Las relaciones de trabajo en la Antigüedad grecorromana: del enfoque clásico a la concepción cristiano

 

La noción de trabajo en su acepción más amplia, es decir, como conjunto de actividades humanas de transformación de la naturaleza y de creación, ha sufrido numerosos y variados cambios a lo largo de la Historia y en las diferentes regiones del mundo. Si es cierto que nuestra representación occidental moderna del trabajo es totalmente ajena a las sociedades antiguas o actuales que viven básicamente de muestras en su medio, por tanto, la relación de los individuos con el trabajo y la representación que se hacen ha evolucionado considerablemente en Occidente desde la Antigüedad.

Es cierto que el periodo bisagra que marca habitualmente el paso progresivo de la prehistoria a la protohistoria en Europa occidental es el de la desaparición de las sociedades de cazadores y recolectores en beneficio de las sociedades de agricultores y ganaderos. Esta “revolución” entraña el nacimiento del trabajo tal y como será concebido por las sociedades antiguas, es decir, una asociación de productores en el seno de una organización social definida.

Si las formas materiales de trabajo están ya fijadas, no es lo mismo en cuanto a su arraigo social, que conocerá profundas transformaciones con la difusión del cristianismo.


Trabajo y empleos entre los antiguos

El punto en común de los sistemas económicos de la Antigüedad grecorromana es que ofrecen un puesto predominante a la agricultura. Entre los autores antiguos, el ciudadano griego y romano se define ante todo como un “soldado-campesino” que encarna el ideal del propietario de tierra independiente. Notemos que ese ideal reposa en una contradicción inicial entre la voluntad de independencia autárquica del propietario de tierras y la imposible autosuficiencia completa de los ciudadanos, que está en el origen de sus agrupamientos en las ciudades.

Si el trabajo de la tierra es el más valorado en la Antigüedad, es debido a que es mayoritariamente obra de los hombres libres, en el sentido en el que la posesión de la tierra solo puede ser reivindicada por un ciudadano, hombre libre por definición. Lo que confiere en los antiguos el valor o la ausencia de valor a una tarea no es tanto su naturaleza (con la notable excepción de los empleos infamantes) como las condiciones en que se realiza. De ahí se desprende que las actividades ejercidas por los esclavos, independientemente de su naturaleza, son las más despreciadas en la escala de valores de los antiguos.

La noción moderna de asalariado, aparecida con el capitalismo, es ajena al mundo grecorromano. De hecho no se hace prácticamente mención, entre los autores antiguos, de hombres libres que vendan regularmente su fuerza de trabajo a otros. En la agricultura o el artesanado, la mayoría de la mano de obra dependiente es, por tanto, de condición servil. La importante proporción de esclavos o de libertos que ejercen trabajos manuales y profesiones artesanales explica también los prejuicios hacia esas actividades. Así lo expresa claramente Cicerón en su tratado De los deberes, cuando distingue las actividades adecuadas para un hombre libre y las que no le convienen: “Son indignos de un hombre libre y tienen algo de degradante los oficios por los que se cobra, no por su talento sino por el esfuerzo, porque entonces el salario en sí es el precio de la servidumbre (…) Todos los artesanos ejercen por tanto un empleo sin dignidad: no puede haber nada en un taller que convenga a un hombre nacido libre”.

Esta dualidad esclavo/hombre libre, que constituye el factor esencial de las relaciones sociales en la Antigüedad, se entiende referida al trabajo e implica la desvalorización de ciertas actividades mayoritariamente ejercidas por los esclavos. Es cierto que esta valoración o desvalorización solo nos es conocida a través del sesgo de autores que pertenecen a las categorías más acomodadas, lo que podría llevarnos a dudar de la intensidad de esas concepciones en el resto de la población.

Ahora bien, la institución de la esclavitud es la mayoría abrumadora de la población reconocida como normal (es decir, socialmente normalizada) y ninguna fuente conocida menciona voluntariamente la limitación de su práctica y menos aún su abolición. Por otra parte, no hay una separación infranqueable y definitiva entre el estatuto del hombre libre y el del esclavo. Un individuo libre, adulto o niño, puede ser reducido a la esclavitud como cautivo de guerra, por acción de los piratas o incluso por la exposición de recién nacidos (en la Grecia antigua). Por último, como demuestra Moses I. Finley, la posesión o la no posesión de esclavos por un ciudadano no está ligada a su voluntad sino a su riqueza. Si existe un buen número de ciudadanos que no poseen esclavos, se trata de los que son demasiado pobres para comprarlos y se ven obligados por la necesidad a trabajar solos para cubrir sus necesidades.


