En el momento de la invasión soviética y la implantación del régimen comunista en 1979, la producción afgana anual de opio se estimaba en torno a las doscientas y las cuatrocientas toneladas; en 1988, cuando las tropas soviéticas estaban a punto de retirarse, la producción anual había alcanzado las mil o mil quinientas toneladas.
Cuando en 1996 en Afganistán tomaron el poder los talibanes, estimularon el cultivo del opio, aumentando la producción a cuatro mil setecientas toneladas, el equivalente al setenta y cinco por ciento de la fabricación mundial de heroína. Comenzaron también a recaudar una tasa del veinte por ciento sobre los beneficios de los cultivadores, llegando a ganar alrededor de cien millones de dólares.
A causa del rechazo de la comunidad internacional a reconocerlos como gobierno afgano legítimo, en el año 2000 el mulá Omar ordenó la destrucción de las plantaciones de opio y, para intentar conseguir consensos a nivel internacional, decidió lanzar una campaña de extirpación de la amapola del opio en cooperación con la ONU. Tal campaña llevó a una caída del noventa y cuatro por ciento de la producción de opio: de los millares de toneladas se pasó a una producción de ciento ochenta y cinco toneladas, un récord histórico para el país, incluso reconocido por la ONU.
En 2001 la cuestión parecía resuelta: mientras el Estado afgano estaba pasando por serios problemas financieros, por el hecho de que el Gobierno se había privado de su mayor fuente de ingresos, el cultivo ilegal de la amapola de opio iba camino de ser totalmente desmantelado.
Tras el ataque del 7 de octubre de 2001 por parte de los Estados Unidos, las cosas cambiaron drásticamente. En 2002, las ciento ochenta y cinco toneladas recolectadas bajo el control del régimen talibán subieron a tres mil cuatrocientas toneladas, y el precio del opio a nivel mundial ascendió a cerca de diez veces respecto a 2000.
Un informe de 2005 del departamento de antinarcóticos de Estados Unidos reveló que en 2004 el cultivo afgano de la amapola había alcanzado un récord absoluto: más del triple que el año precedente, diecisiete veces la producción del país que le sigue (Birmania).
Las estadísticas de la ONU han dejado claro que en 2001 el gobierno talibán consiguió desarbolar y minimizar la producción de opio pero, con el colapso de las estructuras estatales a consecuencia de la ocupación militar, el cultivo ilegal se extiende a áreas antes vírgenes, implicando cada vez a más familias, en un contexto en el que la única alternativa es el hambre. Desde entonces, los niños limpian de hierbas los campos de amapola, y sus padres cultivan y recolectan opio, los señores de la guerra corrompen a funcionarios públicos, compran alianzas locales, financian terroristas e inundan con toneladas de heroína los mercados asiáticos, europeos y del Medio Oriente.
En 2006 se hace evidente el fracaso del programa para la erradicación de la droga puesto en marcha por la coalición internacional que en 2001 había ocupado el territorio afgano; en ese año, de hecho, el cultivo de opio alcanzó un nuevo récord: seis mil cien toneladas, que representaba el noventa y dos por ciento de la producción mundial.
No se comprende lo poco o nada que se ha hecho en este espacio de tiempo por contener la difusión del cultivo del opio, y por impedir que Afganistán se convierta en el mayor centro mundial de producción, refinado y comercio de heroína, un derivado de la semilla de la amapola.
Si bien quien cultiva la amapola del opio no es más que el último eslabón de la cadena y ciertamente no se enriquece, en los años de la ocupación militar no se ha intentado convencer e incentivar a los campesinos para que cultiven patatas en vez de droga.
Al mismo tiempo, ha sido reconstruido solo un tramo de la importantísima carretera que se extiende por el país, mientras, según el programa de desarrollo de la ONU, solo el veintitrés por ciento de los afganos tienen acceso al agua potable con garantías sanitarias.
Los principales sistemas de presas y canales, construidos en los años sesenta para la irrigación, no han sido reparados, de manera que la falta de conducciones de agua favorece la difusión de cultivos de amapola, que necesitan muy poca agua.
Cómo ha sido posible que los talibanes hayan podido levantar la cabeza y volver a controlar gran parte del país, a pesar de años de relevante presencia militar internacional, y a pesar también de la implantación de un gobierno legítimo, es otra de las muchas preguntas sin respuesta.
En 2007, el informe de la oficina de la ONU contra la droga y el crimen (UNODE) subrayaba que la producción de opio en Afganistán en ese año habría alcanzado el “espantoso récord” de ocho mil doscientas toneladas, un treinta y cuatro por ciento más respecto al año anterior. La producción (noventa y tres por ciento del total mundial) estaba concentrada sobre todo en el sur, controlado por los talibanes, con una superficie de campos de amapola de unas ciento noventa y tres mil hectáreas (un diecisiete por ciento más respecto a 2006), tanto, que la provincia meridional de Helmand se había convertido en “la principal fuente de estupefacientes ilegales del mundo, por delante de Colombia (coca), Marruecos (cannabis) y Birmania (opio)”.
En los años siguientes, la situación no ha hecho más que empeorar. 2014 ha sido el año récord del cultivo de amapola de opio en Afganistán. El dato lo ha dado la ONU, haciendo hincapié en el fracaso de la campaña multimillonaria desarrollada por Estados Unidos con el objetivo declarado de poner fin a tal actividad.
En 2014 –según UNODE- la superficie de cultivos de opio en Afganistán era de doscientas veinticuatro mil hectáreas, el siete por ciento más que en 2013, mientras que en 2002 eran solo setenta y cuatro mil las hectáreas usadas para el cultivo de la amapola del opio. Afganistán, con el ochenta por ciento de la producción mundial, se confirma como el principal proveedor de opio del que se extrae la materia prima para producir la heroína. Según el informe, la producción de opio en 2014 se estima en seis mil cuatrocientas toneladas, el diecisiete por ciento más con respecto al año anterior. Los cultivos se concentran en particular en las regiones meridionales y occidentales del país, además de en las zonas donde los talibanes tienen todavía influencia.
Con la retirada de las tropas de la OTAN de Afganistán, aparte de una creciente inestabilidad se teme también un aumento del cultivo del opio.
Puede parecer cínico o poco generoso afirmar que tal preocupación hace sonreír, aunque amargamente, al observar cómo los hechos, tal como se han desarrollado, son susceptibles de inducir no solo a la legítima sospecha, sino también a la fundada convicción de que entre los objetivos de la invasión de Afganistán estaba el relanzamiento y control de la producción y del tráfico ilegal de opio y sus derivados por parte de los servicios secretos estadounidenses y pakistaníes.
Los acontecimientos posteriores a la ocupación han hecho realidad tal hipótesis.
Francesco Mancini
Publicado en Tierra y libertad 328 (noviembre de 2015)