Pasión por la vida, pasión por la Anarquía

Alexander Berkman:

Memorias de un anarquista en prisión

(Melusina. Barcelona 2007). 512 páginas.

A Alexander Berkman muchos lo conocen por su clásico El ABC del Comunismo Libertario, otros porque fue el compañero de Emma Goldman. Pero lo que mucha gente desconoce es que fue autor de probablemente unas de las memorias carcelarias que mejor reflejan lo absurdo de las prisiones, el sórdido mundo creado por el Capital, más aún cuando hablamos de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

Escritas en 1912, ha tenido que pasar casi un siglo para que se publiquen por primera vez en castellano. Parece como si estas memorias también hubieran sido condenadas a purgar pena. Sus páginas llevan el germen de la rebelión, y eso es peligroso.

El libro arranca el veintitrés de julio de 1892, día en que Alexander Berkman entra en la oficina de Henry Clay Frick para vengar las afrentas sufridas por los trabajadores de Homestead. Éstos llevaban a cabo una huelga por sus condiciones laborales y fueron reprimidos a sangre y fuego. El amor por los oprimidos, la sed de justicia y una cultura política demasiado marcada por la creencia de que el Attentat, la propaganda por el hecho, podía avivar la llama de la sublevación. El magnicidio fracasa y es condenado a veintidós años de prisión en un juicio plagado de irregularidades donde Alexander Berkman pretendía hacer la reivindicación de su Attentat. No pretendía defenderse sino hacer explicar su acto. Quiere que se juzgue a la sociedad y no a él. No lo consigue.

Trasladado de nuevo a la prisión comienza o, más bien, continúa su calvario interior. Berkman es un hombre acosado por sus pensamientos: el fracaso de su Attentat, la imposibilidad de usar el juicio como plataforma de reivindicación, los ataques de algunos antiguos compañeros como Johan Most, defensores hasta la fecha de la “revuelta permanente mediante la palabra, el escrito, el puñal, el fusil, la dinamita”, y que ahora se desvinculan de la propaganda por el hecho, o la propia incomprensión de los obreros de Homestead...

En la cárcel Berkman inicia un doloroso proceso de aprendizaje. Las lecciones de esa brutal escuela que es la prisión son duras y chocan con el mundo mental que traía al entrar en la cárcel. Berkman verá variar su visión sobre los delincuentes comunes, a los cuales consideraba parásitos. Comenzará a verlos como el resultado de una sociedad injusta. Tema aparte será el tema de la homosexualidad. Marcado como casi toda la militancia libertaria de la época por los tabúes sobre el amor entre personas del mismo sexo, Berkman verá cómo estos prejuicios caerán uno tras otro no sólo por el ansia de sexo sino sobre todo por el amor, aunque sea forzado por las circunstancias.

Las memorias de Alexander Berkman reflejan con absoluta claridad la brutalidad y la injusticia del sistema carcelario de la “democracia” estadounidense. La corrupción, la violencia irracional de los funcionarios, la creación de un sistema donde se potencia el enfrentamiento entre presos, las delaciones…

Pero por encima del mal que supuran las hojas de este excelente libro, aparecen la solidaridad, el compañerismo, el apoyo mutuo. Pasajes como la creación del periódico clandestino de los presos o sus comunicaciones a través de las tuberías hacen que el lector no pierda la esperanza y, como Berkman, ansíe más que nunca buscar la libertad.

Al terminar el libro los lectores se sentirán libres. Han acompañado a Berkman en su descenso a los infiernos y como él han sobrevivido. Esperemos que como el anarquista ruso, los lectores salgan renacidos y reforzados en la lucha.

Memorias de un anarquista en prisión es más que un testimonio autobiográfico, más que un libro carcelario, es un hito que marca el camino hacia ese mundo nuevo que tantos hombres y mujeres han llevado y llevan en sus corazones.

Marcos Ponsa

Esta recensión fue publicada por primera vez en Germinal. Revista de Estudios Libertarios núm.4 (octubre de 2007)