La anarquía en acción de Colin Ward

 

Acción directa en la vida cotidiana

La descentralización y el orden espontáneo

La solidaridad horizontalidad como formas de cohesión social

La planificación social y el federalismo

Revolución sexual y educación liberadora

El trabajo enriquecedor y la comunidad del bienestar

El escritor y periodista Gordon Rattray Taylor, en Are Workers Human?, consideró la división entre la vida y el trabajo como uno de los problemas contemporáneos de mayor calado. Resulta impensable pedir responsabilidad e iniciativa a los hombres en su vida particular, si se les impide tenerlas en su experiencia laboral. La personalidad no es divisible en compartimentos estancos, y si se enseña a una persona a ser tutelada por una autoridad en el trabajo, seguramente reproducirá lo mismo en otros ámbitos de su vida. El novelista Nigel Balchin afirmó en cierta conferencia que los sicólogos industriales deberían, en lugar de esforzarse en averiguar toda suerte de bonificaciones para el trabajador, indagar en por qué éste, después de un penoso día laboral, llega a su casa y disfruta trabajando en su jardín (tal vez, por estar ahí libre de jefes o administradores, de la monotonía y por ser capaz de dirigir él mismo su trabajo). El deseo de independencia, y de tener la sensación de que puede controlarse su propio destino, parece inherente al ser humano, rara es la persona que no le gustaría ser su propio jefe y dirigir su propio negocio.

La autogestión por parte de los propios obreros se ha asomado en la historia una y otra vez. Hace cosa de un siglo, la cuestión tal vez daba motivos para ser más optimista a la clase trabajadora, con mayores concesiones por parte de las autoridades a los gremios obreros o a los movimientos cooperativistas. En la actualidad, esa demanda de control obrero ha desaparecido, prácticamente, de los organizaciones sindicales mayoritarias, más esforzadas en adquirir poder para negociar mejores condiciones laborales. Hay quien señalaba ya hace décadas la incompatibilidad entre el control de la industria y los sindicatos, entendidos como protección y defensa de los obreros, ya que se opondrían a la creación en la industria de una estructura representativa paralela. Lo que se quiere decir es que en los casos históricos conocidos, de control total o parcial por parte de la clase trabajadora, la estructura del sindicato es ajena a la Administración.

Frente a los que acusan a la autogestión obrera de ser una idea irrealizable debido a la magnitud y complejidad de la industria moderna, Colin Ward señalaba lo obsoleto de la concentración geográfica de la industria y cómo los modernos métodos de producción hacían también innecesaria una gran concentración de personas. En este sentido, la descentralización resulta factible y económicamente viable en la industria moderna, aunque las tendencias al respecto resulten prácticamente inexistentes. El anarquista contemporáneo Geoffrey Ostergaard se mostraba bastante pesimista respecto a las organizaciones sindicales y las aspiraciones del control de la industria, cuanto mayores son aquéllas más se diluyen sus objetivos revolucionarios; en la práctica, los sindicalistas tuvieron que elegir entre organizaciones que fueran reformistas, y puramente defensivas, o revolucionarias, y notablemente ineficaces. Colin Ward quería ver una solución que solucionara el dilema entre la mera lucha cotidiana de los obreros para mejorar sus condiciones laborales y una intención más radical; para ello, se inspiraba en lo que los sindicalistas y socialistas gremiales describían como "la usurpación del control" por medio de un "contrato colectivo": "un sistema por el cual los obreros realizarían una cantidad de trabajo específica a cambio de una cantidad de dinero que sería distribuida por el grupo de trabajo como lo creyese conveniente, con la condición de que los patronos renunciasen al control de proceso productivo en sí".  Este llamado "sistema de grupos" puede ser alabado como más humano, capaz de liberar a los hombres de muchas preocupaciones y permitirles concentrarse en su trabajo, distribuyendo las responsabilidades de la manera que deseen (con diversos cargos al respecto, como jefes supervisores del trabajo o delegados de grupos proveedores de material); del mismo modo, se les deja desarrollar sus habilidades, permite otorgar las tareas a los más idóneos, proporciona una marco de seguridad y se busca, naturalmente, la equidad salarial. El hecho de asumir cargos de responsabilidad resulta educativo en todos los sentidos, al contrario que en una organización del trabajo tutelada en la que el obrero es reducido a "una condición inhumana de irresponsabilidad intelectual".

Ejemplos de control del trabajo por los trabajadores existen, a pesar de todo, y demuestran que la sumisión a una gestión paternalista no es necesaria, ni incluso más eficaz. Pero más importante resulta, como puede ocurrir también en el conjunto de la sociedad, es que promueven la solidaridad entre las personas en lugar de su división (a causa de las diferencias salariales o en las funciones). Colin Ward respondía afirmativamente, incluso, a la pregunta de si pueden los obreros dirigir la industria, ya que ya lo estaban haciendo en determinadas situaciones. Si el conjunto de la industria estuviera controlada por los obreros, la sociedad anarquista demandaría objetos cuyo funcionamiento fuera "transparente" y cuya reparación pudiera hacerse de manera fácil y rápida, incluso por el propio usuario. La sociedad capitalista ha conducido a trabajos absurdos que pueden ser evitables en lo que Ward denomina Taller Comunitario, concebido como un imaginativo servicio social para el "ocio creativo"; estos talleres, podrían convertirse en una fábrica mayor que se adelantase, como prerrequisito, a una futura economía controlada por los productores. Se trata de una petición a las personas de que se esfuercen en fortalecer una comunidad autogestionada, en lugar de dedicarse a los trabajos banales de la sociedad consumista, de crear la oportunidad de que todo el mundo se sienta verdaderamente útil.

