La anarquía en acción de Colin Ward
La anarquía en acción de Colin Ward
Acción directa en la vida cotidiana
La descentralización y el orden espontáneo
La solidaridad horizontalidad como formas de cohesión social
La planificación social y el federalismo
Revolución sexual y educación liberadora
El trabajo enriquecedor y la comunidad del bienestar
Entendernos a nosotros, cooperar con los demás
Peter Brown afirmaba, en Smallcreep's day, que en una sociedad libre tendríamos que llegar a un acuerdo con nosotros mismos, en primer lugar, y a continuación con nuestros semejantes, en el conflicto que fuere, en lugar de recurrir a los asistentes sociales, los partidos políticos, la policía o los delegados sindicales. Es de esta manera como nos enfrentaríamos con nosotros mismos, tal como somos.
Colin Ward, con el afán de extenderlos y mostrarse crítico con ellos después, repetía los típicos argumentos anarquistas sobre cómo una sociedad libertaria puede enfrentarse a actos criminales sin necesidad de un sistema legal instituido ni de fuerzas policiales: en primer lugar, si se habla de los robos como de la mayoría de los delitos, no tendrían sentido en una sociedad donde las materias primas y los medios de producción fueran comunitarios y existiera un reparto equitativo de las bienes de consumo; no se daría tampoco una inclinación tan fuerte a los actos violentos en una sociedad permisiva y sin que la competencia tuviera tanta predominancia; también se producirían mayores actos de responsabilidad en cuanto al uso de un transporte público, y desaparecería el apego a valores frívolos como la velocidad y la agresividad en las carreteras; el proceso de descentralización supondría que se evitaran las grandes concentraciones urbanas y que se desarrollaran valores de preocupación y respeto hacia el prójimo.
Si la ley emana del Estado en forma de orden o prohibición, basada en la autoridad y en la capacidad de emplear la fuerza, el delito supone cualquier infracción de dicha ley o código criminal y la policía son los agentes que se encargan de mantener esa ley y orden, está claro que todos estos conceptos se muestran incompatibles con el anarquismo. Pero la ley no tiene por qué suponer un sistema legalista, y sí tener un sentido comunitario o consuetudinario; incluso la sociología alude como ley a la formación de un cuerpo complejo de normas de todo tipo ya existentes en la sociedad. En cuanto a la noción de delito, también es posible extender su definición; el criminólogo del siglo XIX Garofallo hablaba de "cualquier acto que vaya contra las normas imperantes de honestidad y de respeto al prójimo". Incluso, algunos profesionales insisten en que la clasificación legal no debería limitar el trabajo del criminólogo y ampliar la definición a la vista de ciertos comportamientos aparentemente no delictivos. La idea de algo parecido a la policía desde un punto de vista anarquista se muestra casi imposible; a pesar de ello, puede aceptarse que una fuerza coercitiva como la policial realice determinadas funciones sociales, siempre minoritarias en cuanto a su cometido de labores al servicio de un gobierno. Colin Ward mencionaba una alternativa a la policía denominada "control social", descrita como el sistema por el cual los individuos y las comunidades se protegen de las acciones antisociales. Godwin, en Justicia política, ya hablaba de un área reducida en un contexto descentralizado en la que el individuo estaría sometido al juicio de la comunidad (se entiende, que sin intenciones coercitivas arbitrarias). A pesar de esta teoría, hay que advertir de la opresión costumbrista y censora que se han dado tantas veces en los pueblos, lo que ha llevado a tantas personas inconformistas o de comportamiento "antisocial" a refugiarse comprensiblemente en grandes urbes.
