Esto de ser un ácrata, además con tendencias nihilistas, no es fácil. No es nada fácil, en serio. Como uno no tiende, precisamente, a ocultar su lúcida condición y le gusta la polémica para tratar de agitar las plácidas aguas existenciales, está sometido a toda suerte de gratuitos comentarios y no pocos improperios. Veamos algunas anécdotas totalmente reales. Recientemente, he comenzado a trabajar (no diremos en qué) con un tipo interesante, de origen argentino y ya afincado en el reino de España desde hace muchos años, que a poco que intercambiáramos algunos pocas reflexiones políticas se pudo comprobar de qué pie cojeaba cada uno. En su caso, de la pierna zurda, en el mío la cosa no estaba tan clara para alguien con un pueril e irritante afán polarizante. Aclararé que las personas de izquierdas, con toda la subjetividad de la que soy capaz, me siguen pareciendo infinitamente más interesantes que las conservadoras o reaccionarias (no hablaré de una derecha liberal e ilustrada, prácticamente inexistente en este inefable país). Al menos unas, equivocadas o no en cómo hacerlo, se esfuerzan en tratar de cambiar las cosas (a mejor, se entiende), mientras que otras tienden sin más a apuntalar el estado de las cosas y a los suyos en el poder (claro que, esto algunos izquierdistas, también). Sea como fuere, y ya sin etiquetas, tratemos de tender a cuestionar y no a aceptar acríticamente el estado de las cosas (valga también para los progres, máxime con este gobierno que tenemos y sufrimos a falta de algo peor).
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