Sobre lo que resulta sano y normal

Cierto terrorismo anarquista, aunque muy situado en el tiempo a finales del siglo XIX, realizado solo por escasas figuras ácratas y muy explicable por causas sociales, desgraciadamente, todavía perdura en gran medida en el imaginario popular. De nada sirve que se trate de explicar, con sobrada paciencia, que lo que tratan de hacer los libertarios, precisamente, es desterrar la violencia de lo instituido, de nada sirve el rico corpus filosófico y las encomiables prácticas históricas de las propuestas anarquistas, de nada sirve aclarar que ofrecen sobre todo una propuesta moral también a nivel social y político, uno tiene que escuchar de manera reiterada toda clase de necedades al respecto. No es casualidad toda esta vinculación del anarquismo con la violencia, ya que ya hay que recordar al, en su decimonónico momento, reputado médico Cesare Lombroso cuando lanzó la teoría, nada menos, de la criminalidad innata de los anarquistas. El fulano aquel, que consideró a nivel general que el crimen tenía más causas biológicas que sociales, incluso estableció ciertos rasgos físicos brutales y primitivos para los delincuentes. Hace falta ser muy miope, en lo intelectual y en la propia vista, ya que resulta evidente que los anarquistas por lo general estamos sobrados de magnetismo físico e intelectual.

Los anarquistas clásicos, en esto también, fueron infinitamente más lúcidos que tantos «científicos«, de una u otra manera, al servicio del orden establecido. Es para desconfiar, y ser siempre críticos, con toda ciencia oficial, máxime la que tiene que ver con el comportamiento humano. Como los libertarios se esforzaban en establecer una sociedad sin Estado (es decir, sin un sistema legal coactivo) no resulta extraño que se interesaran también por las causas del comportamiento criminal; en otras palabras, que los que fueron objeto del pensamiento criminológico se convirtieron igualmente en sujetos y llegaron a algo que hoy resulta sensato y evidente: la conducta tiene más orígenes ambientales que biológicos, por lo que hay que tender a una sociedad todo lo justa y sana posible (no dejaban de ser los ácratas, también, hijos de su tiempo con esa confianza exacerbada en el progreso). Lo curioso es que los motivos biologicistas del inefable Lombroso no estaba exentos, a su vez, de intereses políticos; así, quiso desprestigiar con una supuesta base «científica» a todos aquellos, como los ácratas, que se esforzaban (para él, de forma apresurada y violenta) por cambiar la sociedad y lo hizo en beneficio de sus propias ideas, de cierto socialismo moderado (curioso). El tipo aseguró sin asomo de vergüenza que los anarquistas no eran auténticos revolucionarios, sino rebeldes violentos (alguna suerte de delincuentes o locos); esto recuerda a aquello del marxista Eric Hobsbawm de considerar rebeldes primitivos a los ácratas. Hay que ver cuántas estupideces se han dicho, ya en época moderna, en nombre de la medicina y la historiografía.

Sobre esa dicotomía entre revolucionarios y rebeldes, cada vez que tengo dudas al respecto, me lanzo a la relectura del bueno de Albert Camus. Frente a los habituales lugares comunes, y ya bien entrado el siglo XX con experiencias tan nefastas al respecto, el argelino estableció que los revolucionarios a veces no tardan en instaurar una nueva autoridad coercitiva (ese pertinaz deseo de cambiar las cosas mediante la violencia), mientras que los rebeldes son aquellos que, de modo encomiable y con la meta de conquistar derechos, dicen no ante el poder y la injusticia. Pero, no quiero desviarme demasiado de la cuestión que me ocupa en este lúcido blog. Y es que aquella preocupación científica por lo que resulta sano o normal, más propia de la modernidad que de esta época (presuntamente posmoderna, donde prima un relativismo mal entendido), invita a no pocas reflexiones. Desconozco si los anarquistas venimos a ser seres locos o anormales, pero quizá vistas estas sociedades humanas donde la pobreza, la guerra y el sufrimiento generalizado sigue siendo un hecho, es para estar orgullosos de no ser lo que se entiende por socialmente normal. Sobre la violencia y el delito, pues sin ánimo simplista ni demagógico alguno, lo sigo viendo como causa y consecuencia de sistemas donde predomina la imposición y el saqueo permanentes. Sea como fuere, lo cierto es que hoy, ya entrados en el tercer milenio, no existen respuestas definitivas para el comportamiento humano. Un motivo más para dejar de buscar excusas en condición natural alguna y tratar de fundar comunidades que nos hagan, no sé si sanos, pero al menos un poquito mejores.

Juan Cáspar
https://exabruptospoliticos.wordpress.com/2024/07/09/un-poco-de-psicologia-con-perdon/

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