Sobre la diferencia entre costes efectivos y costes al alza

 
Los economistas ortodoxos, al tratar las cuestiones referentes a la empresa, tienden a privilegiar o a considerar exclusivamente aspectos como la racionalización de los procesos productivos, la competencia, la iniciativa privada y la presunta o –en cualquier caso muy rara– soberanía real del mercado, es decir, de los consumidores. De esta manera, rechazan medirse con la práctica cotidiana efectiva de la actividad empresarial, que es evidente tanto por la realidad contemporánea como por los hechos históricos del capitalismo moderno desde sus orígenes.

De hecho, se suele infravalorar deliberadamente y, en muchos casos, se ignora totalmente, que una parte elevada de los beneficios –en muchos sectores preponderante– la obtienen las empresas extractivas, es decir, a través de la búsqueda y explotación de los yacimientos de recursos de todo género. En la práctica, sobre todo con las empresas más potentes, como las multinacionales, aunque también muchas medianas y pequeñas, se consiguen a precios tirados, donde sea posible, las materias primas, terrenos e infraestructuras industriales, aguas y fuentes energéticas y, sobre todo, fuerza de trabajo, aparte de normativas permisivas en cuanto a contaminación de suelos, aguas y aire, seguridad en el trabajo, existencia, previsión, sanidad y enseñanza así como en materia de créditos, valores y fiscalidad. En la práctica, con un desprecio que supera los límites de la legalidad, las empresas consiguen factores productivos en abundancia y a precios módicos, normalmente huyendo de las normativas de los autodenominados países desarrollados, cuyos trabajadores tienen protección sanitaria, medioambiental y demás. El conjunto de las medidas adoptadas para aumentar los beneficios, de manera ingente, se traduce en su mayoría en una drástica reducción de los costes.

Es importante recalcar que de lo que hablamos no es de los costes efectivos sino de los contabilizados por las empresas, de los que no hay control. Por coste efectivo de un bien cualquiera se entiende en este contexto el conjunto de de materias primas, fuerza de trabajo, fuentes energéticas y otros factores productivos, en las diferentes calidades necesarias para obtenerlos. El coste percibido por la empresa productora, es decir, el que registra en su contabilidad, es la suma de los precios pagados por esos factores productivos. Tal suma será determinada, efectivamente, en grado elevado y frecuentemente preponderante, por el nivel de precios de los mismos factores, por la moneda utilizada para las operaciones comerciales, financieras y cambiarias efectuadas, y por las relativas tasas de cambio.

Ahora que los precios de las materias primas y, sobre todo, las remuneraciones directas e indirectas de los trabajadores, evidencian elevadas diferencias, verdaderamente macroscópicas, entre el país en el que se efectúa la producción y aquel en el que el bien producido se vende, también el coste al alza para la empresa productora es grande o inconmensurablemente inferior y sin ninguna relación con el coste efectivo.

Y, de hecho, a ojos vista a menudo el coste efectivo, es decir, el empleo de los recursos materiales, es también de amplitud superior en el país en el que se ha escogido producir con respecto al que sería resultante produciendo en el lugar de venta. Resulta irrelevante la circunstancia de que en el país de comercialización del producto, la empresa posea una estructura productiva perfectamente capaz de obtenerlo, que está inutilizada. La empresa preferirá el derroche de capacidades productivas no utilizadas o infrautilizadas en función de sus cálculos de conveniencia que le permitan un aumento de los beneficios, o sea, de la diferencia entre provechos de venta y costes de producción.

A título de ejemplo, una empresa perfectamente capaz de producir con beneficios un bien en un autodenominado país desarrollado puede considerar conveniente volver a realizar en un país emergente o en vías de desarrollo la misma producción. De hecho, le sucede que así puede pagar sumas incomparablemente inferiores para conseguir los factores productivos necesarios y, por ello, niveles más altos de beneficio. No importará, en tal caso, si tiene que soportar costes elevados por el transporte incluso a través de miles de kilómetros de los productos a vender, por haber decidido no producirlos en el lugar de venta. Todavía tomará menos en consideración los costes añadidos en términos medioambientales, como el derroche del suelo y otros recursos, a menudo preciosos y no renovables, como el agua y las fuentes fósiles de energía, y el posterior envenenamiento del suelo, del aire y del agua, que podría evitarse si fuese utilizada la capacidad productiva preexistente que se mantiene inutilizada aposta. Casi con toda seguridad, y puede que inevitablemente, sucederá que los bienes producidos por los trabajadores superexplotados y subpagados a millares de kilómetros serán adquiridos por trabajadores enviados al paro por la misma empresa productora, con la compensación que les concede la asistencia pública que, en los países en los que han sido producidos normalmente no existe.

Pero, bien mirado, el derroche mayor y la consiguiente destrucción de riqueza vienen determinados por la ineficaz utilización de la fuerza de trabajo, que habría podido ser empleada en actividades tendentes al incremento de la riqueza, progreso y bienestar para la Humanidad, y al contrario se emplea para repetir actividades ya desarrolladas eficazmente en otra parte o incluso condenadas a la inactividad.

En resumen, el sistema socioeconómico del capitalismo moderno basado en la empresa se ha demostrado históricamente no en grado ni interesado en obtener el mayor nivel posible de progreso, riqueza y bienestar para la Humanidad. En otros términos, sin duda ninguna, una gran parte de las posibles conquistas de la Humanidad han sido perdidas definitivamente o destruidas porque no encajaban en el horizonte de los intereses de las clases financieras y negociantes que han dominado y dominan el sistema socioeconómico. Ni, obviamente, es posible olvidar que entre eso que ha se ha perdido para siempre están incluidas las mismísimas posibilidades de supervivencia de la Humanidad.

Francesco Mancini

Publicado en el número 315 del periódico anarquista Tierra y libertad (octubre de 2014)