Para evitar la confusión, recordamos la tradición individualista dentro del anarquismo, muy emparentada con el liberalismo radical norteamericano del siglo XIX; otras ideas recientes en aquella potencia política y económica, que usan falazmente el nombre del anarquismo, para nada tienen preocupaciones sociales ni son verdaderamente antiautoritarias.
Las concepciones utópicas del pasado, que fueron por lo general de un optimismo exacerbado, han dado paso en la modernidad a un escepticismo más bien obtuso y conservador. Cómo no ser optimistas cuando preconizamos un mundo exento, en la medida de lo humanamente posible (y ahí está el quid de la cuestión), de injusticia, miseria y opresión. Es en ese punto, cuando se alude a una política «realista» (realpolitik es el término acuñado ya en el siglo XIX) cuando topamos con toda suerte de justificadores de lo establecido (el estado, y no necesariamente con E mayúscula, aunque seguramente en primer lugar).
Sobre los espacios en blanco de un libro guardado en una vieja biblioteca anarquista, alguien dibujó en lápiz un carro que estalla en pedazos, una muchedumbre en movimiento y un hombre vestido con harapos, armado con una bomba encendida. El anarquismo suele convocar ese tipo de imágenes, de estallido o de explosión. Sin embargo, con apenas una primera exploración del mundo libertario surgen otras imágenes acaso tan potentes e incendiarias: su pretensión de revolucionar las formas de amar y las relaciones entre los sexos. Fiel a su vocación de discutir todas las formas de autoridad, el anarquismo debatía al mismo tiempo sobre el amor libre y la huelga general, sobre la emancipación de la mujer y la lucha de clases, sobre las vicisitudes de un atentado y la destrucción del matrimonio burgués.
Somos críticos con toda visión teleológica, y aun suponiendo que la historia tenga algún sentido, tal como se manifiesta en el prefacio de La voluntad del pueblo, las personas que componen los movimientos sociales pueden cambiar esa orientación gracias a las ideas y a la consecuente acción transformadora.
“La historia de los pueblos que tienen una Historia es la historia de la lucha de clases. La historia de los pueblos sin Historia es, diremos con la misma verdad, la historia de su lucha contra el Estado”. Pierre Clastres
Recientemente, Virus ha publicado una nueva edición de la imprescindible obra La sociedad contra el Estado, de Pierre Clastres, con prólogo de Carlos Taibo. Clastres nació en París en 1934 y, desgraciadamente, desapareció de forma muy temprana en 1977 debido a un accidente automovilístico. Su trabajo antropológico se centró, sin perder la perspectiva filosófica, ni el compromiso político, en el estudio crítico de las sociedades sin Estado, o mejor denominadas antiestatales, tratando de desprenderse del etnocentrismo evolucionista1 propio de la época, que las consideraba ancladas en una especie de estadio primigenio incompleto. Por lo tanto, el gran prejuicio etnocentrista es considerar el Estado un término necesario a toda sociedad en función de un modo de entender la evolución, por lo que las sociedades consideradas primitivas, según esta visión, estarían determinadas negativamente por sus carencias: sin Estado, sin escritura, sin historia y con una economía de subsistencia al no tener economía de mercado. Clastres se preguntará qué hay de cierto en todo esto y el enfoque de su trabajo será, renunciando a catalogar a ciertas sociedades como primitivas al estar carentes de algo supuestamente fundamental y producto del desarrollo histórico como el Estado, estudiarlas como comunidades más libres e iguales, con más tiempo para el ocio y menos obcecadas en la producción económica una vez satisfechas las necesidades básicas. Por supuesto, las propuestas de Clastres causaron impacto en su momento y generaron polémica, con enormes críticas no siempre razonables y con apelativos a su persona que no merece la pena reproducir.
La historia es la explicación e interpretación racional y objetiva de los hechos del pasado, fundamentada en una documentación pertinente, rigurosamente seleccionada y examinada.
La historia idealista, que retuerce y modifica los hechos acaecidos para subordinarlos al mercado editorial o a una ideología del presente, interpretados irracional y sesgadamente, no merece el nombre de historia, sino el de mangoneo torticero de marketing; es la poshistoria.
En esta época de posverdad y absoluto señorío de la manipulación mediática, la poshistoria (idealista y espectacular) que impregna a la casta académica de historiadores está desplazando a la ciencia histórica, materialista y rigurosa, al desván de los trastos pretendidamente inútiles.
Este artículo examina una variedad de usos que se dieron a la palabra «anarquía» y sus derivaciones a partir de las fuentes griegas antiguas. Tal vez no sea sorprendente que la mayoría de los casos indiquen que la aplicación negativa de la palabra como sinónimo de confusión y desorden prevaleció entre los tiempos antiguos; sin embargo, también hay varios usos eminentemente políticos, que son bastante reveladores en su prefiguración de los valores anarquistas contemporáneos, es decir, la referencia de los atenienses a 404 a.C. como el “año de la anarquía”; los usos de la palabra por Platón y Aristóteles en sus críticas a democracia y la asociación de la anarquía con las acciones desafiantes de Antígona en las obras de Esquilo y Sófocles.
El arte de volar, escrita por Antonio Altarriba y dibujada por el popular Kim, novela gráfica muy premiada, editada ya hace unos años, es una inmejorable obra para disfrutar por parte de los aficionados al cómic, introducir a los profanos y, más importante, recuperar algo de la muy maltratada memoria histórica en España.
De todas es sabido la dura represión que ocasionó el golpe de Estado de julio de 1936 en Zaragoza, «la perla del anarquismo». Siempre ha resultado sorprendente que el sindicalismo zaragozano de larga tradición y experiencia se dejara engañar por el General Miguel Cabanellas al mando de la V División Orgánica. Su condición de masón y la confianza del sindicalismo zaragozano en derrotar el golpe de Estado declarando la Huelga General provocaron que Zaragoza quedara bajo la autoridad de los sublevados desde el primer momento. Conocedores los militares de la importancia del anarcosindicalismo de la ciudad no dudaron en utilizar una represión despiadada para liquidar su potencia organizativa y de lucha.
A pesar de las dudas, debido sobre todo a la escasa influencia que pudo tener en el movimiento anarquista del siglo XIX, hoy hay que considerar a William Godwin como parte de la historia del ideal libertario. Es a partir de la segunda mitad del siglo XX cuando se le presta una mayor atención y sus aportaciones son indudables al anarquismo continental, especialmente en la vertiente individualista y en el campo filosófico en general.
Un espacio en la red para el anarquismo (o, mejor dicho, para los anarquismos), con especial atención para el escepticismo, la crítica, el librepensamiento y la filosofía en general