Nombres en la Historia

 

Religion y ciencia, de Bertrand Russell

DETERMINISMO

En términos generales, podemos dar una definición de determinismo como la teoría que sostiene que todo lo que ha habido, hay y habrá, y todo lo que ha sucedido, sucede y sucederá, está de antemano fijado, condicionado y establecido, no siendo posible que suceda más que lo que este fijado de antemano, condicionado y establecido. Se entenderá lo importante de dicho concepto para una discusión sobre la libertad. Toda doctrina que sostenga que hay un destino ineluctable o que existe la predestinación es, como parece evidente, determinista, aunque es posible distinguir entre cualquiera de esas doctrinas y un determinismo en sentido estricto. Aunque la predestinación puede afectar a toda la realidad, tanto las ideas de destino, como de la propia de predestinación, parecen pertenecer al ámbito de las acciones humanas. En cambio, el determinismo abarca más campo, y puede hablarse del mismo en todos los fenómenos del universo. Por ello, se habla de un determinismo universal y se asocia casi siempre a la idea de causalidad que rige el universo entero. Ahora se entenderá la importancia de este concepto para la religión y para la ciencia.

Se puede hacer una distinción entre determinismo, en cuanto "causalismo", y teleología, en cuanto "finalismo". Aunque puede haber puntos en común entre los dos conceptos, el determinismo se asocia más frecuentemente a las causas eficientes y el finalismo, a las causas finales. El determinismo en la modernidad está vinculado a una concepción mecánica del universo y es característico de él su "universalismo", ya que suele referirse a todos los acontecimientos del universo. No obstante, habría que ser cauto para no reducir el determinismo a una definición errónea (como el considerar que "todo está ya dado" en un determinado sistema); veamos lo que pueden ser las características de un sistema determinista: el sistema debe ser cerrado, no admitir elementos externos que se inserten a él y alteren sus condiciones o su desarrollo; el sistema debe abarcar elementos, acontecimientos o estados del mismo tipo ontológico (si hablamos del mundo físico, elementos, acontecimientos o estados físicos); el sistema debe incluir secuencias temporales, de modo que se evite reducir las tendencias funcionales a dependencias del tipo manifestado por los sistemas formales deductivos; por último, el sistema debe poseer un conjunto de condiciones iniciales que, en el caso de admitir que el sistema cerrado es el único existente, no necesita estar él mismo determinado (ya que decir que está determinado por razones externas a él, supone insertar en él otro sistema). Las oposiciones la determinismo se han hecho desde puntos de vista éticos y antropológicos-filosóficos, tantas veces al creer que en caso de darse no existiría el libre albedrío (un concepto religioso, del que hablaremos más adelante), y por considerar que la libertad es necesaria en la existencia humana (una crítica más propia del existencialismo).

El concepto de "libre albedrío" era negado por Bakunin, ya que la libertad de la voluntad no es incondicional, existen un incontable número de acciones, circunstancias y condiciones, materiales y sociales, durante el desarrollo de una persona, que continúan formándole mientras vive; solo con un acto de la voluntad no podría romper esta concatenación que resulta incomprensible a la imaginación humana. Bertrand Russell consideraba los conceptos de libertad y determinismo como antitéticos, aunque veremos que su visión no se acerca tampoco a la noción del "libre albedrío" o "libre voluntad". El determinismo puede verse desde dos puntos de vista: como una máxima práctica para guía de los investigadores científicos (la búsqueda de leyes causales, algo que constituye la esencia de la ciencia), y como una doctrina general respecto a la naturaleza del universo. En el primer caso, la búsqueda de leyes causales en el campo científico no implica una completa determinación del futuro por el pasado (podría ser completa si sabemos lo suficiente del pasado y sobre las leyes causales). En cualquier caso, si consideramos que el determinismo consiste en afirmar algo que puede hacerse probable o improbable mediante la prueba, debe ser enunciado en relación con nuestra capacidad humana. La idea de un Dios omnisciente, que puede saber de antemano todo el curso del futuro, es algo que obviamente está fuera de la verificación científica. Para tener una doctrina que pueda verificarse no es suficiente decir que todo el curso de la naturaleza debe estar determinado por leyes causales; solo podemos verificar nuestra doctrina en relación con una parte finita del universo y las leyes serán lo suficientemente sencillas para poder hacer cálculos con ellas. Aunque eso resulta obvio, hay que decir que es más difícil enunciar un principio de manera que sea aplicable cuando nuestros datos se confinan a una parte finita del universo, ya que a veces aparecen factores externos que dan lugar a efectos inesperados. Vamos a ver cuál era la definición exacta que daba Russell al determinismo: "Hay leyes causales descubribles tales que, dados poderes de cálculo suficientes (pero no sobrehumanos), un hombre que sabe todo lo que está sucediendo dentro de una esfera y en un cierto tiempo puede predecir todo lo que sucederá en el centro de la esfera durante el tiempo que emplea la luz para caminar de la circunferencia de la esfera al centro" (el ejemplo era el lapso de un año, ya que la luz tardaría este tiempo en viajar de la circunferencia al centro). Russell aclara que no está diciendo que este principio sea cierto, sino que esto es lo que debe entenderse por determinismo; podría decirse que es un ideal que inspira a la ciencia. Naturalmente, lo que la gente entendía por determinismo, fuera de esta indagación científica propia de la modernidad, es algo menos definido.

