Los senderos múltiples de la identidad: feminismo alternativo

Elena Sánchez Gómez (Comunicación del Congreso “Mujeres, libres y libertarias”, celebrado en Madrid en 2005)

 

¿Qué es, pues, este ser dividido que el género introduce en el lenguaje? Es un ser imposible, un ser que no existe, una broma ontológica.

Monique Witting

I. Introducción

Esta es una reflexión sobre “nosotros”. Todos los humanos, independientemente de nuestra realidad cultural, histórica, social y económica, somos catalogados como varones o mujeres; nadie escapa a este binarismo. Nos preguntamos sobre esta separación y sus implicaciones, sobre el significado y la necesidad de este dualismo. Pretendemos hacer una incursión en la “o”, en la separación, en la oposición y también en sus respectivas “identidades colectivas”, en sus nexos de unión.

Dado que en nuestra contemporaneidad filosófica se da un discurso poshistórico y pospolítico que asume la muerte del hombre y reivindica nuevas superficies ontológicas plurales, nosotros nos preguntamos cómo afecta esto a la mujer. Este artículo es tan sólo un intento de dar una respuesta a esta pregunta; solamente pretendemos esbozar algunas líneas que nos conduzcan hacia su contestación, mediante la muestra de cuál es el estado de la cuestión, del debate, y dónde y cómo se dan las polémicas “feministas” en nuestros días.

Afirmamos que hoy ya no existe el feminismo, si por tal entendemos una realidad teórico-práctica única, sino que más bien se dan múltiples feminismos, en movimientos plurales y heterogéneos. A veces, estos movimientos son convergentes, pero no siempre están bien avenidos y en muchas ocasiones son divergentes; su nexo de unión es oscilante, fluctuante, en continua evolución y mutación. Frente a la cuestión de qué se entiende por feminismo o cuáles son sus señas de identidad no se da una única respuesta, sino que más bien se muestra una compleja pluralidad de contestaciones.

Ante esta maraña de respuestas, nos aproximaremos a sus posibles resoluciones señalando una serie de prejuicios que nos desenredarán un poco el camino. Estos se manifiestan en las posibles respuestas, cuando preguntamos a alguien en qué piensa ante la palabra feminismo:

1.-En un tipo de discurso de mujer, es decir, en una feminista que no es un feminista1. Volveremos sobre esto en la conclusión.

2.- En el Diccionario de la Academia encontramos la definición del término como una “doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a los hombres (…), movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres”. Esto es así ya que las mujeres se encuentran en un estado de inferioridad jurídica que provoca que se exija la igualdad porque ésta no es un hecho.

Parece, entonces, que el nexo de unión de todos los feminismos es la opresión de las mujeres, pero nos preguntamos:

1- ¿Qué se entiende por opresión? ¿Cómo se produce? ¿En qué medida se desarrolla? ¿A través de qué mecanismo ocurre la opresión?

2- ¿Se puede acabar con ella? ¿De qué manera?

3- ¿Qué se entiende por mujer? ¿Hay un único modelo de mujer? Si no es así, ¿por qué llamamos a todas mujeres?

Intentaremos responder a estas cuestiones ya que veremos que la preocupación por la mujer, sea ésta entendida como fuera en sus múltiples formas, no conlleva una única manera de plantear la cuestión. Aunque sea un tópico, las diversas estrategias y estilos de preguntar determinan y condicionan las respuestas. Dado que los feminismos se cuestionan desde lugares distintos y con talantes diversos, lo que provoca esto son sus respuestas múltiples. Insisto en el archiconocido tópico de que son más relevantes las preguntas que las respuestas; las preguntas implican epistemologías y ontologías distintas, marcos teórico-prácticos diferentes: por eso se dan feminismos y no un feminismo. No hay un lugar privilegiado desde el cual preguntar sobre la mujer, no existe el único enfoque, “el verdadero”, un pedestal desde el cual de forma absoluta cuestionarse. La contemporaneidad nos muestra todo lo contrario: unas superficies dispersas de cuestiones y respuestas, de enfoques y reflexiones, una pluralidad de perspectivas, en definitiva unos mapas feministas, unos hábitats de mujeres.