Si hoy en día, la máxima aspiración socipolítica parece ser el llamado "Estado del bienestar", habría que aclarar lo antes posible que el bienestar social puede darse sin intervención estatal alguna. La visión anarquista clásica del estatismo, como fuente de privilegios y de opresión, quiere verse periclitada, pero está claro que el denominado bienestar no es inherente al Estado ni es, por supuesto, su única posibilidad. Cualquier clase de asociación entre personas puede resultar una sociedad del bienestar: se persigue el beneficio mutuo, la seguridad y el fortalecimiento de la comunidad según unos determinados principios. El Estado, connotaciones ideológicas aparte, se puede definir como una forma social que exige obediencia al conjunto de la población y, si es necesario, emplea la fuerza para lograrlo (monopolio de la violencia). Kropotkin demostró que la asociación voluntaria en busca de un beneficio recíproco es una tendencia del ser humano, tan fuerte como la llamada lucha por la supervivencia. El anarquista ruso consideró que las instituciones sociales creadas conforme a un modelo de asociación tendente al apoyo mutuo fueron destruidas con el triunfo de un modelo estatal nacido en el siglo XV. El Estado se convertiría en la única forma de cohesión social, única forma aparente de progreso y desarrollo.

Si en la Edad Media, por ejemplo, se combatía la pobreza sin necesidad del Estado, lo primero que realizará la moderna Nación-Estado es crear leyes para castigar a los indigentes. Los símbolos del Estado serán el policía, el carcelero y el Estado, por lo que resulta paradójico que se convirtiera en supuesto garante del bienestar social. Las tradiciones sobre bienestar social son múltiples, producto de actividades muy diferentes según las diversas necesidades sociales. Podemos distinguir dos tipos de universos al respecto: el de las instituciones, donde se otorgarán los servicios de mala gana (la experiencia nos demuestra que todo fortalecimiento estatal ha sido un desastre), y el de las asociaciones, entendida como expresiones de apoyo mutuo y  responsabilidad, tanto social como individual. El punto de vista anarquista puede decirse que es refractario a la llamada "institucionalización", si entendemos por ella la asociación legalmente preestablecida convertida por el Estado en servicio público. La gran pregunta es si estas instituciones del Estado cumplen su objetivo, o en realidad perpetúan los males sociales, por lo que habría que iniciar un proceso de descentralización o fragmentación de la institución con el fin de solucionar los problemas de la sociedad. El ejemplo de cómo trata la sociedad a los ancianos, con instituciones en los que es difícil que la persona pueda tener su vida propia en la medida de lo posible, un lugar en que se incremente su independencia y su alegría de vivir. En éste, y en cualquier otro ejemplo, el objetivo es que el ser humano tenga la mayor libertad de acción, de que esté convencido de la fortaleza de su personalidad y de lo importante de la actividad social para la felicidad.

En cuanto a las enfermedades mentales, aparentemente, parece haberse demostrado el efecto nocivo de las instituciones y desterrado todo maltrato a los pacientes. Pero la gran cuestión sigue siendo el substituir un sistema de tutela, todavía jerarquizado y autoritario, por otro de cuidado comunitario y trato permisivo y tolerante, capaz de estimular a la persona a ser ella misma y a compartir sus sentimientos, tal y como afirman algunos expertos. Desde luego, en una institución de naturaleza autoritaria, todos los miembros, personal y pacientes, forman parte del mismo engranaje y es difícil que haya un cambio radical hacia un sistema más humano. Tal y como han afirmado algunos profesionales, es muy probable que la tendencia a estigmatizar y encerrar a ciertas personas sea consecuencia de cierta ansiedad social; habría que sobreponerse a ello y tratar a las personas con problemas como miembros de la comunidad, con el fin de no fomentar la enfermedad mental y la delincuencia. Si la tendencia en las instituciones (siquiátricos, cárceles, reformatorios...) sigue siendo la disciplina, rutina, obediencia y sumisión, y su implantación se realiza de forma ajena a la sociedad, es posible que todos los problemas permanezcan intactos. Si nos seguimos alimentando del odio y del deseo de venganza, amparados en una supuesta seguridad que ignora tantos problemas sociales y que se cimenta sobre la injusticia, las cosas no habrán mejorado mucho a comienzos del siglo XXI.

Si el ser humano parece ser, en gran medida, un producto de la sociedad que le ve nacer, el llamado "hombre institucionalizado" parece una exacerbación de ello. El modelo de instituciones públicas que nos ha legado el pasado parece dar lugar al soldado ideal (que no se hace preguntas y cumple las órdenes), el feligrés ideal (moldeado según algún principio que le trasciende), el trabajador ideal (que hace un trabajo embrutecedor), en definitiva, el producto ideal resultado de la legislación o de la educación (llámense personal o internos, tal vez ambos institucionalizados). Porque las instituciones resultan un microcosmos de la sociedad que las alberga, rígidas, jerarquizadas y autoritarias, aunque esa naturaleza se muestre de forma más o menos sutil. El anarquismo, en cuyas señas de identidad está la responsabilidad social y el apoyo mutuo, se situaría junto a aquellos que preconizan nuevos valores basados en la humanidad, la compasión y la auténtica tolerancia, y que pretende una substitución de la instituciones estatales por sistemas comunitarios.

Entendernos a nosotros, cooperar con los demás

José María Fernández Paniagua
Artículos publicados en el periódico anarquista Tierra y libertad núm.265 (Agosto 2010),

monográfico dedicado al pensamiento de Colin Ward