Alexander Berkman:
El mito bolchevique
(LaMalatesta Editorial/Tierra de Fuego, Madrid 2013). 312 páginas.
El 22 de julio de 1892, Berkman llevó a cabo el atentado contra el magnate Frick en su despacho de las acerarías Carnegie, en Homestead (Pittsburg, Pensilvania); disparó contra él sin llegar a matarle. En aquel lugar, los obreros estaban llevando a cabo una dura huelga con el resultado de once muertos el 6 de julio a manos de los pistoleros de la agencia Pinkerton contratados por Henry C. Frick para paliar la acción de los huelguistas. La acción de Berkman aspiraba a librar al mundo de un explotador sin escrúpulos dispuesto a todo para sabotear la huelga; por ella, sería condenado a 22 años, a pesar de que la sentencia por homicidio frustrado hubiera debido ser de siete. Cumplió catorce años de prisión, gran parte de los cuales en celdas de aislamiento, en los que leyó, estudió y escribió, reforzando su visión anarquista del mundo y dispuesto a salir a la calle para todo tipo de actividad. Los años posteriores fueron de intensa militancia, mítines, conferencias, manifestaciones y todo tipo de organización; junto a Emma Goldman, dirigió la revista Mother Earth (madre tierra) y también publicó su libro Prison Memoirs of an Anarchist (Memorias de un anarquista en prisión). En 1912, participará en la creación de la Ferrer Modern School de Nueva York, la cual seguía los principios pedagógicos de la Escuela Moderna de Francisco Ferrer, siendo también profesor en ella. Trasladado a California, publicó allí una revista propia, The Blast, durante los años 1915 y 1916; también colaboró en actividades antimilitaristas en contra de la Primer Guerra Mundial, lo que le llevará de nuevo a prisión por siete meses.
En diciembre de 1919, es deportado a Rusia junto a Emma Goldman, momento en el cual comienza el libro El mito bolchevique. También, a partir de lo vivido en su experiencia en la Revolución Rusa escribió La insurrección de Kronstadt. En Rusia, a pesar de su confianza inicial, comenzará a oponerse a las arbitrariedades bolcheviques, denunciará el encarcelamiento de anarquistas y de otros revolucionarios no leninistas y tratará de evitar el camino totalitario que llevaba la revolución. El aplastamiento de la insurrección de Kronstadt será el fin de toda esperanza, llegando Berkman a denunciar el bolchevismo como un engaño que debe pertenecer al pasado, mientras que el futuro debe ser del ser humano y su libertad. En diciembre de 1921, se irá a Alemania, de forma ilegal, y luego a Francia, donde vivió y continuó su intensa labor de propaganda a pesar de la estrecha vigilancia de la policía. En 1929, escribirá un compendio de las ideas anarquistas con el título Now and After: The ABC of Communist Anarchism (también llamado What is Communist Anarchism?), que será publicado ese mismo año por Vanguard Press de Nueva York y reeditado en 1937, también en esa ciudad, y en 1942 por la Freedom Press de Londres en versión abreviada. Desgraciadamente, en la década de los años 30 Berkman verá como su salud se va deteriorando, y acabará postrado en la cama debido a diversas afecciones; tomó la decisión de quitarse la vida el 28 de junio de 1936. Emma Goldman llegó a decir que si hubiera visto la revolución que comenzó en España solo unos días después, tal vez hubiera hecho el esfuerzo de seguir viviendo.