Estos distintos hábitats hacen que estén presentes, que convivan juntas y mezcladas distintas perspectivas premodernas, modernas y posmodernas sobre lo humano. Como pretendemos mostrar a lo largo del escrito, estos diferentes talantes habitan pragmáticamente nuestra contemporaneidad en una compleja red de relaciones que ya no pueden ser reducidas a un único y excluyente modelo categorial, que ya no pueden ser asumidos por un único modelo epistemológico.

Defendemos que sólo ahora se dan las condiciones pragmáticas, lingüísticas y teóricas que posibilitan pensar y vivir espacios habitados por formas de ser no hegemónicas, únicas y excluyentes. Estos espacios excluidos han sido llamados de múltiples maneras: mujer, minorías étnicas, subgrupos culturales, etc. Lo diferente, lo marginal, lo anormal ahora tiene la posibilidad de encontrar superficies donde poder hospedar, vivir y crear, sin ser perseguidos, sin ser excluidos.

Debemos tener presente que esto sólo se da en el mundo de las diferencias que se asumen y piensan como tales, esto es, en el espacio en el que las diferencias se saben plurales y por ello no exigen ser las únicas posibles, ni pretenden imponer “su” único modelo de saber-vivir. Solamente de esta manera es posible la convivencia real. Paradójicamente esta convivencia es hoy más posible y, a la vez, sus enemigos están hoy mejor armados y son más despiadados que nunca.

Vivimos en una encrucijada en la que una senda nos conduce por el camino de la posibilidad de mundo sin identidades fuertes, flexible y plurimórfico; este es el camino de la libertad. Y la otra vía, sin embargo, es la del “pensamiento único”, el mundo de la identidad consolidada, que nada deja fuera de sí. El mundo de la identidad avanza absorbiendo todas las diferencias, que sólo entiende como elementos extraños y hostiles, mostrando un paisaje inhóspito cuyo sendero atraviesa su único y posible territorio: el desierto de lo real, el área de la igualdad uniformada y obligatoria.

Nosotros esperamos que “otro mundo sea posible” con identidades lingüísticas, performativas y nómadas. Somos conscientes de que este mundo de la diferencia ontológica, que estas pluralidades flexibles y libres chocan con la realidad angustiosa de una dualización generalizada de las funciones sociales, de la desigualdad empírica. Partir de las diferencias no significa defender el relativismo, el cual siempre es tal con relación a una totalidad. No todo vale, no todo esta permitido, no vale la exclusión, ni la marginación, ni la imposición, etc., como analizaremos posteriormente. Nos hieren los malos tratos, nos acongoja la situación de la mujer oprimida, nos horroriza y gritamos de espanto ante las estadísticas sobre violencia domestica. Nos llena de ira, nos horroriza y temblamos antes los ejercicios de dominación de las identidades únicas que se han hipostasiado en el lenguaje, las cuales han momificado y petrificado al sujeto. Estas identidades fuertes hacen de la realidad un ejercicio de su voluntad desmedida, fruto de las identidades asesinas; su mundo feliz es, a la postre, un mundo de marmolizaciones y petrificaciones existenciales, de acortamiento conceptual, de rigidez vital. También nos duele la inferioridad y discriminación de las mujeres en el ámbito laboral, educativo... Pero, y éste es el matiz importante, nuestra recepción y compresión es ya diferente. No se nos parte el alma porque la mujer no sea igual en el ámbito teórico y en la práctica al hombre (aunque también deseamos y reivindicamos la igualdad, no la de identidades, no la existencial, porque hemos tirado por tierra la identificación con lo masculino como modelo neutro de liberación), sino por la violencia innata a toda identidad substantiva que sólo puede ser opresora.