Como he dicho anteriormente, numerosos autores han tratado de negar el determinismo en aras de la idea de una voluntad libre (o, al menos conciliar ambos conceptos). Russell consideraba que la ciencia parecía convertir en improbable la idea de una voluntad libre; aunque no negaba del todo su posibilidad, sí hacía muy probable que, de existir voliciones sin causa, habrían de ser muy raras. La importancia afectiva de la libre voluntad parece descansar en cierta confusión de ideas. No se tarda demasiado en imaginar que, si la voluntad tiene causas, podemos ser obligados a realizar cosas que no queremos. Russell dejaba claro este error: el deseo es la causa de la acción, aun si el deseo mismo tiene causas. Obviamente, resulta desagradable que nuestros deseos sean contrariados, pero no es más probable que esto suceda si son causados que si son incausados. Las leyes causales no nos imponen el sentimiento de impotencia; el poder o potestad consiste en ser capaz de obtener efectos propuestos, y ello no aumenta ni disminuye por le descubrimiento de las causas de nuestros propósitos. Incluso, los creyentes en la voluntad libre, de alguna manera, creen también en que la voliciones tienen causas; por ejemplo, creen que la virtud puede ser inculcada por una buena educación, o que los sermones contribuyen a un buen comportamiento. Si verdaderamente se pensara que una voluntad virtuosa no tuviera causas, nada podría hacerse para promoverla. Puede decirse que, prácticamente, todo nuestro trato con los demás se basa en la suposición de que las acciones humanas resultan de circunstancias antecedentes. De ello se deriva la propaganda política, el derecho penal o toda obra escrita en aras de influir en la conducta; si se creyera de veras en la doctrina de la voluntad libre, que no existen causas en la conducta, nada de ello tendría sentido. Es absurdo pensar que algo no tiene causa, e incluso cuando el sujeto desconoce por qué hizo tal cosa, se investiga en su subconsciente para tratar de averiguarlo. Hay quien dice que la intronspección nos informa directamente de la libertad de la voluntad, algo que cuestiona Russell; las causas de los actos, como de otros acaeceres, deben descubrirse observando sus antecedentes y descubriendo alguna ley de secuencia. Cuestionar la noción de "voluntad" en este sentido, en el de negar las causas en la conducta, no supone obviamente negar la distinción entre actos "voluntarios" e "involuntarios". Existen movimientos corporales que pueden describirse como involuntarios, aunque controlables dentro de ciertos límites; otros, como caminar o hablar, son enteramente voluntarios. Las acciones voluntarias pueden ser causadas por antecedentes síquicos, aunque Russell niega que ello se vea como una clase peculiar de acaeceres tales como las llamadas "voliciones".