El mito bolchevique es una obra impagable que repasa la experiencia de los dos años de Bekrman en la Rusia revolucionaria. Hay que decir que el autor, tal y como él mismo lo expresa en el capítulo final llamado "El anti-clímax" (debido a la censura editorial que sufrió en su tiempo con esa pobre excusa), consideraba tiempo atrás que Lenin y los bolcheviques eran la auténtica vanguardia de la emancipación social de los trabajadores. Hasta que no observó él mismo la realidad, creyó de alguna manera eso de que los marxistas, en última instancia, son anarquistas y solo confían temporalmente en la toma del poder revolucionario para acabar convirtiendo en innecesario el Estado; Marx y Engels aseguraron que el poder político era solo un medio temporal, el Estado iría gradualmente desapareciendo, ya que sus funciones se convertirían en innecesarias y obsoletas. Incluso, confiando en ello, Berkman atenuó durante cierto tiempo las críticas a los bolcheviques, a los que consideraba acosados por los más implacables enemigos, procurando la cooperación de todas las facciones revolucionarias. La acumulación continua de evidencias hizo que Berkman comprobara que los bolcheviques habían convertido la revolución en un monstruo grotesco basado en la brutalidad organizada; la lucha de clases, ese fundamental concepto socialista, se había convertido en una guerra de venganza y exterminación. Y, como es sabido, la Revolución rusa no fue una consecuencia legítima de los postulados de Marx, ya que el desarrollo de las fuerzas productivas no habían tenido la debida evolución dentro del capitalismo, fundamental según el autor de El capital para que se produzca el aumento y organización del proletariado; nada de eso había ocurrido en Rusia, país eminentemente rural en el que no existía antagonismo entre el desarrollo del capitalismo (inexistente) y la clase obrera industrial (débil). A pesar de ello, Lenin creyó ver una serie de condiciones favorables para llevar a cabo una revolución supuestamente socialista que, si bien pudo tener en un principio unos rasgos libertarios basados en las justas aspiraciones del pueblo, enseguida derivó haca una actitud de desconfianza hacia las masas, utilizó el terror como medio y adoptó una fuente indiscutible de verdad, el Estado, destruyendo toda iniciativa individual o colectiva. Si la teoría de Marx y Engels consideraba el Estado como un medio temporal para que el proletariado acabara con sus adversarios, los bolcheviques otorgaron a ese axioma sociopolítico un carácter universal. Tal y como consideraban los anarquistas desde el principio, el Estado, da igual la forma que adopte, y el esfuerzo constructivo revolucionario se convierten en incompatibles.
La obra de Berkman cubre el periodo del comunismo militar y de la denominada NEP (nueva política económica, que no es sino la introducción del capitalismo en Rusia, una mezcla entre monopolio estatal y negocios privados). Entre 1919 y 1921, momento de la invasión extranjera, de la guerra civil y del bloqueo, los bolcheviques mantenían la promesa de que la política de terror y persecuciones cesaría después de ese periodo; eso explica el apoyo y la esperanza de gran parte del pueblo ruso y la cooperación por parte de la mayoría de los elementos revolucionarios. Después de aquellas amenazas, el régimen de terror se mantuvo y aumentó la insatisfacción en varias zonas del país; de ahí, por ejemplo, el levantamiento de los marineros, soldados y obreros de Kronstadt, finalmente aniquilado de manera cruenta por orden de Trotski. La dictadura comunista se mantuvo siempre con una represión extendida incluso a la propia cúspide del Partido, y, además, se acabó introduciendo el capitalismo; nunca pudo calificarse aquello de dictadura del proletariado, ya que los obreros estaban más esclavizados políticamente y explotados económicamente, según relata Berkman, que en cualquier otro país. La represión de la vida cultural y social de un país produce depresión y estancamiento; el ser humano y la sociedad necesitan, al menos, cierto grado de libertad, de seguridad, de derecho a llevar a cabo iniciativas personales y de liberar sus energías creativas para el progreso económico y en todos los ámbitos de la vida. Berkman consideró que era imperativo denunciar el engaño, ya que los obreros occidentales podían caer en el mismo engaño que sus hermanos en Rusia. Una lectura imprescindible, que podemos realizar gracias a LaMalatesta Editorial, emotiva y excelentemente escrita, también para recordar los errores del pasado y encontrar nuevas vías de transformación social a comienzos del siglo XXI.
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