Este modelo de pensamiento único no permite que se de la diferencia femenina, porque olvida y mata la posibilidad del acontecer de las diferencias, ya que no deja que las mujeres sean mujeres múltiples, diversas y plurales. Es decir, estamos seguros que el modelo de la identidad única y obligatoria genera por un lado opresión y marginación, a la vez que, por otro lado, crea entre nieblas la ilusión de la liberación, que algún día muy, muy lejano se termina realizando. Aunque es eso: sólo una ilusión.

Nuestra pretensión se limita a explicar y aclarar lo hasta aquí mencionado. El resquebrajamiento de la objetividad como base epistemológica del pensamiento moderno occidental implica articular las cuestiones de la identidad, del cuerpo, del género en unas coordenadas posicionadas, localizadas, epocalizadas, en unas redes de puntos interrelacionados, en desvíos, líneas de fuga… que configuran el mapa de diseño del análisis de los presupuestos teóricos del llamado feminismo emancipatorio y del feminismo alternativo.

II. Feminismos

Todos los feminismos combaten y desean la abolición del sistema socio-simbólico, jurídico, económico del patriarcado. Todos los feminismos están, en alguna medida, heridos por los disparos de cañón del patriarcado moderno. Todos los feminismos luchan por la libertad. Todos los feminismos desean la destrucción de la argamasa ideológica que sustenta cualquier forma de opresión y dominio. Todos los feminismos de maneras distintas, se hacen eco de estas dos cuestiones:

1.-El problema de la identidad

El feminismo ha puesto de relieve que tras la aparente neutralidad del genérico, del neutro, se escondía la masculinidad, la coincidencia entre “el hombre”, “lo humano” y los hombres varones, los sujetos masculinos. El desvelamiento de este sujeto enmascarado y marcado sexualmente ha puesto en cuestión la voluntad de universalidad y totalidad implícita en dicha concepción.

El posfeminismo asume la muerte del humanismo, entre cuyas cenizas resurge un discurso de la pluralidad. La muerte del humanismo es una crítica demoledora de la categoría de identidad, es decir, implica asumir que no se da ningún ser idéntico a sí mismo, que no se da ninguna continuidad, ninguna presencia agazapada, escondida sobre la cual se desarrolla la personalidad, la identidad. La identidad femenina, como toda identidad, es una ficción; no existe un sujeto anterior temporalmente. Este sustrato es el vestigio contemporáneo de la hipótesis del estado de naturaleza, de su esencialismo metafísico. El género no le pertenece a nadie, el ser mujer no me pertenece, yo no soy mujer (en el sentido fuerte, posesivo de una realidad independiente a la que le pertenece, que posee un atributo, una cualidad); no se da ningún “yo”, una de cuyas cualidades sea la feminidad, sino que es una significación; quizás no como cualquier otra, ya que ésta da inteligibilidad, significabilidad a un yo, es decir, da comprensibilidad, coherencia, estabilidad a los múltiples cambios de mi existencia, nombre que recibe el modo de estar en el mundo en la transitividad, en la co-reciprocidad de una materialidad (ser) y su inteligibilidad (pensar). Yo acontezco, “devengo mujer”, en el sentido deleuziano, en una temporalidad no lineal progresiva, en el pluralismo ontológico, en un pliegue, en una relación, en un despliegue que no se reduce a ningún término.

Está amaneciendo un talante identitario que se sabe fragmentario, no excluyente, ya que es consciente de su discursividad; que convive con otros discursos identitarios sin marginarlos, ya que sabe que también son posibles y reales. El feminismo alternativo sabe que toda subjetividad es pragmática, fluida, “excéntrica”, que todas las identidades “débiles” se expanden de manera fluida, adaptable y maleable.

Toda forma de identidad fuerte, totalizadora, que se cree única, es opresiva y opresora, la femenina también. El feminismo alternativo rompe los corsés que nos impedían respirar, iniciando a re-andar las superficies no pensadas, cerradas, los espacios prohibidos. Estos espacios siempre han existido, no se han inventado ahora, siempre se han dado líneas de fuga2, planos libres donde respirar sin opresión. Toda estructura tiene sus huecos y ahora se están destejiendo para trasformar la tupida tela en una malla de ganchillo. Frente a la petrificada, cosificada y consistente identidad metafísica, se vivencia una identidad fluida, discontinua y múltiple.