Lo que se quiere decir es que no hay contradicción en negar el determinismo y, al mismo tiempo, la voluntad libre. Ambas, constituyen doctrinas metafísicas que van más allá de lo que es científicamente verificable. Aunque las leyes causales son la esencia de la ciencia, y el determinismo puede ser una hipótesis de trabajo para el científico, solo se está obligado a afirmar que existen esas leyes donde se encuentran. Resultaría imprudente hacer lo contrario, aunque aún lo es más afirmar que existen regiones donde no operan las leyes causales. Desde un punto de vista teórico, esa aserción no puede ser nunca garantizada por el conocimiento; desde el punto de vista práctico, la afirmación de que no existen leyes causales en cierto campo desalienta la investigación y puede impedir el avance científico. Russell observaba esta doble imprudencia, tanto en los que afirman que los cambios en los átomos no son deterministas, como los que sostienen de manera dogmática la doctrina de la libre voluntad. Ante el dogmatismo de uno u otro calibre, la ciencia debe mantenerse puramente empírica, no llevando la afirmación ni la negación más allá del punto verificado por la evidencia. Las controversias como las del determinismo y la voluntad libre surgen de pasiones fuertes, pero lógicamente irreconciliables. El determinismo abrió las puertas al poder, y por ello acabó siendo aceptada, porque saber que hay leyes causales nos supone cierto control sobre el devenir (al contrario que cuando se atribuían los desastres a fuerzas maléficas y caprichosas). Al mismo tiempo que gusta a muchos tener poder sobre la naturaleza, no les gusta que la naturaleza tenga poder sobre ellos, que existe cierta necesidad en los actos humanos. Hubo quien trató de conciliar el determinismo con la libertad con alguna artimaña dialéctica; otros, preservaron con comodidad la libertad en el mundo humano, y asignaron el determinismo al resto de la naturaleza. Aunque no hay razón para abrazar ninguna de esas perspectivas, tampoco la hay para establecer ninguna verdad (habitualmente, religiosa) combinando los rasgos amables de ambos conceptos, ni para creer que esa verdad sea determinable en algún grado por su relación con nuestros deseos.

PROPÓSITO CÓSMICO

Una de las ideas inherentes al pensamiento religioso moderno es que la concepción de la evolución está dirigida hacia algo éticamente valioso, algo que de algún modo supone que tenga sentido el largo proceso. Hay quien señala a la ciencia como incompleta al no poder responder a preguntas que la religión (supuestamente) puede: ¿Por qué el sol digo lugar a los planetas? o ¿por qué se formaron la estrellas? o tantas otras preguntas que deberían suponer una respuesta admirable, sin saber muy bien qué, ya que es algo que está solo en la mentalidad religiosa. Bertrand Russell mencionaba tres visiones al respecto: teísta, panteísta y la que él denominaba "emergente". La forma teísta, como es sabido, es la más simple y ortodoxa: Dios creó el mundo y las leyes naturales previendo que en algún momento se desarrollaría algún bien (el propósito solo existe en la mente del Creador y permanece externo a la creación). En la forma panteísta, Dios no es externo al universo, sino que es en realidad el propio universo considerado como un todo; por lo tanto, no hay acto de creación, sino que puede decirse que la fuerza creadora es el propio universo, la cual causa su desarrollo de acuerdo con un plan que tiene en la mente la fuerza creadora durante todo el proceso. En la forma "emergente", el propósito es más ciego; en un estado primitivo, nada en el universo prevé un estado posterior, pero una especie de impulsión ciega conduce a aquellos cambios que dan lugar a formas más desarrolladas (puede decirse que el fin está implícito en el comienzo). Vamos a desarrollar un poco más las diferentes posturas que defienden el propósito cósmico, por supuesto, con todos los ánimos críticos.

La visión teísta sostiene que hay una racionalidad en el universo afín a la mente racional del hombre, lo cual conduce a sus defensores a considerar que el proceso cósmico está dirigido por una mente. En este panorama, el progreso habría concluido en la creación del hombre civilizado, la cual no fue una consecuencia incomprensible ni improbable, sino el resultado de un propósito cósmico. Los fines hacia los que actúa este propósito, supuestamente hay que buscarlos en las cualidades y poderes distintivos del hombre (sus capacidades morales y espirituales). Es posible que un teísta honrado admita lo inaceptable de la existencia del mal en el mundo, aunque considerará que el universo, a diferencia del Creador, está haciéndose. Como afirma Russell, la idea de propósito es una idea natural al aplicarse a un artífice humano: deberá emplear tiempo y trabajo en ver cumplido un deseo. El ser omnipotente en el que creen los teístas no está sujeto a dichas manifestaciones, por lo que parece cuestionable que no dé lugar al ser humano de una vez y, en su lugar, existan tantas especies previas durante tanto tiempo. Si, según el monoteísmo, el mal es resultado de la existencia del hombre (ya se sabe, lo de la supuesta voluntad libre), ¿cómo explicar el mal en el mundo prehumano? La dudas al respecto son ya muy antiguas; un ser omnipotente que creo un mundo que contiene el mal (y no debido al pecado del hombre) no debe ser precisamente muy bueno. Las otras visiones, panteísta y emergentes, están menos expuestas a esta objeción.

