Las interpretaciones sobre el arraigo del anarquismo en España, ¿sigue la polémica?
Xavier Paniagua, UNED (Ponencia del Congreso 75 aniversario de la FAI , celebrado en Guadalajara en 2002)
Las interpretaciones sobre el arraigo del anarquismo en España, ¿sigue la polémica?
Xavier Paniagua, UNED (Ponencia del Congreso 75 aniversario de la FAI , celebrado en Guadalajara en 2002)
No quiero sólo ilustrar el título con esa espléndida novela de Henry James, sino también utilizarla como metáfora sobre el tema que me ocupa, y que, confieso, me ha ocupado un tiempo en mi reflexión historiográfica. ¿Es un fantasma real o ficticio intentar plantearse a estas alturas el tema, ya tan manido, del arraigo del anarquismo en España?. ¿Podemos seguir con la misma pregunta que desde principio del siglo XX ha preocupado a muchos historiadores, escritores, ensayistas, políticos o incluso a los propios libertarios…? ¿No estaremos haciendo ya un ejercicio inútil de especulación de filosofía histórica que no conduce más que a la inanición intelectual, y que produce melancolía?
Una prueba de que el anarquismo todavía sigue siendo objeto del deseo historiográfico es el último número de la revista Ayer, dedicado al anarquismo español. Los autores que en él participan, muchos de ellos ya conocidos por trabajos de investigación sobre el tema, plantean qué hay que entender por anarquismo. Cuáles son las aportaciones historiográficas, como se extendió en determinadas zonas como Asturias, Andalucía o Cataluña, y matizan entre agitadores, publicistas, grupos de acción y esa masa ingente de afiliados a los sindicatos que después formarían la CNT y que actuaría como una sindical, alternativa unas veces, en connivencia otras, a la UGT socialista. Allí estaban los anarcosindicalistas, o los anarquistas a secas, que al parecer no eran muchos, pero que hicieron que los sindicatos cenetistas tuvieran una dirección ideológica conducente a terminar en el comunismo libertario(1). Sin embargo ya sabemos que detrás de la palabra anarquismo se esconden cosas diversas y a veces contradictorias y si los anarcosindicalistas o anarquistas consiguieron encauzar las líneas ideológicas es porque encontraron un ambiente propicio. Incluso en su formulación sobre el futuro soñado y, en la imaginación que a veces utilizaron, para concretar cómo realizar esa nueva sociedad, la disparidad es evidente como ya puse de manifiesto en La sociedad libertaria(2).
Sin embargo los historiadores actuamos todavía como lo hacía Marlon Brando en aquella su primera película como protagonista, “Hombres”, de 1950, con guión de Carl Foreman, dirección de Fred Zinnemann, y producción de Stanley Kramer. El teniente Ken queda parapléjico en la II Guerra Mundial, cuando recibe, por esas cuestiones del azar, una bala perdida, y no acepta la nueva situación que le ha tocado vivir y muestra su perplejidad e inseguridad. Tenemos una reacción parecida: queremos encontrar la respuesta exacta ante un problema que se nos escapa y que no tiene, como hemos visto en los últimos sesenta años, una respuesta contundente. No admitimos que, a lo mejor, la pregunta está desenfocada porque la realidad es diferente a como la interpretamos. Tuve ocasión de analizar el tema en Historia Social(3) : “Una gran pregunta y varias respuesta. El anarquismo español desde la política a la historiografía” Matizaré algunas de las conclusiones que ya redacté en su momento, pero sustancialmente sigo en la misma perspectiva.
II
Varios autores han resumido desde los años 70 del pasado siglo, en que se dispararon las investigaciones sobre el anarquismo español, las explicaciones sobre por qué éste tuvo especial consistencia en muchas zonas de España. Desde el trabajo ya clásico de Romero Maura(4), o el de Álvarez Junco(5) a los últimos de Susana Tavera o Ángeles Barrios(6) han dado buena cuenta de las teorías sobre el arraigo del anarquismo español. Las interpretaciones económico-sociales, religiosas o político-institucionales están bien documentadas, así como los puntos discutibles de cada una de ellas. Casi ninguna resulta estrafalaria y todas parecen abordar un aspecto del problema. Sin embargo ningún historiador se plantea ya dar una respuesta global a la cuestión. Pere Gabriel reconocía en el número 1 de Historia Social (1988) que “hoy por hoy esta cuestión fundamental queramos o no, no está resuelta”(7). Catorce años más tarde el mismo autor parece abandonar la pregunta y en un trabajo reciente clarifica que cuando hablamos de anarquismo estamos refiriéndonos a unos cuantos publicistas o propagandistas que se incardinaron en la CNT, pero que en el conjunto del movimiento obrero fueron en realidad pocos, y por tanto no debemos confundir el movimiento sindicalista que se articuló en la CNT, partiendo de una práctica sindical con amplia tradición en Cataluña, con anarquistas estrictos. La cultura sindical tiene más importancia, compuesta de elementos heterogéneos entre los que sobresalen un anarquismo difuso y una tradición republicana, y está más pendiente de la unidad sindical, de la autodefensa y de la respuesta ante la represión, que de las elucubraciones filosóficas o elaboración doctrinal que practicaban los grupos de afinidad anarquista. Probablemente el activismo revolucionario, nos insinúa Pere Gabriel, como el del grupo Los Solidarios, con Durrutí como máximo fichaje, contribuyó a que se creyera que el anarquismo estaba en todas partes: “Ahora bien, no fue éste el único grupo y, además, el propagandismo activista armado no fue exclusivo del anarquismo radical”(8). López Estudillo también señala que el anarquismo decimonónico fue reduciéndose a medida que se separaba de la acción sindical, y que en realidad su influencia se concentró en determinados núcleos, como Cataluña, Cádiz, Málaga, Sevilla y, en alguna medida, la zona entre Valencia y Alcoi: “En el resto de España predomina un dilatado vacío con pocos y aislados militantes y suscriptores de prensa anarquista, salpicado por el corto número de núcleos militantes, entre los que sobresalen los de Madrid”(9)
En una línea parecida se desarrolla el estudio de Ángeles Barrio para el anarquismo asturiano. Los líderes de tradición anarquista tuvieron que vincularse al sindicalismo y, de hecho, militantes como Quintanilla fueron pioneros en las propuestas de las federaciones de industria en el Congreso de la Comedia de 1919 donde realmente se constituyó la CNT. Sus relaciones con los socialistas en la práctica sindical y con los republicanos hace que empleemos el término “anarquista” para designar cosas muy distintas(10).
