Más allá del referéndum escocés

 

Aunque el referéndum escocés ya ha pasado, nos parece oportuno reproducir la reflexión de un compañero militante de la Federación Anarquista Escocesa.


Dentro de menos de un mes, el 18 de septiembre, tendrá lugar el referéndum por la independencia de Escocia.

No pretendo decirte que votes a favor o en contra. Algunos anarquistas se abstendrán para centrarse en organizar a la gente allí donde estén, mientras que otros votarán a favor con la esperanza de lograr al menos algunas reformas.

En el caso de que vayas a votar Sí, que tu elección sea completamente pragmática: no te tragues la ideología de la campaña del Sí o su variante, el nacionalismo de izquierdas.

Cualquiera que sea la retórica de una parte de la izquierda (1), esta es una campaña nacionalista escocesa, de igual manera que el campo a favor del No representa al nacionalismo inglés. Cualquiera que se preocupe sobre la lucha de clases tiene que oponerse firmemente a ambos bandos.

El nacionalismo, tenga la forma que tenga, hace dos cosas: intenta crear una comunidad de intereses entre los empresarios y la clase obrera, y une dicha comunidad al Estado-nación capitalista, reforzando el poder de este último, y su papel en la explotación.

Todo ello no puede tomar ninguna forma que sea genuinamente “progresista”.

Como observó Paul Mattick, tenemos un siglo de experiencia de luchas de liberación nacional, donde movimientos antiimperialistas aparentemente progresistas se convirtieron en una nueva clase dominante opresora.

Y ahora posiblemente podremos ver una nueva ola de movimientos independentistas en Europa en respuesta a la reestructuración neoliberal y la crisis actual del capitalismo. ¿Esperamos resultados diferentes?

Nuevas divisiones y rivalidades entre los trabajadores europeos no son algo que deba ser aplaudido. Y tampoco lo es el espectáculo de un movimiento independentista decididamente dirigido por la burguesía como ocurre en Cataluña, donde una región más rica que el resto busca dejar de “subvencionar” al resto de España.

¿Son quizá los Estados más pequeños mejores y más democráticos? Bien, si echamos un vistazo a los Estados pequeños que existen en Europa actualmente nos encontramos con que:

- ciertamente no son más favorables a la organización de los trabajadores,

- usan también la coerción (que es el papel de todo aparato estatal) y pueden ser tan autoritarios como los demás (un ejemplo excepcional es el del papel que juega la Iglesia católica en Irlanda respaldada por el Estado),

- han sido particularmente receptivos al neoliberalismo y las políticas de austeridad (que han tenido un efecto devastador en Estados pequeños, desde Finlandia a Holanda, sin olvidar el sur de Europa),

- tienen una creciente tendencia anti-inmigrante relacionada con la supremacía blanca sistémica por todo el norte de Europa,

- algunos han estado dispuestos a enviar tropas al extranjero (como Dinamarca a Afganistán), o han ayudado a otros Estados que lo han hecho (de nuevo destaca Irlanda ofreciendo el aeropuerto de Shannon para que lo use la fuerza aérea de EE UU),

- y siempre han estado sometidos a los dictados de las mucho mayores estructuras supranacionales del capital.

La afirmación hecha tanto por la campaña del Sí como entre la izquierda, según la cual Escocia también puede ser una “democracia normal” es un intento asombroso de ignorar la evidente bancarrota de la democracia representativa y su abierta crítica por parte de los movimientos sociales recientes a nivel global.

Incluso si el gobierno escocés por ahora tiene menos posibilidades de introducir medidas draconianas como el Bedroom Tax (Impuesto Dormitorio, consistente en retirar ayudas a los sectores más necesitados de la sociedad) o adoptar una postura anti-inmigración, esto no es en absoluto una situación que vaya a permanecer estática. Enormes fuerzas político-económicas se pondrán en acción para influenciar la política gubernamental tras la independencia, la cual llevará a cabo recortes y usará las fronteras para defender sus propios intereses económicos.

Los Estados pequeños son más que capaces de manipular la opinión pública o de pasar por encima de ella cuando sea necesario (sirva como ejemplo la famosa “constitución creada por las masas” en Islandia, que fue enterrada en silencio por el Gobierno). El verdadero “déficit democrático” (argumento de los nacionalistas escoceses) continuará tras la independencia.


¿Y qué pasa con la izquierda escocesa?

Por sus ideas, ésta es una mezcla de nacionalismo de izquierdas y nostalgia socialdemócrata. Está más en contra del neoliberalismo que en contra del capitalismo mismo: una estrategia exitosa para recuperar escaños en el Parlamento, pero que no tiene absolutamente nada que ver con un cambio social real.


Tanto Common Weal (Bien Común) como la propuesta de la campaña de Radical Independence (Independencia Radical) buscan tratar de gestionar mejor el capitalismo.

Posiblemente hegemónico entre la izquierda, Bien Común es un Think-Tank claramente defensor del colaboracionismo entre clases, algo que está muy bien resumido en su lema “Todos nosotros primero”. Sus propuestas de crear una economía de alto crecimiento en realidad tratan de aumentar el nivel de explotación y fomentar la competitividad entre los trabajadores internacionalmente.

Su defensa de los “consejos obreros” para suavizar las relaciones en el mundo del trabajo es parte necesaria para aumentar la productividad, es decir, el beneficio. Allí donde se han puesto en práctica en Europa han socavado constantemente a los sindicatos y la militancia obrera.