Kropotkin reconocía que en una sociedad, por muy bien organizada que esté, aparecerán siempre personas que se dejan llevar por sus pasiones para cometer acto antisociales. Para prevenirlo, habría que dar una orientación sana a esas pasiones huyendo del aislacionismo y del individualismo egoísta que supone la propiedad privada. Es necesario buscar la comunicación, el conocimiento de nuestros semejantes que supondría una vida comunitaria más entrelazada que empuje a las personas a la cooperación moral y material. Ward menciona a Edward Allsworth Ross como el primero, en 1901, en dar a esta idea el nombre de "control social"; hablaba de determinadas sociedades fronterizas en las que no se daba provecho alguno para una autoridad legal gracias a la simpatía, la sociabilidad y un sentido de la justicia conformado en circunstancias favorables. En la actualidad, el control social se define como regulador del comportamiento a través de valores y normas, contrastado con el orden que se pueda establecer con el uso de la violencia. Los sociólogos parecen de acuerdo en que lo que quita valor al llamado "control social", definido por el cumplimiento de unos normas, frente a la "autoridad", en la que se habla de obediencia a esas normas, es el tamaño y el alcance de una comunidad. Jane Jacobs es una urbanista contemporánea que se ha ocupado de la manera en que el control social funcionaba en el ambiente urbano; si una de las funciones de calles y aceras, llenas de extraños en el caso de grandes concentraciones urbanas, es la de inspirar seguridad, la misma se mantiene gracias a una trama intrínseca de controles voluntarios y de normas tácitas entre la propia gente, sin que la policía intervenga para nada. Según esta autora, se puede hablar de cierta labor de vigilancia mutua e inconsciente por parte de la gente en aglomeraciones reducidas y, como consecuencia y de forma paralela, las personas se desenvuelven con menos hostilidad y sospecha al disfrutar de las calles de manera voluntaria y sin preocupación. En grandes urbes es otro cantar, ya que la presencia de extraños que no tienen por qué adaptarse al ambiente obliga a soluciones más directas y tajantes. Lo que se defiende es que el comportamiento social tiene más dependencia de la responsabilidad compartida que de alguna fuerza policial.
Errico Malatesta hablaba de una defensa frente a quienes atentan, no contra un sistema establecido, sino contra los valores más profundos que distinguen al hombre de otras especies, y que los gobiernos utilizaban para justificar su existencia. En primer lugar, hay que eliminar las causas sociales del delito y buscar los sentimientos fraternales y de mutuo respeto. Pero Malatesta advertía sobre la instauración de un nuevo sistema opresivo basado en el privilegio, con esa excusa de comportamiento sociales; la solución pasaba para él por la búsqueda de una solución defensiva por parte de las mismas personas afectadas, viendo al delicuente como a un "enfermo" que necesita atención. En casos extremos, puede que se tenga que recurrir a una violencia defensiva o confinamiento frente a ciertos actos peligrosos, dejando el juicio para las partes interesadas, sin la creación de algo parecido a una fuerza policial. Colin Ward analizaba estos argumentos de Malatesta y mencionaba, en primer lugar, el peligro de endurecimiento e institucionalización de todo sistema de justicia, conocidos son los casos de terribles tribunales surgidos de un contexto revolucionario. Por otra parte, la fe en el pueblo que tiene Malatesta no pasaba, como es obvio, por toda justificación de la violencia vengativa que puedan ejercer las personas, tampoco del sentimiento de ansiedad y culpa que pueda tener una sociedad que no desea verdaderamente acabar con el crimen, esforzándose para indagar para ello en la raíces de lo que produce determinados comportamientos.
Observando las cosas de otro modo, una sociedad sin delito supondría una terrible cohesión basada en el conformismo y en el anquilosamiento. De Durkheim era la frase acerca de la idea de delito: "un aspecto de la salud pública, parte integrante de todas las sociedades saludables". La existencia de ciertos comportamientos puede acelerar los cambios necesarios, y el anarquismo tiene mucho que decir sobre estos comportamientos que son vistos como sospechosos según la ley establecida. Traigo de nuevo la frase de Malatesta citada al principio: "En cualquier caso, sólo somos una de las muchas fuerzas que actúan en la sociedad, y la historia avanzará, como siempre lo ha hecho, en la dirección que resulte de todas estas fuerzas". El anarquista italiano aludía a una tensión permanente entre diversas filosofías y actitudes sociales, que a su vez coexistirán. Siempre habrá actos antisociales, y siempre habrán gente deseosa de instaurar un sistema punitivo, por lo que los libertarios deberían mostrarse alerta para contener estas intenciones y buscar otro tipo de soluciones.