Pero no por ello debemos aminorar la importancia que tuvieron las miles y miles de publicaciones que se editaron desde posiciones anarquistas, o que se declaraban como tales, desde el siglo XIX hasta el exilio español posterior a la guerra civil. Y otro tanto ocurre con la labor de sociabilidad y de educación que extendieron a través de ateneos libertarios o escuelas racionalistas. Ahora bien, de esta labor cultural y editorial no debe deducirse que el anarquismo tuvo una preponderancia clara en los medios obreros españoles(11).
Ahí está la raíz del problema, saber a qué llamamos anarquismo, porque como tantos otros términos históricos su versatilidad es grande. Si algún extraterrestre viniera a nuestro planeta experimentaría una profunda confusión ante el vocabulario que empleamos frecuentemente pero cuyo significado está sujeto al proceso histórico en que se desenvuelve. Si decimos “el rey” tendremos que contextualizar el vocablo al momento en que lo empleamos. No es lo mismo el monarca absoluto del siglo XVII que el rey constitucional del XX. La cosa parece obvia pero sin embargo no la aplicamos siempre con el mismo rigor. Considero que hablar de anarquismo es referirse a cosas diversas, incluso contrapuestas. Detrás de él se esconden, por tanto, significados diversos y se hace costoso unificar el concepto al afirmar que anarquistas fueron aquellos que creyeron que la sociedad podía organizarse sin gobiernos ni estados, sin autoridad, en suma, sólo por la libre asociación de los ciudadanos y ciudadanas, y que además desparecería la propiedad privada y los productores lo harían colectivamente instituyendo al final el comunismo libertario, diferente al que los bolcheviques intentaban construir a través del partido vanguardia del proletariado, la clase por antonomasia, primero en lo que se convirtió en la Unión Soviética y después en todo el mundo, o tal vez al mismo tiempo. Es algo parecido a lo que algunos afirman en la actualidad para superar las definiciones a priori: si socialismo es lo que hacen los socialistas, anarquismo sería lo que hacen los anarquistas. El problema está en que éstos hacen cosas muy diferentes.
De todos modos, como ya evidencié en La sociedad Libertaria (1982), tampoco resulta adecuado insistir en que el movimiento libertario español no tiene una unidad básica, ni coherencia interna, porque detrás de ácrata, anarquista o libertario encontramos concepciones diversas y, en ocasiones, divergentes. Si llamamos anarquismo a cosas dispares eliminamos al sujeto y convertimos la oración en impersonal. Pero aún así necesitamos explicar por qué denominamos de la misma manera a cosas que parecen distintas.
Una ideología no es un todo acabado, va configurándose en la propia dinámica de los procesos sociales y si a través de un término muchos se enganchan al mismo es porque consideran que existe un significante que les remite a la solución de sus problemas y, por extensión, de la sociedad. Si el teórico marxista Plejánov escribía a principios de siglo XX el folleto “Anarquismo y socialismo”, en el que señalaba las contradicciones filosóficas de los postulados de los autores libertarios, no por ello el anarquismo ruso perdió capacidad de convocatoria en ese tiempo.(12) El análisis de la realidad no implica su transformación, y si la ideología en cuestión sigue manteniendo su fuerza de convocatoria es porque existe una identificación con la misma, a pesar de sus distintas acepciones.
Desde esta perspectiva, y aunque hoy relativicemos el número de anarquistas por cuanto lo sustantivo fue el sindicalismo revolucionario protagonizado por la CNT, no puede obviarse que aquellos ideales de crear una sociedad libertaria, que alcanzara el comunismo libertario, estuvieron presentes en el objetivo que debía guiar a los cenetistas. La existencia de propuestas diferentes es lo que siempre me ha inducido a proponer que el estudio del anarquismo no se haga sólo sobre los elementos que pudieran caracterizar su ideología, sino que se analice el modelo de comportamiento político, los sectores sociales que se identificaron con él y el enfoque que dieron a los problemas sociales. No es una cuestión nominalista saber cómo se llaman, se trata de averiguar quiénes se atribuyen ese apelativo y de qué manera se identifican con unos determinados postulados.
