Paul Goodman y los males de la civilización tecnológica
Paul Goodman y los males de la civilización tecnológica
Existe la creencia política de que los científicos e inventores, e incluso los investigadores sociales, son neutrales en relación con los valores, y que su trabajo es "aplicado" por aquellos con responsabilidad de gobierno en una nación. El anarquista Goodman, por supuesto con una tendencia pluralista, considera de forma opuesta que todos los trabajadores, incluidos científicos e investigadores, deben tener una responsabilidad en la utilización de su trabajo; la tendencia a la diversidad, a la distribución amplia del poder de decisión, puede parecer conflictiva, pero resulta en realidad básicamente estable, ya que en lugar de los pocos objetivos nacionales decididos de forma estrecha por una minoría, existen cosas muy gratas y útiles en muchas actividades de la vida. La propuesta anarquista de Goodman, como no podía ser de otra manera, pasa por descentralizar de forma considerable la investigación y el desarrollo, y distribuir los recursos de carácter nacional a través de miles de centros de iniciativa y decisión. Si la creencia habitual es que el desarrollo técnico solo es programable baja la dirección de un mando central, en realidad los que dan lugar a idea innovadores son aquello que están en contacto directo con la cuestión de que se trate. Los centros directivos distantes, basándose en instrucciones burocráticas, rara vez aportan soluciones que abran nuevos caminos, ya que suelen limitarse a repetir lo antiguo. La descentralización generalizada exige más inteligencia, en lugar de unos pocos intelectos organizados corporativamente muy dados a la precipitación, la angustia y la avaricia. En cambio, un grupo pequeño en contacto con una realidad concreta tiene la ventaja de una buena comunicación y están además exentos de la presión de la inmediatez o de la preocupación continua por el prestigio personal.
En la época moderna, a partir de finales del siglo XIX, se produce un apogeo de la fe pública en los efectos beneficiosos de la religión científica; asimismo, se pensaba que los hombres serían objetivos, respetuosos con la realidad, precisos, libres de supersticiones y tabúes, e inmunes a las autoridades irraciones y empíricas. Ya en la época de Goodman, décadas más tarde y después de dos guerras mundiales, la confianza en la ciencia y la tecnología parecía un mal chiste. Sin embargo, como resulta lógico, no es cuestión de abandonar la civilización tecnológica, sino de reformarla de modo radical; Goodman, a pesar de ser consciente de los enormes obstáculos, poseía una gran confianza en una transformación de la conciencia. A principios del siglo XXI, los males de la fe tecnológica deshumanizada siguen siendo los mismos e incluso mayores; la civilización es capaz de producir la más increíble tecnología, pero en cambio no puede o no quiere acabar con el hambre, construir mejores viviendas u hospitales o mejorar la educación. Sin embargo, Goodman no deseaba realizar una oposición entre una cosa y otra; si el hombre es capaz de innovar de manera sorprendente en aspectos técnicos sin ser capaz de acabar con males intolerables, no es por hipocresía, es porque la estupidez acompaña inevitablemente a la condición humana. La reforma radical de carácter humanista que se pretende debe tener en cuenta estos aspectos de la condición del hombre; a ello se une la terrible pérdida de personalidad y de espíritu creador que ha supuesto el desarrollo tecnológico en la sociedad contemporánea. El anarquista Goodman, también sicólogo de formación, está convencido de que una organización social tendente a la uniformización, la rutina y el control es un desastre general; se trata de un proceso de socialización que tiende a la colectivización y a esa pérdida de personalidad en el individuo, por lo que solo es paliable con la descentralización, la autogestión y una educación con efectos antídotos.
Capi Vidal
http://reflexionesdesdeanarres.blogspot.com.es/2013/01/paul-goodman-y-los-males-de-la.html