La muerte del sujeto significa que no existe el sujeto como unidad trascendental; no existe la mujer, sino una reverberante producción fluida de lugares, trazos, gestos, máscaras. El yo como efecto de los juegos del lenguaje, de las prácticas sociales. Como diría Foucault, ”la mujer también ha muerto, era un invento reciente”. Las mujeres y los varones son nadas, poseen una nula consistencia al margen de las estructuras que las reconocen como tales.

La línea argumental del feminismo alternativo reza que no existen substancias separadas e independientes lingüísticamente e invariables y continuas antológicamente (el hombre y la mujer, cuya relación se reduce a la lucha y que están condenados a enfrentarse, a vivir en un “estado de guerra” eternamente), sino que toda la naturaleza es ya social, cultural. La co-pertenencia del ser/pensar apunta a que el ser se da en referencialidad al pensar y viceversa. Por tanto, el hombre y la mujer no acaecen como esencias inmutables, sino, más bien, como una simulación, como una teatralización. No existe, en resumidas cuentas, ninguna esencia que diferencie hombres y mujeres, un ser-qué inmutable, sea igual o diferente: sólo se dan modalidades que asumen la sexualidad pre-dual.

La diferencia hombre-mujer, y la exclusión de esta última, se fundamenta presuntamente en la naturaleza, en las diferencias físicas. Pero el cuerpo no se debe entender como una realidad fija, fisiológica, natural, continua, sustento de atributos y capacidades, ser objetivo e independiente que se adapta a un determina entorno cultural y social. En la re-significación que el feminismo alternativo asume, el cuerpo es topos de encuentro del ser-pensar, del pensar-ser; no es un espacio presocial -una materialidad natural e independiente, una entidad biológica fija-, ni un constructo discursivo, como si nuestros huesos fueran un nombre cuyos ladrillos se amasasen con letras; tampoco es constructivismo ni biologicismo, ya que ambos están presos de la estructura binaria del pensamiento metafísico occidental. Sino que el cuerpo deviene un “estar” en el mundo significativo, una superficie relacional transversal entre el ser y el pensar. El cuerpo es, así, naturaleza-tradición, recreación contextual, no existe nuestro cuerpo y además, a modo de plus, nuestro espíritu que visualiza, comprende y juzga culturalmente el cuerpo que le ha correspondido.

La mujer, y también el hombre, en estado puro no existe, siempre se la considera en “dispositivos” históricos que la organizan según modalidades diversas. La mujer es siempre colocada en un discurso y a un discurso puede sucederle otro y convivir varios a la vez (los discursos no tienen por qué necesariamente excluirse unos a otros; los que excluyen son presos de una metafísica de la identidad, ya que si no tendrían conciencia de su propia narratividad). Siendo así que el feminismo alternativo es un discurso histórico-político-simbólico entre otros, que pretende hallar y hacer aparecer las formas históricas y culturales de estos “dispositivos”. El ser-qué de las féminas es un acto a la vez político, ético, simbólico, cultural... No deberíamos preguntarnos “¿qué es la mujer?”, “¿en qué consiste la identidad femenina?”, ya que no existe un objeto que sea la mujer, una substancia eterna e ideal (el ”eterno femenino” de Goethe), cuya definición podamos aprehender. La pregunta contestable viraría de la siguiente manera: “¿qué puntos de vista conciernen a la mujer?”.