Y no podemos utilizar ya el tópico de la pecualiridad española, al atribuir a España una relación única con el anarquismo en Europa. Cada país es peculiar en sus formas, y especialmente en Europa, pero no cabe, una vez más, una historia de Estados, porque además en ellos las uniformidades tampoco existen. El desarrollo intelectual, social y económico han sido, con los tempus propios, bastante uniformes. Sabemos que unos han llegado antes a la revolución industrial con sus variables propias, que los historiadores de la economía han destacado hablando de los distintos modelos de industrialización o modernización, como se dice ahora, pero, a pesar de los caminos escogidos, al final se han asentado unas estructuras similares que han propiciado la Unión Europea. En este sentido España es un trozo más de la Historia de Europa y, si se quiere, de la llamada civilización occidental que abarcaría a América y a parte de África porque las raíces culturales están en el mundo grecorromano, en el cristianismo, en la Ilustración, el liberalismo y el socialismo, con sus múltiples variedades. Italia, Bélgica, Suiza, Francia, Rusia y en menor medida Alemania, y también en América (Uruguay, Argentina , México y los EEUU) contaron con núcleos libertarios importantes.
El hecho sustantivo es el anarcosindicalismo de la CNT y su permanencia organizada desde 1914-15 hasta el final de la guerra civil en 1939 (el exilio es otra cosa). Un periodo de 25 años, mientras que en Francia el sindicalismo revolucionario empieza a declinar a partir del final de la I Guerra Mundial. Si el anarquismo adquirió una consistencia mayor fue por su capacidad de incrustarse en el sindicalismo, que tenía a su vez la pretensión de alzarse como opción revolucionaria propia y convertirse en síntesis del marxismo y del anarquismo para superar la pugna iniciada en la I Internacional y que se había transformado en opciones diferentes en el movimiento obrero organizado. A autores como Gerald H. Meaker o Hobsbawm, entre otros, les ha servido para destacar “el caso diferente” de España donde “el capitalismo ha fracasado”(13) ¿Acaso no fue también un modelo no contemplado el triunfo de la revolución rusa, aunque se quisiera interpretar como un signo evidente de que el marxismo, matizado por el leninismo, era una ciencia predictiva clara, y ya comenzaba a expansionarse la revolución por el mundo? Sin embargo si se lo hubieran dicho a Marx lo habría considerado como una locura porque, en su esquema, Rusia era un país atrasado, donde todavía tenían que desarrollarse las fuerzas productivas para alcanzar la plena contradicción entre obreros y burgueses que se resolvería con el triunfo del proletariado dentro de las leyes que pretendió encontrar en la historia. Era en la Gran Bretaña donde debía triunfar primero el socialismo ante un capitalismo fuerte, una burguesía potente y un proletariado identificado con su clase. Pero hemos visto que la llamada revolución socialista surge en los márgenes del mundo desarrollado, en Rusia y en China, países con evoluciones económicas más atrasadas a las de la Europa Occidental. A la postre, Marx, un producto intelectual de la Ilustración, ha conseguido con sus teorías “europeizar”, de alguna manera, a países que no lo estaban completamente, -Rusia y China-, y esa ha sido, tal vez, su mayor contribución.
III
Otra cuestión es la relación que pueda existir entre la supuesta ideología anarquista, dando por hecho un mínimo de acuerdo sobre sus presupuestos teóricos, y los sectores sociales que la defienden ¿En qué medida, en suma, el anarquismo correspondió a una concepción vinculada a una clase social o a segmentos de esa clase? Aunque el movimiento libertario estuvo promovido en España por obreros y campesinos, el análisis marxista clásico interpretaría que el anarquismo fue una desviación de la auténtica conciencia de clase, aunque planteara una alternativa revolucionaria al capitalismo. Representaba a sectores sociales “en retroceso” en el proceso de desarrollo del capitalismo –artesanos, campesinos o pequeña burguesía- que utilizarían el anarquismo para defender posiciones que el propio desarrollo de las fuerzas productivas está haciendo desparecer, y desde este contexto podían ser calificados de aliados de la burguesía. Es lo que el marxista alemán Wolfang Harich llamaba tener inconsistencia teórica por la “impaciencia revolucionaria” . “Ser anarquista, afirma Harich, quiere decir considerar a la revolución (…) como algo actual bajo cualquier circunstancia, y por tanto, querer realizar ya incondicionalmente los propios ideales sobre la sociedad del futuro”(14)
Ya sabemos que para el marxismo las ideologías corresponden a estadios históricos en que todavía la ciencia no se ha impuesto en toda su dimensión. Marx creía que estaba haciendo ciencia como el físico o el biólogo, ciencia de la sociedad, pero ciencia al fin y al cabo, porque llegaría un momento en que no existirían diferencias entre las llamadas ciencias de la naturaleza y las humanas. Karl Manheim, que basculó entre Marx y Max Weber, en su libro “Ideología y Utopía”, considera que a cada periodo histórico le corresponde un ideario determinado que puede transformarse en utopía cuando se intenta superar la realidad y cambiar el orden existente. Junto con la interpretación marxista de “ideología atrasada” el utopismo es una denominación que ha servido también a muchos autores para interpretar el fenómeno anarquista. Románticos y utópicos son calificativos frecuentes utilizados para referirse a ellos creyendo así que ya está el tema resuelto. Y es que las fronteras de la realidad histórico-social, como dice Álvarez Junco, son borrosas.(15) Los anarquistas se impregnaban, en muchos casos, de republicanismo o liberalismo, y en ese totum revolutum se va configurando y vertebrando una interpretación del mundo que sirvió, a muchos, para reivindicar un cambio social, o al menos tenerlo como música de fondo porque existía un movimiento sindical que ha sido marginado en los estudios y que no se corresponde exactamente con las ideas anarquistas, como nos ha enseñado Pere Gabriel.(16)
El trabajo de los historiadores españoles en este tema se ha realizado, en muchas ocasiones, en medio de un gran vacío teórico, con una forma de trabajar fundamentalmente empírica, donde la acumulación de material de prensa, principalmente, era el resorte más importante para abordar los acontecimientos a los cuales íbamos dando forma y matizando interpretaciones, pero existía poco bagaje interpretativo previo. Por mucho que critiquemos a Hobsbawm o Brenan, nadie como ellos ha conseguido una explicación tan completa, ni nos hemos atrevido a algo parecido, justificándonos con que antes teníamos que aportar investigación de campo y podíamos caer en un ensayismo especulativo.