El trabajo frente al desarrollo del cristianismo

Con la aparición y difusión del cristianismo en todo el Imperio Romano, las estructuras sociales y políticas clásicas sufrirán un vuelco en diversos aspectos. Así, en su visión del trabajo, el cristianismo actúa desde una transformación en profundidad y se distingue de la visión pagana clásica vinculando la actividad productiva necesaria a los hombres con una obligación divina. En la doctrina cristiana del pecado original, el trabajo se encuentra entre uno de los castigos infligidos por Dios a los hombres, debido a la desobediencia de Adán: “Comerás el pan con el sudor de tu frente”.

Desde entonces, la distinción operada en las actividades entre quienes las practican tiende a Difuminarse progresivamente. En efecto, la legalidad profesada de todos los hombres (bautizados) ante Dios hace de la cuestión de la esclavitud algo delicado para los cristianos, que ven en ella una incompatibilidad manifiesta con la doctrina de la Iglesia. Del mismo modo, las primeras comunidades cristianas reagrupan indistintamente a hombres libres y esclavos, muchos de los cuales ejercen claramente actividades artesanales.

Por otra parte, tal como ha demostrado Pierre Vidal-Naquet para Grecia, los esclavos no constituyen una clase social en el sentido marxista del término. Esto se explica por el hecho de que los esclavos pueden ocupar todas las funciones en el seno de la ciudad, excepto las funciones políticas (y por tanto las religiosas) y militares: pueden estar al servicio de un amo o de la propia ciudad. Pero, sobre todo, nada nos permite percibir la existencia de una conciencia de intereses comunes o de reivindicaciones colectivas.

La inexistencia de una red de clase social servil, pero también el hecho de que los estatutos de hombre libre y de esclavo no estén fijados, han permitido la transformación progresiva llevada a cabo por el cristianismo. Debido al importante lugar ocupado por la esclavitud en la actividad productora, el puesto de trabajo y su concepción adquieren un nuevo aspecto con el desarrollo del cristianismo y enseguida se establece como religión oficial del Imperio Romano.

Como analizaba Moses L.Finley: “Uno de los aspectos de la historia griega es en breve el avance, mano a mano, de la libertad y la esclavitud”.

Una de las paradojas de la Antigüedad clásica es haber desarrollado de manera igualitaria un estatuto de hombre libre y de esclavo, en el que el primero debe en gran parte su existencia al segundo. En efecto, en el mundo grecorromano, el trabajo es únicamente concebido como una necesidad de subsistencia y no es objeto de ninguna teoría en cuanto a su función en el seno de la sociedad. Pero, para un hombre libre, en función de sus medios, esa necesidad puede ser facilitada, evacuada por el trabajo servil. Esta utilización de los esclavos permite a ciertos hombres libres ejercer su “oficio de ciudadano”, por retomar una fórmula de Claude Nicolet.

Con la desaparición progresiva de la esclavitud como institución, el trabajo adquiere una dimensión social y religiosa nueva, impulsada en parte por la doctrina cristiana. En efecto, como imperativo dictado por Dios a los hombres, todo individuo está teóricamente obligado a someterse, independientemente de su condición.

En el mundo antiguo pagano, como lo hemos conocido, los estatus de los individuos y de las instituciones eran susceptibles de evolucionar y se han transformado durante todo el periodo. Con el desarrollo del cristianismo, esta movilidad de estatus tiende a difuminarse, lo que tiene como consecuencia indirecta no una libertad nueva para los individuos respecto al trabajo, sino una especie de amplia manumisión. Por retomar los términos empleados por los romanos, los hombres no son ya liberados, sino libertados.

Por último, las consecuencias de tal evolución son, de rebote, una transformación en profundidad de las estructuras políticas y sociales. Mientras que la libertad y la esclavitud eran dos aspectos indisociables y paradojamente complementarios del mundo pagano, solo se conservará el estatuto de trabajador con la instauración del cristianismo. Y eso prefigura el establecimiento de tres órdenes medievales (los que trabajan, los que combaten y los que rezan), que evolucionará hasta el fin del Antiguo Régimen en Tercer Estado, Nobleza y Clero.

El trabajo ya no es solo una necesidad de subsistencia, sino que adquiere una verdadera función social. Caracteriza a toda una franja de la sociedad que se va a organizar en torno a él. Se convierte a la vez en obligación religiosa y en deber.

Olivier Sartre

Publicado en el número 305 del periódico anarquista Tierra y libertad (diciembre de 2013)