En cuanto a “Yes: the radical case for Scottish Independence” (Sí: el modelo radical para la independencia escocesa), la declaración más completa hecha por los miembros de la campaña Independencia Radical, es un llamamiento en favor de un frentismo unitario hasta el punto de que el socialismo (incluso un Estado burocrático ‘socialista’) ni siquiera forma parte de su agenda, sino que es tratado como un proyecto utópico para un distante futuro. Busca crear una amplio partido de izquierda (no anticapitalista) escocés, siguiendo el modelo de Syriza en Grecia o Die Linke en Alemania, y copia la misma 'lista de deseos keynesianos' basados en un análisis superficial del Estado y el capital, criticado bastante bien por Michael Heinrich.

Como Bien Común, su reformismo está salpicado con retórica radical (democracia participativa, descentralización). No se diferencia sustancialmente de aquella, más allá de una leve crítica de ciertos aspectos, incluido el apoyo al modelo nórdico.


El ejemplo nórdico

Bien Común pretende que imitemos a los Estados nórdicos, los Estados pequeños por excelencia, donde debido a una serie de razones (un fuerte movimiento obrero, los recursos naturales disponibles, etc.) ha sido posible conservar una parte mayor del Estado del bienestar que en Inglaterra. Desde una perspectiva internacional dichos países han sido aristocracias obreras que viven de la fatiga de los trabajadores en el exterior.

No obstante todos los Estados nórdicos han experimentado su propia ofensiva neoliberal y la desigualdad también crece entre ellos. Asbjørn Wahl ha demostrado que incluso en Noruega, país rico en petróleo, el Estado del bienestar está siendo erosionado desde dentro y la ideología del Workfare (2) está ganando fuerza.

Asbjørn Wahl insiste en que hacer referencia de manera constante a la posición de los países nórdicos en las tablas de clasificación internacionales es inútil: “El problema es que todos los países en la tabla están debilitándose. O, para usar otra imagen, sigue existiendo una cabina en la cubierta superior, pero es la cubierta superior del Titanic, y el barco en su conjunto se está hundiendo”.

El ejemplo nórdico es increíblemente útil, no obstante. Podemos aprender mucho de las luchas y las contradicciones en el seno de una clase social en esos países, lo que desmiente el modelo que nos presentan los socialdemócratas por aquí.

En la izquierda nórdica nos encontramos con un debate en marcha sobre cómo hacer frente a los desafíos que ha de hacer frente el modelo del bienestar. Junto con Wahl, el trabajo académico de Daniel Ankarloo sobre el bienestar sueco es especialmente interesante.

Daniel Ankarloo afirma que el movimiento obrero en Suecia ha sido “debilitado por (…) la cooperación entre clases, es decir, que de alguna manera el modelo de bienestar era un ejemplo de socialismo en la práctica que tan sólo necesitaba extenderse. En lugar de ello, para defender los logros existentes, así como para luchar por una sociedad diferente, necesitamos redescubrir la militancia de clase y que dicha ‘radicalización ha de venir de abajo en forma de la auto-organización del movimiento obrero’ (...) Las luchas por el bienestar, en lugar de un compromiso a favor del bienestar estatal mismo, son parte crucial de esto, al fortalecer a la clase obrera y su capacidad de lucha”.

Ankarloo argumenta con razón que ese movimiento tiene que organizarse a través de la sociedad y en los sindicatos militantes. También debemos inspirarnos en la SAC sindicalista revolucionaria en Suecia y en la amplia experiencia de la izquierda extra-parlamentaria sueca, que está mucho más organizada que movimientos similares en Escocia o Inglaterra.


Renovando la lucha

Ninguna de las reformas prometidas por la campaña del Sí está garantizada.

No debemos confiar en que un Estado independiente escocés reparta mucha riqueza, proteja la atención sanitaria, no ataque a los parados o personas discapacitadas, no haga recortes, no deporte a la gente o elimine las restricciones a la actividad sindical.

Algunos tienen la esperanza de que el movimiento social a favor de la independencia dará lugar a la creación de un movimiento social de oposición tras la independencia. Pero esto es una ilusión, ya que requeriría rechazar su propia base ideológica, su propia naturaleza como una alianza interclasista organizada por fuerzas que buscan alcanzar poder político.

Las aspiraciones de un cambio social, de un “control democrático” y de redistribución de la riqueza en ese movimiento deben ser alentadas, pero dirigidas hacia una meta revolucionaria.

Si el movimiento nacionalista no naufraga dentro de poco en las rocas de sus propias contradicciones, tendremos que trabajar para hacerlo pedazos nosotros.

Cualquiera que sea el resultado de este referéndum, las ganancias duraderas que necesitamos dependen ante todo de nuestra propia capacidad como clase para organizarnos por nosotros mismos y luchar. Un internacionalismo genuino y práctico es clave para ello.

La esperanza no radica en tratar de crear nuevas aristocracias obreras o en la solidaridad internacional de los nacionalistas de izquierda, sino en unir a los trabajadores desde abajo luchando contra el Estado, el capital, el patriarcado y la supremacía blanca por todo el mundo.


Mike Sabot



Notas:


1.- Ha habido una gran confusión, u ofuscación, sobre el significado de “nacionalismo”. Patrick Harvie por ejemplo, coordinador del Partido Verde, ha insistido en que no es nacionalista, y algunos han insistido entre un nacionalismo bueno" (un estado pequeño, nuevo o civil), frente a un nacionalismo “malo” (Estados grandes, imperialistas o étnicos), y otros han efectuado declaraciones simplistas de “internacionalismo”, otro término deformado hasta hacerlo irreconocible. Debemos juzgar a las personas por sus acciones y no por su retórica: ¿Están fomentando una comunidad imaginaria interclasista y el cambio social a través del Estado o no?

2.- Mientras el Weltfare o bienestar ayuda a quien lo necesita, el Workfare impone el cumplimiento previo de condiciones, entre ellas aceptar trabajar gratuitamente o casi.