Manuel Vicent Balaguer:
Conflicto y revolución en las comarcas de Castelló, 1931-1938
(Universitat Jaume I, Castellón de la Plana 2006). 327 páginas.
A pesar de que la bibliografía sobre la Guerra Civil española no ha dejado de enriquecerse, la historia de la Revolución Social, que se desarrolló simultáneamente en los territorios que quedaban fuera del control de las tropas rebeldes, no ha conocido una producción historiográfica semejante. Después de los estudios de algunos autores de inequívoca simpatía libertaria y de un puñado de historiadores del ámbito académico, con tantos prejuicios o más que los primeros, muy poco se ha escrito últimamente sobre un fenómeno que, en muy buena medida, aún permanece inédito.
Sin embargo, en los últimos años se han publicado algunas obras que con mérito y acierto se enfrentan a las colectividades del período 1936-1939. A libros como el de Alejandro Díez sobre Aragón y de Marciano Cárdaba sobre Gerona, se suma ahora el de Manuel Vicent Balaguer sobre las comarcas castellonenses; poco a poco, se van colocando las piezas del mosaico histórico de la Revolución Social.
El trabajo de Manuel Vicent, anticipo de su tesis doctoral, ofrece algunos aspectos novedosos e interesantes que hacen muy recomendable su lectura. El primero es el estudio de una provincia que, hasta ahora, no había estado bajo el atento foco de los investigadores, más interesados en Aragón y Cataluña y, dentro de las regiones levantinas, en Valencia. Se nos descubre en Castellón una conflictividad laboral y una complejidad social más rica de lo que tradicionalmente se había creído; la vida provinciana estaba muy lejos de ser una Arcadia feliz.
Además, esta generalización del proceso colectivizador a áreas de retaguardia y sin una hegemonía anarcosindicalista previa, rompe con las interpretaciones más simplistas, que explican la Revolución Social con argumentos de forzada violencia o con el pretexto de ensueños milenaristas. Frente a estas interpretaciones insuficientes, Manuel Vicent rastrea los antecedentes sociales para intentar comprender las raíces de la Revolución Social en Castellón. Con frecuencia, los historiadores la estudian con una mirada tan parcial como atenta, y olvidan que las colectividades sólo son un episodio más, por fundamental que nos parezca, de la lucha por la tierra en el campo español. Este análisis de los cimientos del proceso colectivizador, que ocupa un tercio de esta obra frente a las diez páginas que le dedicó Julián Casanova en su libro sobre el caso aragonés, es imprescindible para entender cabalmente lo que sucedió en más de la mitad del territorio español a partir del 18 de julio de 1936.
Gracias a esta amplia perspectiva, el libro de Manuel Vicent destruye tópicos. Descubrimos así que las fronteras entre la CNT y la UGT eran más difusas de lo que tradicionalmente se ha creído, como lo demuestra la Federación de Sociedades Obreras de Castellón en la que convivían sindicatos adheridos a una y otra central, lo que contradice la supuesta intransigencia cenetista bajo el dominio ideológico de la FAI y ayuda a entender el nacimiento de varias colectividades con participación de la UGT. Del mismo modo, Manuel Vicent nos demuestra, con el estudio pormenorizado de algunas colectividades, que las ideas colectivizadoras atrajeron a jornaleros pero también a campesinos dueños de pequeñas fincas, desmintiendo la separación, tan simplista como maniquea, entre jornaleros y propietarios, pues en muchas ocasiones las parcelas eran de un tamaño tan reducido que obligaban al agricultor a emplearse como jornalero ocasional. A cambio, también confirma que muchos afiliados a la CNT no se incorporaron a las colectividades, sin ser obligados nunca a integrarse y sin ser expulsados del sindicato confederal; es difícil seguir sosteniendo que la colectivización se impuso bajo amenazas a los campesinos cuando ni siquiera se violentó a los propios afiliados.
Otra de las aportaciones más novedosas del trabajo de Manuel Vicent es la elaboración de un censo real del proceso colectivizador agrícola en las comarcas castellonenses, más nutrido de lo que hasta ahora se había creído, gracias al manejo exhaustivo de fuentes locales. Se pone en evidencia que muchas colectividades no se legalizaron ante las instituciones del Estado republicano, por coherencia con su carácter revolucionario y libertario, o sólo lo hicieron a partir del verano de 1937, cuando la reacción comunista intentó quebrar la Revolución Social, clausurando colectividades por la fuerza de unas armas que sólo debían haber servido para luchar contra los militares golpistas.
Además, el libro ofrece nuevas pruebas de la complejidad y diversidad del proceso colectivizador, que no se ciñó a la agricultura de subsistencia, como se repite tantas veces. También se extendió a las actividades pesqueras, con la incautación de los barcos de pesca de los puertos castellonenses, a la industria, con casi cuarenta fábricas y talleres colectivizados sólo en las comarcas de la Plana Alta y la Plana Baja, y a los servicios, como la hostelería o el transporte público en la capital de la provincia. Una mención muy especial merece su análisis del Consejo Levantino Unificado de Exportación Agrícola (CLUEA), que intentó actuar en el mercado internacional capitalista sin dejar de ser fiel a los principios revolucionarios, aportando divisas para sostener el esfuerzo de guerra.
Sin embargo, se echa en falta un análisis más profundo para dilucidar la posible naturaleza espontánea de las colectividades, que sería la respuesta propia y tradicional del campesino español para conseguir un reparto justo y equitativo de la tierra y de sus riquezas, o el carácter inducido de este proceso colectivizador, que respondería a consignas partidistas de los militantes anarquistas o a la voluntad de unas minorías audaces; por decirlo en pocas palabras: ¿adoptaron los trabajadores los acuerdos de la CNT o los anarcosindicalistas conectaron con los anhelos profundos de los trabajadores españoles?
Por último, Manuel Vicent Balaguer pone de manifiesto la extraordinaria vitalidad del proceso colectivizador sin ocultar sus conflictos y dificultades; lejos de la autocomplacencia o de la subjetividad, el libro nos descubre las luces y las sombras del empeño revolucionario. Además de los problemas propios de la situación bélica, como las dificultades del CLUEA al negociar con empresarios extranjeros que simpatizaban con los rebeldes, o de la cambiante correlación de fuerzas, cuyo mejor ejemplo lo ofrecen las trabas puestas a las colectividades por las autoridades republicanas sobre todo después de mayo de 1937, en la obra se analizan las contradicciones de los sindicatos cenetistas.
Para estudiar las paradojas entre la teoría anarquista, cristalizada en los acuerdos del Congreso de mayo de 1936 de la CNT, y la práctica revolucionaria de las colectividades, el autor escoge con acierto un aspecto muy interesante: el salario, un asunto que ya rompió al movimiento libertario entre anarco-comunistas y anarco-colectivistas a finales del siglo XIX. Manuel Vicent nos descubre la difícil aplicación de la teoría a la práctica, los aciertos y errores en las distintas localidades, el fracaso generalizado del llamado salario familiar y, en general, la capacidad de adaptación de los militantes anarcosindicalistas a una dura realidad que nunca rehuyó las dificultades pero que siempre mantuvo viva la esperanza de un futuro mejor para todos.
Juan Pablo Calero Delso
Esta recensión fue publicada por primera vez en Germinal. Revista de Estudios Libertarios núm.2 (octubre de 2006)