Leyendo a unos y otros, no cabe más que preguntarse qué opinar sobre ese sistema que tanto detestamos, pero que tanto nos envuelve, que denominamos capitalismo. Los liberales, los más puros me refiero, tan utópicos ellos, a pesar de su ya larga existencia, aseguran que lo que necesitamos es más libre mercado, eso sí, algunos usan un subterfugio atractivo: frente al Estado, dejar a la sociedad civil que gestione económicamente y que haga sus propios acuerdos. Insisto, esto lo dicen los defensores del capitalismo y de un Estado mínimo, no tanto acabar con el Estado, que eso es ya abiertamente una entelequia, que según ellos asegure la igualdad jurídica de todos los agentes. Para empezar, convendría concretar un poco más qué es eso del capitalismo, concepto que sí es cierto que usamos demasiado a menudo como algo abstracto, como un «mal abstracto y absoluto», casi me atrevo a decir. De un modo todavía demasiado genérico, podemos identificar capitalismo con la privatización de los medios de producción privados; yendo un poco más allá, este sistema económico va impepinablemente unido a la búsqueda de beneficios, dejando la ética a un lado las más de las veces, por lo que entramos ahí en una dinámica infernal. Para la relación del capital con otros factores, como es el trabajo o las materias primas, tendríamos que acudir ya a lecturas más sesudas y, a menudo, abstrusas.
Los tempranos críticos del capitalismo ya señalaban ese acaparamiento nocivo de los medios de producción, en manos privadas, y apostaban por alguna suerte de colectivización. Este término, resulta anatema para los liberales, ya que lo identifican con la anulación de la libertad individual; como yo padezco de cierto síndrome de Estocolmo, a mí me pasa también, y más cuando se habla de ‘comunismo’ (no tanto con ‘socialismo’, que a pesar de todo sigo viendo como una bella palabra). Para el caso que nos ocupa, no distiguiremos entre las diferentes fases del capitalismo y atenderemos a esos ragos genéricos mencionados, entre los que se encuentra, claro está, la explotación de aquellos (muchos) que solo tienen como posesión su fuerza de trabajo. La propiedad privada resulta algo sagrado para los liberales defensores del capitalismo y, atiendan, estoy totalmente de acuerdo a priori. El problema es que también creo, y mucho, en la solidaridad y observo los numerosos desposeídos que genera este sistema tan estupendo que sufrimos. Y, por favor, que no nos digan que no hay un relación directa entre la acumulación del capital y el aumento de las desigualdades, otro lugar común que insulta la inteligencia. Un argumento recurrente es que el aumento de la riqueza es beneficioso para todos, por lo que no tenemos que oponernos a los ricos, aunque observemos con estupor hasta donde llega la codicia del género humano, ya que seguramente nos acabarán cayendo sus migajas. El capitalismo es, efectivamente, seamos tajantes, aumento de capital en manos privadas, que son los que manejan recursos negados a otros. Las entidades financieras, las principales creadoras de dinero (vamos a llamarlo ya así), son las que basan su existencia en que gran parte de la humanidad permanezca endeudada.
¿Por qué diablos digo todas estas obviedades? ¿No tenemos claro que el capitalismo es el mal absoluto? No, no lo tengo claro, para empezar porque no creo en males absolutos, que dejaremos para los cuentos religiosos. Como dije, creo profundamente en la propiedad, o si se quiere en la posesión, en el libre uso de los recursos por todos y para beneficio de todos. Para ello, podemos seguir hablando de alguna suerte de socialismo libertario, y me parece bien que así se haga, pero creo que tenemos que concretar alternativas sin seguir pensando que, cargados de razón como estamos, algún evento revolucionario va a cambiar algún día todo para siempre. De momento, no estaría mal, si apostamos por la autogestión social en todos los ámbitos, que aprendamos un poco de economía, que sepamos desmontar todos estos lugares comunes liberales, de aquellos que defienden más libertad de mercado y menos intervención del Estado. Este, parece intervenir en ocasiones para tratar de paliar los numeroso males del capitalismo, aunque sepamos que esto es otra falacia. Precisamente, el fracaso de toda vía estatal para el socialismo ha dejado el mundo en una una sola y enloquecida autopista económica, tal vez con diferentes conductores según el momento, pero con unos mismos inicuos acaparadores de toda la infraestructura. Conozcamos bien esa autopista, destapemos los numerosos males que produce de una manera lúcida y concreta; tal vez, con ello, podamos por fin empezar a salirnos de ella, que es lo mismo que destruirla.
La única propiedad que debería tener es aquella que pueda asegurar la dignidad del individuo como refugio de última instancia. Los logros personales por el esfuerzo realizado deben ser usufrctados de por vida pero nunca hereditarios pues esto último causa la diferencia y nos obliga al hacinamiento y la servidumbre de los más y concede privilegios mayestaticos a unos pocos. Como demostración de mi teoría baste decir que mi pequeño pedazo de planeta a cuyo uso por nacimiento tengo pleno derecho ha sido robado por el terrateniente o el Icona en su defecto, obligándome así a una convivencia forzada en una sociedad enferma a la que todos alaban como un logro del progreso humano en lugar de una degradación del derecho a la libertad y la diferencia entre unos y otros que solo puede existir si si poseo un ínfimo refugio planetario exclusivamente mío desde el cielo hasta el infierno como aseguraba el derecho romano en otras épocas más gloriosas para el individuo aunque menos cómodas para los bípedos borregos actuales.