Vicente Serrano Marín:
Soñando Monstruos
(Plaza y Valdés, Madrid 2010) 267 páginas.
Este apabullante subtítulo es en realidad una invitación a preguntarnos por lo menos visible de esta época que nos precede y constituye. Académicamente se plantea la Modernidad como un proceso de ruptura, en el que la razón humana se expande en su propia autocomprensión, esto es, en la Modernidad se desarrolla la ciencia como culmen de la Razón, cuyo fundamento está en el humano vuelto hacia sí mismo. Dicho en palabras del autor: “(…) así las cosas, modernidad, novedad, sujeto, razón e ilustración parecen nociones que se implican y alimentan entre sí, nociones solidarias de otras muchas como emancipación, razón y progreso” (p.23).
Frente al mundo Clásico y Medieval cuyo concepto de la realidad era el del ser como substancia, en el que el humano se daba como una sustancia más, la Modernidad se presenta como un punto de inflexión y ruptura en el que lo humano se coloca en otro lugar, ocupa la posición de fundamento y el sujeto se transforma en el protagonista principal de la realidad.
Lo sugerente del libro radica en que Vicente Serrano distingue con precisión entre el modo de darse realmente la Modernidad y el relato constituido para representarla y mostrarla, es decir: se analiza con detalle la diferencia entre ser y parecer ser o aparecer como. Así, la Modernidad es el Genio Maligno pero parece ser el yo-sujeto. El momento fundacional de la Modernidad que se localiza como hito señalado en Descartes depende de una estructura cuya expresión inicial se configuró en términos de Genio Maligno, pero aunque el yo cartesiano es un simple y aparente episodio secundario, aparece como los fuegos artificiales oscureciendo al Genio Maligno y mostrándose luminosamente como el protagonista de la trama. Este protagonista representa y se escenifica en la voluntad de poder, el inconsciente o el capital entendidos como metáforas de eso que sin ser el yo describe lo moderno: “La modernidad tiene rasgos del Genio Maligno mientras que el relato que la representa prescinde de éste para centrase en el yo-sujeto” (p.71).
A nadie se le escapan, en nuestros días, los efectos pragmáticos de esta omnipresencia del sujeto (no es casual que se comente en este libro la ya clásica distinción aristotélica entre la economía y la crematística).
Para transitar esta grieta el libro se fragmenta en cuatro secciones dedicas al gesto moderno, terror, melancolía y delirio; mediante aportaciones provenientes de registros no filosóficos, especialmente de la literatura y el cine, ya que el autor considera que se ha mostrado lo “otro” de lo moderno más abiertamente que en el espacio filosófico, lo que enriquece notablemente la lectura de este texto. La cual nos conduce a través de la complejidad en la que nos encontramos, relacionamos y movemos. Angustia, locura, humano, poder, sociedad, democracia, dios… no son lo que parecen.
“La filosofía aparece como sierva de una nueva teología, pero de una teología que, en efecto, no reconoce ya divinidad alguna según el modelo de la presencia, que niega por tanto la metafísica y afirma el poder a cuyo servicio se puso el relato metafísico moderno: voluntad de poder sin tragedia y sin locura” (p.248).
Elena Sánchez
Esta recensión fue publicada en Germinal. Revista de Estudios Libertarios núm.9 (enero-febrero de 2012)