Escucho que a un cretino de Vox se le llevan los demonios porque alguien ha llamado «mal bicho» a la muy alabada, y también criticada, Teresa de Calcuta. Es lo que tiene ser un facha acrítico (valgo el pleonasmo). Resulta curioso que este personaje haya quedado en el imaginario popular, e incluso en el lenguaje, como sinónimo de realizar «buenas obras», incluso de manera exacerbada. Es decir, que si te muestras excesivamente genero o altruista, viene alguien a decir que eres «una Teresa de Calcuta». Veamos si podemos aportar algo de lucidez a toda esta distorsión moral a la que es tan proclive, en ocasiones, la bendita humanidad. Hay que recordar, y tal vez venga al caso, que la India es un país con un tremendo e irritante apego por las creencias sobrenaturales. De hecho, tengo unos vecinos originarios de aquellas tierras, gente tremendamente modesta, y hay que ver en las pelotudeces en las que creen. Tal vez, el viejo Marx, tan equivocado en otros terrenos, no andaba desencaminado cuando señaló que las creencias religiosas eran un consuelo del sufrimiento de los humildes en el mundo terrenal (el famoso «opio», tan malentendido por otra parte). Mis conocidos hindúes adoran a no sé qué deidad con forma de elefante y alguien dirá que no hacen daño a nadie y así nos echamos unas risas, pero me permito dudarlo, aunque solo sea por el tiempo que se pierde en tonterías.
En algunos momentos siento la necesidad de escribir brevemente sobre algunas percepciones, sobre cosas que me rondan y me molestan, en muchas ocasiones las aparto de un manotazo, pero hay impresiones que se obstinan en seguir conmigo interpelándome. Este es el caso de esta reflexión, lo aviso por anticipado, poco optimista.
Tras leer unas cuantas críticas marxistas al libro de Graeber y Wengrow «El Amanecer de todo», me animé a echarle un vistazo a ese texto. Porque si algo desagrada a un marxista, seguro que a mí me da la risa. Tras un somero vistazo, entendí el rechazo.
El triunfo de un tal Javier Milei (o casi), en las elecciones argentinas, nos trae más confusión política a una época no precisamente proclive a la activación de las neuronas. Hasta el tremendamente izquierdista diario El país es capaz de tildar de «libertario» a quien no es más que un vulgar, mezquino y oportunista (ultra)liberal; desgraciadamente, algo que no exime al periódico español, la propia fuerza política que encabeza este elemento se viene a llamar Partido Libertario y no pocos medios en el mundo tienen la poca vergüenza de tildar a Milei, incluso, de anarquista. Al margen de la distorsión terminológica, a la que ha ayudado no poco la estolidez presente en las redes sociales, podríamos estar tentados de calificar a esa masa de argentinos, que ha votado a semejante elemento, de papanatas y borregos. No lo haremos, ya que en este inefable país llamado reino España también tenemos lo nuestro a la hora de introducir el papelito en la urna, y pondremos todos nuestros esfuerzos en tratar de arrojar un poco de luz a semejante esperpento.
A lo que los economistas se refieren cuando hablan de libertad es a la libertad de hacer negocios, de ganar dinero. A lo que los políticos se refieren cuando hablan de libertad es a la libertad de votar por un partido u otro. Estas libertades son las condiciones y requisitos de la esclavitud real. ¿Qué es libertad ?: libertad es el pleno desarrollo de la autonomía y creatividad humanas, sin injerencias ni tutelas ajenas a su voluntad. Y si hay quien realmente acepta jerarquías, injerencias y tutelas está en su derecho, a lo que no tiene derecho es a imponérselas a quienes las rechazan. Pero cumpliendo esta premisa la sociedad sería de hecho libre. Puesto que lo que caracteriza a la jerarquía es su naturaleza expansiva y omnipresente, abarcadora de todo lo humano, de la naturaleza… Por tanto, no deja ninguna decisión a expensas de los individuos, no hay nada ni nadie que pueda escapar a ella. La jerarquía no puede aceptar reductos de libertad sin renunciar a sí misma, sin asistir a su descomposición. Es totalitaria, por democrática que se presente. No hay ningún afuera de ella misma.
Un antropólogo, un tal Gregory Bateson, en la década de los treinta del siglo pasado empleó el término «schismogenesis» (1), de schismo (escisión) y génesis (origen), para definir la tendencia que se observa en personas que sostienen discusiones con puntos de vista diversos, de ir radicalizando sus diferencias a medida de que se acaloran antes de acabar a hostias. Así lo que empezaba siendo una apacible discusión tomando el té para hablar –por ejemplo– sobre la divinidad de Cristo, se convierte en una pugna tremenda, que acaba en diferencias irreconciliables entre grupos cristianos, que emplean el potro de tortura y la hoguera para acabar con la controversia.