Partimos del hecho de que nunca ha habido “mujeres”, nunca ha existido “la mujer” como esencia, como idealidad, como entelequia unitaria, como a priori; solo han existido nadas, negaciones, hiatos, el hueco dejado por su ausencia; en definitiva, solo se ha dado su inexistencia. La mujer ha sido entendida como una carga, su historia es la de la opresión y la exclusión, una realidad de-generada. Sostenemos que, tan sólo tras la crítica de la modernidad, se abre la posibilidad de la existencia de las mujeres reales ”de carne y hueso”, diversas y plurales, con sus diferencias étnicas, culturales, personales, vitales, existenciales, con sus formas diversas de vivir sus sexualidades... No nos rasgamos las vestiduras por la pérdida, ni siquiera sentimos el abandono melancólico de la ausencia de la modernidad, más bien celebramos amistosa y lúdicamente la aparición de nuevas posibilidades.

El feminismo alternativo es consciente y saca a la luz la violencia simbólica, denuncia el ostracismo que afecta a las mujeres y a sus acciones desde hace siglos, mediante el mecanismo falaz de la universalidad semántica. En la tradición onto-fálico-teológica sólo ha existido un único lenguaje, y no precisamente el neutro. El feminismo alternativo se propone en su intención más honda la modificación del binomio masculino/femenino, liberando el sentido que sólo pertenece al que lo crea y asumiendo la carga metafórica de todo lenguaje. Es un punto de vista, un talante, una perspectiva, un modo de discurso femenino que se sabe intencional y fragmentario.

Es un error partir de lucha opuesta e irreconciliable entre el hombre y la mujer, de “la guerra de sexos”, de la existencia de dos maneras sexuadas de ser en el mundo. Dado que, si partimos de la dualidad ontológica, no daremos ni un solo paso fuera de ella, ¿por qué no partir de la pluralidad ontológica en vez de la dualidad? En el mundo del pluralismo es en el que el feminismo alternativo avanza por un campo de batalla en el cual no se produce ninguna claudicación ante el modelo binario; no se puede ser humano sin ser hombre, mujer, homosexual, agresivo, dulce, débil, fuerte, etc. Lo que no somos en un determinado momento -estas ausencias- también nos concierne, también está presente y nunca ha dejado de ser. Se ha dinamitado, también, la escisión dicotómica entre ausencia/presencia.

Defendemos que sólo serán posibles las mujeres en un mundo de la pluralidad ontológica, en el mundo de la libertad. Todo lo demás es una ficción, una quimera o un engaño, ya que se nos promete lo que nunca podrá ser alcanzado. Estas promesas nos han hecho que soñemos con alcanzar la línea del horizonte, la cual se aleja progresivamente; según luchamos por acercarnos, un nuevo esfuerzo, un nuevo impulso nos provoca instantáneamente el alejamiento de nuestro horizonte deseado. Siempre a la vista y nunca tangible. Cuando al fin lo creemos tener, se esfuma. Se sueña con lo inalcanzable, pero no es más que eso, un sueño y nosotros exigimos realidad, aquí y ahora, no en un futuro utópico.

“La mujer” ha sido un flatus vocis, nominalismo, una categoría anquilosada, nunca una realidad; este concepto no ha tenido ritmo, ni olor, ni color, ni temperatura, ni contenido positivo. Ha sido una momia enterrada, un suicidio colectivo, una naturaleza muerta y rematada, una esencia petrificada, una desventura comunitaria.

La proliferación de los discursos y prácticas feministas en nuestros días está estrechamente relacionado con esta abertura en las formas de entender la identidad, con el nacimiento de otras subjetividades, el movimiento queer, el ciberfeminismo, etc., se construyen sobre las ruinas de la identidad fuerte y unitaria, proclamando a voz en grito que estamos constituidos por identidades fluidas, nómadas, prostéticas, plurimorfas, pragmáticas. Pregonan que nuestro yo, o es dinamismo y libertad, o es igual a la más vacía de las nadas y nuestras acciones están condenadas a la más sangrienta de las violencias.

