Incendies, la ruptura con el odio

 
La grandeza del cine, aplicable a otras expresiones artísticas, es que a pesar de observar tantas cosas cuestionables en una obra, encontramos finalmente que nos ha emocionado de verás y tenemos, a la fuerza, que reconocer su calidad y grandeza. Es el caso de Incendies, una película que ha ido acumulando buen crédito en su pase por varios festivales, avalada además por ser adaptación de una, a su vez, muy exitosa obra de teatro escrita por el canadiense de origen libanés Wajdi Mouawad.

Y precisamente en el origen teatral de Incendies estén tal vez los peros que pongo (insisto, con el contrapeso de una historia perfecta en su propuesta y una película de notable realización, que emociona enormemente, a pesar de la amargura de su realismo inaceptable, seguro, para algunos). Recordaré el doble uso de "teatral", como perteneciente al teatro, pero también como aquello exagerado o efectista. No tuve oportunidad de ver el montaje teatral, del que me hablaron maravillas especialmente por su puesta en escena, por lo que me comentaron de gran fuerza visual y compuesta de imágenes de una extraña belleza. Estoy seguro que hay ciertos obras que no se encuentran del todo a gusto fuera del medio intelectual o artístico en que fueron creadas. El lenguaje cinematográfico es, en mi opinión, muy diferente del teatral, especialmente si hablamos de un cine realista, social y comprometido con los valores humanos, donde se exigen unos personajes bien definidos y con motivaciones perfectamente explicadas (algo que en Incendies pasa a un segundo plano, sin caer tampoco en la unidimensionalidad). Por supuesto, esta pureza no es siempre deseable, y bienvenida sea la experimentación, el eclecticismo es siempre un factor a tener en cuenta para juzgar las cosas. Incendies está llena de eso que llamamos efectismo, pero sería indigno acusarla de algo así como "exceso de truculencia", máxime en estos tiempos que vivimos, en los que la violencia banal y el mal gusto se convierten en un habitual alimento cultural para las masas (unas masas difíciles de comprender en demasiadas ocasiones). Recordaremos que estamos en la sociedad en la que una nueva película de Torrente, saga en la que se fusionan lamentablemente personaje y creador, bate récords de taquilla.

Denis Villeneuve, el también canadiense director de Incendies, definió la obra como "la partitura de un compositor clásico", inspiradora de imágenes de gran fuerza. Añadiría que se trata de una historia construida como una extraña fórmula matemática, no en vano una de las protagonistas está especializada en dicha materia, en la que la lógica es tan terrible como esperanzadora (no quiero ni siquiera insinuar la truculenta sorpresa final). Unos hijos gemelos escuchan de un notario el último legado de su madre recién fallecida; la sorpresa es mayúscula cuando esta mujer, de origen árabe (un país de Oriente Medio que nunca se nombra, aunque el escenario no es difícil de reconocer), habla de un padre que creían muerto y de un hermano del cual nunca supieron nada. Los hijos realizarán un viaje a sus orígenes, al horror que vivió una madre que nunca terminaron de sentir cercana, y solo ahora pueden comprender su valiente y bello legado. Este periplo que se realiza en la actualidad, del tiempo cinematográfico, se nos narrará paralelo al terrible viaje que realizó años atrás su progenitora. Incendies es una historia esperanzadora, solo aquellos que corten la espiral de odio y violencia, que renuncien a la venganza y a convertirse consecuentemente en verdugos, pueden transmitir un mundo mejor a los que quedan. La fragilidad del ser humano, su triste capacidad para convertirse en una pieza deshumanizada de un puzle infernal, su facilidad para caer en el odio, conviven tantas veces con los sentimientos más bellos. Nawal Marwan, la mujer protagonista, es capaz de sentir y de generar amor al comienzo de su vida; solo el horror acaba con esa posibilidad, sin matarla del todo, por lo que su elección final resulta bella y encomiable.

Resulta curioso que Villeneuve haya dicho que su película habla de situaciones políticas, pero a su vez es "apolítica", cuando menciona como uno de sus referentes el cine de Costa-Gavras, tal vez el mejor director "político" de las últimas décadas (algo que echamos de menos en el cine actual, cuando se emplean lo más viles subterfugios para negar toda posibilidad de análisis en ese sentido). Lo que el director de Incendies tal vez quiera decir es que ha tratado de huir de toda lectura política proclive al maniquéismo, otra peligrosa tendencia del ser humano, ya que su objetivo es profundizar en la cólera de la que es capaz el hombre. En ese sentido, su propósito es digno de elogio, aunque hay que recordar que resulta casi imposible abstraerse de un contexto de poder político y religioso, y ello forma parte también de la película. Lo que se nos propone es una especie de torbellino político alrededor de los personajes, para evitar el análisis fácil de víctimas y verdugos, un rol que resulta fácilmente intercambiable; todos los actores en juego son partícipes, constructores y producto de una situación de conflictos y fanatismo permanentes. Incendies es una película muy recomendable, en una sociedad del primer mundo tan necesitada de sacudir conciencias. A pesar de ello, yo recordaría que, junto a las propuestas sentimentales, son necesarios también los análisis sociales y políticos, ya que subjetividad y condiciones objetivas se retroalimentan. Indagar en los mecanismos personales que conducen al odio está muy bien, y tal vez solo una parte de las personas posea la voluntad y fortaleza de escapar a esa situación. Por eso mismo, resulta tan necesario también desterrar la violencia y el autoritarismo de toda convivencia social y política, hacerla innecesaria, algo por supuesto indisociable de la justicia social y económica. Sigue siendo la gran esperanza para la humanidad cortar una espiral de odio y potenciar los más nobles sentimientos individuales, tal y como nos propone esta película, para fundar a continuación las condiciones sociales para ejercer la libertad (ya que los más nobles sentimientos son también colectivos).

José María Fernández. Paniagua

(Reseña publicada en el periódico anarquista Tierra y libertad núm.273 (abril de 2011)