Panteísmo

La concepción panteísta ha estado expuesta a muchas interpretaciones y a una evolución. Russell considera una muy influyente, que tiene mucho que ver con Hegel, lo cual no resulta precisamente muy inteligible. Los defensores de esta visión sostienen que la ciencia de los cuerpos vivos tiene necesidad de otras leyes además de las de la química y las de la física. Puede hablarse de la naturaleza de una conciencia divina presente en toda materia, sin que resulte fácil entonces distinguir entre materia viva y materia muerta. No obstante, la materia viva sería un poco más real que la muerta, siendo la conciencia humana todavía más real y, finalmente, la única realidad completa es Dios (el universo concebido como divino). En aras de preservar el pensamiento religioso, los panteístas rechazan una interpretación meramente mecánica (en términos de física y química) y consideran la vida algo así como un "milagro" perpetuo. Dios, la única realidad, estaría presente en el ser humano y aunque éste desapareciera la divinidad seguiría siendo eterna y lo que es real del hombre seguiría viviendo. En definitiva, según esta visión, la única realidad definitiva es la realidad espiritual o personal (lo cual debe ser un consuelo para los afligidos de este mundo, por lo que no tenemos más que dar la razón a Marx cuando justifica así la existencia de la religión).

Russell cuestiona, como es obvio, que la biología no sea reducible a la física y a la química o que la sicología no lo sea a la biología. La concepción mecanicista considera que un organismo viviente es un mecanismo complejo, físico-químico, que se autorregula y se autorrepara, por lo que la vida sería la suma de procesos físico-químicos que forman una serie continua interdependiente, sin solución de continuidad y sin la interferencia de ninguna fuerza extraña y misteriosa. No se puede trazar una línea rígida entre lo vivo y lo que no lo está, ya que no hay una sustancia química viva especial ni ningún elemento vital especial que se distinga de la materia muerta (no existe ninguna fuerza vital en acción). Por lo tanto, la biología nos dice que la materia viva es realmente un mecanismo físico-químico. La relación entre la fisiología y la sicología es más compleja, aunque Russell considera que no existe una gran distancia entre ambas: la física predice lo que veremos en ciertas circunstancias y nuestra visión no deja de ser un acaecer "síquico". Lo que está de fondo es la vieja distinción religiosa entre alma y cuerpo, algo que no hay que realizar para buscar una explicación verificable. Sin que pueda haber respuestas definitivas, la ciencia empuja a creer que los actos corporales pueden estar determinados por leyes físico-químicas, sin que haya que considerar al hombre como un mero autómata. Sin embargo, lo importante es no trazar un límite cortante entre la existencia humana y otras formas de vida, ya que la física y la química son igual de importantes en ambas. De igual modo, no existe tampoco dicho límite entre la materia orgánica y la inorgánica, por lo que no existe ninguna "fuerza vital" misteriosa.

Otra pregunta que se lanza es la posibilidad de que la sicología resulte ser una ciencia independiente, algo que se pone seriamente en duda. El sicoanálisis, hasta cierto punto, intentó crear esa ciencia, pero el intentar evitar la causación fisiológica condujo a que se pusiera seriamente en duda. Tanto la física, como la sicología, deben evitar toda influencia metáfisica (ya sea sobre la materia o sobre la sique) y es posible que den lugar a una ciencia intermedia que se ocupe de las leyes causales y de los efectos. Al respecto, se pone en cuestión también el concepto de "personalidad", entendiéndolo como una especie de principio unificador que vincula los diversos componentes de la sique (en este sentido, es posible que ocupara el lugar del concepto de "alma", por lo que sigue siendo una idea muy vaga). Aunque resulte atractiva la idea de que los acaeceres suceden a cada hombre en particular, Russell se atrevía ponerla en duda, si con ello queremos ver que la personalidad es misteriosa e irreductible.

