Glosario (subjetivo, tan ecléctico como comprometido, flexible, supuestamente heterodoxo y sensible al debate y a razonables modificaciones)

 

Racionalismo: ¿Son plenamente identificables el anarquismo y el racionalismo? Esta pregunta resulta bastante jugosa en la llamada posmodernidad, en la que los valores de la Ilustración se dan por periclitados. El anarquismo "histórico" es materialista y racionalista, por supuesto, y posee una gran confianza en la ciencia -en la Razón, en definitiva- para organizar el mundo según un sistema ético y sociopolítico. Pero esos "ismos" (materialismo, racionalismo, cientificismo...) que pueden actúar como constantes medidores en la realidad -palabra a la que podemos dar un sentido objetivo, sin obviar lo importante de la subjetividad en su elaboración-, jamás deberían actúar como cortapisas y sí admitir sus posibilidades de expansión y las diversas lecturas. Ricardo Mella ya advirtió sobre los peligros de la enseñanza doctrinaria, incluida la llamada educación racionalista. Recordó el brillante teórico español que el fanatismo y los axiomas no debían tener cabida en el anarquismo, por mucho que se amparase en la ciencia o en la razón. No obstante, si puede considerarse muy cuestionable la razón como método de indagación de la verdad, y mucho más considerada como algo "trascendente" al ser humano y a la sociedad, todavía constituye un impagable contrapeso a los constantes peligros del dogma, de la revelación y de la fe (y recordaremos que estos conceptos tienen muchas caras, no solo la cristiana o católica). Las críticas al racionalismo y a la modernidad, tantas veces realizadas desde la frivolidad, desde un nuevo dogmatismo o desde una especie de relativismo, merecen una profundización; es el sistema capitalista el que se ha adueñado de ciertos conceptos, por lo que ahí deberían estar dirigidos los ataques, en primer lugar, a un sistema que deja la ética a un lado, instrumentaliza al ser humano y pervierte la naturaleza en nombre de una razón meramente formal.
El racionalismo, alejado de su acepción clásica y dogmática que habla de "soberanía" de la propia razón, daría una importancia primordial a la razón humana; sería un punto de partida con posibilidades de ser constantemente ampliado y enriquecido -antes del siglo XVIII era un concepto instrumentalizado por la religión-, pero jamás un garante infalible del conocimiento. El partir de los postulados de la razón en el análisis de la realidad no puede negar tampoco la importancia de otros aspectos del ser humano, como la pasión o la voluntad, y debe tener en cuenta siempre la ética y los juicios de valor (las críticas posmodernas van dirigidas, sobre todo, a una razón meramente formal, subjetiva, y el anarquismo siempre ha buscado coherencia entre medios y fines). Por otro lado, el racionalismo sigue siendo un instrumento fundamental para dejar a un lado la especulación sobrenatural, antesala, tantas veces, de la institucionalización del autoritarismo. La racionalidad en la modernidad ha generado monstruos terribles, pero su corrección y su expansión en aras de la ética y en lucha con la autoridad puede llevar el bienestar material a toda la humanidad. La identificación del anarquismo con el racionalismo -o, para ser más flexibles, consideremos sin duda que es una de sus señas de identidad-, y por muy importante que consideremos la instrucción científica en cada ser humano como herramienta para un posible acceso al conocimiento y a la verdad, lo libertario no debería caer nunca en el doctrinarismo, afirmando la fe ciega o la "indudable" superioridad de lo cientifico y lo racional -un medidor o un contrapeso importante, pero no un nuevo dogma-, y sí propiciar el estudio de las diversas verdades adquiridas.

