En un reciente evento, con el ya inquietante nombre de «Concordia, Constitución y Patriotismo» y moderado nada menos que por el bodoque líder del Partido Popular, un fulano exministro en este inefable país afirmó que la Guerra Civil fue «el fracaso de todos los españoles» y llegó a decir que si hay un responsable de la sangrienta confrontación fue el régimen republicano. No contento con eso, continuó diciendo que no hubo en el 36 ningún golpe de Estado y que se joda la plana mayor de historiadores. El nombre al que respondé el autor de semejantes aseveraciones es Ignacio Camuñas, un tipo que tuvo un papel destacado durante el fraude que supuso la Transición española, que perteneció a la inefable Unión de Centro Democrático, que ya he dicho que fue ministro de no sé qué leches y que, atentos, fue también uno de los fundadores de la ultrareaccionaria fuerza Vox. Desconozco si este Camuñas es también un respetado y riguroso historiador como para afirmar de un modo tajante, histriónico diría yo, dirigido a un público preescolar, esos dislates a los que no tiene acostumbrados la derecha de este bendito país. Habitualmente, la cosa se elude o se suaviza aludiendo al conflicto como una guerra entre hermanos, como «algo que no debería volver a suceder», como que «perdieron todos los españoles», pero de vez en cuando nuestra inefable diestra se quita la careta y se le ve el plumero: la culpa fue de la izquierda.
Se dice que el conflicto español es uno de los hechos históricos más estudiados y más complejos, y se menciona una cifra de unos 5.000 libros al respecto. La complejidad de la situación en España, en los años 30 del siglo XX, fue tal que una de las primeros obras en aportar rigor sería aquella de Brenan titulada, precisamente, El laberinto español, que se publicó en 1943. No era tan difícil refutar la visión franquista de defensa del Occidente cristiano bien refrendada por la Iglesia Católica con su defensa de la criminal cruzada. No soy ningún experto en historia, al menos lo soy tanto como el tal Camuñas, aunque presumo que en mi caso con algo más de honestidad; se ha señalado, por ejemplo, lo muy superada que está la obra de Brenan. Pero no, para la indescriptible derecha que sufrimos, no solo no se superan los estudios históricos en aras de una mayor amplitud, sino que siguen aferrados a una visión tan pequeñita como ellos mismos. Hace unos años, trató de darse pábulo desde la derecha oficial a algún historiador, que ni siquiera merecía el calificativo de «revisionista», ya que sostenían la misma argumentación franquista: la culpa fue de la izquierda. Más en concreto, se aludía a la revolución de Asturias de 1934, eludiendo que ya existían conspiraciones monárquicas y militares desde los inicios de la II República en 1931.
Desde el punto de vista historiográfico, la cosa resultaba insostenible y se dejó de apoyar oficialmente a aquellos delirantes libros e historiadores. No obstante, la derecha hispana se sigue replegando en un pasado franquista sin, claro, mencionar el nombre propio del golpista y dictador criminal (valgo el doble pleonasmo), que ya pasa por ser «innombrable» y solo resucitado por la «izquierda». Todos tenemos simpatías, también los historiadores, pero se presume un cierto grado de honestidad y de consenso intelectual para no ponerse, con simplezas y distorsiones, al servicio de ciertas fuerzas políticas. Yo mismo, me ocupo con frecuencia de la memoria de aquellos que considero los derrotados dentro de los derrotados, los libertarios; sin pensar que todos tienen que comprender mi visión, respeto a aquellos que, sencillamente, se declaran en contra de aquel atentado contra la humanidad que fue el golpe de Estado ultrareaccionario por parte de Franco y sus secuaces, el triunfo de cierta forma de fascismo que llega hasta la actualidad. La diestra de este país ha evolucionado tan poco, que por ejemplo califica al gobierno actual, inofensivamente socialdemócrata, de «social-comunista» queriendo seguir alentando un miedo a las hordas rojas que, hoy, ya debería causar solo risa. Desgraciadamente, sigue calando en parte de la población con cierta naturaleza reaccionaria y más bien escasa de inquietudes morales e intelectuales. Y, para mayor escarnio, los que al parecer distorsionamos somos los que insistimos en esta absoluta falta de desmemoria. Por supuesto, todo ello hay que verlo en un contexto cultural de profunda distorsión histórica y política, con el discursito fabricado desde la Transición de que hay que reconciliar a dos supuestas españas para que aquello no vuelva a ocurrir.