Una sociedad autogestionada por sus integrantes es posible, una sociedad en la que se diera la unanimidad se antoja imposible (y no deseable). La idea de elegir, entre varios tipos de comportamiento social, parece fundamental para toda filosofía de la libertad y de la espontaneidad. Ward rechaza, no la utopía, sino llegar a ella (la idea de una perfección, al igual que a Proudhon, no cabe en una mentalidad auténticamente progresista). Naturalmente, el olvidarse de llegar a la utopía no supone caer en el nihilismo ni en el abatimiento. Tampoco refugiarse en la esfera privada abundando en lo que se puede denominar "liberación personal" con la idea de que cunda el ejemplo; esa idea de afirmación individual siempre ha estado en el anarquismo, pero necesita completarse con la cooperación con los demás, con lo que podemos llamar "emancipación social". No, de lo que se trata es de negar ese "idealismo" que pretende situar el objetivo solo al final (por lo que es susceptible de ser acusado de inalcanzable), negando todo compromiso inmediato y toda forja de las más bellas ideas en nuestra cotidianeidad. Alexaner Herzen escribió: "Una meta infinitamente remota no es una meta, es una decepción. Una meta debe estar más cercana -al menos, lo más cerca posible- del sueldo de un jornalero o de la satisfacción del trabajo realizado. Cada época, cada generación, cada vida ha tenido, y tiene, su propia experiencia, y el final de cada generación debe ser ella misma".
Ward defiende que la antítesis entre la idea libertaria y la idea autoritaria no es el resultado de ningún cataclismo final, sino una tensión permanente marcada por los compromisos vigentes a lo largo de toda la historia. La pluralidad de la sociedad hace que este enfrentamiento, polarización de muchos otros, resulte tal vez inconcluso a perpetuidad. Podemos luchar para que los más nobles valores se impongan en la sociedad, pero siempre existirá disconformidad y disensión; la respuesta para ello no pasará, en opinión de los anarquistas, por medios autoritarios. Es más, tal vez estemos hablando de argumentos que refuerzan nuestra postura, si hablamos de intenciones opuestas a una mayoría (por libertaria que se presente) o a toda suerte de centralización (en el ámbito o en la forma que sean); naturalmente, recordaremos que el disenso es lo aceptable, pero la imposición y el centralismo que puede estar en el germen de toda postura (mayoritaria o minoritaria) es lo rechazable. Hace tres décadas, Ward se mostraba pesimista al observar unos nuevos poderes políticos y económicos, más perversos incluso que en el siglo anterior, pero optimista al mismo tiempo al observar nuevos brotes de movimientos críticos con las instituciones y con afán autogestionador.
El mundo sigue transformándose vertiginosamente, y no siempre podemos mostrarnos positivos al respecto; el fracaso de la modernidad, con el nuevo periodo que denominan posmodernidad, supone una época de contornos difusos en la que no parece deseable aferrarse a nada sólido. Pero ese rechazo del dogmatismo, del absolutismo, ha formado siempre parte del anarquismo, incluso en su versión decimonónica más rígida, heredera de los postulados de la Ilustración. Nuestra batalla está también en el pensamiento, pero no olvidemos el legado de Ward: ese empeño diario en ir construyendo el anarquismo conformando los nuevos movimientos opuestos a todo poder coercitivo, formados por personas que se niegan a ser siervos consumistas o explotadores de sus semejantes.
Por último, una interesante reflexión que tal vez sintetice el pensamiento de Ward. Se trata del falso dilema, absurdamente presente en tantas discusiones, sobre revolución y reforma. El auténtico enfrentamiento es, entre una revolución que instaura una nueva élite de opresores y ese tipo de reforma que hace más llevadera y eficaz la dominación, con los cambios sociales, llámense revolucionarios o reformistas, que suponen que las personas incrementen su esfera de autonomía y que disminuya la dependencia de toda autoridad externa. Ward concluyó su libro Esa anarquía nuestra de cada día con estas bellas y esclarecedoras palabras: "El anarquismo, en todas sus modalidades, es una afirmación de la dignidad y de la responsabilidad humanas. No es un programa de cambios políticos, sino un acto de autodeterminación social".
José María Fernández Paniagua
Artículos publicados en el periódico anarquista Tierra y libertad núm.265 (Agosto 2010),
monográfico dedicado al pensamiento de Colin Ward