Un punto sobre anarquismo

 

En el prefacio de mi libro sobre Bakunin (1993), cito al poeta de Ghana Ayi Kwei Armah, que escribía: “El presente está donde nos perdemos si nos olvidamos de nuestro pasado y no tenemos visión de nuestro futuro”. Esta frase me viene a la mente cuando celebramos la fundación emblemática del movimiento anarquista en Saint-Imier, en Suiza, en septiembre de 2012.

Referirse al pasado no supone un culto a los ancestros, del mismo modo que plantearse un mejor futuro para la humanidad no nos impone perdernos en sueños utópicos. Los anarquistas no deberían tener ninguna resistencia a celebrar las realizaciones de una generación precedente de socialistas libertarios, no como curiosidades históricas, sino como fuente de inspiración y de ideas. Quiero sencillamente proponer aquí algunas reflexiones sobre el tipo de anarquismo, o de socialismo revolucionario, que emergió de las luchas políticas entre miembros de la Primera Internacional en la década de 1870.


La mala prensa

El anarquismo como filosofía política tiene quizás la peor prensa posible. Ha sido ignorado, deformado, ridiculizado, vilipendiado, mal comprendido y mal interpretado por autores de todos los márgenes de la escena política: marxistas, demócratas, conservadores y liberales. Theodor Roosevelt, presidente de Estados Unidos, ha presentado el anarquismo con una fórmula célebre, como un “crimen contra la integridad de la raza humana” y, en el lenguaje corriente, la anarquía está invariablemente ligada al desorden, la violencia y el nihilismo. Un obstáculo añadido para una comprensión clara del anarquismo es el hecho de que el término “anarquista” ha sido aplicado a una gran variedad de filósofos y de individuos. Así, Ghandi, Spencer, Tolstói, Berdiáyev, Stirner, Ayn Rand, Nietszche, junto a figuras más familiares como Proudhon, Bakunin o Goldman, han sido todos calificados de anarquistas. Eso ha llevado a los críticos marxistas, como John Molyneux, a desacreditar el anarquismo como una filosofía política, completamente incoherente tanto en su teoría como en su estrategia de cambio social.

Pero ese no es el caso, porque hay que reconocer que el anarquismo es fundamentalmente un movimiento histórico y una tradición política que emergió hacia 1870, principalmente entre los miembros de la clase obrera reunidos en la Asociación Internacional de los Trabajadores, más conocida con el nombre de Primera Internacional.


El comunismo anarquista

Eso produjo una escisión, o “gran cisma” (según la expresión de James Toll) en el interior de la Asociación. Se la describe generalmente como si se hubiera concentrado en torno a una querella personal entre Karl Marx y Mijaíl Bakunin. Pero, como han subrayado Cole y otros autores, ese cisma no fue solo un choque de personalidades. Implicaba dos facciones en el interior del movimiento socialista, y concepciones muy diferentes del socialismo, del proceso de cambio revolucionario y de las condiciones de la liberación humana. La facción anarquista no se describe de entrada con el término “anarquista”, sin más bien como “federalista” o “socialista anti-autoritaria”, pero terminaron adoptando el término de sus oponentes marxistas y se definieron como “comunistas anarquistas”.