Religión: De la palabra "religión" existen dos interpretaciones etimológicas. Una viene de "religar", "vincular" o "atar", y en ella se considera como propio la subordinación y vinculación a la divinidad (estar "religado" a Dios). En la otra interpretación, ser religioso vendría a significar ser escrupuloso (en los deberes impuestos al ciudadano en el culto a los dioses del Estado-ciudad). Esta segunda acepción tendría más que ver con el concepto de "justicia" (con una interpretación muy amplia, tal y como la entendían los romanos). Interpretada exclusivamente como justicia, la religión puede acabar prestando atención únicamente a lo moral o viceversa, cuando la moral se sacrifica enteramente a la fe. La interpretación de religión como "religación" resulta rechazable se mire por donde se mire: una dependencia que puede desembocar en "temor" o en "fascinación" (que también puede llamarse "papanatismo") o una consideración intuitiva de valores llamados supremos (la "santidad", tan abstracta y tan detestable a mi modo de ver). En definitiva, se puede decir que la idea de vinculación llevaría al tipo de religión llamado "inmanente", en el que la realidad con la cual el hombre está vinculado (según una interpretación religiosa) se encuentra en el hombre mismo; no parece haber un objeto suficientemente distinto del que siente y piensa. Por el contrario, la religación lleva al tipo de religión llamado "trascendente", donde el objeto se hallaría a una distancia incalculable. Ambas interpretaciones parecen antitéticas desde un punto de vista filosófico. No obstante, hay otros elementos considerados como propios de la religión que llevan a una oposición abierta desde un punto de vista libertario. La idea de la "revelación" o manifestación divina en un contexto histórico, ya sea a un hombre determinado o a todo un pueblo, que conduce a la "institucionalización". Se recurre constantemente, desde la laicidad, a considerar la religión como una cuestión privada (la libertad personal de cada cual), pero parece complicado no comprobar históricamente que ha tenido que ver con lo social y parece haber tenido siempre esa característica de "institucionalizada" o "institucionalizable". La llamada "religión natural", constituida por una serie de verdades, principios o normas, se ha querido ver independiente de la "religión revelada", pero puede considerarse que forman parte de la misma visión religiosa. Existen más tipos y modos de religión, pero pueden considerarse "doctrina" y "revelación" dos características interrelacionadas expuestas a un análisis crítico que debe conducir a superar cualquier tentativa religiosa (que lleva al dogma y a la esclerotización). Rudolf Rocker se atrevió a afirmar que existe una oposición interna entre religión y cultura. Toda política tiene, en última instancia, su raíz en la concepción religiosa de los hombres; no se pueden vincular los factores político y económico, ya que éste último es de naturaleza cultural, íntimamente unido con todas las fuerzas creadoras de la vida social. Existen puntos de contacto entre los fenómenos religiosos y los culturales, ya que ambos manan de la naturaleza humana, pero es necesario examinar más a fondo la relación existente entre ellos. Si religión y cultura arraigan ambas en el instinto de conservación del hombre, una vez que han cobrado vida toman caminos diferentes, a no existir entre ellas vínculos orgánicos, e incluso divergentes. Es dificultoso reducir el origen de la religión a la mera dominación, y el propio Rocker es cauto al respecto, y resulta practicamente imposible llegar al fondo de las concepciones religiosos mediante la especulación filosófica. Gracias a la ciencia, el hombre es más crítico a la hora de investigar el origen y desarrollo gradual de las religiones y tratar de comprender, así, los orígenes de la vida social y espiritual. El animismo y el fetichismo pueden considerarse como punto de partida de las concepciones religiosas, y están presentes en la raíz misma de las religiones principales que sobreviven en la actualidad. Los ritos, con los sacrificios que también persisten hoy en día de manera más o menos simbólica, suponen un paso más en la concepción religiosa con la expresión de la alianza del hombre y del "espíritu". "La religión es primeramente el sentimiento de la dependencia del hombre ante poderes superiores desconocidos. Para congraciarse con esos poderes y preservarse contra sus influencias funestas, el instinto de conservación del hombre impulsa a la búsqueda de medios y caminos que ofrezcan la posibilidad de conseguir ese propósito". Así, la religión se va externalizando, adopta un carácter social y surgen castas sacerdotales. Se debería huir del reduccionismo y de hacer un análisis simple, para tratar de indagar en cómo nació y se desarrolló la concepción religiosa, pero Rocker sí considera que la religión estuvo confundida desde el principio con la noción del poder, de la superioridad sobrenatural, de la coacción sobre los creyentes, con la dominación. Se llega así a la causa más profunda de todo sistema de dominio y se comprueba que toda política, en última instancia, es religiosa pretendiendo así mantener sumiso al espíritu del hombre. Pero ninguna dominación puede apoyarse, a la larga, únicamente en la fuerza bruta y en medios físicos, métodos que solo resultan inmediatos en la subyugación de los hombres; es necesario algo más, la creencia en los hombres de la inevitabilidad del poder, en su misión divina, que arraiga en lo profundo de los sentimientos religiosos del hombre y gana fuerza con la tradición. Todos los sistemas de dominio y dinastías de la antigüedad derivaron su origen de una divinidad, al comprender sus representantes que la creencia de los súbditos en el fundamento divino del amo resulta el sustento más consistente de todo poder. La religión es el principio más vigoroso a lo largo de la historia, encadena el espíritu del hombre y limita su pensamiento a determinadas formas en las que se decantará habitualmente por soluciones conservadoras y tradicionalistas rechazando toda innovación. Los grandes precursores del moderno Estado constitucional insistieron, igual que los anteriores defensores del absolutismo, en la necesidad de la religión para la prosperidad del poder estatal. El Estado se adorna con atributos divinos y se hace del culto a la nación una religión nueva, utiizando no pocas veces el peso de la tradición. La sumisión del hombre, la negación de su virtud solo reconducida mediante la ley religiosa o del Estado, toma forma en el divino "¡Tú debes!" o en el estatal "¡Estás obligado!".