Aunque los anarquistas propugnaban una sociedad sin Estado basada en el comunismo libertario, los estratos ideológicos libertarios entroncan con muchos de los elementos culturales y políticos que defendían los republicanos, supuestos representantes de unas clases medias, tales como funcionarios, intelectuales, abogados, pequeña burguesía, que pretendían racionalizar el espacio de convivencia política e introducir los elementos de modernización en la escuela y en la economía, eliminando los obstáculos que consideraban obsoletos, propios de una España atrasada y reaccionaría que vivía bajo un Estado ineficaz, con unos dirigentes enrocados en políticas sin grandes respuestas, y con una Iglesia y un Ejercito que controlaban parcelas de poder sin tener que dar cuenta del mismo. Pero para los republicanos era más acertado hablar de pueblo y no de clases, porque aquél aglutina a todos los sectores que vivían de su esfuerzo en el trabajo. Era esa cultura popular la que hacía factible la connivencia en un patrimonio común que coincidirá en los elementos de igualdad, solidaridad y fraternidad que proclamara la Revolución Francesa. También los socialistas estaban en el mismo bando, se hicieron republicanos a partir de 1910 y apostaron fuertemente por la II República en los años 30 después de que consiguieran una identificación propia, a través de un enfrentamiento con el republicanismo político, con la creación de un partido como el PSOE que pretendía instaurar el socialismo. Pero a la postre estaban en el lado de la frontera que defendía el laicismo, la investigación científica, la libertad de expresión, la escuela racionalista, es decir todos aquellos valores que han caracterizado a los sectores progresistas. Es esa cultura alternativa a la oficial la que unificó a muchos hombres y mujeres, “heredera de las corrientes radicales del pensamiento decimonónico, nos dice Pérez Ledesma, los promotores de la nueva cultura hicieron suya la exaltación de la razón, de la ciencia – en especial, de la sociología y el conocimiento científico de la sociedad- y del progreso, a la vez que rechazaban, o al menos miraban con desconfianza por su tendencia al conformismo social, las interpretaciones religiosas, oscurantistas o clericales del mundo”(17)
El anarquismo no pretende presentarse como una ideología de clase, en contraposición al socialismo marxista, y su propuesta se dirige a la humanidad entera: “el comunismo libertario, diría Federico Urales, no es un ideal de clase, y por tanto no tiene que estar defendido solamente por los trabajadores, sino por cuantos individuos lo sostengan, aunque no dependan de un jornal”(18). Por tanto el movimiento libertario posee una mayor permeabilidad para aceptar propuestas que viniendo de otras tradiciones ideológicas ayuden también a la liberación de todos los hombres y mujeres. Pretendía llevar a sus últimas consecuencias los presupuestos de igualdad y libertad propugnados por el liberalismo y de ahí que intentara combinar planificación económica con libertad individual. Se convirtió así en una esperanza global de cambio social, articulada con diversos lenguajes, que sirvió a campesinos y trabajadores de los talleres y fábricas para sus reivindicaciones. No es lo mismo el ácrata descrito por Díaz del Moral en el campo andaluz que el trabajador de los oficios o industrias de Barcelona, Tarrassa o Alcoi. Si damos crédito, aunque sea a nivel intuitivo, a la existencia de “la clase obrera”, hay que reconocer que ésta no genera una necesidad determinante de adscribirse a una sola dirección ideológica, por mucho que el leninismo considerara que “el partido” era su auténtico representante por cuanto se convertía en el organismo único para cumplir con el proceso histórico de liberación. Es de esta manera como podemos entender los movimientos populistas, de signo muy distinto, que tuvieron predicamento en los medios obreros (sindicalismo católico, lerrouxismo, blasquismo o fascismo). Y es también el modo en que se desenvuelven, en la actualidad, las clases sociales en las sociedades avanzadas, difíciles de evaluar con cierto rigor ante las nuevas condiciones tecnológicas de la producción, que ha hecho, incluso, que algunos sociólogos consideraran que una amplia clase media se extiende sin cesar eliminado el factor de enfrentamiento social surgido en el siglo XIX entre obreros y patronos.(19)
