Archivo de la etiqueta: Derecha

ACRACIA ANARQUISMO NIHILISMO

Aguirre, la iniquidad sonrojante

Anda gran parte del persona soliviantado porque la abiertamente repulsiva Esperanza Aguirre ha soltado, creo que en un acto organizado por la derecha de este inefable país en el reciente aniversario de aquella malograda Segunda República, que la culpa de la Guerra Civil Española la tuvo el Partido Socialista. Por supuesto, algunos no sabemos de qué diablos se sorprenden, ese argumentario fue el sostenido por los adláteres del franquismo, pervirtiendo lo bueno que se había hecho, y es el que mantienen en la actualidad algunos pseudohistoriadores mal llamados revisionistas fechando el comienzo del conflicto en la Revolución de Asturias de 1934. Cierto es que, usualmente, las figuras de la diestra hispana no lo usan de manera clara, pero sí de modo tácito en el único lugar donde triunfó manu militari una forma de fascismo. Por supuesto, Esperanza Aguirre, sin necesidad alguna a estas alturas de guardar las formas, sobrada de soberbia, y seguramente más inicua que necia, es capaz de espetarlo sin asomo de vergüenza alguna. Desgraciadamente, la distorsión sobre la historia reciente de este inenarrable país, recuperado en la Transición como Reino de España, no tiene fin.

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Nuestros hermanos portugueses

Tengo un amigo, que aboga por algo que él llama Unión de Repúblicas Ibéricas; creo que no, no le añade lo de Socialistas, pero por ahí van los tiros. Incluso, sostiene sin rubor que los anarquistas en el pasado, o al menos algunos de ellos, estaban también en esa línea. No puedo evitar que una mueca escéptica se dibuje en mi rostro ante semejante afirmación, pero bueno, al fin y al cabo los ácratas llamaron a su organización específica Federación Anarquista Ibérica. Es posible que pudiera haber una línea de entendimiento con los libertarios si estuviéramos hablando de un verdadero sistema federal, con autonomía de cada grupo, plena solidaridad entre ellos, profundización en la democracia y una economía autogestionada. No, nada de eso se produjo en la llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, a pesar de tener una estructura federal de boquilla, la población era presa de un feroz centralismo. Pero, vayamos con nuestros hermanos portugueses, a los que habría que preguntar si quieren formar parte de una estructura social y política junto a este inefable país (llamado, hasta nueva orden, Reino de España). Acaban de celebrarse unas elecciones en el país vecino, donde, para horror de la progresía, ha ganado la derecha y ha subido, notablemente, la extrema derecha.

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Reflexiones sobre el purismo ideológico (sea lo que sea eso)

Cuando uno era (más) joven, ingenuo izquierdista plagado de ideales, sufría toda suerte de comentarios críticos por parte de ciertos (presuntos) sapiens a su alrededor. Me sorprendía comprobar que para algunos elementos, más bien conservadores y acríticos con el mundo que colocaban delante de sus ojos, si pertenecías al universo de la izquierda, debías hacer poco menos que voto de pobreza. De esa manera, de modo sorprendente, se convertía en cuestionable para según que especímenes la legítima aspiración que todo ser humano posee de tratar de bien mejor en un sistema, a ser posible sin jorobar al prójimo, aunque este magnífico que sufrimos, basado en la competencia y en la salvación individual, más bien lo propicie. Normalmente, el personal que realizaba esa pseudocrítica, en este inefable país donde ser «rojo» es a menudo un estigma, no estaba sobrado de capacidad intelectual e inclusive yo diría que moral. No obstante, todavía hoy me sorprende esa visión del mundo que aceptaba que los que pueden vivir estupendamente son, claro, únicamente los de derechas o simplemente los que renuncian a tratar de cambiar el estado de las cosas para una sociedad más justa (que es lo mismo que decir «más libre», pero para todos). Hay quien dice que es muy saludable rodearse de personas que piensan diferente, departir con ellas y tratar de ver otros puntos de vista, pero en algunos casos, yo lo siento, es para que se lo hagan mirar los que adoptan cierta percepción de la realidad. Aquel entrañable ser que uno fue, empachado de unas ideas izquierdistas que no se habían dejado aplicar correctamente en la historia, emprendió ya hace mucho tiempo el camino hacia el horizonte de la bella acracia. No obstante, ojo, que nadie dude de a qué lado de la barricada me encuentro, en este inefable país donde ganó manu militari la reacción, y tampoco me molesta demasiado que me sigan tildando de rojo según qué personas.

