Sociología del anarquismo hispánico

(sobre el libro de Juan Gómez Casas)

 
Esta estupenda obra de Juan Gómez Casas arroja luz sobre el nacimiento y desarrollo del anarquismo en España. Son tres las hipótesis que se critican sobre el porqué del fenómeno ácrata: la ruralista, la religiosa y la que se refiere a idiosincrasia: Historia y Fuero. La hipótesis ruralista, la favorita de autores marxistas y no libertarios en general, alude a una supuesta nostalgia de un mundo bucólico simple, compuesto por pequeñas comunida-des rurales y artesanas, en el que el progreso no dictamina su severo juicio. Pueden verse aquí los rasgos de una visión lineal de la historia, reprochándose entonces al anarquismo su idealismo ajeno a las condiciones materiales objetivas. Según esta tesis, el anarquismo en España se justifica por su grado de atraso y subdesarrollo. Por supuesto, solo hace falta profundizar algo en las ideas ácratas para refutar esta visión demasiado generalizada. El anarquismo, optimista sí sobre el hombre y la sociedad, pero al mismo tiempo terriblemente pragmático al confiar más en las partes concretas que en el todo general, confía en un desarrollo en sentido amplio; lo que desmonta la hipótesis ruralista.

Gómez Casas echa mano de los clásicos para demostrarlo, como es el caso de Proudhon en Del principio federativo, en el que pueden apreciarse ya los rasgos autogestionarios de la empresa obrera, aunque todavía estarían por llegar Bakunin y Kropotkin. Es Bakunin el que consolida la visión anarquista al hablar de la planificación democrática y libertaria, realizada de abajo arriba por la federación de empresas autogestionadas. Con James Guillaume aparecerán las formulaciones del sindicalismo moderno de inspiración libertaria al mostrarse partidario de la creación de federaciones corporativas industriales. Por lo tanto, se plantea con estos autores el problema de la convergencia de los dos federalismos, el económico y el político. Bakunin considera que las asociaciones obreras de producción deben estar libremente federadas en el seno de las comunas (municipios), las cuales a su vez lo estarán entre sí: "La vida y la acción espontánea, suspendidas durante siglos por la acción, por la absorción todopoderosa del Estado, serán devueltas a las comunas tras la abdicación de aquel". Kropotkin, que con su comunismo libertario o anárquico será el inspirador directo en las propuestas del anarcosindicalismo español, se expresa así en 1899: "Observamos en las naciones civilizadas el germen de una nueva forma social que ha de suceder a la antigua (...) Esta sociedad estará compuesta por numerosas asociaciones enlazadas entre sí para todo cuanto requiere un esfuerzo común: federación de productores para todas las clases de producción, comunidades para el consumo, federación de esas comunidades entre sí y federación de las mismas con los grupos de producción; por último, grupos más extensos aún que abarquen todo un país y hasta varios, y que estarán compuestos de personas que trabajen conjuntamente para la satisfacción de aquellas necesidades económicas, espirituales y artísticas que no están limitadas a un territorio determinado. Todos esos grupos asociarán sus esfuerzos por medio de un acuerdo mutuo (...) Se alentará la iniciativa personal y se combatirá toda tendencia a la unidad y a la centralización. Además, esta sociedad no cobrará rigidez en formas fijas e inmutables, puesto que será un organismo vivo y en constante desarrollo".

