La otra historiografía justificativa

Ángel Viñas:

El escudo de la República. El oro de España, la apuesta soviética y los hechos de mayo de 1937

(Crítica, Barcelona 2007). 734 páginas.

El surgimiento de determinada pseudo-historiografía que no viene sino a reavivar los lugares que fue estableciendo el franquismo, se ha convertido en un fenómeno, que en palabras de Paul Preston, solo se entiende desde la telebasura.

Pero lo mismo que determinados personajes al servicio de intereses muy concretos trata de justificar lo injustificable, en el mundo académico está naciendo una historiografía canónica que bajo postulados completamente científicos trata de justificar a determinados personajes relevantes sobre todo de la Segunda República y de la Guerra Civil española. El libro de Ángel Viñas que aquí comentamos viene a enmarcarse dentro de este segundo grupo, porque si algo no se le puede negar a Viñas es precisamente que su trabajo tiene una investigación detrás, cosa que la pseudo-historiografía neofranquista carece.

Pero el hecho que esté investigado no quiere decir que las premisas y las conclusiones que saca Viñas sea correctas o se atenga a la realidad. Su libro, El escudo de la República, segundo de la una trilogía (el primero fue La soledad de la República y ya ha anunciado el tercero para 2009 titulado El honor de la República) es toda una justificación de la política de Juan Negrín al frente de sus gestiones gubernamentales, primero como ministro y ya al final de la obra como presidente del gobierno de la República.

Y es que Viñas hace una historia de buenos y malos, no ateniéndose en ocasiones a la realidad y obviando algunas fuentes documentales básicas para poder hacer o no determinadas afirmaciones. Para Viñas la inestabilidad de la República viene determinada por los anarquistas, presentados como elementos desestabilizadores, auspiciadores de los mayores males de la retaguardia, cuando no como una banda de forajidos sin ley, y el sector sovietista, autor de determinadas medidas en la retaguardia.

La obra de Viñas tiene dos temáticas claras. Una económica, donde el autor se desenvuelve bastante bien pues trata temas que ha estudiado bastante, más teniendo en cuenta su condición de economista (que no historiador). Y una política, donde analiza determinados sucesos del período que comprende desde noviembre de 1936 hasta el verano de 1937. En esta última parte hay tres temas básicos sobre los que se tendría que analizar más pormenorizadamente: el asunto de Paracuellos del Jarama, los sucesos de mayo de 1937 y la muerte y desaparición de Andreu Nin.

Viñas, al igual que Martínez Reverte, consideran como culpables de la matanza de Paracuellos a anarquistas y comunistas, insistiendo sobre todo en la autoría de los primeros. Sin apenas pruebas, apunta incluso a personas concretas, tal como hace Martínez Reverte, como Amor Nuño. Sin embargo en el documento que se cita el nombre de Amor Nuño no aparece por ningún sitio. Amor Nuño desempeñaba dentro de la Junta Delegada de la Defensa de Madrid (JDM) las tareas de Industria de Guerra. Todo el aparato de Orden Público estaba en manos de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), con cabezas visibles como Santiago Carrillo, José Cazorla o Segundo Serrano Poncela. Sin embargo, basando en un documento, que ni siquiera está reseñado, se implica a toda la Federación Local de Sindicatos Únicos de la CNT de Madrid, con Amor Nuño a la cabeza. Pero Viñas se salta algunos hechos que son determinantes para demostrar que los anarquistas no tienen una relación con los sucesos de Paracuellos. Se sigue manteniendo el lugar común de que las salidas de Madrid estaban en manos de la CNT. Una vez que se constituye la JDM, pasan a control directo de ésta. Por su parte, el Batallón de Etapas, que se encargaba del traslado de presos, no está en manos de los cenetistas sino de los comunistas. Sobre el documento tan solo se reseña un acuerdo con la Consejería de Orden Público para el traslado de presos, donde algunos iban a ser ejecutados. Pero la matanza masiva de presos ocurrida en Paracuellos responde a criterios que sobrepasan a la CNT o las JSU. Ese tipo de matanzas es más propia de los soviéticos. Y es más, en ese documento hablan previamente del intento fallido de entrada en la Embajada de Chile para capturar presos fascistas, realizado por miembros de la CNT. No encajan muchas piezas en este complicado puzzle. Sin embargo Viñas no se corta y al hablar de la labor de Carrillo en el proceso de transición democrática lo compara con los otros protagonistas que han subido a la palestra por obra y gracia de un economista y un periodista. Y dice así Viñas: “Los restantes personajes se volatilizaron en la historia, incluido unos anarquistas que ya habían encharcado de sangre la España republicana y contribuido desde el primer momento al deshonor de una República en la que en su mayoría no se reconocía” (página 76). El paroxismos llega con la ridiculización que hace de las acciones de Juan García Oliver o el esquematismo en que deja a Melchor Rodríguez. Todo este tipo de visiones lo que vienen a reclamar es un trabajo serio y concienzudo sobre la represión en la retaguardia republicana en Madrid y poder así desmitificar la idea de que los únicos que reprimían eran los anarquistas, algo en que coinciden historiadores izquierdistas y derechistas.

