Por su importancia teórica para el anarquismo, recuperamos esta reseña sobre una conferencia impartida por Javier Muguerza, catedrático de Ética en la Uned, cuyo libro Desde la perplejidad. Ensayos sobre la ética, la razón y el diálogo es tal vez uno de los más importantes sobre la materia publicado en los últimos años.
La posibilidad de una cultura de la solidaridad que posibilite el cambio social es un desafío con cada vez más base gracias a la sicología social. Cuando hablamos de solidaridad, nos referimos al interés por otras personas, por lo que hay que hablar de causas comunes, de una comunidad de intereses y responsabilidades. Por supuesto, la solidaridad no es simplemente una idea, sino una práctica social, solo adquiere verdadero sentido en la realidad. Estamos hablando de una sociedad que fomente la cooperación, el apoyo mutuo, la complementariedad, factores a su vez primordiales para el desarrollo individual. Precisamente, la raíz de la palabra está en «sólido», por lo que podemos referirnos con el concepto a crear una base fuerte para la convivencia y el bienestar.
Días después de la cumbre de la OTAN en la capital del reino, todavía nos invade la vergüenza ajena ante el nivel de subordinación y genuflexiones de la politiquería de ese inefable país. Como es sabido, la fuerza atlántica, lejos de disolverse como organización terrorista armada, como ya debió hacer décadas atrás, estableció su línea de actuación para los próximos diez años. Entre sus objetivos, para orgullo de la derecha más extrema, y como no podía ser de otra manera, está el defender todavía más la integridad territorial de todos y cada uno de sus socios; de manera explícita esta vez, se alude a los flujos migratorios. Por supuesto, Pedro Sánchez, al frente de la autoproclamada coalición de gobierno más progresista de la historia, ha mostrado su entera satisfacción por haber servido de sede a los gerifaltes del imperio. Con una crisis encadenada tras otra, estando al borde del colapso económico debido al sistema capitalista y con una democracia representativa, que asegura el control de las élites políticas y económicas, la fuerza atlantista, como insigne representante de la civilización occidental, se repliega en su deseo de buscar con ardor enemigos entre los que se encuentran los desgraciados del mundo en busca de una vida mejor. Nadie esperaba más, al fin y al cabo ya estamos olvidando en nuestra descerebrada sociedad mediática los recientes asesinados en la frontera marroquí por parte de las sacrosantas fuerzas del orden.
Al parecer, un conocido jugador de tenís, cuyo nombre no recuerdo en estos momentos, acaba de ganar su enésimo torneo internacional. De este tipo, no paran de halagar los medios su espíritu de sacrificio, voluntad, entrega, fortaleza psicológica y bla, bla, bla. No seré yo quién le quite méritos al susodicho deportista, que seguro que se merece todo lo que ha conseguido y mucho más. ¡Satanás me libre me libre de criticar a un ídolo de masas! No obstante, el caso me viene al pelo para unas nuevas y lúcidas reflexiones sobre esta sociedad que sufrimos, basada precisamente en la competitividad, el ascenso social, la meritocracia y bla, bla, bla. Antes de adentrarme en mis sesudas disquisiciones, me gustaría señalar los problemas mentales, cada vez más extendidos, que pueden verse a poco que nos asomemos a las estadísticas; señalo lo que puede ser una triste paradoja, esas exigencias al común de los mortales de entregarse a un mundo de competencia desmedida, una suerte de darwinismo social que demanda poco menos que seres con superpoderes, para encontrarnos con que una gran masa acaba con todo tipo de patologías mentales, algo que acaba por repercutir en el conjunto de la existencia.
 El término fraternidad parece hoy, al menos en el lenguaje vulgar, anacrónico. Si bien se alude, al menos en la teoría política, constantemente a la libertad y a la igualdad, la tercera parte del gran proyecto de la modernidad queda relegada al olvido. Trataremos en este texto, al igual que hemos hecho en diversas ocasiones con la solidaridad (que, por otra parte, es un concepto muy relacionado con el que nos ocupa) de vincularlo estrechamente a los otros dos grandes conceptos: libertad implica necesariamente igualdad y fraternidad.
Frente a cualquier nexo y vinculo social tradicional, la fraternidad trata de imponerse, al menos desde la Revolución francesa, como la gran alternativa revolucionaria. Esta novedad radical de la fraternidad tiene sus precedentes, no tanto en la fraternidad religiosa, como en la estoica de la Antigua Grecia: la natural sociabilidad del ser humano como base para una aspiración cosmopolita. La Revolución francesa, o al menos una corriente dentro de ella, posee esas aspiraciones claramente universales, no una simple emancipación de una pólis o nación, sino el comienzo de la liberación del conjunto de la humanidad.
Uno de los paradigmas más firmes que los anarquistas han querido siempre asentar en la sociedad es el de la solidaridad. Recuerdo que lo que más me atrajo de las ideas libertarias fue su confianza en cada individualidad, pero a diferencia del mero liberalismo, fortalecida con la cooperación, el apoyo mutuo, la solidaridad… Me adelanto a las réplicas de los que solo aceptan el mundo que ponen ante sus ojos y aclaro que no se trata de un idealismo ingenuo desapegado de la realidad. Soy consciente de que el ser humano puede ser terriblemente mezquino y papanatas, y desgraciadamente se observa a diario en nuestra precaria sociedad basada en la ignorancia, en la atomización y en el sálvese el que pueda. Los anarquistas, tal vez, fueron conscientes de que para las personas el concepto de solidaridad, que no por casualidad tiene su etimología en «sólido», no deja de ser un reflejo de la sociedad en la que cohabitan. Si la misma es jerarquizada, en lugar de una comunidad de libres e iguales, las dificultades para reconocer al prójimo, para ser solidario, no tienen fin. Sí, tanta gente se deja llevar por la corriente, pero si esta al menos lleva en su seno los paradigmas de la cooperación y el apoyo mutuo, la coacción moral que dijo el clásico ácrata, en lugar de la confrontación de todo tipo debido a las fracturas sociales e identitatarias, seguro que pueden cambiar las cosas.
2021 ha empezado con fuerza. Mientras los datos de incidencia del coronavirus siguen subiendo desde mediados del pasado mes de diciembre, la entrada del nuevo año nos ha traído a Madrid una nevada de campeonato. Tres o cuatro días de nieve (sí, sólo tres o cuatro días) nos han dejado más de dos semanas de una ciudad patas arriba. Y menos mal que ha llovido. Si bien es cierto que la situación ha sido bastante insólita y la nevada la más cuantiosa en 40 años, las respuestas de las administraciones han sido, por decirlo suavemente, lamentables. Las previsiones meteorológicas estaban ahí; las previsiones de alcaldías y comunidades, parece que no tanto.
“En la construcción que tenemos ahí, mire, no han parado de trabajar. Nos siguen tratando como unos esclavos sustentables en este país. Al fin nos tratan como números. Si se mueren, que se mueran. Pero nosotros somos la mano poderosa en este país. Nosotros movemos la economía”.
¿Os acordáis del 15 M y de la que fue llamada Spanish Revolution? ¿Lo llaman democracia y no lo es? A mí me parece que el producto más destacado de su andadura, fue la creación de la Ley Mordaza, promovida por CiU, elaborada y votada por el PP entonces en el Gobierno con mayoría absoluta, y aplicada actualmente por el bipartito de progreso, apoyado por el resto de partidos. Fue una ley Sigue leyendo →
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