El pensamiento libertario en España tiene un proceso de evolución, desde las fórmulas del pactismo libre y federativo hasta el concepto eficacista de la autogestión, algo propio del movimiento obrero contemporáneo. La tesis ruralista queda desmontada al demostrarse que el anarquismo nació y se desarrolló a partir de dos núcleos iniciales radicados en Madrid, capital burocrática y administrativa del país, y Barcelona, emporio de la España industrial. Gómez Casas demuestra que el anarquismo español no tiene ningún carácter rural ni anacrónico ni es tampoco ajeno al progreso tecnológico. Otro asunto es, lo cual le sitúa con una innegable modernidad, que no se considere el desarrollo tecnológico como un fin, sino como un medio. Es algo inspirado en La conquista del pan, de Kropotkin, donde se nos recuerda que el ser humano, al conquistar la abundancia, tendrá tiempo para organizar su tiempo libre y reflexionar sobre el mundo por él creado y las interioridades humanas. La carrera tecnológica ciega emprendida por el capitalismo moderno tiene su alternativa en una lucha por la regeneración de la naturaleza, por el restablecimiento del equilibrio ecológico y, en suma, por un mundo más humano no alienado por el progreso tecnológico.

Otra hipótesis sobre el asentamiento del anarquismo en España es la religiosa, según la cual se confiaría en una especie de advenimiento de perfección social e individual. En algunas versiones distorsionantes, el anarquismo vendría a ser una herejía contra la autoridad establecida, lo cual lo aproximaría al protestantismo. Se olvida aquí fácilmente que la rebelión promovida por Lutero y Calvino no tardó en traer nuevos dogmas guiados por el afán de dominio. No es tampoco necesario aclarar, para cualquiera con un mínimo de cultura, que esos autores religiosos jamás fueron reivindicados por ningún pensador ácrata. No existe un espíritu religioso en los anarquistas españoles, más bien todo lo contrario, se trata de un espíritu de rebelión o anárquico, el cual aflora a través de manifestaciones que pueden ser primigeniamente religiosas, pero que se mezclan con otros contenidos sociales, económicos y políticos. Al margen de una visión, optimista y anticipatoria, como la que pudo tener algún autor clásico, que considere que la historia camina hacia metas anárquicas, resulta indudable que esa tendencia del pensamiento humano aparece desde los albores de los tiempos, cuando el individuo empieza a cobrar conciencia de su propia entidad. Por su interés, reproducimos un texto de José Luis Rubio del prólogo de Historia del anarcosindicalismo español, del propio Juan Gómez Casas: "Exponía [alude al sociólogo y sindicalista Helmut Rüdiger] que la tensión entre individuo y sociedad era algo permanente, imposible de superar en forma definitiva, y que la tarea del anarquismo era defender al individuo frente a su anulación en la comunidad, pero sabiendo que el triunfo pleno nunca podría alcanzarse, pues la tensión subsistiría siempre. Colocaba así el anarquismo en un plano aparentemente más modesto que el habitual y tradicional de fuerza revolucionaria, pero en el fondo en un plano más profundo, más perdurable: en el plano ético de la defensa del hombre, de su individualidad, de su personalidad, ahora, mañana, siempre, y en todas las sociedades imaginables. El anarquismo venía a ser, más que una táctica violenta de destrucción del sistema establecido, una ética de lucha permanente contra toda alienación, incluso contra la alienación revolucionaria".