La disolución del sujeto fuerte permite la pluralidad de modelos, de formas de vida. La reflexión feminista en nuestros días se constituye como asignación polémica de identidades, reivindicando superficies ontológicas excluidas en la tradición filosófica occidental. Se erige sobre los discursos, sobre las formas de estar y habitar del ser humano. ¿Por qué hay tan pocos hombres feministas?, ¿por qué la mayoría, o al menos una parte visible, consideran que es un tema que carece de suficiente calado para la reflexión filosófica?, ¿por qué les cambia el rictus a algunos varones tan sólo con escuchar la palabra feminismo? Quizás sea por el imaginario social creado desde el esencialismo encubierto del feminismo clásico. El feminismo no es una cuestión sólo de mujeres, un asunto a modo de pegamento que une instantáneamente a las femeninas. Deberíamos romper, de una vez por todas, con esos prejuicios, destruir esas cadenas, reconocer que es una reflexión ontológica y epistemológica. No nos une el género, ni el sexo, nos une la vivencia de una subjetividad dada por una configuración precisa, en un proceso de socialización, en una determinada manera de habitar la realidad.

El feminismo alternativo está transitado por discursos sobre el sujeto, sobre la identidad, que se hacen cargo de la ”crisis del sujeto de la metafísica”. El feminismo alternativo está llamado a vivir otras formas de subjetividad sin la necesidad de un lenguaje único, omni-abarcador, totalizador. El feminismo alternativo convive ya en otras superficies multicéntricas, poliédricas, dispersas espacio-temporalmente, más allá del sujeto monolítico y logofalocéntrico.

Se da una urgente necesidad política de pensar-vivir la identidad, el sujeto, más allá de la enclaustradora y asfixiante naturalización de los géneros, talando las raíces que nos sujetan a la tierra de la tradición occidental metafísica del sujeto como presencia material pre-social y continuidad temporal.

2.-Implicaciones políticas

Todos los feminismos son y realizan una lucha política. El postfeminismo también está plenamente sumergido en esta contienda, aunque sus armas y estrategias son otras. Las sintetizaremos en:

-La aceptación de la muerte del sujeto no es un demérito, lo humano no desaparece o se evapora, sino que implica otra perspectiva. Toda la insistencia en mantener al sujeto fuerte “vivito y coleando” es, a la postre, heredera de la creencia de que lo opuesto supone una infravaloración de lo humano. Es una creencia, una ilusión ética, porque el feminismo alternativo no minusvalora lo humano, sino que su sensibilidad es diferente.

-El énfasis del feminismo alternativo en la contingencia y fragmentariedad de la identidad no socava, en absoluto, la capacidad de acción política, sino que, al revés, el feminismo se trasforma en una eficaz política contraria a las formas de organización y normativización hegemónicas, cuya visión sustantiva del sujeto las ha conducido a prácticas totalizadoras y asfixiantes de cualquier diferencia. El feminismo alternativo está avanzando por uno de los senderos de la resistencia.

-La disolución del sujeto no significa que todo dé igual, no implica relativismo; insisto: no todo vale. No es lo mismo estar en el Parlamento, hacer calceta o ser apaleada. No valen los discursos excluyente, los discursos únicos que eliminan a todos los demás; la heterogeneidad, la multiplicidad, no equivale al absurdo ni al caos.

-La muerte del sujeto tampoco implica conservadurismo. La diferente concepción de la temporalidad supone la posibilidad de recuperar los espacios marginados. La resistencia política no es unidireccional, se realiza dentro y fuera del sistema hegemónico y excluyente de la subjetividad uniformada.

-No creemos en el “victimismo”. Ciertas teorías feministas han supuesto que existe una identidad fuerte, entendida mediante la categoría de “la mujer”, una identidad común, estable, atemporal. Su reivindicaciones políticas se apoyaban en esta identidad, en que debe haber una base universal para el feminismo, una entelequia “mujer” supuestamente existente en todas las culturas que siempre va acompañada, en mayor o menor medida, de un sistema de opresión dentro de la estructura universal del patriarcado. Se afirma así una universalización de la forma de dominación sobre las féminas, ya que esta categórica es una experiencia común a todas y cada una de las mujeres. El feminismo alternativo, que desde luego no niega la existencia empírica de formas de opresión sobre mujeres, afirma que este discurso se sostiene sobre la representación de un identidad de mujer abstracta e irreal y se pregunta, si esto es así, ¿por qué no ha terminado ya este sistema de dominación?, ¿no oprime esto a los varones también?, ¿por qué las mujeres no han hecho la revolución?, ¿por qué, por ejemplo, no se han quedado embarazadas, han matado a todos los varones y posteriormente han creado un mundo nuevo?, ¿qué otras formas de unión se dan entre las mujeres al margen de su opresión?

