El capitalismo, (incuestionable para tantos), la sociedad de consumo (con su frívolo atractivo y sus vacuos valores) y la democracia representativa (con sus continuos e inefables salvadores) parecen haber seducido a la mayor parte de la sociedad. ¿Es posible una nueva conciencia libertaria y subvertir el estado de las cosas?
Si no reflexionamos de modo amplio sobre lo que llamamos conciencia, sin dogmas, rigidez ni determinismo alguno, difícilmente podemos ampliar el horizonte de nuestra existencia, cambiar nuestra condición, individual y social, ni dar un sentido a nuestros propios actos.
(La idea de progreso es indisociable de la idea de transformación social y, desde los comienzos de la Revolución Industrial, el Progreso –con mayúscula- se vuelve un concepto central, para el capitalismo y las luchas sociales, como acumulación ilimitada de las fuerzas productivas o económicas… Una coincidencia que será decisiva para la integración de la clase trabajadora al sistema de producción o económico capitalista.)
Como llevamos casi tres meses sin gobierno formado (no, no lancemos la campanas al vuelo, el sistema económico y las fuerzas de «seguridad» siguen haciendo su función), tal vez sea hora de hacer un pequeño análisis del estado de la sociedad y de la nación (esa, llamada España). Como es de suponer, la intención será que la visión sea libertaria, pero conformémonos de momento con que tenga un prurito progresista y mínimamente transformador (ya que en la izquierda y derecha parlamentaria, junto a ese híbrido ambiguo llamado «centro», suele brillar por su ausencia).
¿Qué queremos decir exactamente cuando hablamos de tener una «ideología»? Huyendo de la utilización de la filosofía como herramienta elitista, y como separación del mundo de las ideas con la realidad cotidiana (algo que puede observarse como muy habitual), parece importante reflexionar sobre este aspecto, y por varios motivos. Por un lado, vivimos en una sociedad básicamente conservadora, en la que tener una ideología parece una cosa arcaica propia de personas dogmáticas que desean, inútilmente, cambiar el mundo conforme a un modelo establecido y, desgraciadamente, incluso a un nivel vulgar, es el pensamiento que ha triunfado: las grandes ideologías murieron y todo intento de resucitarlas supone el peligro de una nueva tentación totalitaria.
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