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Maniqueísmo a diestra y siniestra

El vocablo de marras, maniqueísmo, para el que no sea un avezado portador de un maravilloso léxico, como el que suscribe, alude a una valoración de la realidad, sin matiz alguno, en función de lo que es bueno o malo. La progresía, de forma abiertamente exacerbada en la reciente campaña electoral, suele caer en dicha actitud maniquea identificando a la derecha con el mal absoluto y a la posibilidad de que gobierne con el advenimiento del apocalipsis (aunque ya haya pasado por un poder estatal y democrático basado en la alternancia). Ha sido así hasta el punto de que las llamadas, o más bien conminaciones, a ejercer el sagrado derecho, o más bien obligación, del voto han llegado a extremos surrealistas; por supuesto, no hacía falta apenas especificarlo, se referían a votar a la izquierda para frenar a esa derecha en alianza con una ultraderecha en pleno auge (aunque sean cosas extremadamente parecidas en este inefable país, antaño unidas, hogaño desunidas). Ese maniqueísmo progre, probablemente, ha depositado su máxima confianza en una especie de plataforma, y no sé si finalmente partido, llamada Sumar compuesta por Podemos (a regañadientes), Izquierda Unida (que no sé hoy lo que es, pero que era a su vez una coalición formada mayoritariamente por el comunismo oficial), por al parecer un par de partidos verdes, por Más País (aunque, con la extensión del que tenemos nos sobre) y por infinidad de fuerzas regionalistas (donde ya me pierdo en ideologías y motivaciones). A pesar de todas estas fuerzas políticas de la verdadera izquierda, producto de no pocas divisiones y refundaciones, las filas del bloque progresista contaban con el PSOE, antaño partido del régimen, hoy aliado, para sumar escaños y frenar al bando reaccionario/conservador.

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¡Votad, votad, malditos!

La propaganda para que en breve, creo que es a finales de este mes de julio, vayamos a votar es de una ferocidad tal, que en caso de no hacerlo a uno le hacen sentir como un bastardo hijo de perra sin entrañas. Por supuesto, estoy hablando del bando progre, claro, no vale con votar a cualquiera, hay que hacerlo a eso tan difuso que llaman izquierda. No tengo del todo claro si dentro de la misma se encuentra el partido todavía llamado socialista y obrero (e incluso español), pero supongo que sí, que dan por hecho que se va a aliar con todo cristo (incluso con la extrema izquierda, sea lo que sea eso) con tal de que no gobierne la derecha (oficial) conjuntamente con la ultraderecha (que todos sabemos, no es nada nuevo, que son cosas muy parecidas en este inefable país). Y algo que ha contribuido a agitar el miedo, ya a lo bestia, ha sido que en las recientes elecciones locales el Partido Popular no ha tenido problema alguno en gobernar con Vox; lo que no me cabe en la cabeza es que alguien tuviera la más mínima duda. Pues eso, que una vez más el fascismo puede ganar las elecciones y hay que pararlo en las urnas; hasta, no preguntéis por qué y de qué manera, escuché el otro día a Monedero afirmar entusiasmado que en este país de anarquistas la izquierda estaba logrando hacer eso que llaman un «frente amplio». Ojalá, Juan Carlos, ojalá, y me refiero a lo de «país de anarquistas», no a lo segundo.

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¿Otra debacle electoral?

Ya os habréis dado cuenta de que no he dicho ni pío de la abstención, para estas elecciones en las que según se decía, tanto se jugaba la izquierda. Bueno, pues ya veis los resultados: el PP gana, VOX gana, y la izquierda se queda de mascota en los diversos parlamentos. Vuelvo a decirlo: la izquierda pierde, porque no gana. Para que la izquierda pueda gobernar, solo tiene que ganar. Si gana la derecha, la izquierda podría ganar también, pero no lo hace. Es así de simple. La derecha ha ganado, consigue que la gente vote sus candidaturas. En cambio la izquierda no convence a su electorado. Y ahora que los analistas, digan cien mil tonterías.

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¿Izquierda woke?