El anarquismo, además, contenía distintos componentes ideológicos que provenían de diversas fuentes del pensamiento y la ciencia contemporáneas que le conferían una amplia versatilidad, y por tanto con la capacidad de converger en determinados aspectos con sectores republicanos, sobre todo cuando se trataba de cambios sustanciales en las costumbres sociales, como la libertad sexual y de pensamiento, la educación libre e igualitaria para ambos sexos, creencia en el progreso constante de la ciencia, defensa de la naturaleza o prácticas como el excursionismo, el antitabaquismo, las sociedades corales, el antialcoholismo, el neomaltusianismo, la eugenesia o las alternativas al crecimiento urbano desmedido: “los anarquistas, dice Eduard Masjuan, difundieron ideas de gran relevancia actual, y esto plantea la cuestión del silencio sobre ellas”(20). El socialismo, reformista o revolucionario, estaba más determinado por un patriotismo de partido político que acentuaba, por la competencia política, las diferencias con los otros, y creía en un final ineluctable donde la clase por antonomasia ocuparía el poder e impondría sus condiciones, como lo había hecho la burguesía con el feudalismo. Los anarquistas o anarcosindicalistas que generalmente emplearon tácticas de acción directa, y por tanto poco reformistas, también creían en el derrumbe del capitalismo, pero no como el triunfo de una clase, sino como el colofón de la racionalidad humana, al margen del papel que cada cual ocupe en el proceso de producción. Podían, a la postre, plantear diversas soluciones de futuro como lo evidencia la literatura de anticipación que elaboraron. Y de hecho emplearon esa flexibilidad para adoptar prácticas diferentes: si hace falta se entra en el gobierno- en la Generalitat de Cataluña o en el de la República-, si es preciso se colectiviza pero también se respeta al pequeño campesino. Si existen distintas opciones revolucionarias habrá que pactar los espacios en los que cada uno pudiera ejercitar su experiencia.
IV
Lo sustancial, desde Bakunin a Durruti, pasando por Peiró o Pestaña, era demoler el capitalismo. Y en ello incidieron en cada etapa histórica, practicando el terrorismo o la presión sindical ejercida sobre patronos y Estado para acelerar el triunfo del comunismo libertario que se convirtió en un término recurrente pero con múltiples interpretaciones, algunas de ellas incompatibles entre sí. Pero no es sólo un problema psicológico, como de alguna manera se desprende de la concepción de Harich de la “impaciencia revolucionaria”, si no que supone aceptar una estrategia de acción en la que a los poderes públicos no se les puede dar ningún respiro ni hay posibilidad de transacción: la huelga general revolucionaria, el atentado individual, la acción directa, los movimientos insurrecciónales, todo se hará para contribuir al triunfo de la revolución. Como proponía el Sindicato del ramo de la Alimentación de Barcelona al Congreso de 1919 de la CNT, “La unión del proletariado organizado debe hacerse a base de la acción directa”(21)
En el movimiento libertario español hay una subordinación del pensamiento a la acción. Lo principal es actuar, eliminar los obstáculos, fijar el enemigo, lo secundario es el análisis y la interpretación de los hechos. Explicar es comprender, comprender es perdonar y por tanto pactar con la situación, y eso significaba claudicación. El anarquismo en España no hubiera tenido la misma presencia social sin ese impulso para desarrollar acciones revolucionarias permanentes y por ello se identificó con los grupos más dispuestos a la actuación. Figuras representativas como García Oliver, Ascaso, Jover, Sanz o Durruti, aglutinadores de los grupos más activos de la FAI y que recibieron la calificación de anarcobolcheviques, fueron un emblema que marcó su imagen. Sin ellos la fuerza del anarquismo se hubiera limitado a la difusión de “la idea”, como solían decir, o en todo caso hubiera desembocado en un replanteamiento del papel del sindicalismo y la política como lo hiciera Pestaña y el valenciano Marín Civera, director de una revista plural como “Orto”, con la fundación del Partido Sindicalista, es decir el intento de articular una organización laborista donde el sindicato definiera la estrategia política. Sin ese impulso revolucionario el anarquismo se diluye en corrientes que en otros pagos se sustancian con otras denominaciones. Podríamos así descubrir bajo su alfombra un sindicalismo moderado, un laborismo político o una socialdemocracia reformista.
Estos son a mi entender los dos polos del problema: un revolucionarismo sin teoría, y una teoría, la sindicalista, sin bases revolucionarias y con la competencia socialista a través de la UGT, con una tradición reformista más consolidada.
