El anarquismo y el liberalismo poseen semejanzas históricas, aunque finalmente adopten caminos divergentes; si bien uno se acabó mostrando dual y ambivalente en su defensa de la soberanía individual y de la participación en la riqueza material, el otro tratará de aportar una visión compleja de la libertad para asegurar la emancipación social.
 El término fraternidad parece hoy, al menos en el lenguaje vulgar, anacrónico. Si bien se alude, al menos en la teoría política, constantemente a la libertad y a la igualdad, la tercera parte del gran proyecto de la modernidad queda relegada al olvido. Trataremos en este texto, al igual que hemos hecho en diversas ocasiones con la solidaridad (que, por otra parte, es un concepto muy relacionado con el que nos ocupa) de vincularlo estrechamente a los otros dos grandes conceptos: libertad implica necesariamente igualdad y fraternidad.
Frente a cualquier nexo y vinculo social tradicional, la fraternidad trata de imponerse, al menos desde la Revolución francesa, como la gran alternativa revolucionaria. Esta novedad radical de la fraternidad tiene sus precedentes, no tanto en la fraternidad religiosa, como en la estoica de la Antigua Grecia: la natural sociabilidad del ser humano como base para una aspiración cosmopolita. La Revolución francesa, o al menos una corriente dentro de ella, posee esas aspiraciones claramente universales, no una simple emancipación de una pólis o nación, sino el comienzo de la liberación del conjunto de la humanidad.
Resulta ya extremadamente preocupante, y será cosa de la «involución intelectual» que diría una amiga mía, cómo calan los discursos abiertamente simplistas y grotescos. Es posible que uno de los años colaterales que ha hecho el socialismo estatista, una de cuyas variantes en versión totalitaria es lo que el imaginario popular entiende por comunismo a estas alturas, está en el hecho de que gobernantes que deberían ser vistos como lo que son, inicuos e irrisorios, se llenen la boca de libertad sin asomo alguno de vergüenza. Comunismo o libertad, que dijo la indescriptible tipa que preside la capital de este inefable país, llamado Reino de España, y es la libertad que repite sin sonrojo un esperpento como el nuevo presidente de la pobre Argentina. Libertad, para esta gente, es todo lo que no guste a su liberalismo insolidario, usando el subterfugio constante de rechazar la opresión estatal, ellos que están al frente de gobiernos, y alabando el esfuerzo individual sustentado en sálvate tú mismo explotando a los demás. Es especialmente terrible que infinidad de jóvenes, que acabarán siendo carne de cañón en sociedades basadas en la explotación laboral, compren sin rubor el discurso de esa libertad basada en el emprendimiento, en la acumulación de riqueza y en una meritocracia, que también resulta falaz en la práctica.
Aunque no siempre lo veamos expresado de esa manera, no podemos estar más de acuerdo con Rudolf Rocker, el anarquismo es la gran síntesis entre liberalismo y socialismo. Las dos grandes corrientes producidas a partir de la Revolución francesa confluyen en el ideal libertario. Ello se produjo cuando determinados autores observaron que «la cuestión social» no se resuelve con cambios de constitución ni de gobierno, y sí llegando al fondo del problema.
Me ha quedado hoy el título algo lírico, pero de vez en cuando aparece mi gran corazón tras esa máscara ferozmente nihilista que me gusta adoptar. El caso es que, dicho encabezamiento, define muy bien los deseos y aspiraciones de los ácratas sobre una sociedad, efectivamente, libre y solidaria. Y, ojo, cuando hablo de sueños, como en tantos otras conceptos hoy pervertidos por la cara más inane de la posmodernidad, no me refiero a no estar bien despiertos sobre el mundo en que vivimos y querer transformarlo para mejor. Me refiero exactamente a eso, a deseos y aspiraciones para el futuro bien conectadas con la realidad de hoy, ya que no hablamos de un mañana dictado por supuestas leyes teleológicas (sea lo que sea eso). Y no hay mayor concepción de la libertad que aquella que la concibe estrechamente vinculada a la solidaridad (es decir, la libertad propia ligada a la libertad de los demás, algo bello sostenido ya por los libertarios clásicos, que se deja a un lado con facilidad en la, a menudo, confusión posmoderna). Y, no debería hacer falta explicarlo, empleo la palabra libertarios (y libertarias) ex profeso, con su sentido originario de persona que busca una sociedad libre y solidaria. Nada que ver con su perversión actual, usada por los que buscan solo su propia liberación y la de su mezquino capital.
Tomás Ibáñez es un veterano libertario, con infinidad de textos escritos y unos cuantos libros a sus espaldas. Entre ellos, se encuentran: Contra la dominación, que versa sobre el relativismo, un concepto que veremos que se repite en su obra, y sobre cuatro autores: Cornelius Castoriadis, Michel Foucault, Richard Rorty y Michel Serres; y Municiones para disidentes. Realidad-Verdad-Política, donde se abordan temas cruciales para la posmodernidad como, de nuevo, el relativismo enfrentado al absolutismo o el controvertido tema de qué entendemos por la realidad.
Insistimos, desde el anarquismo, en la solidaridad como nexo social, lo que implica el ejercicio de ser libre en cada individuo y la posibilidad de que esa convivencia se produzca en paz.
Kant afirmó, ante la cuestión de si nuestros actos espontáneos y libres acaban con la destrucción de la sociedad, que el nexo social forma parte de nuestra naturaleza. De esta manera, según el filósofo alemán, el hombre avanza moralmente mediante el uso de su razón, por lo que existiría una especie de determinismo positivo hacia el perfeccionamiento. Hay que insistir en la fe de Kant en el progreso; no se habría producido un paso brusco del estado de la naturaleza al estado civil, son necesarios unos cuantos pasos previos antes de la aparición de la moralidad.
La apelación a la «libertad» en nuestras sociedades modernas (o posmodernas, si se quiere) es constante. Tanto a un nivel político, para el buen funcionamiento de la democracia representativa (ya saben, la dominación más «amable» y autoasumida), como en el plano consumista y en el mercado capitalista, se apela a un sujeto libre, que supuestamente actuaría libremente para elegir una cosa u otra.
Ahora que estamos en agosto y no pasa nada, salvo que se derriten los glaciares, violencia de género, asesinato en Ecuador, líos para la investidura con peleas venecianas, guerra en Ucrania con una ofensiva que dura ya meses, golpe en Níger, Israel destruyendo Palestina… Vamos, lo de siempre… Puede ser una buena idea hablar de teoría. Por ejemplo, a cuenta del barco prisión y de las muertes en la frontera con devoluciones de niños que se pasan por el arco de triunfo la Declaración de Derechos Humanos.
En un breve ensayo, recopilado por Christopher Hitchens en el libro Dios no existe (The Portable Atheist), Emma Goldman nos habla de su filosofía del ateísmo. Echemos un vistazo a las magníficas píldoras contra la religión, la creencia teísta y contra todo absolutismo que contiene el texto.
Un espacio en la red para el anarquismo (o, mejor dicho, para los anarquismos), con especial atención para el escepticismo, la crítica, el librepensamiento y la filosofía en general