Hasta hace no tanto, uno permanecía indiferente ante el fluir idiota de según qué términos de nuevo cuño de afán abiertamente insultante. Así, para el que no sepa todavía lo que significa eso de ‘izquierda woke‘, es una de las etiquetas despectivas con los que el facherío patrio cree mofarse de lo que ellos consideran progresía. Eso sí, resulta paradójico, patético y abiertamente grotesco, que toda esta pléyade de defensores caposos de las esencias hispanas adopte un anglicismo de lo más peculiar solo para denigrar al contrario de la forma más burda y necia. Como el público a la diestra, en este inenarrable país, no se caracteriza por su enriquecimiento léxico, y mucho menos por la profundización intelectual, las terminales mediáticas más conservadoras han popularizado un apelativo con aspiraciones de convertirse en etiqueta sarcástica. No creo que muchos de los que lo emplean conozcan que el término alude en inglés a ‘estar despierto’ y que, ya hace décadas, fue empleado por los trabajadores en Estados Unidos como signo de adoptar conciencia, de estar alerta ante los atropellos laborales y políticos. Hace unos años, fue recuperado por movimientos sociales, que luchan contra el racismo, así como por los derechos de las mujeres y de personas de diversa orientación sexual; eso explica el uso denigrante por parte de todos estos bodoques reaccionarios, que no han sido ni capaces de una traducción al castellano.

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Tras las huellas del fascismo

Ahora que acaba de ganar las elecciones en Italia una admiradora confesa de Mussolini, y espero que una vez más no le echen la culpa a la abstención, conviene lanzar unas reflexiones sobre las huellas del fascismo en este inefable país. No, no voy a resucitar el estéril debate sobre si Vox es o no abiertamente fascista, me basta con tildarlos de peligrosos bodoques ultrarreaccionarios; claro que no reivindican abiertamente a Franco, cuyo condición fascista ya es muy cuestionable, ya que saben que eso resulta inconveniente y necesitan un discurso adaptado a los nuevos tiempos, pero en esa línea política inicua podemos situarles. Es un lugar común decir que el verdadero fascismo en España lo constituyó la fusión en 1934 de Falange, partido admirador de Mussolini, y las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista, que podríamos emparentar más con los nazis alemanes. Como también es (o debería ser sabido), el genocida Franco tuvo la habilidad de aunar en su bando el fascismo con el carlismo junto a otras corrientes tradicionalistas; los fascistas más puros, que se pretendían revolucionarios, tuvieron que tragar en aquel engendro llamado Movimiento Nacional con la Iglesia y con los monárquicos. De ahí que la cruel dictadura franquista fuera definida como un régimen nacional-católico; Franco solo extendió el brazo hasta que el eje fascista fue derrotado y en el franquismo se nutrió algo de los rasgos fascistas más genuinos a través del llamado sindicato vertical.

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Rojos y fachas

Desde que era (casi) un tierno infante, cargué estoicamente con la etiqueta de «rojo» por parte de mi entorno más reaccionario. No es que me disgustase semejante apelativo político, ya que si te denominan así en este inefable país, seguro que es un buen comienzo. Por otra parte, si tenemos que hacer una división entre rojos y fachas, que a nadie le quepa duda alguna de en qué lado de la trinchera se encuentra uno. No, no es una actitud en absoluto beligerante, ni guerracivilista, ni esas sandeces que suelen soltar los poco dotados de recorrido intectual; y, si lo es, solo en un sentido estrictamente moral. De hecho, los que se vuelven locos por la estética belicista, con poco o ningún sentido de la ética, armados hasta las trancas de símbolos, banderas y uniformes, erectores de estatuas infames, ya sabe un lector mínimamente avispado en qué lado se encuentran. Sin embargo, y creo que ya lo he contado en demasiadas ocasiones, uno siempre ha sido más rojinegro que rojo; a ello obligaba un amor incondicionado, y solidario, por la libertad individual. Es posible que ya afrontada la mediana edad, sea más negro que rojinegro, pero eso es cuestión de que uno se esfuerza en seguir el orden inverso habitual: cuando más viejo, más empecinadamente radical. Algunos, no podemos evitar ser inconmensurablemente lúcidos e inhabitualmente irreductibles. Pero, volvamos con toda esa pléyade reaccionaria que no tardaba demasiado en etiquetarle a uno de «rojo».

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Asalto de la extrema derecha a la educación pública en Madrid

Hace unos meses, la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso anunció que ordenaría a los inspectores de Educación de la Comunidad de Madrid retirar los libros de texto que contuvieran material “sectario” (porque ella, a diferencia del resto, es objetiva y está por encima del bien y del mal). Más adelante, su consejero de Educación, Enrique Ossorio, profundizó en el mensaje de su khaleesi, aclarando que el Gobierno autonómico no compraría libros que contuvieran expresiones como “emergencia climática”, “resiliencia” o “discriminación por razón de género”[1].

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