No es necesario acudir a los clásicos para justificar que el anarquismo es ateo e incluso antirreligioso, por una cuestión de principios y necesidad filosófica. No existe simbiosis alguna entre el anarquismo y el protestantismo, como demuestra la actitud, no solo del anarquismo hispano, sino de importantes autores en un país como Alemania: Nettlau, Rocker, Landauer, Müsham... por otra parte, mejor no hablar de Stirner, ahí donde el anarquismo se desliza hacia el nihilismo y derriba todo lo sacro en aras del desarrollo del individuo. En cuanto a otros sectores cristianos, y dejando a un lado a Tolstoi, que no deja de ser una peculiaridad como pensador, su contacto con el anarquismo no deja de ser un intento de promocionar la justicia y la libertad humanas frente a una realidad trascendente. La influencia anarquista se extiende largamente y, en este repaso a la (obviamente, falsa) hipótesis religiosa sobre el origen del anarquismo en España, Gómez Casas dedica un apartado al filósofo católico Emmanuel Mounier. Este autor, puede ser calificado de revolucionario cristiano, enemigo de todo conservadurismo y defensor de la dignidad de la persona y de su valor superior (trascendente), por lo que se muestra contrario a toda alienación y a toda cosificación. A nivel económico, como partidario del federalismo, de la descentralización y por su crítica al Estado, Mounier recuerda a Proudhon y a otros pensadores libertarios. Sin embargo, como matiza Gómez Casas, este autor no es anarquista, y ni siquiera socialista, sino personalista; por ello, no acaba renunciando al Estado al necesitar su esquema de sociedad un arbitraje capaz de establecer equilibrios y ofrecer garantías a la persona y a los grupos sobre sus derechos. Puede decirse que en la filosofía personalista de Mounier existe una limitación del poder, en aras de una sociedad viva y multiforme, pero le reserva cierta fuerza coactiva para resolver los conflictos. El filósofo Carlos Díaz se empeñó en buscar las aproximaciones entre el personalismo de Mounier y el anarquismo, justificadas en una raíz común de búsqueda del amor y la libertad. Esa intención de fundar una especie de anarcopersonalismo tuvo un corto alcance; como se dijo anteriormente, las señas de identidad de las ideas libertarias son ateas (la idea de un ser supremo resulta inadmisible y se considera un simple reflejo de la acción humana) y contrarias a todo idea fija e inmutable (que se identifica con la religión). A pesar de ello, es comprensible que la defensa de la dignidad humana (de la persona o del individuo, la diferencia de terminología parece capricho de una u otra fiosofía) atraiga a personas de las más variadas sensibilidades.

En cuanto a la hipótesis que alude a la idiosincrasia: Fuero e Historia. Esto es, las razones aportadas para descifrar el fenómeno del anarquismo en España desde las hipótesis de ciertas características raciales o del carácter autóctono. Tal y como decía Ortega y Gasset en España invertebrada, no es fácil hablar de un carácter hispánico definido, aunque otros autores insistan en ciertos rasgos: particularismo, independencia, igualitarismo, justicia y quijotismo, individualismo... Si apartamos todos estos caracteres de cualquier relación histórica, es posible que los veamos como parte del anarquismo, tanto filosófico como práctico. Al fuerte individualismo en la idiosincrasia del hombre hispánico, se uniría el comunitarismo, la pertenencia a una comunidad, región o estrato social. Por supuesto, Gómez Casas comparte las reservas de Ortega, ya que los rasgos idiosincráticos están profundamente relativizados por la diversidad geográfica y del clima, por la diferencia de clase social y por las instituciones de distinta índole. El ser humano ve sus rasgos de carácter relativizados por los grandes hechos de la historia, por las revoluciones y las grandes transformaciones. Por el contrario, los regímenes absolutos de gobierno, que suspendieron fueros y libertades populares, condujeron a la inhibición de las prerrogativas individuales y a la sumisión a fuerzas poderosas. Historiadores, como Rudolf Rocker, han considerado que el recuerdo de ciertas manifestaciones populares, como es el caso de los municipios libres, no se había borrado del todo en España. Sin embargo, Gómez Casas insiste en que la interrupción violenta y prolongada de ciertas libertadas han llevado a la afasia ante la presión de los nuevos tiempos. Hay que estar de acuerdo con él, cuando las generaciones posteriores a la Guerra Civil española, después de décadas de dictadura, no poseen memoria alguna sobre el gran movimiento autogestionario iniciado en 1936. Por otra parte, sí hay que darle la razón a Rocker en que toda auténtica manifestación popular revolucionaria tiene rasgos inequívocamente libertarios. El movimiento anarquista, al margen de cierto espontaneísmo, no tuvo que improvisar al inicio de la revolución al existir una dilatada tradición obrerista en España. Los primeros esquemas de reestructuración social nacieron en el Congreso Obrero de Barcelona, en 1870 (constitución de la sección española de la AIT), y se transmitieron sin interrupción hasta 1936. Es decir, existían criterios preconcebidos y estudiados durante décadas, los cuales descansaban sobre la sólida base de las ideas libertarias, desde la histórica llegada de Fanelli a España en 1869. No obstante, y aunque hay que tener en cuenta los condicionamiento de las circunstancias históricas, Gómez Casas considera que sí puede considerarse al anarquismo continuador de las más puras tradiciones fueristas y municipalistas de la historia de España. Es el caso, por ejemplo, de los municipios libres medievales, pero enriquecidos por la modernidad con los contenidos del socialismo y del anarquismo. Fueron momentos históricos con ciertos rasgos libertarios, pero se rechaza una memoria histórica como justificación del fenómeno anarquista, tesis defendida por ciertos historiadores.