El anarquismo, por tanto, emergió como movimiento político entre los trabajadores de España, de Francia, de Italia y de Suiza en el vértigo de la Comuna de París. Entre sus promotores más conocidos, estaban Élisée Reclus, François Dumertheray, James Guillaume, Errico Malatesta, Carlo Cafiero, Jean Grave y Piotr Kropotkin. Louise Michel estuvo también asociada al movimiento, pero había sido deportada a Nueva Caledonia tras la derrota de la Comuna de París, junto a otros miles de comuneros. Pasó seis años en el exilio. Entre 1870 y 1930, el anarquismo, o socialismo revolucionario/libertario, se extendió por todo el mundo y no se limitó a Europa. Hacia finales del siglo XIX existieron, por supuesto, otras ramas del anarquismo, pero el comunismo anarquista era sin duda la tendencia dominante. Es importante advertir que el anarquismo de lucha de clases no fue una creación de intelectuales sino que emergió del militantismo de la clase obrera, y expresó una revuelta contra las condiciones de trabajo y de vida impuestas por el capitalismo industrial. Los primeros escritos de Kropotkin, se titularon Paroles d’un révolté (1885), por el periódico anarquista suizo Le Révolté. Kropotkin, que formaba parte de la sección general de la Primera Internacional en febrero de 1872, describía el anarquismo como una especie de síntesis entre el liberalismo radical, con su énfasis en la libertad del individuo, y el socialismo o el comunismo, que implicaba el repudio del capitalismo y el énfasis sobre la vida en común y la asociación voluntaria. Esta síntesis está bien ilustrada en el famoso adagio de Bakunin: “Que la libertad sin socialismo no es más que privilegio e injusticia, que el socialismo sin libertad no es más que esclavitud y brutalidad”.

La tendencia de los filósofos universitarios marxistas e individualistas (o egoístas) stirnerianos a fabricar una dicotomía radical entre el anarquismo y el socialismo es, por tanto, desde un punto de vista conceptual y también histórico, muy engañosa, y corrompe nuestra comprensión del socialismo.


Los principios de la Primera Internacional

El anarquismo, o al menos el tipo de anarquismo de lucha de clases promovido por los partidarios de la revolución social en el seno de la Primera Internacional, puede definirse a partir de cuatro principios fundamentales.

En primer lugar, un rechazo del poder del Estado y de toda forma de jerarquía y de opresión: una crítica de todas las formas de poder y de autoridad que inhiben la libertad del individuo considerado, por supuesto, como un ser social, no como un ego descarnado o una especie de individuo abstracto e inalienable, y menos aún como una esencia benévolamente fijada. Como dice una resolución del Congreso de Saint-Imier, la primera tarea del proletariado es la “destrucción de todo poder político”.

En segundo lugar, el repudio total de la economía capitalista de mercado, así como de su sistema de asalariado, propiedad privada, su ética de competición y la ideología de individualismo al máximo. De hecho, los primeros anarquistas de lucha de clase fueron fervientes anticapitalistas, que calificaron al asalariado como “esclavitud salarial”.

En tercer lugar, la visión de una sociedad basada únicamente en el apoyo mutuo y la cooperación voluntaria, una forma de organización social que daría lugar a la expresión más completa de la libertad humana y de todas las formas de vida social independientes del Estado y del capitalismo. Los anarquistas de lucha de clases creyeron, por tanto, en la organización voluntaria, no en el caos, ni en lo efímero ni en el “dejar hacer”, y consideraban las sociedades basadas en la tribu o en la familia, pero también en la vida social cotidiana de las sociedades más complejas, como muestran algunos principios de la anarquía. Élisée Reclus y Kropotkin se interesaron en la vida social de los pueblos tribales, o “sociedades sin gobierno”.

En cuarto lugar, los primeros anarquistas, como los marxistas, se apropiaron de aspectos radicales de la Ilustración: insistencia en la importancia de la razón crítica y de la ciencia empírica; rechazo de todos los dogmas basados en la tradición, el misticismo y la revelación divina; y afirmación de los valores humanos universales como la libertad, la igualdad y la solidaridad. El anarquismo era así una forma de socialismo ético.


La crítica de otros radicales

A medida que se desarrollaba el socialismo revolucionario, o anarquismo, en los veinte años que siguieron a la Comuna de París de 1871, tendía a criticar y a redefinirse en relación a otras tres formas de radicalismo político. Estas siguen presentes y tienen sus turiferarios contemporáneos. Hablamos del mutualismo, del individualismo radical y del marxismo.

Aunque Kropotkin y los anarquistas de lucha de clases hayan reconocido siempre que Proudhon expresaba sentimientos libertarios, y había sido un pionero y una fuente de inspiración en el desarrollo del anarquismo, han sido siempre críticos ante la tradición radical que se conocía con el nombre de mutualismo. Adoptada por muchos anarquistas individualistas americanos como Warren, Spooner y Tucker, esta tradición preconizaba la economía de mercado, la propiedad privada y la producción de mercancías a pequeña escala, todo ello rechazado por los comunistas anarquistas.