Pasando a los “Hechos de mayo de 1937” nuevamente la responsabilidad máxima recae sobre la CNT. Mantiene una idea equivocada de la estructura anarquista y anarcosindicalista. A la CNT no se la puede establecer con bases y cúpulas, porque tales cuestiones no existían en el seno de la organización. Error en que también incurren pseudos-historiadores del espectro libertario, que en parte tienen mucho en común con toda esa historiografía canónica y también con la derechista. Viñas califica a la CNT y al anarquismo como irracionalidades políticas y económicas, al igual que, haciendo nuevamente gala de un subjetivismo y parcialidad total, dice así respecto a la represión: “El actuar en aquellos momentos contra la CNT indicaba una no escasa dosis de responsabilidad”. Viñas, al igual que otros autores, confunde la anécdota con la generalidad. Los Amigos de Durruti fue una anécdota entre la gran masa confederal. Él mismo lo contabiliza en 1.500 faístas y 3.000 cenetistas, sobre un total de más de 300.000 afiliados en toda Cataluña. Algo realmente nimio. Y si bien se conoce que la labor de apaciguamiento de los ministros anarquistas fue importantísima, para Viñas las acciones de García Oliver no tiene ninguna importancia.

Por último, en la muerte y desaparición de Nin no descubre nada nuevo, lo único que se limita es a volcar las teorías de Orlov, cosa que a día de hoy nadie cree. Las acusaciones de Orlov contra Nin son estrambóticas y fuera de lugar. Lo único que introduce es que Negrín si actuó por el asunto Nin, y si bien no pudo salvar la vida del dirigente del POUM, sí lo hizo del resto de miembros del partido marxista heterodoxo. Pero Viñas salta por alto que es precisamente el gabinete de Negrín quien ilegaliza el POUM tras la machacona campaña comunistas y con ello se da luz verde a la persecución contra sus militantes. Sí es cierto que Negrín intentó frenar esto solo podrá pasar a la historia como un político pusilánime, que fue incapaz de frenar los embates de la URSS en la época republicana.

Como últimos datos a destacar diremos que Viñas hace gala de haber estado en muchos archivos para la documentación de su obra. Cosa que cuando miras las fuentes y la bibliografía es cierta. Pero es sorprendente que con todos los datos de crítica exarcebada contra el anarquismo no haya pisado los archivos de la CNT y de la FAI, que están ubicados en el Instituto de Historia Social de Ámsterdam, y en el caso del Archivo de la CNT, también en la Fundación Anselmo Lorenzo de Madrid. Quizá contrastar los datos con las fuentes anarquistas sería un buen ejercicio.

También Viñas critica fuertemente las memorias (por no decir su desprecio por las fuentes hemerográficas) de algunos de los personajes que cita en la obra (Largo Caballero, García Oliver, etc.). A García Oliver le llega a catalogar como cínico. Las memorias está claro que son fuentes de primer orden pero con las que hay que tener la máxima cautela. Pero lo que es un ejercicio poco científico desde la historiografía es desechar unas memorias y considerar a otras como base de cualquier cosa. Durante el capitulo de los sucesos de mayo Viñas cita constantemente la memorias de Azaña. ¿Cuál es el parámetro que mide la veracidad de las memorias de Azaña y el cinismo de García Oliver? Está claro que la libro lectura del autor.

Muchos más son los temas que trata Viñas pero de los que no nos podemos parar detenidamente aquí. Su visión de la figura de Largo Caballero, el papel de los comunista o el intervencionismo de Stalin en la política española son alguno de ello, así como la fuerte crítica y en ocasiones visceral a la que somete a otros historiadores a los que Viñas no guarda ninguna simpatía, muchos de ellos reputadísimos como Anthony Beevor, Burnett Bolloten o Bartolomé Benassar.

Está bien que nos acerquemos a la obra de Viñas para comprobar como esa otra historiografía está creando nuevos lugares comunes, intenta hacerse canónica y trata de justificar por todos los medios determinadas personalidades, incriminando sin ningún pudor a organizaciones e ideología que hoy lo tienen más difícil para defenderse.

Elías Fernández

Esta recensión fue publicada por primera vez en Germinal. Revista de Estudios Libertarios núm.4 (octubre de 2007)