Revolución: La palabra revolución no implica necesariamente violencia y sí una transformación en alguna de las estructuras fundamentales de la vida social: la económica, la política, la cultural o la familiar. Sin embargo, la propia palabra "violento" posee múltiples acepciones, pudiendo recuperarse para la transformación social, o revolución, aquella que alude a "actuar con ímpetu y fuerza" o "con intensidad". En cualquier caso, el concepto de cambio político (o cambio de régimen político: oligarquía, tiranía, democracia...) se ha tratado frecuentemente en la historia del pensamiento. Se puede distinguir entre la idea de cambio y la de revolución, tal y como ha sido desarrollada a partir de los siglos XVI y XVII. Una fuente es meramente científica, con influencia sobre lo político, y la otra sí considera los cambios políticos mismos, juzgados los suficientemente importantes para merecer el nombre de "revolución", en tanto que cambio súbito que pretende establecer un nuevo orden o, atención, a reestablecer por medios violentos un orden anterior. Esta última es una intención revolucionaria que no implica progreso ni innovación, que insiste en modelos anteriores considerados más justos o adecuados. No es el caso, por supuesto, de la concepción revolucionaria del anarquismo, que confía plenamente en la reducción de la opresión, en la expansión de la libertad y del beneficio y en la constante innovación con miras hacia la perfección. Por lo tanto, lo necesario para considerar un cambio como revolucionario es que haya cambios institucionales básicos en alguna de las esferas de la vida social. El término "revolución" tendrá gran difusión durante el siglo XVIII, con los escritos de los enciclopedistas franceses y con la llegada de las dos revoluciones consideradas arquetípicas: la Revolución Americana y la Revolución Francesa. A la idea de una revolución política sucedió la de una revolución social, constituyéndose algo que puede llamarse "filosofía de la Revolución", que examinará la naturaleza de la revolución y las condiciones necesarias para que se produzca una transformación digna de tal nombre. En el siglo XX se dará otra revolución arquetípica, la rusa, desarrollándose en la historia de la filosofía política una fundamental discusión acerca de si aquella fue una verdadera revolución o si, al institucionalizar la revolución, no procedió "contrarrevolucionariamente". Es una discusión que debiera tomar en cuenta el análisis anticipado de los anarquistas. Una nocion general del término "revolución" trata de designar un tipo de transformación lo suficientemente radical y abrupta para distinguirla del mero cambio o de algún tipo de evolución; es un noción quizá muy vaga para que sea útil a la hora del análisis filosófico o político. Puede haber una noción científica del término, en la que se producirían ciertos tipos de cambios conceptuales, lo que se llama un cambio de paradigma, aunque la ruptura puede ir aparejada a alguna forma de continuidad. Puede haber también revoluciones de carácter tecnológico o de carácter industrial, todas ellas ligadas al concepto imprescindible de revolución social. Es esta ultima noción de "revolución social" la que ha venido substituyendo a la meramente política. El concepto más amplio de "revolución social" pretende crear un "hombre nuevo", además de una "sociedad nueva". El filosofo marxista yugoslavo Gajo Petrovic elaboró esa idea de "revolución total" como la creación de un modo de Ser esencialmente distinto, no solo el paso de una forma de Ser a otra, sino el salto a la forma más alta de Ser. La especulación filosófica sobre el término "revolución", o sobre cualquier otro, y su asimilación parecen fundamentales a la hora de la acción política. No obstante, frente a toda suerte de elucubraciones excesivamente metafísicas, es aceptable la definición de Michael Albert: "La revolución es una suma de victorias conquistadas por una población despierta que introduce cambios fundamentales en las estructuras que definen las relaciones sociales".

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