En Sociología del anarquismo hispánico, se analiza también el anarquismo como acto decisivo de militancia revolucionaria y tam-bién el marco histórico que distintas circuns-tancias nacionales habían preparado de manera óptima para su desarrollo. La reali-dad es que, mientras en España se desarro-llaba el internacionalismo anarquista, en otros países de Europa decrecía notable-mente; la explicación de ese declive en el resto de Europa la coloca Gómez Casas en dos factores: la experiencia parlamentaria desarrollada por la socialdemocracia ale-mana, especialmente después de la Comuna de París, y la marea creciente del nacionalismo-imperialismo. En una Europa que se prepara para la guerra, el anarquismo organizado es una contracorriente que parece inviable. Por el contrario, en España es explicable el fenómeno anarquista por varios factores: el voluntarismo revolucionario, las peculiaridades políticas de la época y cierta marginación del país de las corrientes europeas dominantes. Las ideas de Bakunin ganaron la partida a las de Marx en España, ya que en el anarquismo es el hombre el que desencadena los procesos históricos frente a una concepción marxista que observa fundamentalmente el desarrollo de las fuerzas productivas. Las ideas liberarias se desarrollarán sobre el mantillo ya creado por las de Proudhon, por Ramón de la Sagra y por el republicanismo federal. Éste, es superado por un anarquismo que aspira a acabar con todo poder político. Frente a la declaración marxista "el primer deber del proletariado es la conquista del poder político", el anarquista "la destrucción de todo poder político es el primer deber del proletariado". Los libertarios son fieles a la convicción de adecuar medios a fines, de tal manera que si el objetivo es la sociedad sin Estado y sin clases la estructura de las organizaciones anarquistas reflejará esa meta. Así, se anticipa la sociedad del povernir con estructuras federalistas y democráticas, en las cuales los dirigentes son sustituidos por una base social activa con igual potestad para todos sus miembros. Si ciertas estructuras de partidos, centralizadas y jerárquicas, favorecen la creación del dirigente, las secciones libertarias dan lugar a la figura del militante, artífice de la prefiguración antes mencionada. El militante no acepta influencia externa alguna y, desde la base de su organización, construye y dirige su acción cotidiana elevándose desde lo concreto a lo abstracto. Frente al fatalismo producto de supuestas leyes de desarrollo histórico, la acción cotidiana y la proyección revolucionaria es el resultado de la acción concertada y corresponsable de todos los militantes libertarios. Es esta concepción, que supone el rechazo al Estado y a la lucha parlamentaria, la que confiere al anarquismo español una superioridad y coherencia sobre cualquier otra corriente izquierdista hasta 1936. Desgraciadamente, muchos autores han interpretado como un error este triunfo del anarquismo en España, pero la perspectiva que nos da una visión amplia pone las cosas en su sitio.