Eran también críticos ante la especie de individualismo radical (egoísmo) expresado por Max Stirner, por considerar que se trataba de una doctrina metafísica desgajada de las realidades sociales y en la frontera del nihilismo. Kropotkin destacaba que no tenía ningún sentido poner el acento sobre la supremacía de lo “único” en una situación de opresión y explotación económica, y sentía que el egoísmo estridente de Stirner iba en contra de los sentimientos de ayuda mutua y de igualdad reconocidos por la mayor parte de la gente.

Por último, sin duda, desde su nacimiento, los anarquistas han sido muy críticos con el sistema político preconizado por Marx y Engels, que se conocería posteriormente bajo el nombre de socialdemocracia, o más sencillamente, marxismo. En su célebre Manifiesto comunista (1846), Marx y Engels insistían en el hecho de que el partido comunista debía organizar a la clase obrera con el fin de lograr “la conquista del poder político”.

Eso daría lugar a un “Estado obrero” o a la “dictadura del proletariado”, bajo la cual todas las formas de producción (incluida la agricultura), así como los transportes, las comunicaciones y las finanzas, serían “poseídos” y administrados por el Estado nacional. Eso implicaría, como escribieron Marx y Engels, “la centralización del poder más decisiva en las manos de la autoridad del Estado”. Bakunin y los anarquistas comunistas han proclamado siempre que la ruta parlamentaria hacia el socialismo conducía al reformismo, y que la “toma de poder estatal” por el partido comunista en nombre de la clase obrera conduciría a la tiranía y al capitalismo de Estado. Y la Historia parece habernos dado la razón en estos dos puntos.

En contraste con la “acción política” –compromiso con el poder estatal, en el que los anarquistas han sentido siempre que existía una relación simbiótica con el capitalismo- los primeros anarquistas han proclamado la acción directa. Con ella se podía expresar, por medio de la insurrección, el sindicalismo o la política sobre una base comunitaria.


Nada nuevo en la actualidad

Estos últimos tiempos, el anarquismo de lucha de clases, tal como lo proclamaron y practicaron las generaciones precedentes de anarquistas comunistas, ha sido declarado “obsoleto”, o “pasado de moda”, o denunciado como “izquierdismo” por anarquistas contemporáneos, especialmente los que están bien calentitos en sus universidades. Se nos dice que a fines del siglo XX ha surgido un “nuevo” anarquismo, un anarquismo “post-izquierda”. Eso parece consistir en un pastiche bastante esotérico de diversas tendencias políticas, como el anarco-primitivismo, el anarco-capitalismo de Rothbard y Ayn Rand, el “terrorismo poético” salido de Nietszche y de la vanguardia, adoptado con fervor por Hakim Bey, el individualismo radical (egoísmo) de los devotos contemporáneos de Max Stirner, y el pretendido post-anarquismo salido de los escritos de mandarines universitarios del tipo de Derrida, Lyotard, Foucault y Deleuze. No hay nada nuevo ni original en estas diversas corrientes de pensamiento, y la idea de que los anarquistas del pasado hayan estado a favor de la modernidad o del modernismo es muy perversa. En efecto, los “antiguos” anarquistas, los socialistas libertarios, han repudiado totalmente tres componentes básicos de la pretendida “modernidad”: el Estado democrático, la economía capitalista de mercado y el individuo “abstraído” de la filosofía burguesa.

Por todo eso debemos seguir reivindicando la herencia del comunismo anarquista, tal y como fue formulado por primera vez hace ya mucho tiempo en el Congreso de Saint-Imier, y poner ese legado en consonancia con las luchas sociales y políticas contemporáneas.


Brian Morris

(Organize!)

Publicado en el número 296 del periódico anarquista Tierra y libertad (marzo de 2013)