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Antipoliticismo anarquista

Hace pocos días intentaba distanciarme del concepto «libertario» y «anarquista» que utiliza la extrema derecha con un desparpajo cabreante. Traté de enmarcarlo en nuestra genealogía, que nos ha costado sangre y fuego (sin querer ponerme transcendente ni intensa), nunca con afán de propiedad. El anarquismo es movimiento y lejos de mí la idea de que haya conceptos o ideas inamovibles y graníticas, pero tampoco soy partidaria de la volatilidad y lo «líquido» (que decía Bauman) porque detrás nuestro existen experiencias, personas, propósitos y emociones que nos enraízan a un proyecto que continúa vivo, cambiando y adaptándose a los nuevos tiempos.

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El Proceso electoral en el centenario de Kafka

No hay ni que hacer campaña por la abstención. La abstención electoral, hace su propia campaña. Y conste que no hemos dicho ni pío los/as anarquistas. No se nos puede acusar de nada.  Somos inocentes. Un aproximadamente 51% de abstencionistas en las elecciones europeas, con un avance de la derecha y la ultraderecha en la Unión Europea. Y la izquierda en babia, comida por sus propias contradicciones. Menciono –por ejemplo–, que están todo el día con la matraca de la unidad, y resulta que se fragmenta cada vez que pueden. 

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Europa y la contienda electoral

Hoy, al parecer, hay otra convocatoria electoral en este inefable país llamado Reino de España. Esta vez, creo, es para elegir representantes para las instituciones políticas de la vieja y mezquina Europa. Voy a ver si me entero bien, que ya me vale esto de ser un lúcido ácrata de tics nihilistas que anhela un mundo donde, al menos, no le empujen a uno a ser un patán y/o un miserable. Por lo que veo, derecha y ultraderecha (no observo tantas diferencias como para usar prefijo, pero bueno) están muy creciditas, la socialdemocracia (eso tan voluble) se mantiene, el centro nadie sabe lo que es y la santa izquierda tiende a menguarse. Fijémonos, como curiosidad antropológica, en la propaganda con la que nos han inundado los diversos partidos concurrentes. Diré, en primer lugar, que las principales fuerzas que cortan el bacalao, desde ambos polos del (supuesto) espectro ideológico, han enviado a cada hogar una escueta carta llena de buenas intenciones junto a la lista electoral que, según me han contado, hay que introducir en la urna (no sea que alguien no encuentre el papelito en el colegio al que acuda o se muestre indeciso, ¡vaya usted con la lista en la mano como el botarate que es!). Empiezo por la derecha oficial (o cobarde), que representa el Partido Popular, que manda una carta adornada con un marco en el que puede verse una manifestación con, por supuesto, banderas rojigualdas; no hace falta mucha materia gris, ni nociones de diseño gráfico, para comprobar que la fotografía no daba para mucho y han tenido que clonar, con suma torpeza y muy poco vergüenza, trozos de fotografía con enseñas y seres humanos para abarcar lo que ocupa un simple folio (no creemos que el electorado habitual de esta gente se haya percatado, es lo que tiene la alienación producida por las banderas nacionales).

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Nuestros hermanos portugueses

Tengo un amigo, que aboga por algo que él llama Unión de Repúblicas Ibéricas; creo que no, no le añade lo de Socialistas, pero por ahí van los tiros. Incluso, sostiene sin rubor que los anarquistas en el pasado, o al menos algunos de ellos, estaban también en esa línea. No puedo evitar que una mueca escéptica se dibuje en mi rostro ante semejante afirmación, pero bueno, al fin y al cabo los ácratas llamaron a su organización específica Federación Anarquista Ibérica. Es posible que pudiera haber una línea de entendimiento con los libertarios si estuviéramos hablando de un verdadero sistema federal, con autonomía de cada grupo, plena solidaridad entre ellos, profundización en la democracia y una economía autogestionada. No, nada de eso se produjo en la llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, a pesar de tener una estructura federal de boquilla, la población era presa de un feroz centralismo. Pero, vayamos con nuestros hermanos portugueses, a los que habría que preguntar si quieren formar parte de una estructura social y política junto a este inefable país (llamado, hasta nueva orden, Reino de España). Acaban de celebrarse unas elecciones en el país vecino, donde, para horror de la progresía, ha ganado la derecha y ha subido, notablemente, la extrema derecha.

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¿Izquierda española?

Yo pensaba que iba de coña, pero no, se ha formado un nuevo partido que obedece al folclórico nombre de Izquierda Española. Ya puestos a invitar al jolgorio, yo la hubiera llamado «Izquierda de este inefable país», nos hubiéramos echado unas risas y, seguro, hubieran sacado más votos gracias al previsible animus iocandi de los que acuden a las urnas. Al contrario de lo que podría suponerse con tanta escisión y refundación de la izquierda más o menos radical (sea lo que sea lo que signifique eso), estos se definen como una formación progresista y socialdemócrata que centra su discurso en el rechazo a los nacionalismos. De ahí que adopten el gentilicio de este indescriptible país en el nombre del partido, aunque es de suponer que eso no tiene que empujar a pensar que apuestan por el nacionalismo (español). Al parecer, la cosa se ha aglutinado en torno a elementos que ya militaron en otras fuerzas políticas electoralistas, como el PSOE e Izquierda Unida, así como extintas alternativas al bipartidismo como las defenestradas UPyD y Ciudadanos.