El feminismo alternativo propone virar el punto de vista, desarrollando un tratamiento más complejo de la subjetividad y de la identidad, haciéndose cargo de que es imposible desligar el género de su génesis, de las intersecciones y redes políticas, simbólicas y culturales en que se modela y se mantiene. Al abordar la construcción de la subjetividad, se aborda una cuestión netamente política; rechazando la posibilidad de definir a la mujer como tal, los intentos de definirla de una vez para siempre, de encontrar la “entelequia femenina” son esquemáticos, engañosos, erróneos ontológicamente, distorsionadores en las singularidades e implican prácticas políticas de exterminio y exclusión de lo no absorbido en esta eternidad idéntica a si misma.

No existe la mujer en abstracto, la Mujer. Por eso, el feminismo alternativo reclama otra sensibilidad hacia los problemas femeninos que no sea tan sólo el de la igualdad, el de formar parte de la esencia humana, porque esto es únicamente una forma de hablar. El feminismo alternativo no es una teoría-práctica nueva, no implica una superación por abandono de algo previo, es tan sólo un talante, una receptividad que se da de otra manera. No cree, desde luego, en el desarrollo de una esencia femenina opuesta a la esencia masculina, sino en la subversión y resignificación de la instancia fálica y de la ley distributiva y productiva entre hombre y mujer. Se trata de plantear el problema de las diferencias, no en términos de sustancia, sino en términos de enunciados estratégicos o de acciones performativas, reconociendo las diferencias sin congelarlas en los diferentes. Toda proposición acerca de lo que es un hombre y de lo que es una mujer debe entenderse como un acto de lenguaje, como un acto preformativo y dialogal, que transforma y muta la posición de quienes hablan y de aquello de lo que hablan, lo cual supone implicaciones políticas y éticas.

Se puede vivir sin la violencia metafísica de la exclusión, olvidando los caducos discursos dialécticos y abstractos en pro de un discurso de la realidad virtual, del simulacro. Se puede recuperar lo sometido, lo dejado atrás, lo “descartado” a través del propio lenguaje histórico, de las prácticas cultural, de los usos políticos… Es decir, es posible resignificar lo que son las mujeres, multiplicar sus significaciones, renombrar lo real liberando el campo semántico tradicional.

Las mujeres quieren vivir en su diversidad cultural, personal, vital, étnica, salir de sus ataúdes, no sin remover el terreno, arrastrando las tumbas en su ascensión, trasformando el campo santo. Una vez resucitadas, el paisaje jamás volverá a ser el mismo; el cementerio tembló, mutó y se vació, mientras ellas saltan, corren y brincan por las avenidas, muy lejos ya del santo campo mortuorio.

Ante sus ojos sólo se presentan dos vías, con infinidad de travesías, de senderos perpendiculares, de caminos secundarios: la de la vida jocosa o el retorno a la fría y lánguida muerte. Si se continúa por la vía de la alegría, “el devenir mujer” del sujeto contemporáneo se siente a sí mismo como un ser libre, maleable, contingente, interpretable, fragmentado, ausente de fundamento y de sentido prefijado, descentrado, performativo, pragmático. La otra vía es la del retorno a la identidad excluyente, a la mismidad petrificada y escayolada, a la normatividad y homogeneidad impuesta, obligatoria e insidiosa. Debemos estar alerta y evitar los cruces de estas vías principales que nos confundirían pasando de esta segunda vía a la anterior, que nos conmina con su aparente organización y estabilidad, que nos indica del falso atajo de la hiperfeminidad blanca, occidental, económicamente dominante –capitalista y burguesa- y obligatoriamente heterosexual.