Gómez Casas nos introduce en las peculiaridades políticas de la época. Así, tras el golpe de Pavía y la Restauración, la Internacional para a ser clandestina hasta 1881. Hasta ese momento, el movimiento se mostraba cauto y trataba de organizar a los trabajadores sin apresuramiento. Cuando Sagasta inaugura en la fecha señalada un nuevo periodo de garantías constitucionales, ya están vigentes los partidos dinásticos que se suceden en el gobierno; el caciquismo oligárquico será el rasgo fundamental, estrechamente vinculado a los gobernantes de Madrid. Solo cuando los partidos modernos, como los republicanos y el socialista, van creando pequeños enclaves autónomos será posible el sufragio universal. El otro factor señalado influyente en la configuración del movimiento obrero español, de predominancia ácrata, es la inexistencia casi absoluta de presión nacionalista y, aún menos, imperialista. El desastre colonial deja apartada a España de la pugna entre las potencias europeas por adquirir mercados y territorios, tanto ultramarinos como colindantes. Así, no se da tampoco una centralización y regimentación sobre la conciencia nacional, que sí llega a contagiar al movimiento obrero en ciertos países. El anarquismo, a pesar de ser reprimido y relegado a la clandestinidad con frecuencia, conserva su pureza inicial y no se corrompe ni se disgrega volviendo, una y otra vez, a brotar con fuerza. Eso también explica que el socialismo en España no se integre en la lucha parlamentaria hasta mucho después que en el resto de Europa, debido al caciquismo que supone una centralización y tribalización del poder. El obrerismo, especialmente en las zonas rurales, se convence de la inutilidad de la lucha electoral y, al mismo tiempo, confía en la posibilidad del cambio revolucionario al comprobar que el poder es algo tangible y próximo sin necesidad de grandes aparatos burocráticos. Grosso modo, este es el repaso que da Gómez Casas a la vicisitud histórica, con muchos antecedentes, claro está, del primer proletariado español organizado, militante y consciente de sus obligaciones y derechos.

Puede decirse que el anarquismo es una filosofía, sobre todo, de la persona, de su desarrollo integral y basada, por lo tanto, en una ética de la responsabilidad personal. Después de eso, sería una teoría revolucionaria y transformadora de la sociedad. Frente a la simple concepción economicista de la historia, los anarquistas se han esforzado en mostrar también la alienación producto de lo cultural, lo político y lo religioso, no subordinadas necesariamente a la económica. Los portadores del conocimiento científico y político en el seno de las poblaciones primitivas inauguraron el comienzo de la alienación para generar enseguida privilegios económicos y políticos. Es esta fuerza primaria la que da lugar al principio de autoridad, la que configura el mundo antiguo, cuyos valores han prevalecido. La originalidad el anarquismo está, entre otras muchas aportaciones, en haber visto esta perpetuación de toda forma de estatismo. Para lograr una nueva sociedad, en lugar de esa sumisión a supuestas leyes históricas y a condiciones objetivas, el anarquismo insiste en adecuar medios a fines, en crear las propias condiciones para caminar hacia la utopía. Así, el elemento clave es la racionalidad, ya que se propone la autogestión de todos los sectores económicos y productivos de la actividad humana; esa autogestión supondría la materialización de tres grandes ideas, libertad, democracia y autonomía, a las que puede denominarse anarquía (sociedad sin clases y sin Estado). En la sociedad actual, esas nociones apenas tienen sentido y sirven para encubrir y justificar la irracionalidad de las instituciones y de las estructuras sociales dominantes; es decir, en su verdadero sentido son incompatibles con el capitalismo y con el Estado, con la explotación económica y política. La acción coherente con la filosofía antiautoritaria es el federalismo, el cual no puede entrar en contradicción en cuanto a medios y fines; es sinónimo de pacto libre, alianza libre, acuerdo libre, apoyo mutuo y solidaridad. El medio para acabar con el Estado y con el capitalismo es el federalismo económico y político. En el federalismo libertario, en el cual no hay cabida para ninguna expresión nacionalista (ya que hablar de una cultura de los pueblos, de una identidad colectiva, conlleva el peligro del estatismo), las personas pueden controlar los procesos económicos como elementos concretos de la producción, así como organizar todas las relaciones humanas en general a partir del hábitat donde viven. Es otra forma de entender la política que conduce hacia la anarquía.

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