El movimiento libertario español, en el que cabe compilar los grupos anarquistas, las aventuras editoriales, la escuela racionalista, los ateneos libertarios y los anarcosindicalistas de la CNT en sus distintas acepciones, tiene lenguajes diferentes unidos bajo una brumosa unidad de desear una sociedad sin Estado y con la mayor libertad posible, pero con “carencia de una estrategia propia” como interpretó Claudín(22). Algo parecido a lo que ya dijera H. Rudiger, representante de la AIT que vino a España en 1936 a emitir un informe sobre la situación del propio movimiento: “Después de su falta de cultura teórica, debida a la brutal represión en que siempre ha vivido, además de su aislamiento nacional durante largos años, hay que tomar en cuenta otro aspecto del anarquismo español: su extremismo revolucionario que por nada contaba con la complejidad de las modernas estructuras económicas y tampoco con las de la red de relaciones sociales entre los hombres, sino que se contentaba con haber declarado la guerra a toda tiranía y explotación”(23) Era esa actitud la que había hecho que Angiolillo, el asesino de Canovas, manifestara ante el tribunal militar de Vergara: “No os encontráis delante de un asesino, sino ante un justiciero”(24) Es el mismo sentido al que se refiere Álvarez Junco al calificar de espontaneismo el principio de “apoyo incondicional a cualquier causa popular” que proporcionaría “una de las claves de su profundo arraigo en las amplias capas de la sociedad española”(25)
Cuando se invirtieron los términos y existió un predominio del análisis sobre la acción inmediata la crisis de la CNT se evidenció en toda su extensión con el “trentismo”, en 1932, y sus planteamientos de no provocar una permanente tensión que hiciera inútil la eficacia reivindicativa o la necesaria organización sindical. (26)
Tal vez tengamos en la acción la mejor explicación para un periodo que abarca desde 1870, con el I Congreso Obrero, hasta el final de la guerra civil en 1939. Porque si consideramos que nuestra concepción del mundo influye en la determinación de nuestra manera de actuar los anarquistas españoles intentaron superar sus contradicciones mediante un principal objetivo: aniquilar el orden social capitalista. Todo los esfuerzos debían ponerse en la derrota de aquellos sectores sociales que sostenían un orden establecido al que calificaban moralmente de injusto, y en esto tenían una perspectiva mucho más voluntarista que los socialistas. No es ya que las leyes de la historia nos conduzcan a una sociedad sin clase ni explotación, es que existe una consideración moral sobre las condiciones de vida injustas que muchos hombres y mujeres estaban viviendo. Y para ello lo primero es derruir, destruir lo establecido, la construcción del mundo futuro se resolverá por “la libre iniciativa de todos y el pacto libre”, según Malatesta, porque el resultado final desembocará en una sociedad libre que satisfaga las necesidades generales “dadas las condiciones y las posibilidades del momento y todo se hará mejor a medida que aumente los conocimientos y los medios”(27).
En esta tesitura tenemos que considerar los distintos lenguajes que empleo el anarquismo, no solo como el exponente de una mentalidad que aglutina a sectores sociales diferentes sino como elementos que asumirían distintos núcleos de trabajadores industriales, de servicios o campesinos. El anarquismo español estuvo fundamentalmente vinculado a la clase obrera, y desde esa perspectiva fue una respuesta autónoma para conseguir mejoras sociales inmediatas y una alternativa de revolución diferente a la que pretendían socialistas y comunistas. Nunca quisieron sacrificar la libertad en aras de un tiempo mejor. “La libertad, decía Gastón Leval en 1937, fue siempre, en las diversas gradaciones con que se interpretó, un motor de progreso. Lo sigue siendo todavía. Debemos exigir de continuo, en las normas revolucionarias, en las reformas o concesiones que podamos arrancar, que ella figure en el primer plano, junto con las mejoras materiales. Debe ser, incluso, preferida en muchos casos".(28)
Está bien que analicemos sus textos teóricos, sus explicaciones sobre las coyunturas históricas, la influencia en las organizaciones sindicales, sus relaciones con la política o su construcción cultural, pero es también imprescindible conectarlo con los diversos contextos obreros y campesinos en lo que ejerció un papel influyente para determinar más lo que no querían que el diseño de una estrategia definida basada en una interpretación de la realidad social. Primero deseaban el cambio, después todo sería más fácil porque no habría posibilidad de buscar el interés particular sino el colectivo.