Las críticas que Russell dirige a la visión Hegeliana (recordemos que él las vincula a cierto panteísmo) son tremendamente importantes. Según esa visión, nada estaría realmente separado de cualquier otra cosa, incluso el pasado y el futuro de cada hombre coexisten con el presente, y el espacio en que todos vivimos está también dentro de cada uno de nosotros. Del mismo modo, la personalidad del hombre está constituida por su espiritualidad, por sus ideales, los cuales son todos casi lo mismo y están presentes en nosotros (verdad, justicia, caridad, belleza...). De estos ideales comunes y de la hermandad que crean proviene la revelación de Dios. La cosa parece desmontarse fácilmente, cuando vemos los diferentes ideales a los que aspiran los diferentes hombres y lo diversos dioses en los que se encarnan. Tanto apelar a una realidad ideal o espiritual ajena al mundo terrenal debe despertar a los que sufren y empezar a vincular la idea de Dios con la injusticia económica. Por otra parte, poner en cuestión la noción de tiempo, como hacen los panteístas, dificulta la propia idea de evolución: difícilmente, podemos esperar que llegue lo más agradable en un futuro cuando afirman que el tiempo no existe.

La doctrina emergente

A diferencia de la visión anterior, esta doctrina sí sostiene cabalmente la realidad del tiempo. Según la misma, la vida surge de la materia y la sique de la vida, y no hay razón para pensar que el proceso se detenga (la cualidad final sería Dios). El mundo no tendría la divinidad en una etapa previa, pero tiende hacia ella; de este modo, Dios no sería el creador, sino el creado. Puede decirse que hay una fuerza misteriosa que impulsa a todo a evolucionar; el mundo se hace cada vez más rico y se convertirá en un lugar estupendo. Naturalmente, estamos ante una visión esotérica, que toma pobremente elementos de la biología y de la evolución a su conveniencia. Aunque parece ser que la doctrina emergente pretende escapar al determinismo, podemos ver que cae en él cuando predice la futura existencia de Dios sin, por supuesto, razones sólidas para ello. Si se afirma la existencia de tres etapas en la evolución, materia, vida y conciencia, supuestamente previas a la existencia divina, no hay grandes razones para pensar que la evolución se detenga ahí (pudiendo existir infinidad de etapas más). Por otra parte, aunque aceptemos que la conciencia tenga cierta consciencia sobre una etapa posterior, no podemos aceptar que la materia previera la vida y tampoco que la vida previera la conciencia. Puede decirse que esta concepción emergente fue una nueva vía para el pensamiento religioso, el cual rechaza la idea de un Dios creador para abrazar la creación de la divinidad en el universo.

No existe razón alguna para pensar que existe un propósito en la existencia y, además, es demostrable lo pernicioso de seguir sosteniendo dichas teorías. El planeta tierra es solo un lugar muy pequeño del universo y si el propósito cósmico es desarrollar el espíritu, es muy pobre ver que ha logrado tan poco en tanto tiempo. La ciencia no da señales de conciencia en ningún otro lugar, y es posible que la religión sea incapaz de aceptar que la misma se produjera por accidente; la realidad, sin embargo, es que los accidentes ocurren. Incluso, aceptando que la tierra fuera un lugar especial dentro de un propósito cósmico, es sabido que no será un lugar habitable por siempre. Naturalmente, el fin de la vida ocurrirá dentro de mucho tiempo y es posible tener todo tipo de esperanzas, incluidas las especulaciones más absurdas. Pensar que existen buenas intenciones en el universo es, por decirlo suavemente, muy peculiar. Desde luego, no puede negarse que nosotros somos producto de ese universo, pero es como para preguntarse si somos verdaderamente tan especiales como para pensar que hay un propósito en nuestra existencia. Por supuesto, creo en la perfección de los valores, pero siempre admitiendo que solo tienen sentido en una existencia real y humana, no trasladándolos a mundo imaginarios. Como alguien dijo, con envidiable buen humor, no existe soberbia en negar a un ser trascendente; existe soberbia en pensar que un ser omnipotente, omnisciente y totalmente bondadoso nos ha creado a nosotros. Aceptar lo absurdo de esa visión es comenzar a mejorar el mundo terrenal.

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