Fukushima, los platos rotos de una decisión geopolítica

 
Dos años después de la catástrofe nuclear de Fukushima, los problemas permanecen. No se ven todavía los efectos de la radiactividad que se manifiestan a medio y a largo plazo. Los umbrales admitidos por los trabajadores de la energía nuclear y por los habitantes no se fijaron según los resultados de Chernobil (1986), sino según las víctimas de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki (agosto de 1945).

Ahora bien, aquellos bombardeos militares instantáneos no han tenido las mismas consecuencias que un accidente en una central nuclear, que escupe durante varios días masas de radiactividad. Además, los investigadores que han estudiado a las víctimas, como los del Instituto Nacional Japonés de la Salud (INJS), eran bastante sospechosos. Una gran parte de ellos provenía de los veteranos de la siniestra Unidad 731 del ejército japonés, con base en China, y que, durante la guerra (1931-1945) realizaron experimentos sórdidos con los prisioneros (pruebas bacteriológicas, fisiológicas, vivisecciones…).

Sus responsables y sus esbirros han sido filtrados por los vencedores americanos a cambio de sus resultados y su silencio en el marco de la estrategia anticomunista. Es un poco como si el doctor Mengele, que actuaba en Auschwitz, se encontrara ahora en los laboratorios trabajando para la Agencia de la Energía Atómica… La INJS, además, ha estado implicada en el escándalo japonés de la sangre contaminada en los años ochenta del pasado siglo.

La política nuclear japonesa ha sido decidida demasiado pronto, y muy rápidamente (1953-1955), mucho antes de la crisis del petróleo de 1973, basada en un acuerdo entre la derecha y la izquierda japonesas: sí a la nuclear civil, no a la nuclear militar.

El gobierno americano dedicó un fondo a esta política. Al hacer decidirse a favor de la nuclear civil al único país en el mundo que había sido irradiado, mataba varios pájaros de un tiro: se hacía perdonar el holocausto de Hiroshima-Nagasaki, pretendía transformar un mal en bien, convenciendo a Japón, la sociedad más refractaria a la energía nuclear, situándolo bajo su “paraguas militar” en virtud de acuerdos militares, vendía su tecnología y convencía al resto del mundo.

La propaganda pro-nuclear fue intensa. Antiguos miembros de la extrema derecha japonesa fueron reciclados, propulsados a la cabeza del sector nuclear y blanqueados en nombre del “uso pacífico del átomo”, como el siniestro Shoriki Matustaro. Todo ello con la complicidad de la casi totalidad de los intelectuales japoneses y de la izquierda japonesa.

Medio siglo más tarde, el pueblo japonés está bajo la impresión de Fukushima. Mientras una gran mayoría es hostil a la energía nuclear (entre un 70 y un 80 por ciento de los japoneses según las diferentes estimaciones), el electorado japonés ha vuelto a dar el poder al Partido Liberal-Demócrata, el mismo que había impulsado la política nuclear.

Este hecho no solo es prueba de una cierta confusión, comprensible visto el golpe recibido. No debe hacer olvidar dos cosas: es una sanción contra el Partido Demócrata, que había prometido demasiado y estaba en el poder durante la catástrofe; la abstención ha progresado en diez puntos, dejando la participación electoral en menos del 50 por ciento.

Impresionado, el pueblo japonés se busca a sí mismo. En la puesta en cuestión del modo de producción y de consumo que gana numerosos sectores con una importante solidaridad en la base, es necesario nuestro apoyo para que no se sientan solos.

Philippe Pelletier

Publicado en el número 298 del periódico anarquista Tierra y libertad (mayo de 2013)