La práctica revolucionaria que difundieron se articuló en España como una posibilidad de alternativa al mundo en que vivían, sin que ello presuponga un atraso, un déficit de marxismo, como han interpretado algunos lideres del movimiento socialista o historiadores marxistas ¿Acaso existían diferencias cualitativas entre aquellos trabajadores de los talleres y servicios, los obreros de las fábricas, los pequeños campesinos o jornaleros, los artesanos de los oficios, que adoptaron para sus reivindicaciones el socialismo, y quienes se decantaron por el anarquismo? En todas las circunstancias son intercambiables, y responsables de dos opciones que interpretaron y realizaron prácticas políticas y sindicales divergentes, pero en todo caso interrelacionadas y en ocasiones con la vista puesta en la unidad de acción conjunta como en 1917, 1934 o 1036 aunque también a profundas disensiones como en 1902, 1923 o 1931. “Nosotros queremos, diría Abad de Santillán en 1938, la unidad de los trabajadores, pero no queremos absorber ni ser absorbidos; queremos la armonía, no el predominio de los unos sobre otros; queremos el buen acuerdo, pero respetando la manera de ser y de concebir cada cual el socialismo. Y sobre la base del socialismo, del que somos los anarquistas la rama que lo ha conservado con más pureza, deseamos la acción mancomunada, coordinada de todos los trabajadores, de todos los amantes de una España nueva, edificada sobre los derechos innegables de los productores al fruto del esfuerzo y a la dirección de los propios destinos".(29)
Socialistas y anarquistas son caras de una misma moneda, con una raíz común, una cultura muchas veces compartida, pero una práctica casi siempre divergente. Y aunque suelen ser estudiados aisladamente fueron parte de un mismo proceso. Aquellos, siguiendo un marxismo poco sutil, pero determinante, creyó que se llegaría al final con el triunfo de la clase obrera, éstos articularon principalmente un movimiento de acción porque partían del supuesto que una revolución política no era garantía para la autentica liberación de hombres y mujeres. Los presupuestos morales de los libertarios, su sentido de que no existen leyes sociales que no puedan ser cambiadas por la voluntad de los humanos, su lucha radical y a veces violenta, no les impidió comprender que, si a pesar de todo, su mundo no llegaba, tendrían que adaptarse y conquistar los mayores espacios de libertad, porque para ellos las directrices de la historia no estaban escritas en ningún libro sagrado. No en balde se sintieron a gusto con el voluntarismo de Nietzche al que leyeron a través de traducciones, que ellos mismos, en algunos casos, estimularon la edición de varias de sus obras. Eran antihegelianos sin saberlo, aunque nunca hubieran oído hablar del filosofo ni tuvieran una idea clara de los presupuestos teóricos en los que se sustentaba su concepción del antipoder y de una sociedad libre sin gobiernos. Es imprescindible, entendían, que hombres y mujeres sean libres para conseguir la igualdad social, y eso depende de la acción de ellos mismos, no de ninguna ley intrínseca de la historia. El poder, pensaban, es la fuente de toda corrupción, aunque no tuvieran una construcción teórica de lo que éste significaba. Lo que habitualmente hicieron es recurrir a la historia para demostrar que la causa de las desigualdades humanas, de ese hombre bueno por naturaleza, es la caída en una sociedad basada en el dominio de unos pocos y la subyugación de la mayoría, y en esta dinámica encuadraban el nacimiento de los estados y sus acciones coactivas a favor de los menos y en perjuicio de los mas. “El estado y el gobierno, decía Gaston Leval, han cometido un mal inconmensurable en las diversas sociedades humanas, mediante guerras, exacciones del Fisco, opresión política, el apoyo dado a los explotadores de masas, al burocracia hipertrofiada, tiranía de todas clases y el aparato de represión por ello fundado y mantenido”(30) Y las buenas cosas que pudiera haber realizado, como las infraestructuras, no compensa los desagravios y desastres, puesto que todo lo construido quedaba eliminado con un año de guerra. El problema es que cuando se vieron delante de ese poder del estado al que tanto vituperaban corrieron raudos a ejercerlo como en la guerra civil, aunque lo justificaran por la situación limite. Por eso otras tendencias que enlazaban más con la síntesis entre tradición libertaria y marxismo, caso de la fracción sindicalista, y en concreto es de destacar la figura de Horacio Martínez Prieto(31), si que apreciaron la posibilidad de crear una alternativa política libertaria, como la había socialista, pero esto era un cóctel que se escapa a la pura clasificación de anarquismo.
Fomentaron, sin duda, una tensión constante, y sin transacciones, contra empresarios e instituciones políticas y mantuvieron la creencia “biológica” de un final del capitalismo y el triunfo de la revolución que pretendían dirigir para no acabar sucumbiendo como en la Rusia de 1917-1924(32). Pero nunca creyeron en el sacrificio de las generaciones, solo sacrificios personales en una opción libremente escogida. Deseaban el socialismo y la libertad individual, en un cóctel que nunca pudo mantenerse en equilibrio, como lo demuestra su propia experiencia. Algunas de las colectivizaciones anarquistas establecidas en plena guerra civil practicaron una presión dictatorial, y en otros casos ejercieron un control rígido de los órganos sindicales. García Oliver lo expreso nítidamente en sus memorias: “No hay que olvidar que la mecánica de nuestra organización (CNT) no se asemeja a la de un partido político, como el comunista, por ejemplo, que es monolítico, sino que la composición heterogénea de nuestra Organización determina que siempre se ande entre dudas y vacilaciones. Por ello siempre fue dirigida en realidad por un grupo más o menos numeroso. La constitución de los Treinta perseguía esa finalidad. Con el grupo “Nosotros” también lo hemos intentado”(34).
El movimiento libertario parece perdido en la evolución de los tiempos, pero sus proclamas de libertad e igualdad quedaron incorporados a la cultura de la sociedad europea, y por tanto, factibles de extenderse al resto del mundo. No hay razón histórica que permita considerar que sus luchas y algunas de sus propuestas fueron regresivas. Constituye, tal vez, la aportación más moderna que España ha podido legar a la constelación ideológica.
