Desde hace tiempo, y desde varios sitios, se sostiene que la distopía contada por George Orwell en su celebérrimo 1984, prácticamente se ha realizado. Estamos totalmente de acuerdo. Más o menos desde la caída del Muro de Berlín, no solo se ha impuesto un pensamiento único que se articula en la política y en la economía del neoliberalismo globalizado, sino que también las estrategias mismas de comunicación del dominio están marcadas por un constante cambio de sentido. La mentira, la retórica, la hipocresía, la falsedad, asumen sistemáticamente el rango de única verdad. En este contexto, cada vez es más difícil distinguir y razonar sobre las causas y efectos de las dinámicas que se consuman en un mundo objetivamente complejo, especialmente si el machaconeo informativo golpea en la única dirección agradable al poder: manipular la opinión pública con narraciones que omiten o minimizan algunos datos para subrayar solo aquellos útiles a los intereses predominantes.
De este modo, el ciudadano no sabe por qué se está en guerra, no sabe contra quién se está en guerra, no sabe desde cuándo se está en guerra. Puede que desde siempre, puede que para siempre. Lo mismo que le sucedía a Winston y a los demás personajes de esa novela tan profética.
Las redes sociales y las innumerables fuentes de información alternativas oscilan entre una enorme potencialidad subversiva y una enorme capacidad disciplinaria. Es posible acceder, con la misma desenvoltura, a inéditas e incómodas verdades como es fácil aplatanarse en tranquilizadoras proclamas conformistas.
Los lectores nos perdonarán por este largo prolegómeno (casi una reflexión en voz alta), que puede parecer fuera de lugar, pero lo creemos oportuno para introducir la noticia del acuerdo entre la Unión Europea y Turquía, firmado hace pocas semanas, que prevé el pago de cerca de tres mil millones de euros con destino a las arcas del Estado turco.
Este es el precio (inicial) que la Unión Europea está dispuesta a pagar para que Turquía se ocupe de impedir a los prófugos sirios (y no solo a ellos) que escapen de la guerra y del saqueo de todo el Oriente Medio: para impedir que hombres, mujeres y niños busquen salvación en Europa, los burócratas de Bruselas encargarán a Turquía la tarea de cerrar sus fronteras y transformarse en una inmensa área de permanencia temporal que bloquee la famosa “ruta balcánica” utilizada por las grandes masas de desesperados en fuga del Estado Islámico. Claro, el Estado Islámico.
Con la misma solemnidad con la que se puede descubrir el agua caliente, Vladimir Putin ha puteado recientemente a Turquía denunciando al mundo entero sus fuertes compromisos con el autodenominado Estado Islámico. Cierto, Putin ha esperado que le derribasen un avión para desvelar este secreto de Pulgarcito: Turquía siempre ha abastecido de armamento al Estado Islámico, siempre se ha aprovisionado de su petróleo a mitad de precio, ha tenido siempre abiertos sus puntos fronterizos para permitir el paso a milicianos yihadistas, ha favorecido y apoyado siempre la expansión de esta asquerosa criatura de las políticas imperialistas.
Todo es verdad, por supuesto. Por ejemplo, las fuerzas revolucionarias kurdas y todos aquellos que no viven con la venda en los ojos han denunciado abiertamente todo esto. Y lo sabía también Putin, lo sabía Obama, lo sabía la Unión Europea.
Y esta civilizadísima Europa, la que entona La Marsellesa especulando con la sangre de los muertos asesinados, la que lloriquea en cada naufragio en la costas de Lampedusa, la que aprieta los puños ante un cuerpecito exánime en una patera, la que canta a la libertad tras cada atentado fundamentalista, ha tomado una decisión que quedará bien marcada en la memoria de todos aquellos que no se dejan embaucar por las mentiras de Estado: tres mil millones de euros, una cifra enorme, serán entregados a Erdogan, el que ha hecho detener a algunos periodistas turcos por su investigación sobre el tráfico de armas entre su país y el “Califato islámico”; el que desde hace semanas ha puesto bajo asedio a las ciudades kurdas que han votado al HDP (Partido Democrático de los Pueblos, formación izquierdista); el que ha vencido en una campaña electoral manchada con la sangre de las masacres de Ankara y Suruc en un terrible clima de estrategia de la tensión dirigida contra la oposición interna en Turquía.
La Europa democrática y liberal llega a pactos con Erdogan ofreciéndole no solo el vil dinero sino también la promesa de gestiones concretas para el ingreso de Turquía en su civilizadísimo consenso, para que mantenga fuera de sus límites a todos los desgraciados del Mediterráneo.
De esta manera, Turquía gana dos veces sobre el mismo escenario. Primero, haciendo negocios con el Estado Islámico, y después con Europa. Por un lado apoya el terrorismo islámico y fomenta la guerra, que produce prófugos. Por otro, ejerce un férreo control sobre esos mismos prófugos para obtener importantes favores económicos y geopolíticos de la Unión Europea y de Occidente. Nada mal para un Estado que, mira tú, es miembro de la OTAN.
Al principio de este artículo, hemos querido hablar genéricamente de verdad y mentira, de causas y efectos, de retórica e hipocresía, incomodando además con George Orwell. Evidentemente, no nos salíamos del tema.
TAZ
Publicado en Tierra y libertad núm.331 (febrero de 2016)