La Federación Anarquista de Gran Canaria ha cumplido diez años, y quisiera mediante estas líneas dedicar mi modesto homenaje a una singladura llena de sobresaltos. Observé su nacimiento con curiosidad en los albores del 11-M, y la verdad, al principio pensé que no iban a durar ni dos telediarios, porque se dedicaban mayormente a decir lo mal que hacían los demás las cosas. Y eso no conduce a ninguna parte, porque… ¿Acaso no es evidente que las cosas están mal? Ese tipo de protesta tiene su recorrido, y suele acabar en la disolución.
Por eso me llenó de alegría ver cómo progresivamente tomaban la iniciativa, la tribuna, mostraban la cara, salían en la prensa… Tenían energía, dinamismo, fuerza. Y se estaban enfrentando a desafíos reales: cuestiones de pobreza, de vivienda, de precariedad, de marginación…
Y ello se hizo cuando los y las anarquistas respondieron a la siguiente pregunta: ¿cuáles son los principales problemas de nuestro entorno? ¿Los partidos políticos? ¿El reformismo que envenena el anarquismo? ¿El dogmatismo anarquista? ¿El posmodernismo? ¿La trampa de la diversidad? ¿Los desahucios, la precariedad, el hambre, la persecución inmigrantes…? ¿No está claro acaso, cuáles son los problemas de verdad?
En el momento que los descubres y te implicas, puedes hacer del anarquismo una herramienta útil, hermosa y eficaz. Cuando ves a una persona real, concreta, a la que puedes dar una respuesta, es cuando aprendes a hablar. Porque los problemas son recurrentes, repetitivos, y a medida que los vas entendiendo y te implicas, van surgiendo las soluciones: soluciones para miles de personas, en su mayor parte mujeres y niños, migrantes, familias arruinadas, prostitutas, gente duramente golpeada por el COVID… Y se ha hecho por meros voluntarios, cuatro mataos que no saben pronunciar correctamente –gracias a dios– la palabra anarcosindicalismo, ninguno de ellos a sueldo, que se han llevado la sorpresa de generar victorias, ejemplo y simpatía.
Yo quería destacar un aspecto que ha quedado un tanto a un lado cuando se habla de estas cosas: el de los huertos y terrenos en los que las comunidades cultivan sus propios alimentos. Al principio, hacia 2013 me temí una catástrofe cuando empezaron a emplear el método de Fukuoka, que es una cosa jipi que dice que se puede cultivar haciendo bolitas de arcilla y metiendo en ellas arroz. Yo me tiraba de los pelos, porque no hay disparate que por grande sea, no tenga razonamiento que lo sustente… Vuelvo a declarar en este inciso, que odio con todas mis fuerzas cualquier cosa que se ponga el apellido de «alternativo», y que diga que se puede curar tal cosa comiendo ajo crudo, o que con bolas de arcilla y un grano de arroz se pueden sacar miles de toneladas de pienso. Y menos mal, creo que cuando se vieron con barro hasta los sobacos, que tuvieron que sacar a uno de ellos a rastras de un pozo de lodo, los anarquistas replantearon el tema con métodos más convencionales a base de azadón, anacafre, zacho… Y el resultado es el siguiente.
Así a ojo, tras visitar los lugares desperdigados por la isla y haciendo un recuento a la baja, las diversas comunidades cultivan en la actualidad una superficie de más de tres hectáreas. Vale. Imaginaos cuatro campos de fútbol de primera división, con terrenos abandonados a pie de costa, fértiles, con agua. Da gusto ver bancales con maderas, barreños y bañeras recicladas. Tienen un horno de pan, y cultivan hasta un 50% de las frutas, hortalizas y verduras que consumen. No son huertos urbanos de recreo. Son verdaderos cultivos de autosuficiencia en los que trabajan agricultores que conocen el oficio, porque no en vano muchos vienen de países en los que esa actividad es la base de la economía. También disponen de unas setenta (o más en varios hatos) cabras y ovejas, leche, pastores, un número indeterminado de aves… Y también llevan un santuario de rescate para animales en plan vegano, donde hay hasta un caballo que salvaron de no sé dónde y del que se aprovechan los cagajones. Todo muy bello. Y por ser bello, atrae a buenas personas a echar una mano. Porque la belleza siempre se quiere hacer que perdure.
Y eso lo han organizado personas de diversas etnias, religiones, géneros, maneras de pensar, a quienes han unido la adversidad y el anarquismo. Es un tipo de anarquismo, el de quienes no son anarquistas, que siempre me incita a seguir animándonos, porque estas personas enclaustradas en una isla de la que se dice no puede sobrevivir sin el turismo, se están encargando de mostrar que se puede llevar una vida como mínimo diferente de la que se nos predica a todas horas. Y tener una alternativa, poder ver otras posibilidades, es fundamental para poder sacudirnos las pulgas.
Por eso mi consejo es siempre, desde hace décadas, el siguiente: anarquista del libro, no muestres lo mal que lo hacen los demás; demuestra lo bien que lo haces tú. Muestra lo buenos que somos todos y todas. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.