Esta ponencia fue publicada por primera vez en Germinal. Revista de Estudios Libertarios núm.1 (abril de 2006)
(1) VVAA (Susana Tavera, Gloria Espigado, López Estudillo, Pere Gabriel, Angeles Barrios Gutierrez Molina y Giovanni C. Cattini y Carles Santacana …) “EL anarquismo español” Ayer (Revista de Historia Contemporánea) nº 45 Madrid-2002. Marcial Pons,
(2) X. Paniagua La sociedad libertaria. Critica, Barcelona-1982.
(3) HS. Valencia Fundación Historia Social. UNED. Centro Alzira-Valencia “Francisco Tomás y Valiente” numero 12, invierno 1992, ps. 31-57
(4) Romero Maura. “El anarquismo: el Caso Español” en La Romana del Diablo. Ensayos sobre la violencia política en España. Madrid, Marcial Pons, 2000
(5) J. Álvarez Junco. La ideología política del anarquismo español. (1868-1910). Madrid, siglo XXI, 1976 (2da edición, Alianza, 1991)
(6) Vid VVAA “El anarquismo español” Ayer op.cit.
(7) Pere Gabriel “Historiografía reciente sobre el anarquismo y el sindicalismo en España” HS. nº 1. Valencia. Centro de la UNED Alzira-Valencia. 1988, p.46
(8) Pere Gabriel “”Propagandistas Confederales entre el sindicato y el anarquismo. La construcción barcelonesa de la CNT en Cataluña, Aragón, País Valenciano y Baleares” en Ayer op. cit. p. 127.
(9) A. López Estudillo “El anarquismo español decimonónico” Ayer, op. cit. p.102
(10) Ángeles Barrios “El anarquismo asturiano. Entre el sindicalismo y la política”. Ayer, op. cit. ps 147-169
(11) Vid. F.J. Navarro Navarro. “Ateneos y Grupos Ácratas. Vida y Actividad Cultural de las Asociaciones Anarquistas Valencianas durante la Segunda República y la Guerra Civil” Biblioteca Valenciana. Generalitat Valenciana. Colección Historia/Estudios. Valencia-2002.
(12) Existe una traducción al castellano editada en Buenos Aires (1969) de Ediciones Calden con el titulo “Contra el Anarquismo”
(13) Vid Gerad H. Neaker La izquierda revolucionaria en España.1914-1923” Barcelona,1978; E.H. Hobsbawm Revolucionarios. Barcelona, Ariel, 1978
(14) Wolfgang Harich Critica de la impaciencia revolucionaria. Barcelona, Crítica, 1988, p. 68
(15) José Álvarez Junco “El anarquismo en la España contemporánea” en VVAA El movimiento obrero en la Historia de Cádiz. Cádiz, Diputación Provincial,1988 p.43
(16) Pere Gabriel Historiografía reciente… p.51
(17) M. Pérez Ledesma “Las clases populares” en La época de la Restauración (1875-1902) Volumen II “Civilización y cultura” Madrid, Espasa Calpe, 2002. p. 737
(18) Federico Urales “De la teoría a la práctica del anarquismo” en La Revista Blanca nº 272, Barcelona, 19 de Abril de 1934.
(19) Vid Anthony Giddens La estructura de clases en las sociedades avanzadas Alianza Universidad, Madrid-1980
(20) Eduard Masjuan La ecología humana en el anarquismo ibérico Urbanismo orgánico o ecológico y naturismo social. Barcelona, Icaria,2000, p.465
(21) “Memoria del Congreso celebrado en el teatro de la Comedia de Madrid, los días 10 al 18 de diciembre de 1919”. Toulouse, 1948, p.18
(22) Reseña de Fernando Claudín del libro de César M. Lorenzo Los anarquistas españoles y el poder (1868-1969). Ruedo Ibérico, Paris, 1970, en “El movimiento libertario español Pasado Presente y Futuro” Paris, Ruedo Ibérico, 1974, p.320
(23) H. Rudiger El anarcosindicalismo en la Revolución española. Barcelona, 1938 p.9
(24) Los anarquistas ante sus jueces. Barcelona 1931, p.3
(25) J. Álvarez Junco La ideología política del anarquismo… op.cit. p. 337
(26) Vid. E. Vega Anarquistas y Sindicalistas, 1931-1936. Valencia, Alfons el Magnanim-IVEI. 1987
(27) E. Malatesta “La anarquía”, en Anarquismo. Barcelona, 1977. p. 32
(28) Gastón Leval “Precisiones sobre el anarquismo” Barcelona, 1937, p.90
(29) Alianza CNT-UGT. Sus bases. Sus objetivos. Sus antecedentes. Prologo de Diego Abad de Santillán. Barcelona, 1938, p.11
(30) Gaston Leval Prácticas del socialismo libertario. (traducción y estudios preliminares Antonio Colomer), Fundación Anselmo Lorenzo, Madrid, 1994, p.79
(31) Vid. Horacio Martínez Prieto, Anarcosindicalismo. Como afianzaremos la revolución Bilbao-1932
(32) Vid Paul Avrich Los anarquistas rusos. Madrid, Alianza, 1974, y “The anarchists in the Russian Revolution” (edited by Paul Avrich) London, 1973
(33) Vid El sueño igualitario: Campesinado y colectivizaciones en la España republicana.1936-1939 Julián Casanova comp. Zaragoza, 1988
(34) J. García Oliver “El eco de los pasos”. Paris, Ruedo Ibérico, 1978, p.190