Como creo que ya he manifestado en alguna de estas magníficas columnas que pongo negro sobre blanco, tengo la (no siempre) sana costumbre de leer y escuchar a gente de todo pelaje. Sé que es una botarate tendencia del ser humano la de solo atender a lo que pueda confirmar sus creencias, pero no es mi caso. Precisamente, como uno es un lúcido ácrata de tendencias nihilistas, se deja guiar por su curiosidad, escepticismo, crítica e incredulidad para ir dando forma a un pensamiento exento de dogmas, ya que el compromiso con los valores, quizá de forma solo aparentemente paradójica, se muestra más sólido desde posiciones no absolutistas y enarbolando una pequeña bandera (figurada, of course!) nihilista. Y, por mucha tabarra que nos den algunos, la historia y el pensamiento ayudan sobremanera a llegar a estas conclusiones. El caso que los intelectuales reaccionarios (valga el oxímoron), vertiente católica, son muy, muy pesaditos nombrando hasta el hastío al escritor y filósofo Chesterton. A este fulano se la atribuye una frase, que sus seguidores fundamentalistas no dejan de repetir hasta la saciedad con orgullo algo estólido; algo así como que, si el ser humano deja de creer en Dios, acaba creyendo en cualquier cosa.
Mientras se deciden temas trascendentales, todavía en un infernal agosto, como cuál va a ser el color de la coalición de gobierno en este inefable país o si dimite por fin el calvo ese impresentable que está al frente de no sé qué federación balompédica, este mundo en el que no has tocado vivir continúa su trágico devenir. Así, en lo que va de 2023, se han acreditado 3.472 muertes de personas migrantes, siendo una de la rutas más peligrosas la del Mediterráneo Central; por supuesto, la verdadera cifra de fallecidos por inacción de los que gobiernan nunca la sabremos, mientras que nuestros mezquinos medios solo se van a ocupar coyunturalmente de ello sin indagar lo más mínimo en las causas de un mundo deshumanizado. En este mes de agosto, se han cumplido también 500 y pico días de otra guerra cronificada que, poco a poco, no va ocupando ya tantos titulares, a no ser que se produzcan hechos excepcionales como la muerte de no sé qué dirigente mercenario; mientras tanto, siguen produciéndose víctimas civiles en un conflicto bélico producto, como todos, de mezquinos intereses. Se habla de hasta 57 guerras activas en la actualidad, con una cifra de muertes de 10.000 al año, sin que haya el más mínimo análisis, ni conciencia sobre ello, en nuestras inicuas sociedades «desarrolladas».
Ahora que estamos en agosto y no pasa nada, salvo que se derriten los glaciares, violencia de género, asesinato en Ecuador, líos para la investidura con peleas venecianas, guerra en Ucrania con una ofensiva que dura ya meses, golpe en Níger, Israel destruyendo Palestina… Vamos, lo de siempre… Puede ser una buena idea hablar de teoría. Por ejemplo, a cuenta del barco prisión y de las muertes en la frontera con devoluciones de niños que se pasan por el arco de triunfo la Declaración de Derechos Humanos.
En una ocasión, escuché a cierto «intelectual», que antaño escribió una interesante tesis sobre el pensamiento libertario en España y que, hogaño, se encuentra bien apoltronado en el mundo académico soltando una sandez tras otra, que si bien en su juventud se sintió apasionado por la filosofía anarquista, luego comprendió que poco había aportado en realidad. Hasta su interlocutor en ese momento, otra figura poco sospechosa de afanes transgresores y revolucionarios, intervino rápidamente aclarando que le parecía una somera injusticia lo que estaba oyendo. Veamos, sin ánimo alguno de ser imparcial ni objetivo, pero con todas las intenciones de penetrar hasta el fondo y zaherir la insondable estupidez humana. Cierto es que los «clásicos», leáse Proudhon, Bakunin o Kropotkin, todos ellos con nombre en la historia del pensamiento por derecho propio, son a veces nombrados hasta el hastío en el mundo libertario y que da la sensación, a menudo, de no haberse revitalizado y revisado sus propuestas. No diré yo que el dogmatismo (algo que siempre he considerado vinculado a alguna suerte de papanatismo) sea siempre algo ajeno al mundo libertario, donde la autocrítica y capacidad de renovación deberían estar constantemente activadas, pero matizaremos. En primer lugar, hay aspectos de esos «padres fundadores» que sencillamente se dejan a un lado, siendo el caso más evidente el de Proudhon y su visión arcaica sobre la mujer, algo superado de manera inmediata por el anarquismo posterior, aunque con dificultades para llevar a la práctica una verdadera igualdad entre sexos.
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