David Graeber:
Fragmentos de antropología anarquista
(Virus, Barcelona 2011) 116 páginas.
A pesar de esta conclusión de Graeber, él mismo deja claro que los anarquistas no están necesariamente en contra de la teoría. El anarquismo constituye, tanto unas ideas, como un proyecto de carácter subversivo respecto a las estructuras de dominio; la alternativa siempre se construye en el seno de la vieja sociedad y, por ello, son necesarias herramientas que proporcionen el conocimiento y el análisis intelectual adecuados. Parece consustancial a los grupos anarquistas adoptar un proceso de consenso que pasa por aceptar la necesidad de múltiples perspectivas teóricas todo lo amplias posibles y unidas por ciertas convicciones y compromisos comunes. A pesar de esos elementos de cohesión, nadie en el mundo anarquista puede ni debe convertir a otro por completo a sus puntos de vista, por lo que Graeber considera que la discusión se suele centrar en la cuestión concreta de las formas de actuación y en elaborar un proyecto en el que nadie vea transgredidos sus principios; el estudio antropológico del mundo ácrata, por lo tanto, concluye que el esfuerzo se dirige más en encontrar proyectos concretos reforzados por las diversas propuestas y no en demostrar que una u otra es errónea.
Graeber realiza también un pequeño manifiesto contra la política y viene bien aclarar, siempre, que se trata de una concepción de dicho término que presupone la existencia de un Estado o de un aparato de gobierno. Desde esa perspectiva, la política se convierte en instrumento de una élite para imponer su voluntad a los demás y dicha noción será siempre contraria al hecho de que la gente administre sus propios asuntos. Fragmentos de antropología anarquista está dedicada, precisamente, a la cuestión de cuál puede ser la teoría social adecuada para aquellos que tratan de construir un mundo en el que las personas poseen la libertad para gestionar los asuntos que les atañen. Así, podemos encontrar al menos dos premisas principales en esta obra: la que parte de la hipótesis de que "otro mundo es posible" y, por lo tanto, cualquier institución coercitiva es evitable, y una segunda propuesta que estriba en que toda teoría social anarquista debe rechazar cualquier tentación de vanguardismo, ya que se rechaza de pleno cualquier papel de directores de las masas para una minoría.
En base a estas dos premisas, Graeber se esfuerza en combatir el "antiutopismo", tendencia propia de la mistificación que surge del supuesto "fin de las ideologías" y que por suerte está ya remitiendo, según la cual toda tentación utópica ha conducido a los peores horrores a la humanidad. Las propuestas anarquistas nada tienen que ver con cualquier praxis socialista autoritaria (marxismo-leninismo, estalinismo, maoísmo...), las cuales confundieron sus sueños de un mundo mejor con certidumbres científicas y pusieron en marcha para ello toda una maquinaria de violencia. Los anarquistas no desean construir ninguna institución coercitiva ni consideran los acontecimientos históricos como inevitables; al respecto, Graeber recuerda que la construcción de formas de violencia sistémica acaba siempre con el papel que la imaginación puede tener como principio político.
Es la antropología, seguramente, la disciplina mejor posicionada para elaborar una teoría social de carácter anarquista, ya que numerosos profesionales han confirmado con sus investigaciones la existencia de multitud de comunidades basadas en el autogobierno y con una economía, sin nada que ver con el capitalismo, dirigida a satisfacer a todos sus miembros; por otro lado, la etnografía también proporciona un modelo de cómo podría funcionar una práctica revolucionaria no vanguardista.
De este modo, el intelectual no tentado por establecer prescripciones a la comunidad puede observar todas las alternativas viables, tratar de anticipar cuáles serán las implicaciones de aquello que ya se está llevando a cabo y devolver esas ideas como contribuciones o posibilidades. El proyecto intelectual que nos propone Graeber en su obra puede tener dos aspectos o momentos: uno etnográfico y otro utópico, que se encontrarían en constante diálogo. Aunque esto no se ha producido de manera evidente en la antropología de los últimos cien años, el autor sí nos recuerda que en ese tiempo ha existido una peculiar afinidad entre el anarquismo y la disciplina. Se trata de algo que, por sí mismo, es ya muy significativo.
J. M. F. P.
Esta recensión fue publicada en Germinal. Revista de Estudios Libertarios núm.10 (julio-diciembre de 2012)