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El imperialismo por dentro y por fuera

A finales del siglo XIX, como consecuencia de la revolución industrial y la emancipación política de la burguesía, las principales potencias europeas impulsaron una política imperialista como una solución para sus problemas internos. Durante el periodo imperial en Europa, los ambiciosos hombres de negocios convencieron a los gobiernos nacionales de tomar la ruta de la política mundial por razones meramente económicas. La expansión como objetivo permanente y supremo de la política es la idea central del imperialismo. El sistema económico burgués está basado en el crecimiento ilimitado y las fronteras nacionales empezaban a estorbar.

Las potencias capitalistas europeas como Inglaterra, Países Bajos y Francia necesitaban un lugar seguro donde invertir sus capitales sobrantes, una fuente barata  de materias primas, un mercado para sus productos y un asentamiento para sus emigrantes.

Los principales imperios fueron el británico y el francés, aunque otros países como Alemania, Bélgica o Italia también se apoderaron de territorios foráneos. Igualmente, Estados Unidos y Japón impulsaron su propia expansión imperial. Gran Bretaña formó el mayor imperio de la época. Sus colonias estaban repartidas por todos los continentes, sobre todo en África y Asia. Los británicos, al poseer puntos estratégicos en todo el planeta, obtuvieron el control de las rutas marítimas y la hegemonía del comercio mundial. Sin duda alguna, la posesión más preciada del imperio británico era la India.

La Segunda Guerra Mundial representó el fin del dominio europeo en el mundo. Luego, con el fin de la Guerra Fría y el colapso de la Unión Soviética en 1991, comenzó un nuevo periodo llamado “globalización”, que no es otra cosa que un tipo de imperialismo adaptado al contexto actual.

El imperialismo es centralismo. Es una forma de organización social y política donde un centro metropolitano domina directa o indirectamente a sus  territorios periféricos marcando las pautas económicas, políticas, sociales y culturales. Esta actitud centralista deriva de la idea que un centro superior es el proveedor de  orden y eficiencia para el resto del sistema. De otra manera, el caos y el atraso reinarían. El centro define el estándar. El papel de la periferia es imitar y servir el centro. La periferia, para desarrollarse, debe seguir el estándar que impone el centro.

Si estudiamos a fondo los mecanismos del sistema imperialista, sería un error dividir el mundo entre naciones imperialistas y naciones oprimidas porque el imperialismo primeramente es un fenómeno interno. Todas las naciones capitalistas, tanto “desarrolladas “como “subdesarrolladas,” practican en lo interno una economía dual propia de la estructura imperial. Dentro de cada país, existe un sector moderno y próspero donde habita una  minoría concentrada en las grandes ciudades. Por otro lado,  también existe un sector mayoritario que se encuentra  disperso en los campos, los pequeños pueblos y las zonas marginales de los centros urbanos. En otras palabras, está  un sector dominante que  mantiene en sus manos todo el poder político y económico; y  también está un sector dominado que  funciona como una reserva de mano de obra barata, de materias primas, y de productos agrícolas. Por ejemplo, en Francia, la región parisina y la del valle de Ródano presentan un ritmo de desarrollo muy diferente al resto del país. En los Estados Unidos, el desarrollo económico ha sido dirigido al polo este del país y algunas otras ciudades. Sin embargo, el resto del país no se ha beneficiado de la prosperidad nacional de la misma manera. Es un hecho que en las naciones “desarrolladas” nos encontramos con sectores importantes de la población viviendo bajo condiciones muy similares a las de los países “subdesarrollados”. Esto se lo debemos a los desequilibrios internos inherentes al modelo imperialista.

Toda esta retorica antiimperialista proveniente de muchos líderes del tercer mundo, particularmente en Latinoamérica, por lo general, es mero populismo y pura hipocresía, sobre todo cuando actúan en la práctica como colonias del sistema imperial mundial y en lo interno defienden un centralismo económico dual más despiadado que los países que critican. Para ser libre, no basta con hablar de libertad, lo más importante es  vivir en libertad.

Mahatma Gandhi, en su lucha contra el Imperio británico, atacó al imperialismo en su corazón al impulsar la autonomía local y el orgullo nacional. Gandhi alentó la producción local con métodos autóctonos y ´promovió el boicot de los  productos británicos en la India. Gandhi comprendió los modos de dominación del imperio y los combatió desde su raíz.

En el mundo globalizado de hoy, las corporaciones transnacionales son las dueñas de los grandes capitales; y todas las decisiones realmente importantes son tomadas por un muy reducido número de personas en alguna oficina en Nueva York, Londres o Tokio. Las grandes corporaciones multinacionales lo controlan todo, mientras que el hombre común es una simple marioneta.

La mejor manera de contribuir a la liberación de los pueblos es apoyando lo local. Lo local significa los granjeros locales, los pequeños negocios independientes, los medios de comunicaciones locales interactivos, la producción artesanal, y las actividades sociales, políticas y culturales comunitarias. Con pequeñas acciones desde nuestras propias comunidades, cambiaremos el mundo. Como dice una expresión que se ha hecho muy popular recientemente: Piensa globalmente, actúa localmente.

Gustavo Godoy

http://periodicoellibertario.blogspot.com.es/2015/11/el-imperialismo-por-dentro-y-por-fuera.html

Un comentario sobre “El imperialismo por dentro y por fuera”

  1. Me temo que esa expresión, «Piensa globalmente, actúa localmente», es tan retórica como las de antes del mismo estilo y calibre.Sobre todo si lo local, como dice Gustavo, se reduce a «los granjeros locales, los pequeños negocios independientes, los medios de comunicaciones locales interactivos, la producción artesanal, y las actividades sociales, políticas y culturales comunitarias», que generalmente se inscriben en un funcionamiento capitalista. Para que esas «pequeñas acciones» puedan contribuir a cambiar «el mundo», me parece que, por lo mínimo, deberían ser prácticas autogestionarias que permitan independizarse de la dependencia imperialista.
    Me parece pues que no se puede luchar eficazmente contra el imperialismo si esa lucha no es al mismo tiempo anticapitalista: tanto en la acción como en lo ideológico.

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