Esta reflexión responde a la pregunta de ¿qué es el feminismo? Sólo es posible una respuesta que explica cómo el feminismo -en cuanto discurso único- se convirtió en un minúsculo granito de arena en el desierto de la nada; abrasados por el infernal calor, alzamos la cabeza y nuestros ojos esperanzados ven en el horizonte la multitud de repuestas, unas brincando y gritando, y otras alegremente esperando responder a ¿cómo está sucediendo el feminismo alternativo?, transitando el universo hermenéutico inagotable de las posibles lecturas y escrituras sobre la mujer.

Estamos ante una filosofía, ante una ontología, ante un modo de feminismo alternativo, cuya disposición es la de devolverle a la realidad todas sus posibilidades. En este trabajo hemos indicado estas vías mostrando sus vericuetos, sus trayectos, sus bifurcaciones y sus superficies.

Acabaremos citando el final de Las palabras y las cosas, de Michel Focault, publicado en siglo XXI (Madrid 1999):

En todo caso, una cosa es cierta: que el hombre no es el problema más antiguo ni el más constante que se haya planteado el saber humano. Al tomar una cronología relativamente breve y un corte geográfico restringido -la cultura europea a partir del siglo XVI- puede estarse seguro de que el hombre es una invención reciente. El saber no ha rondado durante largo tiempo y oscuramente en torno a él y a sus secretos. De hecho, entre todas las mutaciones que han afectado al saber de las cosas y de su orden, el saber de las identidades, las diferencias, los caracteres, los equivalentes, las palabras –en breve, en medio de todos los episodios de esta profunda historia de lo Mismo- una sola, la que se inició hace un siglo y medio y que quizá está en vías de cerrarse, dejó aparecer la figura del hombre. Y no se trató de la liberación de una vieja inquietud, del paso a la conciencia luminosa de una preocupación milenaria, del acceso a la objetividad de lo que desde hacía mucho tiempo permanecía preso en las creencias o en las filosofías: fue el efecto de un cambio en las disposiciones fundamentales del saber. El hombre es una invención cuya fecha reciente muestra con toda facilidad la arqueología de nuestro pensamiento. Y quizá también su próximo fin.

Si esas disposiciones desaparecieran tal como aparecieron, si, por cualquier acontecimiento cuya posibilidad podemos cuando mucho presentir, pero cuya forma y promesa no conocemos por ahora, oscilaran, como lo hizo, a fines del siglo XVIII el suelo del pensamiento clásico, entonces podría apostarse a que el hombre se borraría, como en los límites del mar un rostro de arena.

El fundamento en occidente ha recibido dos grandes nombres: ser, sujeto. Es un lugar común reconocer que la disolución de la metafísica del ser se inició a finales de la Edad Media, y la disolución del sujeto se comenzó a forjar con Nietzsche y han continuado sus herederos. Tras la destrucción de la fundamentación subjetiva se trasluce el ser como diferencia. Es decir, borrado el hombre (mujer y varón), aparecen plurales las imágenes y los rostros del acontecer y del estar humanos.

Somos los vástagos y herederos de la tradición fundamentalista y subjetivista, pero nuestro mundo ya no se reconoce en ella. Nuestra epocalidad está convocada a otra forma de pensar: una filosofía alternativa.

Esta comunicación fue publicada por primera vez en Germinal. Revista de Estudios Libertarios núm.3 (abril de 2007)

1.- Soy consciente de lo arriesgado de esta afirmación. En nuestros días hay varones implicados en el feminismo, pero no se puede negar estadísticamente el escaso interés de los varones por este asunto; la mayoría de los ponentes y asistentes a cursos, autores, especialistas... son mujeres.

2.- Esto es: caminos abiertos o desbrozados que conducen a direcciones imprevistas, vías de escape a otros territorios inexplorados o muy poco transitados.