Insistiremos, una vez más, en que existen mecanismos que explican que gente inteligente (y empleamos este apelativo de manera generalizada) crea en cosas absurdas y acabe realizando, de una manera u otra, actos más bien necios. Cómo es posible que existan tantas estupideces en la sociedad, al alcance de cualquiera y que las personas las acaben consumiendo. Se dice que inteligencia y racionalidad son cosas diferentes; es decir, uno puede ser extremadamente racional y no ser especialmente inteligente, y vicecersa.
Hay que recordar en la constante recurrencia a los atajos cognitivos; ya que pensar requiere tiempo, y hay que reconocer también que puede resultar contraproducente en algunos casos, el ser humano ha desarrollado una serie de reglas empíricas y prejuicios para limitar la capacidad mental empleado en un problema determinado. Está probado que, dependiendo de cómo se planteé un mismo problema, las personas pueden escoger una solución u otra dependiendo de, por ejemplo, el atractivo visual que observen y dejando a un lado la racionalidad.
La lista de reglas empíricas y de prejuicios cognitivos es bastante extensa: interpretamos no pocas veces a partir de la nada (de forma aleatoria), tendemos a buscar pruebas que confirmen lo que ya creemos, descartamos aquellas que no tienden a favorecernos, solemos evaluar las situaciones desde nuestro punto de vista (dejando a un lado a la otra parte), las anécdotas llamativas tienen más peso a veces que las estadísticas, sobrevaloramos nuestros conocimientos, nos creemos con menores prejuicios que los demás…
También existe otro enemigo de la racionalidad en la persona y es lo que se denomina «huecos en el equipamiento mental». Entendemos por ese equipamiento mental el conjunto de las reglas cognitivas, estrategias y sistemas de creencias aprendidas y se incluye en él nuestra comprensión de la probabilidad y la estadística, así como nuestra disposición a considerar hipótesis alternativas cuando tratamos de resolver un problema. Como resulta obvio, puede haber personas cultas e inteligentes que nunca desarrollen el equipamiento mental adecuado; también, ese equipamiento podría estar contaminado por supersticiones que conducen a decisiones abiertamente irracionales.
La ausencia de racionalidad, como es evidente, afecta a decisiones vitales en el día a día y a no poder edificar la vida que nos gustaría. Personas con tendencias impulsivas suelen tener un bajo pensamiento racional y una mala comprensión de la estadística y de la probabilidad, son incapaces de considerar las consecuencias de sus acciones y acaban confiando en supersticiones absurdas. A pesar de que muchas personas realizan acciones que les perjudican a ellos y a los que los rodean, continúan en ese empeño por esa notable falta de racionalidad, sin que tengamos que pensar necesariamente que es falta de inteligencia y es en cambio explicable por razones sicológicas y sociales.
Es posible indagar en la falta de racionalidad de las personas cuando, según la teoría de Keith Stanovich (Universidad de Toronto), se observa a la mente constituida por tres partes: mente autónoma, la cual usa habitualmente los atajos cognitivos problemáticos y funciona de modo rápido, inconsciente y automático; mente algorítmica, que se embarca en el pensamiento lento, trabajoso y lógico, y la mente reflexiva, la cual decide cuándo es suficiente con la mente autónoma y cuándo necesita el trabajo pesado de la algorítmica. Por lo tanto, es la mente reflexiva la que determina la capacidad racional que tenemos; está relacionada con determinados rasgos de la personalidad, según seamos dogmáticos, flexibles, concienzudos o más o menos abiertos de mente (aunque es éste un concepto muy matizable en el lenguaje coloquial, ya que es empleado habitualmente por «lo alternativo» místico y/o seudocientífico para atacar al método probadamente científico).
Comprender todos estos prejuicios que tenemos es el primer paso para saber que la racionalidad puede ser aprendida gracias a la práctica del pensamiento crítico y racional. Las trampas de los prejuicios cognitivos pueden ser evitadas, y es posible aprender a desarrollar hipótesis alternativas, si esa práctica acaba conviertiéndose en hábito. A pesar de que las intuiciones pueden ser a veces valiosas, especialmente en el terreno afectivo y social, hay que aprender que en el caso de las matemáticas y de las relaciones causales resultan francamente ineficaces. Los métodos de la ciencia y de la estadística hacen posible cuestionar nuestras carencias cognitivas, debilitar el razonamiento intuitivo y abren la posibilidad de la acción sensata y reflexionada.
Capi Vidal