Mientras el mundo civilizado se rearma, preparándose para la paz, las crisis de todo tipo se suceden en las mal llamadas sociedades avanzadas. Sin ir más lejos, hace escasos días un apagón eléctrico inundó la Península ibérica (sí, nuestros hermanos portugueses incluidos) y, mientras las teorías conspirativas se sucedían, la lógica más alarmante nos decía que se trataba de meros fallos dentro de un sistema basado en los beneficios económicos más depravados. Tal vez, solo acariciamos ese día lo que tantas personas viven cotidianamente en gran parte del planeta, mientras en el conocido como primer mundo, supuestamente con un aceptable nivel de vida para casi todos sus integrantes, se suceden crisis para dar y tomar. Y, si no se producen por las evidentes fallas sistémicas, ya se encargarán de fabricarlas, quizá es eso que denominan capitalismo del shock, para mantenernos bien asustaditos confiando en la autoridad de turno. De acuerdo, una considerable parte de la humanidad, algo esperanzador, parece darse cuenta en esas circunstancias en que todo parece tambalearse, que la única solución pasa por cuidarnos unos a otros, en procurar que la solidaridad impere frente a tanto malnacido que solo busca su propio beneficio, en buscar el reconocimiento al otro y el consenso con todos para las soluciones más justas y eficaces. No, nadie dijo que fuera fácil.
El verdadero quid de la cuestión pasa porque elevar esas situaciones coyunturales a una situación permanente y generalizada, con todas las dificultades que eso supone. No sé si alguien puede recordar algún momento en que, con mayor o menos dosis de intensidad, el capitalismo no se encontrara en crisis. Marx, que tanto se equivocó en lo político, especialmente por la lectura ya abiertamente autoritaria de sus herederos dando lugar a monstruosos Estados, es posible que merezca una relectura en lo económico al desarrollar ya hace siglo y pico las crisis cíclicas de este demente sistema que sufrimos. Es posible que la posmodernidad nos haya regalado otros modelos de crisis económicas, como el de la burbuja inmobiliaria y los créditos hipotecarios abusivos estallado hace unos años, o los sanitarios, con una pandemia reciente de consecuencias humanamente devastadoras. Sobre las crisis bélicas, ahora especialmente en boga, esas no son una creación reciente, es un clásico la búsqueda de enemigos, que justifiquen, ya sean unos u otros detentadores del poder político y económico, la industria armamentística y la expansión territorial buscando acaparar recursos de todo tipo. Puede acordarse alguien de cuando cayó el comunismo, hace más de tres décadas, y la propaganda sistémica sostuvo que el mundo entero globalizado solo podía abrazar ya, con todos sus defectos, el liberalismo económico, el libre mercado y la libre empresa de unos pocos.
Lo que nunca nos dirán esos ideólogos del poder es que esas carencias, de este sistema tan libre y próspero, siguen manteniendo a gran parte del planeta en la pobreza, mientras las sociedades desarrolladas iban a seguir pasando, una y otra vez, por diversos amagos del Apocalipsis (y no precisamente bíblicos). Qué más tiene que ocurrir para que reaccionemos de modo permanente, para que aprendamos a decir no en tantos ámbitos para busquemos mejores formas de convivencia social negando la lógica del poder (de unos pocos). Qué más tiene que ocurrir para que, desde nuestra bendita impotencia para cambiar las cosas aquí y ahora, invoquemos de forma constante la moral más elemental denunciando que multitud de personas, en estos momentos, están sufriendo o directamente muriendo en tantos lugares del mundo. Y esto lo dice alguien que se llama a sí mismo nada menos que ácrata nihilista. Claro, dirán algunos (o quizá muchos) que el mundo es como es, que poco o nada podemos cambiar, que hay que tener en cuenta la realpolitik (o como la llamen ahora), y de mi parte pueden irse a la mierda. Otros, bienintencionados (o, tal vez, biempensantes de una nueva forma), seguirán pidiendo paciencia, confiando en que, por fin, llegue al poder la gente honesta que puede cambiar las cosas o al menos aliviarlas. Como uno, seguramente, es un pobre diablo de condición ácrata nihilista, con toda la carga de ingenuidad que me quieran señalar (¡bendita ingenuidad frente a tanta deshonestidad!), denuncia con abierta rotundidad que todos esos paradigmas políticos y soluciones económicas han supuesto un rotundo fracaso y que no es posible ya esperar salvadores externos. Que la salida a tanta crisis, en suma, solo pasa por nosotros mismos.
Juan Cáspar
https://exabruptospoliticos.wordpress.com/2025/05/03/crisis-sistemicas-a-cascoporro/