lo sobrenatural
A pesar de esta reflexión, sí hay que aclarar algunas cosas. Es fácil invocar con palabras a la ciencia, al conocimiento "verdadero", pero algunos se cuestionarán si podemos estar seguro que no lo es aquello que otros consideran mera superstición (seudociencia es el término que más me gusta, ya que creo que no debería herir susceptibilidades). Después de todo, hay cosas de nuestra vida cotidiana producto del desarrollo tecnológico, que las personas del pasado hubieran considerado tan improbables como, por ejemplo, una aparición sobrenatural. Al respecto, hay que recordar la llamada Tercera Ley del gran escrito de ciencia ficción: "Cualquier tecnología lo bastante avanzada es indistinguible de la magia" (con esta aseveración, jugaba en sus historias otro excelente narrador de lo fantástico, Richard Matheson). Con ello quiero decir que un escepticismo dogmático, acusación que se utiliza como argumento para defender la seudociencia frente a los que la cuestionan, puede ser tan pernicioso y ridículo como la mayor de las credulidades. Multitud de personas, negaron la posibilidad del progreso en el conocimiento y en la innovación, en nombre de un escepticismo que se muestra más bien como una postura obtusa y conservadora. Por lo tanto, por sí misma, la incredulidad dogmática ante lo que puede parecernos extraño o falto de explicación no es una virtud. Hay que diferenciar esa actitud de un escepticismo crítico y racional, plenamente justificado (claro está, si poseemos el conocimiento para no, simplemente, "suspender el juicio").
La respuesta para tener una actitud escéptica y crítica de peso es que tal cosa no es explicable por la ciencia. Naturalmente, ello solo vale para la ciencia que conocemos al día de hoy, por lo que el conocimiento científico nunca debería ser dogmático. Por supuesto, eso no es un argumento para legitimar lo que no es más que mera creencia metafísica, ni para creer cualquier cosa apelando a la Tercera Ley de Clarke. Tal y como razona Richard Dawkins, de esa ley no se deduce la contraria: "cualquier afirmación mágica que pueda hacer cualquiera en cualquier momento es indistinguible de un avance tecnológico futuro". Las más de las veces, las afirmaciones extraordinarias no han sido nunca legitimadas de modo alguno. Particularmente, cuando me topo con algún relato asombroso o milagroso, trato de indagar en primer lugar en la persona que lo aporta (por ejemplo, algún tipo de interés, creencia o condicionamiento que pueda tener). Al respecto, hay que recordar la prueba lógica expuesta por el filósofo David Hume: "...ningún testimonio es suficiente para establecer un milagro, a menos que el testimonio sea tal que su falsedad fuera más milagrosa que el hecho que trata de establecer". Detrás de todo testimonio, incluso de aquellas personas que puedan parecer una autoridad, pueden estar diversos factores: error honesto, embuste descarado, delirio, alucinación, ilusión... Por supuesto que no hay que ser dogmáticos con la ciencia, pero si lo que hoy conocemos como tal es derrocado o superado, lo será gracias a una investigación rigurosa y un método repetitivamente efectivo.
Desgraciadamente, como ocurre también en cuestiones políticas y morales, el control de los medios por parte de diversos intereses económicos (y, ojo, la diferencia entre unos intereses u otros es simplemente su mayor o menor alcance, no su validez cognitiva), conduce a que se primen ciertas supersticiones y falsedades e influyan sobre la conciencia popular (a pesar de lo que sostienen algunos autores, sigo considerando al conocimiento como el método subversivo más eficaz). De esa manera, ese apetito por lo maravilloso que mencioné al principio del texto queda cubierto de manera cuestionable, no por las maravillas que debe aportarnos la ciencia. Desgraciadamente, el combate contra la superstición no se realiza desde la educación, más bien todo lo contrario, por lo que los resultados pueden ser determinantes en los críos, los cuales son obviamente crédulos por su condición (y tienen que serlo, ya que al no tener capacidad de discernimiento deben fiarse del criterio de personas adultas, para lo bueno y tantas veces para lo malo). No hay diferencia entre la credulidad que muestra un niño acerca de un Papá Noel o la que tendrá si un adulto le asegura cualquier disparate sustentado en la fe. El niño tiene esa condición "crédula" por necesidad, siendo su principal nutriente los adultos que le rodean, ya que posteriormente deben convertirse en personas desarrolladas con capacidad para desenvolverse en una sociedad basada en el conocimiento. Ese desarrollo del niño, por supuesto, no se produce de golpe, sino gradualmente. Sin embargo, si bien la candidez confiada es buena y saludable en un niño, puede llegar a convertirse en una credulidad enfermiza y reprobable en un adulto. Sin ánimo de entrar con rigor en el terreno sicológico, es posible que la persistencia en los adultos de la credulidad esconda un deseo de recuperar las seguridades y comodidades perdidas en la niñez. Hay que recordar las palabras de otro gran escritor y divulgador científico, Isaac Asimov: "Inspecciónese cada una de las muestras de la seudociencia y se encontrará una manta de seguridad, un pulgar que chupar, una falda que agarrar".
Lo que en infancia puede ser virtud, una credulidad necesaria para su desarrollo y la ulterior autosuficiencia, puede llegar a ser patológico en el adulto, siendo blanco fácil para toda suerte de charlatanes y seudociencia. Tal y como afirma Richard Dawkins, las facultades críticas que debe tener la persona desarrollada se producen a pesar de esas inclinaciones de la niñez, no debido a ellas: "Necesitamos sustituir la credulidad automática de la niñez por el escepticismo constructivo de la ciencia adulta". Hay que aclarar que los calificativos de "ingenuo" o "crédulo" no son estrictamente aplicables a los niños. Son algunos adultos los verdaderamente crédulos, cuando creen cualquier cosa que oyen o leen, a pesar de que contradiga lo que antes han oído o leído. Sin embargo, hay otra actitud devastadora originada en la infancia y es cuando se combina una credulidad temprana con la actitud opuesta, el tozudo mantenimiento de una creencia. Si la educación debería estar dirigida a crear personas libres y responsables, su desvirtuación controlada conduce a esa nefasta combinación entre credulidad y dogmatismo. Como decían aquellos viejos jesuitas, los cuales eran plenamente conscientes de la labor que realizaban: "Dadme al niño durante sus primeros siete años, y os devolveré al hombre".
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