Mientras el mundo civilizado se rearma, preparándose para la paz, las crisis de todo tipo se suceden en las mal llamadas sociedades avanzadas. Sin ir más lejos, hace escasos días un apagón eléctrico inundó la Península ibérica (sí, nuestros hermanos portugueses incluidos) y, mientras las teorías conspirativas se sucedían, la lógica más alarmante nos decía que se trataba de meros fallos dentro de un sistema basado en los beneficios económicos más depravados. Tal vez, solo acariciamos ese día lo que tantas personas viven cotidianamente en gran parte del planeta, mientras en el conocido como primer mundo, supuestamente con un aceptable nivel de vida para casi todos sus integrantes, se suceden crisis para dar y tomar. Y, si no se producen por las evidentes fallas sistémicas, ya se encargarán de fabricarlas, quizá es eso que denominan capitalismo del shock, para mantenernos bien asustaditos confiando en la autoridad de turno. De acuerdo, una considerable parte de la humanidad, algo esperanzador, parece darse cuenta en esas circunstancias en que todo parece tambalearse, que la única solución pasa por cuidarnos unos a otros, en procurar que la solidaridad impere frente a tanto malnacido que solo busca su propio beneficio, en buscar el reconocimiento al otro y el consenso con todos para las soluciones más justas y eficaces. No, nadie dijo que fuera fácil.
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