Archivo de la etiqueta: Cinismo

Historia de la filosofía anárquica 4. Michel Foucault & Michel Onfray. El Cinismo antiguo y la Anarquía. Tercera parte.

Simón Royo Hernández

«Era terrible para denostar a los demás. Así llamaba a la escuela de Euclides biliosa, a la enseñanza de Platón tiempo perdido, a las representaciones dionisíacas, grandes espectáculos para necios y a los demagogos los calificaba de siervos de la masa. Cuando le preguntaron en qué lugar de Grecia se veían hombres dignos, contestó: Hombres en ninguna parte, muchachos en Esparta. Como no se le acercaba nadie al pronunciar un discurso serio, se puso a tararear. Al congregarse la gente a su alrededor, les echó en cara que acudían a los charlatanes de feria, pero iban lentos a los asuntos serios. Cuenta Menipo en su Venta de Diógenes que, cogido prisionero y siendo vendido como esclavo, le preguntaron qué sabía hacer. Respondió: Gobernar hombres. Y dijo al pregonero: Pregona si alguien quiere comprarse un amo. Al invitarle uno a una mansión muy lujosa y prohibirle escupir, después de aclararse la garganta, le escupió en la cara, alegando que no había encontrado otro lugar más sucio para hacerlo. Platón dio su definición de que el hombre es un animal bípedo implume y obtuvo aplausos. Él desplumó un gallo y lo introdujo en la escuela y dijo: Aquí está el hombre de Platón. Desde entonces a esa definición se agregó: y de uñas planas. Era apreciado ciertamente por los atenienses, pues cuando un muchacho rompió la tinaja donde habitaba, a este le apalearon, y le procuraron otra a Diógenes. Dijo que la pasión por el dinero es la metrópoli de todos los males. Cuando a Platón le preguntaron: ¿Qué te parece Diógenes?, respondió: Un Sócrates enloquecido. Al ver a un arquero torpe se sentó junto al blanco, diciendo: Para que no me alcance».

Seguir leyendo Historia de la filosofía anárquica 4. Michel Foucault & Michel Onfray. El Cinismo antiguo y la Anarquía. Tercera parte.

(Casi) todo es una mierda

En determinada ocasión, cierta persona a la que tengo, a pesar de su barniz conservador, respeto intelectual y moral, me acusó de tener cierta actitud, que se resumía en una frase lanzada con vehemencia, que supuestamente resumía mi visión: «¡Todo es una mierda!» (sic). El caso es que semejente aseveración (o, mejor dicho, acusación), aunque podía extenderse a cualquier ámbito vital, estaba sustentada en una controversía literaria; yo afirmé, sin despreciar ningún otro género (¡Satanás me libre!), que si algún día me animaba a escribir algo de ficción, sería sin duda una sátira de elevadas ambiciones sobre la realidad social y la condición humana. Esto actuó como un resorte para que mi interlocutura dijera lo que dijo, ante mi estupor y cierta indignación. Vaya por delante que, pobre de mí, yo nunca he sostenido esa argumentación ni actitud vital; por supuesto, no me gusta gran parte de lo que observo a mi alrededor, e incluso no pocas veces muestro mi desprecio por gran parte de lo que hemos construido los humanos como especie, pero jamás se me ocurriría afirmar que el conjunto de la realidad es una suerte de bosta de enormes dimensiones. Tuve la sensación, con aquel intercambio de improperios amables, que mi rival dialéctico, junto a muchas otras personas, confunden el ser extremadamente crítico con algún tipo de amargura vital, traducida al parecer en considerar que el mundo es una especie de gran bola de excremento.

Claro que, pensándolo bien, no sé si hay muchas personas que, al menos sobre el papel, no se consideren a su extraña manera «críticas» con las cosas; incluso, algo que invita a la perplejidad, lo sostiene a veces la gente más conservadora, máxime en estos tipos distorsionadores en los que la derecha más repulsiva quiere pasar de alguna manera como «antisistema». Lo cierto es que puede decirse que cada uno, según su imaginario ideológico y moral, así como con su traslación o no a su actitud vital, es francamente complicado que se considere conformista o un papanatas sin remedio; y, desgraciadamente, abundan, y de qué manera. Pero, volvamos a la polémica que ha originado estas reflexiones. Qué diablos quiere decirse, cuando se considera a nivel artístico la sátira una herramienta impagable para dejar en evidencia las convenciones sociales más ridículas y cuestionables, que tantas veces sustentan las peores injusticias. Hay que decir, como gran argumento frente a mi interlocutora, que la sátira es un género tan reconocido como cualquier otro, que se remonta con grandes obras a la Antigüedad; no sé si alguien se atreverá a segurar que Valle-Inclán, Góngora o el propio Cervantes, al margen de la evidente calidad de sus escritos, tenían una visión tipo «¡Todo es una mierda!».

Me parecen muy respetables, o no necesariamente, si nos referimos siempre a una saludable polémica, aquellos poetas que quieran expresar los desvaríos del amor romántico, el misticismo de la condición humana o la belleza del cielo o de los pajaritos, pero uno no puede evitar estar a otras cosas. Una muestra de la perversión del lenguaje tiene como perfecto ejemplo algo emparentado con lo que intento expresar; «ser un cínico», algo seguramente excesivo a nivel filosófico, pero intelectualmente muy apreciable antaño como opuesto a toda convención social en aras del progreso, con el tiempo acabó convertido en una cosa abiertamente negativa. Creo que la sátira, género que más temprano que tarde me atreveré a abordar cargado de ambiciones, tiene mucho con ver con esa condición cínica en el sentido antiguo: algo, tal vez reprobable según determinada moral, pero que obedece a la necesidad de mostrar la gran hipocresia e injusticia del mundo en que vivimos. El cínico, así como el que usa la sátira como herramienta, a mi nada modesta manera de ver las cosas, realiza una crítica radical a todo convencionalismo; lo hace, de manera explícita o no, porque yo creo que desea atisbar que hay valores mucho más elevados, tal vez nunca alcanzables del todo, pero por los que merece la pena luchar. Jamás se me ocurrirá afirmar algo así como que todo es una hez, pero me resulta francamente complicado aceptar que alguien se refugie en una mera actitud contemplativa, sin dedicar ni un ápice de su existencia a tratar de derribar tanta miseria. Parafraseando al clásico, para construir inevitablemente hay que destruir; ojo, solo es una manera (algo satírica) de hablar.

Juan Cáspar

Cinismo y libre examen

El lenguaje popular ha llevado el significado del término ‘cinismo’ a un lugar abiertamente peyorativo. Cínico, para esta acepción, sería alguien con una actitud deshonesta, casi que hace gala de su falta de virtudes. Bien, nadie puede negar que la palabra se emplea con este significado en infinidad de ocasiones, aunque con algunos matices.

Seguir leyendo Cinismo y libre examen