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Maniqueísmo a diestra y siniestra

El vocablo de marras, maniqueísmo, para el que no sea un avezado portador de un maravilloso léxico, como el que suscribe, alude a una valoración de la realidad, sin matiz alguno, en función de lo que es bueno o malo. La progresía, de forma abiertamente exacerbada en la reciente campaña electoral, suele caer en dicha actitud maniquea identificando a la derecha con el mal absoluto y a la posibilidad de que gobierne con el advenimiento del apocalipsis (aunque ya haya pasado por un poder estatal y democrático basado en la alternancia). Ha sido así hasta el punto de que las llamadas, o más bien conminaciones, a ejercer el sagrado derecho, o más bien obligación, del voto han llegado a extremos surrealistas; por supuesto, no hacía falta apenas especificarlo, se referían a votar a la izquierda para frenar a esa derecha en alianza con una ultraderecha en pleno auge (aunque sean cosas extremadamente parecidas en este inefable país, antaño unidas, hogaño desunidas). Ese maniqueísmo progre, probablemente, ha depositado su máxima confianza en una especie de plataforma, y no sé si finalmente partido, llamada Sumar compuesta por Podemos (a regañadientes), Izquierda Unida (que no sé hoy lo que es, pero que era a su vez una coalición formada mayoritariamente por el comunismo oficial), por al parecer un par de partidos verdes, por Más País (aunque, con la extensión del que tenemos nos sobre) y por infinidad de fuerzas regionalistas (donde ya me pierdo en ideologías y motivaciones). A pesar de todas estas fuerzas políticas de la verdadera izquierda, producto de no pocas divisiones y refundaciones, las filas del bloque progresista contaban con el PSOE, antaño partido del régimen, hoy aliado, para sumar escaños y frenar al bando reaccionario/conservador.

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Caretas fuera: La ultraderecha nos considera basura

Sin duda, las elecciones del 23-J serán recordadas por muchas cosas. Fueron las elecciones más calurosas de la historia. Fueron las elecciones en las que Pedro Sánchez se paseó por todos los platós de televisión del universo, humilló a Ana Rosa y Pablo Motos, fue a ‘La Pija y la Quinqui’ a que le llamaran guapo y difundió un meme en el Día Internacional del Perro. Las elecciones del “Que te vote Txapote”. El debate a dos entre el PP y el PSOE lo ganaron Vox y Bildu. Feijóo se sacó un máster en difusión de bulos –imitando a Trump, sembró dudas sobre el voto por correo– pero, pese a ello, fue habitualmente eclipsado por Abascal, salvo a la hora de explicar, sin mucho éxito, su relación con el narco Marcial Dorado. Yolanda Díaz rebajó el ya de por sí diluido discurso de la izquierda institucional y, por si fuera poco, abogó por un “feminismo conciliador” –quizás estaría bien que alguien le recuerde que, si no es incómodo, no es feminismo–. Pero, probablemente, por lo que más serán recordadas estas elecciones se deberá a la guerra de las lonas del odio.

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Vota: no seas negacionista

El 23 de julio son las elecciones al parlamento español. Frente a la amenaza de un gobierno del PP con el apoyo de la ultraderecha de Vox, la izquierda ha hecho un llamamiento a la responsabilidad para acudir masivamente a las urnas. Y tú, votante con dudas o abstencionista activo, ¿qué harás el domingo? ¿No serás también un negacionista de la democracia?

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¿Otra vez a las urnas? Las elecciones parlamentarias como el Día de la Marmota

Que nuestra vía no sea explorar el camino institucional lo tenemos bien claro. Ya hemos afirmado otras ocasiones como medio alternativo que nos parece una vía completamente estéril e, incluso, contraproducente para una verdadera transformación social y política. No estamos ante nada nuevo, siempre sucede la apertura de nuevos ciclos reformistas en los regímenes bajo el capitalismo, para introducirnos en la rueda del electoralismo con perversas amenazas sobre la llegada de algo peor: el fascismo. Siempre alertando con las orejas del lobo, en un discurso reactivo completamente a contrapié, y que determina que no haya posibilidad de tejer alternativas y una agenda propia desde los movimientos sociales.

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¡Votad, votad, malditos!

La propaganda para que en breve, creo que es a finales de este mes de julio, vayamos a votar es de una ferocidad tal, que en caso de no hacerlo a uno le hacen sentir como un bastardo hijo de perra sin entrañas. Por supuesto, estoy hablando del bando progre, claro, no vale con votar a cualquiera, hay que hacerlo a eso tan difuso que llaman izquierda. No tengo del todo claro si dentro de la misma se encuentra el partido todavía llamado socialista y obrero (e incluso español), pero supongo que sí, que dan por hecho que se va a aliar con todo cristo (incluso con la extrema izquierda, sea lo que sea eso) con tal de que no gobierne la derecha (oficial) conjuntamente con la ultraderecha (que todos sabemos, no es nada nuevo, que son cosas muy parecidas en este inefable país). Y algo que ha contribuido a agitar el miedo, ya a lo bestia, ha sido que en las recientes elecciones locales el Partido Popular no ha tenido problema alguno en gobernar con Vox; lo que no me cabe en la cabeza es que alguien tuviera la más mínima duda. Pues eso, que una vez más el fascismo puede ganar las elecciones y hay que pararlo en las urnas; hasta, no preguntéis por qué y de qué manera, escuché el otro día a Monedero afirmar entusiasmado que en este país de anarquistas la izquierda estaba logrando hacer eso que llaman un «frente amplio». Ojalá, Juan Carlos, ojalá, y me refiero a lo de «país de anarquistas», no a lo segundo.

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